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Cuando vio que Truls Rohk avanzaba hacia su hermana, Bek Ohmsford no se detuvo a pensar en las consecuencias de lo que iba a hacer. Lo único que tenía claro era que, si no hacía algo, el metamorfóseo la mataría. No importaba lo que este hubiera prometido antes, en un momento de pensamiento racional, ajeno a la carnicería con la que se habían encontrado ahora. Una vez, Truls la vio arrodillada junto al cuerpo de Walker mientras empuñaba la espada de Shannara con sangre por doquier; esa promesa se la había llevado el viento. Si Bek se hubiera dejado llevar por sus emociones, tal vez habría reaccionado igual que Truls Rohk. No obstante, Bek veía que algo que no iba bien en el rostro de su hermana. Tenía los ojos clavados en el techo, pero la mirada desenfocada. Sostenía la espada de Shannara, pero no como si acabara de usarla. Además, dudaba de que esta empleara el talismán para arrebatarle la vida al druida. Antes se fiaría de su propia magia, de la magia de la canción, y si lo hubiera hecho ahora, no habría tanta sangre.

En cuanto superó la sorpresa inicial, Bek supo que había mucho más en esa escena que se había encontrado de lo que parecía. Sin embargo, Truls Rohk se dirigía a ella por la espalda y no podía verle la cara. En realidad, tampoco le habría importado, pues no estaba dispuesto a dudar de lo que veía, a diferencia de Bek. Para el metamorfóseo, Ilse la Hechicera era una enemiga peligrosa y nada más, y si había alguna razón para sospechar que les haría daño, no se lo pensaría dos veces y la detendría como fuera.

Así pues, Bek lo atacó. Fue una reacción que nacía de la desesperación con la que pretendía retener al otro sin herirlo. Sin embargo, Truls Rohk era tan fuerte y poderoso que Bek no podía limitarse a usar la magia a medias al invocar el poder de la canción de los deseos. De todos modos, todavía no la dominaba, al menos, no del modo en que lo hacía Grianne, puesto que había descubierto que poseía este poder hacía unos meses. Lo mejor que podía hacer era esperar que tuviera el efecto deseado.

Creó una red de magia que lo atrapó y lo mandó rodando al otro lado de la estancia llena de escombros. El metamorfóseo se desplomó, pero se incorporó casi al instante, se deshizo de su ocultación y reveló su presencia: enorme, oscura y peligrosa. Tras desenvainar la faca, se lanzó hacia Grianne una segunda vez. No obstante, a estas alturas, Bek conocía de sobra lo fuerte que era Truls y ya había previsto que su primer intento de entorpecer al metamorfóseo no saldría bien. Proyectó una segunda oleada de magia, una pared de sonido que cazó al otro y lo hizo retroceder por el aire. Bek gritó, pero no le pareció que Truls lo oyera, tan resuelto como estaba en llegar hasta Grianne.

Con todo, Bek la alcanzó el primero, se dejó caer de rodillas y la abrazó con actitud protectora. Esta no se movió. Tampoco reaccionó de ninguna forma.

—No le hagas daño —dijo mientras se volvía para enfrentarse a Truls Rohk.

Entonces, algo le dio tan fuerte que lo separó de Grianne y lo lanzó contra los restos de un escalador hecho añicos. Aturdido, se puso de rodillas.

—Truls… —pronunció entre jadeos a la vez que miraba a Grianne, impotente.

El metamorfóseo se cernía ante ella, como una sombra amenazadora, con la hoja del cuchillo contra su garganta.

—No tienes suficiente experiencia, muchacho —le soltó entre dientes—. Todavía no. Pero eso no te hace menos irritante, te lo aseguro. No, no trates de levantarte. Quédate ahí.

Permaneció en silencio un momento, tenso y preparado, y se inclinó todavía más sobre la hermana de Bek. Entonces bajó el cuchillo.

—¿Qué le pasa? Está como en una especie de trance.

Bek se puso en pie a pesar de la advertencia del otro y tropezó al intentar sobreponerse a la desorientación que había comportado el golpe.

—¿Tenías que darme tan fuerte?

—Sí, si quería asegurarme de que te quedara claro qué comporta usar tu magia contra mí. —El otro se volvió para encararse a él—. ¿En qué pensabas?

Bek sacudió la cabeza.

—En que no quería que le hicieras daño. Me ha parecido que la ibas a matar en el acto cuando has visto a Walker. Me ha dado la sensación de que no podías verle la cara, así que no sabías que no podía hacernos daño. He reaccionado por instinto.

Truls Rohk gruñó.

—La próxima vez, piénsatelo dos veces antes de hacerlo. —La hoja desapareció bajo la capa—. Sácale la espada y veamos qué hace.

El metamorfóseo ya se había inclinado sobre el druida y toqueteaba los ropajes impregnados de sangre en busca de señales de vida. Bek se arrodilló ante una Grianne impertérrita y, con cuidado, le separó los dedos de la empuñadura de la espada de Shannara. Se soltaron con facilidad, inertes, y agarró el talismán cuando este quedó liberado. No dio muestras de reconocer nada. Ni siquiera pestañeó.

Bek dejó la espada a un lado y le colocó los brazos a ambos costados. Grianne permitió que lo hiciera sin reaccionar. Parecía estar hecha de barro.

—No se entera de nada de lo que le ocurre —dijo con un hilo de voz.

—El druida está vivo —respondió Truls Rohk—. Aunque por los pelos.

Estiró el cuerpo destrozado de este y se arrancó tiras de ropa de su propia capa para detener las hemorragias de las heridas. Bek contempló la escena sin hacer nada, horrorizado por la gravedad del daño. Las heridas del druida parecían más internas que externas. Eran irregulares en el pecho y el estómago, pero le brotaba sangre de la boca, de las orejas y de la nariz e incluso de los ojos también. Parecía haber sufrido un fallo multiorgánico.

Entonces, de pronto y de forma inesperada, sus ojos penetrantes se abrieron y se clavaron en Bek. El muchacho se sobresaltó tanto que dejó de respirar unos segundos y se limitó a devolverle la mirada.

—¿Dónde está? —susurró Walker con la voz pastosa debido a la sangre y al dolor.

Bek no tuvo que preguntarle a quién se refería.

—Está aquí al lado. Pero no parece reconocer quiénes somos o qué ocurre.

—Está paralizada por la magia de la espada. Ha entrado en pánico y ha usado la suya para protegerse de ella. Aunque ha sido en vano. Ha sido demasiado incluso para ella.

—Walker —empezó Truls con suavidad mientras se inclinaba hacia él—. Dinos qué hacer.

Su rostro pálido se giró unos centímetros y clavó los ojos oscuros en el metamorfóseo.

—Sácame de aquí. Llévame donde te diga. No te detengas hasta llegar allí.

—Pero las heridas que has sufrido…

—No se puede hacer nada por las heridas. —De repente, la voz del druida sonaba acerada e imperativa—. No queda mucho tiempo, metamorfóseo. A mí no. Haz lo que te digo. Antrax ha sido destruido. Bastión Caído ya no existe. Lo que había del tesoro que vinimos a buscar, los libros y su contenido, se ha perdido. —Miró al muchacho—. Bek, trae a tu hermana con nosotros. Llévala de la mano. Te seguirá.

Bek echó un vistazo a Grianne y se centró en Walker de nuevo.

—Si te movemos…

—Druida, ¡que te saquemos de aquí te matará! —explotó Truls Rohk, enfadado—. ¡No he venido hasta aquí para enterrarte ahora!

Los peculiares ojos del druida se fijaron en el metamorfóseo.

—No siempre podemos tomar decisiones de vida o muerte, Truls. Haz lo que te digo.

Truls Rohk alzó al druida en brazos lentamente y con cariño para no provocarle más daños. Walker no soltó ningún ruido cuando lo levantó, hundió la cabeza en el pecho y dobló el brazo sobre el estómago. Bek se colgó la espada de Shannara a la espalda, agarró a Grianne de la mano e hizo que se pusiera en pie. Esta lo siguió de buen grado, con facilidad, y sin reaccionar.

Salieron de la cámara en ruinas y regresaron por el mismo pasillo por el que habían entrado. En el primer desvío, Walker les indicó que tomaran otra dirección. Bek vio cómo movía la cabeza oscura y oyó que susurraba instrucciones. Los extremos de las ropas hechas jirones del druida colgaban de su cuerpo inerte y goteaban sangre que manchaba el suelo.

A medida que avanzaban por las catacumbas, Bek echaba vistazos a Grianne de vez en cuando, pero esta no le devolvió la mirada ni una sola vez. Sus ojos seguían fijos hacia el frente y se movía como si fuera sonámbula. A Bek le atemorizaba verla así, más que cuando lo había perseguido. Parecía un cuerpo vacío; la persona que lo habitaba había desaparecido por completo.

Su marcha se ralentizaba de vez en cuando porque se topaban con montones de piedra y metal retorcidos que les obstruían el camino. En una ocasión, Truls se vio obligado a dejar al druida en el suelo durante el tiempo necesario para apartar el metal redoblado y abrirse camino. Bek se fijó en que el druida cerraba los ojos a causa del dolor y el cansancio. Vio cómo se estremecía cuando el metamorfóseo lo volvía a alzar y se agarraba el estómago como si quisiera mantenerse de una pieza. Cómo podía estar vivo Walker tras haber perdido tantísima sangre era algo que el muchacho no comprendía. Había visto hombres heridos, pero ninguno había sobrevivido tras sufrir heridas tan graves.

Truls Rohk estaba fuera de sí:

—¡Druida, esto es un sinsentido! —le soltó en una ocasión, y se detuvo debido a la rabia y la frustración que sentía—. ¡Deja que intente ayudarte!

—La mejor forma de ayudarme es seguir adelante, Truls —fue la débil respuesta de este—. Sigue, venga. Más adelante.

Caminaron durante un largo rato antes de salir a una caverna subterránea enorme que no parecía formar parte de Bastión Caído, sino de la misma tierra. Era natural: las paredes de roca mantenían su forma, sin que las hubieran alterado el metal o las máquinas; el techo estaba repleto de estalactitas que goteaban agua y minerales con una cadencia regular que interrumpía el silencio resonante. La poca luz que había emanaba de unas lámparas de tenue iluminación que colgaban de ambos lados de la entrada de la caverna y de la delicada fosforescencia de la roca que la formaba. Era imposible atisbar el otro extremo de la gruta, a pesar de que había la luz necesaria para discernir que este se encontraba a una buena distancia.

En el centro de la caverna había un estanque de agua tan negra como la tinta y tan lisa como el cristal.

—Llévame a la orilla —ordenó Walker a Truls Rohk.

Avanzaron por la caverna de suelo irregular, repleto de guijarros sueltos y resbaladizos de la humedad. El musgo crecía por franjas oscuras y el helecho se abría camino por las grietas de la roca. Bek se sorprendió de que algo pudiera crecer aquí abajo, donde no llegaba la luz del sol.

Le estrechó la mano a Grianne a modo tranquilizador, una reacción inconsciente ante la invasión de las frías tinieblas y de la soledad. Le echó un vistazo de inmediato para ver si se había dado cuenta, pero su mirada seguía perdida en el horizonte.

Se detuvieron en la orilla del estanque. Siguiendo las instrucciones de Walker, Truls Rohk se arrodilló para tenderlo en el suelo y lo acunó de modo que la cabeza y los hombros quedaran recostadas en sus brazos. Bek pensó en lo raro que parecía que una criatura que no estaba entera, sino que estaba formada por retazos unidos por una sustancia neblinosa, fuera el portador del druida. Recordó cuándo había conocido a Walker en las Tierras Altas de Leah. El druida le había parecido una persona tan fuerte entonces, tan indómita, como si nada fuera a cambiarlo nunca. Y ahora estaba destrozado y andrajoso, perdía sangre y la vida en una tierra lejana.

Las lágrimas se agolparon en los ojos de Bek en cuanto lo pensó; esa fue su reacción a la crudeza de saber que la muerte estaba cerca. No sabía qué hacer. Quería ayudar a Walker, que volviera a estar intacto, que volviera a ser la persona que era cuando lo había conocido hacía ahora tantos meses. Quería decir algo sobre lo mucho que el druida había hecho por él. Sin embargo, se limitó a agarrar a su hermana de la mano y a esperar a ver qué sucedía.

—Hasta aquí llego yo —anunció Walker con un hilo de voz. Tosió sangre y se estremeció del dolor que el movimiento le provocó.

Truls Rohk le limpió la sangre con la manga.

—No te puedes morir, druida. No lo permitiré. Tú y yo tenemos demasiadas cosas por hacer.

—Hemos hecho todo lo que debíamos, metamorfóseo —respondió Walker. Esbozó una sonrisa sorprendentemente cálida—. Ahora, cada uno tiene que seguir su camino. Tendrás que buscar tus aventuras y crear los problemas.

El otro gruñó.

—No podré hacerlo tan bien como tú. Andarte con jueguecitos siempre ha sido tu especialidad, no la mía.

Bek se arrodilló junto a ellos y tiró de Grianne para que lo hiciera con él. Esta dejó que la colocara como quisiera y no hizo nada que demostrara que supiera que su hermano estaba ahí. Truls Rohk se alejó de ella.

—Esta vida ha terminado para mí —empezó Walker—. He hecho lo que he podido y tengo que estar satisfecho. Aseguraos, cuando volváis, de que Kylen Elessedil cumple con el trato que acordé con su padre. Su hermano os acompañará y apoyará; Ahren es más fuerte de lo que creéis. Ahora posee las piedras élficas, pero estas no marcarán la diferencia; él, sí. Recordadlo. No olvidéis por qué hemos hecho este viaje. Lo que hemos encontrado aquí, lo que hemos recuperado, es nuestro.

Truls Rohk explotó:

—Eso no tiene ningún sentido, druida. ¿De qué hablas? ¡No hemos recuperado nada! ¡No hemos conseguido nada! ¿Las piedras élficas? ¡Para empezar, ya no eran nuestras! ¿Qué ha pasado con la magia que buscábamos? ¿Qué ha pasado con los libros que la contenían?

Walker hizo un gesto desdeñoso.

—La magia que contenían los libros, la magia de la que hablé con Allardon Elessedil y su hijo nunca ha sido la razón de este viaje.

—Entonces, ¿qué lo ha sido? —Truls Rohk estaba indignado—. ¿Vamos a andarnos con adivinanzas toda la noche, druida? ¿Qué demonios hacemos aquí? ¡Dínoslo! ¡Ahora que todavía tenemos tiempo! ¡Porque dudo que a ti te quede mucho! ¡Mírate! Te estás…

Fue incapaz de terminar la frase, se mordió la lengua con amargo desagrado.

—¿Muriendo? —pronunció Walker por él—. No pasa nada si lo dices, Truls. Morir me liberará de las promesas y las responsabilidades que me han mantenido maniatado durante tanto tiempo que ni recuerdo desde cuándo. De todos modos, solo se trata de una palabra.

—Pues dila tú, entonces. No quiero seguir hablando contigo.

Walker alzó la mano y agarró la capa del otro. Para sorpresa de Bek, Truls Rohk no se apartó.

—Escúchame. Antes de venir a esta tierra, antes de emprender este viaje, fui al Valle de Esquisto, al Cuerno de Hades, e invoqué al espectro de Allanon. Hablé con él, le pregunté qué podía esperar si seguía el mapa del náufrago. Me comunicó que, de todos los objetivos que quería cumplir, tan solo lograría uno. Durante mucho tiempo, Truls, creía que se refería a que me haría con la magia de los libros del viejo mundo. Creía que eso era lo que se suponía que debía hacer. Creía que era el fin de esta travesía. Pero no.

Sus dedos se aferraron con más fuerza a la capa del metamorfóseo.

—He cometido el error de pensar que podría dar forma al futuro como yo quisiera. Estaba equivocado. La vida no lo permite, ni siquiera si eres druida. Se nos ofrecen atisbos de posibilidades, nada más. El futuro es un mapa dibujado sobre arena y las olas pueden hacerlo desaparecer en cualquier momento. Aquí ocurre lo mismo. Todos nuestros esfuerzos para llegar hasta esta tierra, Truls, todos nuestros sacrificios, han sido en pro de algo que ni siquiera nos planteamos.

Hizo una pausa, respiraba con suma dificultad, el esfuerzo de hablar más era demasiado.

—Entonces, ¿para qué hemos venido? —Truls Rohk preguntó con impaciencia, todavía enfadado por lo que oía—. ¿Para qué, druida?

—Por ella —susurró Walker y señaló a Grianne.

El metamorfóseo estaba tan anonadado que, durante unos segundos, parecía no saber qué contestar. Era como si la rabia que lo había consumido lo hubiera abandonado por completo.

—¿Hemos venido por Grianne? —preguntó Bek sorprendido, sin estar seguro de haberlo oído bien.

—Lo verás cuando volváis a casa —susurró Walker con una voz casi inaudible, incluso con el silencio desolador de la caverna—. Está a tu cargo, Bek. Ahora es tu responsabilidad. Has recuperado a tu hermana, como deseabas. Hazla regresar a las Cuatro Tierras. Haz lo que sea necesario para asegurarte de volver a casa con ella.

—¡Esto no tiene ni pies ni cabeza! —espetó Truls Rohk, presa de la furia—. ¡Es nuestra enemiga!

—Dame tu palabra, Bek —dijo Walker, sin dejar de mirar al muchacho ni un solo momento.

Bek asintió.

—Te doy mi palabra.

Walker le sostuvo la mirada unos instantes más y luego observó al metamorfóseo.

—Tú también, Truls. Dame tu palabra.

Durante unos instantes, Bek creyó que Truls Rohk no se la daría. El metamorfóseo no dijo nada, contempló al druida en silencio. Su figura oscura irradiaba tensión, con todo, se negaba a manifestar lo que pensaba

Los dedos de Walker se aferraban a la capa del metamorfóseo con el último ápice de sus fuerzas.

—Tu palabra —repitió entre susurros—. Confía en mí lo suficiente y dámela.

Truls Rohk exhaló con un siseo de frustración y consternación.

—De acuerdo. Te doy mi palabra.

—Ocupaos de ella como lo haríais si fuerais vosotros —continuó el druida con los ojos posados en Bek de nuevo—. No siempre estará así. Un día se recuperará. Pero, hasta entonces, necesitará que alguien la cuide. Necesitará que la protejas del peligro.

—¿Qué podemos hacer para ayudarla a despertar? —insistió Bek.

El druida inspiró hondo, pero de forma entrecortada.

—Tiene que hacerlo ella sola, Bek. La espada de Shannara le ha revelado la verdad sobre su vida, las mentiras que le han contado y el mal camino que ha elegido. Se ha visto obligada a enfrentarse a la persona en la que se ha convertido y a todo lo que ha hecho. Apenas es adulta y ya ha cometido más actos de maldad que los que otros cometerán en toda su vida. Tiene que perdonarse muchas cosas, aunque sea consciente de que el Morgawr la engañó por completo. La responsabilidad de hallar el perdón tiene que partir de sí misma. Cuando encuentre el modo de aceptarlo, se recuperará.

—¿Y si no lo consigue? —preguntó Truls Rohk—. Podría ser, druida, que haya llegado a un punto en que no se la puede perdonar, y no solo me refiero a que los demás no lo hagan, sino a sí misma. Es un monstruo, incluso en este mundo.

Bek fulminó al metamorfóseo con la mirada y pensó que Truls nunca cambiaría de opinión con respecto a Grianne, pues siempre la vería como Ilse la Hechicera, su enemiga.

El druida sufrió un acceso de tos y luego se calmó.

—Es humana, Truls… Como tú —le replicó con un hilo de voz—. Otros también te han calificado de monstruo. Y se equivocaron. Con ella ocurre lo mismo. La redención también es posible para ella, pero debe ser ella quien la alcance, no tú en su lugar. Tu deber es asegurarte de que tenga la oportunidad de redimirse.

Volvió a toser, esta vez de forma mucho más convulsa. Su respiración era tan ahogada y líquida que con cada bocanada parecía que fuera a ahogarse con su propia sangre. El ruido que hacía surgía de las profundidades de su pecho, donde sus pulmones se llenaban de sangre. Aun así, se incorporó, se deshizo de los brazos de Truls Rohk y con un gesto le pidió que se alejara.

—Idos. Llevaos a Grianne y volved a la entrada de la caverna. Cuando yo ya no esté, seguid el pasadizo que gira a la izquierda hasta llegar a la superficie. Buscad a los supervivientes: los nómadas, Ahren Elessedil, Ryer Ord Star. Tal vez Quentin Leah. Uno o dos más, si han tenido suerte. Volved a casa. No os quedéis aquí. Hemos acabado con Antrax. El viejo mundo ha desaparecido para siempre. Y el nuevo mundo, las Cuatro Tierras, es lo que importa.

Truls Rohk se quedó donde estaba.

—No te dejaré solo. No me lo pidas.

Walker inclinó la cabeza hacia delante, el pelo oscuro le cayó de forma que le cubría parte del rostro enjuto.

—No estaré solo, Truls. Vete.

Truls Rohk vaciló, pero luego se levantó despacio. Bek también se puso en pie, agarró a Grianne de la mano y la alzó al mismo tiempo que él. Durante unos segundos, nadie se movió, pero entonces el metamorfóseo se volvió sin decir nada y se alejó hacia la entrada de la caverna. Bek lo siguió sin mediar palabra, llevaba a Grianne consigo y echaba la vista atrás para mirar a Walker. El druida se había dejado caer junto a la orilla de ese lago subterráneo, tenía los ropajes negros impregnados de sangre y el suave vaivén de sus hombros era la única señal que revelaba que seguí con vida. Bek sintió el impulso casi irrefrenable de girarse y volver a por él, pero sabía que no tendría sentido. El druida había pronunciado sus últimas palabras.

En la entrada de la caverna, Truls Rohk echó un vistazo a Bek. Entonces, se detuvo de repente y señaló el lago.

—¡Jueguecitos de druida, muchacho! —bufó—. ¡Mira! ¡Observa lo que va a ocurrir!

Bek giró sobre sus talones. El lago bullía y se agitaba en el centro y una pérfida luz verde refulgía en las profundidades. Una silueta oscura y espectral surgió del centro y flotó en el aire. Un rostro apareció bajo la capucha de la capa, de tez morena y con barba negra, un semblante que Bek, sin haberlo visto antes, reconoció enseguida.

—Allanon —susurró.

* * *

Walker Boh soñó con el pasado. Ya no sentía dolor, pero el cansancio que lo embargaba era tan sobrecogedor que apenas sabía dónde estaba. Su sentido del tiempo se había evaporado y en ese momento le parecía que el ayer era tan real y estaba tan presente como el ahora. Así, evocó cómo se había convertido en druida: hacía tantos años de ello que los que había cohabitado con él en esa época ya formaban parte del otro mundo. Nunca había querido ingresar en sus filas, nunca había confiado en los druidas como orden. Había vivido solo durante muchos años, había evitado su legado Ohmsford y cualquier tipo de contacto con los demás descendientes de su familia. Había tenido que perder el brazo para aceptar su destino, para convencerse de que el juramento de sangre que Allanon había arrancado tres siglos antes a su antepasada, Brin Ohmsford, debía cumplirlo él.

Había pasado mucho tiempo desde aquel momento.

Todo había sucedido hacía muchos años.

Contempló cómo la luz verdosa emergía de las profundidades del lago subterráneo y cómo cortaba la superficie del agua con fragmentos de resplandor. Vio que se ensanchaba y se propagaba hasta ganar intensidad y revelar el camino al más allá. Era una experiencia surrealista y lánguida que pasó a formar parte de sus sueños.

Cuando la silueta encapuchada apareció envuelta en ese brillo esmeralda, enseguida supo de quién se trataba. Lo supo por instinto, igual que supo que se moría. Contempló la escena presa de una expectación cansada, listo para aceptar lo que le esperaba, para abandonar las ataduras de esta vida. Había cargado con el peso de su destino durante tanto tiempo como había sido capaz. Lo había hecho lo mejor que había podido. Se arrepentía de algunas cosas, pero no le dolían en exceso. Lo que había conseguido no sería evidente de inmediato para quienes le importaban, pero lo verían claro a su debido tiempo. Algunos lo aceptarían de buen grado; otros lo rechazarían. En cualquier caso, ya no dependía de él.

La silueta oscura cruzó la superficie del lago hasta donde Walker yacía y alargó los brazos para agarrarlo. El druida levantó la mano de forma automática. El oscuro semblante de Allanon se inclinó y sus ojos penetrantes se clavaron en él. Esa mirada transmitía aprobación y le prometía la paz.

Walker sonrió.

* * *

Bajo la atenta mirada de Bek y Truls Rohk, el espectro llegó junto a Walker. La luz verde jugaba con su figura oscura y le recortaba los rasgos como cuchillas con hojas esmeralda. Se oyó un silbido, pero era leve y lejano, el susurro de la respiración de un hombre moribundo.

El espectro se inclinó para agarrar a Walker, con determinación y fuerza. El druida alzó la mano, tal vez para protegerse, tal vez para darle la bienvenida, era difícil de decir. No importaba. El espectro lo aupó en brazos como si fuera un niño.

Entonces, se retiraron poco a poco hacia el lago mientras se deslizaban por el aire, iluminados por destellos de luz que los rodeaban como luciérnagas. Cuando ambos llegaron al centro del fulgor, este los rodeó por completo y desaparecieron lentamente en su corazón brillante hasta que no quedó nada excepto unas leves ondas que se propagaban por las oscuras aguas del lago. En cuestión de segundos, incluso estas se aquietaron, la caverna se sumió en el silencio y volvió a quedar vacía.

De pronto, Bek se dio cuenta de que estaba llorando. ¿Cuánto de lo mucho que Walker esperaba cumplir en su vida había llegado a vivir para ver? Sin duda, nada de lo que lo había conducido hasta aquí. Nada de lo que tenía previsto para el futuro. Había muerto como el último miembro de su orden, un paria y, tal vez, un fracasado. Pensarlo entristeció al muchacho más de lo que creía que fuera posible.

—Se acabó —dijo, con un hilo de voz.

La respuesta de Truls Rohk lo sorprendió.

—No, muchacho. Solo acaba de empezar. Espera y verás.

Bek lo observó, pero el metamorfóseo se negó a dar más explicaciones. Se quedaron donde estaban unos segundos más, incapaces de alejarse. Parecían esperar a que ocurriera algo más. Era como si alguna cosa más debiera suceder. Sin embargo, no pasó nada y, al final, apartaron la mirada y rehicieron su camino por los pasadizos de Bastión Caído hasta el mundo exterior.

El último viaje

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