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Capítulo 15

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Alex

La policía todavía no ha decidido si cree que soy culpable. Pero por si acaso mantienen la posibilidad sobre la mesa.

—Si le ha pasado algo a Lottie —sugiere Bates—. Si ha habido un accidente, Alex, y tuvo miedo, ahora sería el momento de contarlo.

—¿Cuándo?

—¿Cuándo qué?

—¿Que cuándo fue este accidente? —pregunto con incredulidad—. Veinte testigos les dirán que fui directamente de la boda a la recepción junto a la piscina. Según sus propias pruebas, Lottie estaba viva y bien en ese momento. Otra docena de personas pueden confirmar que no estuve sola ni un segundo en la fiesta. ¿Cuándo podría haberle hecho daño?

—Nadie la está acusando —aclara Bates—. Como le dije, tenemos que considerar todas las posibilidades, eso es todo.

—Hay un período de tiempo significativo en el que no aparece en ninguna de las fotos —acota Lorenz—. De hecho, más de una hora.

—¡Y ya les he dicho qué estaba haciendo entonces y con quién!

—Alex…

Empujo mi silla hacia atrás.

—No creo que deba continuar sin un abogado.

No soy tan tonta para pensar que los inocentes no necesitan abogados; que los que no tienen nada que ocultar no tienen nada que temer.

Bates y Lorenz me siguen de regreso a la sala de interrogatorios principal, donde me espera Zealy. Un grupo de estudiantes universitarios está jugando al voleibol en la arena blanca fuera. Un catamarán surca el océano turquesa en la distancia. La vida ya está volviendo a la normalidad. “Detengan todos los relojes”, pienso. ¿Cómo puede la gente navegar y jugar a la pelota mientras mi hija está desaparecida?

Me imagino zambulléndome en el océano y nadando tan fuerte y tan rápido como pueda hasta estar tan lejos y tan agotada para permitir que el agua me hunda, y así poner fin a todo esto.

Una joven policía negra se acerca a Bates, demasiado concentrada en la urgencia de lo que tiene que decir para prestarme atención.

—Teniente, tenemos una testigo que cree haber visto algo —le comunica—. Un hombre que llevaba a un niño alrededor del momento en que desapareció la niña. Dice que tenía un aspecto raro.

—¿Qué significa eso?

—Solo le transmito lo que ella dijo.

—¿Quién es el testigo?

La oficial se da cuenta de mi presencia y vacila. Bates le hace un gesto para que continúe.

—Una invitada a la boda —responde—. La dama de honor, Catherine Lord.

—¿Y por qué no lo dijo antes? —inquiere Bates.

—Dice que no se había dado cuenta de lo que había visto hasta ahora.

—Por el amor de Dios. ¿Dónde está?

—En la sala de interrogatorios número dos.

Bates se vuelve hacia mí, pero me anticipo.

—Me dijo que no había visto a Lottie en toda la noche —digo—. Quiero escucharla.

—Si es importante, será la primera en saberlo.

—Deja que haga su trabajo —interviene Zealy—. Tienes que comer algo. Al menos ven a tomar un café. No le vas a hacer ningún bien a Lottie si no te cuidas.

Bates y Lorenz ya se dirigen a la sala de interrogatorios. Dejo que Zealy me guíe hasta un par de sillones de color verde bilioso con un estampado de flamencos rosados en el vestíbulo del hotel. Nos pide un par de sándwiches tostados, pero después de los primeros bocados no puedo comer más y dejo el plato. Tengo un nudo en la garganta que casi no me deja tragar. Incluso con el beneficio de dos tazas de café en mi torrente sanguíneo, me siento mareada y como desconectada de mi entorno.

La verdad del comentario de la teniente no deja de rondarme la cabeza: Lottie conocía a su secuestrador. Alguien en quien confiaba se la llevó. Alguien aquí, en esta boda.

Alguien que, incluso ahora, está fingiendo ser mi amigo.

Robada (versión latinoamericana)

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