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Capítulo 16

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Alex

Bates vuelve en menos de una hora para informarnos.

—La descripción que dio Catherine Lord es la de un hombre blanco de unos cuarenta años, delgado, de estatura media, cabello oscuro y con entradas —dice—. ¿Le suena a alguien que conozca?

Me suena exactamente como el hombre que vi hablando con Lottie en la playa, y se lo digo. Lorenz casi no puede mirarme a los ojos y, de pronto, vuelven a tratarme con guantes de seda. Pero cualquier justificación que pudiera encontrar es arrasada por un tsunami de culpa. Debería haber denunciado el incidente cuando ocurrió. Debería haber mantenido a Lottie cerca de mí, sabiendo que podría estar en peligro.

Debería haberlo hecho. Ojalá lo hubiera hecho.

Más fuerte que los redobles de la culpa es el ruido sordo del terror en mi corazón. Antes, el monstruo de mis pesadillas era vago: una sombra oscura y difusa. Ahora tiene un rostro. Por muy angustiante que sea no saber qué le ha pasado a Lottie, la idea de que esté en manos de ese hombre es peor. Un hombre que puede estar haciéndole cosas indescriptibles, impensables, mientras nosotros estamos de pie aquí.

—¿Qué más dijo Catherine? —pregunto.

—Alex, no sabemos con seguridad si esto…

—¡Dígamelo!

La teniente me mira a los ojos.

—La señora Lord vio a un hombre que llevaba en brazos a un niño entre el lateral del hotel y los apartamentos del personal unos veinte minutos después de que terminase la ceremonia. Había ido al baño a refrescarse y los vio por la ventana.

—¿Por qué no dijo nada antes? —reclama Zealy.

—El niño iba envuelto en una toalla de playa —responde Bates—. No lo relacionó con Lottie porque no vio el vestido rosa. Y el niño que vio estaba descalzo. Catherine lo recuerda, porque los pies del niño estaban sucios, como si hubiera estado caminando descalzo por la acera. Lottie llevaba bailarinas cuando desapareció.

—Ella odia los zapatos —señalo—. Siempre se los está quitando.

Bates se vuelve hacia Lorenz, quien asiente como si tomara nota mentalmente.

Por mucho que quiera saber lo que le pasó a mi niña, no puedo soportar que sea esto.

—Ayer debió de haber muchos padres llevando en brazos a sus hijos de vuelta de la playa —comento con desesperación—. ¿Por qué cree que era Lottie?

—Dice que el hombre no parecía un turista —explica Bates—. Cree que el niño estaba dormido; no está segura de si era niño o niña. Pero dice que el hombre no parecía cómodo llevándolo, como si no estuviera acostumbrado. Lo llevaba en brazos en lugar de apoyarlo contra el pecho, como se hace con los niños un poco mayores. Según Catherine, le resultó extraño.

—Jesús —exclama Zealy—. ¿Y no pensó que podría haber sido útil saber esto antes?

No tengo energía para enojarme.

—¿De verdad creen que era Lottie?

—Es demasiado pronto para saberlo. De cualquier manera, necesitamos que declare.

—La señora Lord está con un retratista en este momento —añade Lorenz.

—¿Un retratista? ¿Qué hay de las cámaras de seguridad?

—No hay cámaras en los laterales del hotel. La tienda de licores de enfrente tiene un par de ellas, pero este sujeto, sea quien sea, ha sido muy hábil a la hora de esquivarlas.

Lorenz se encoge de hombros.

—Tampoco tenemos nada en el aparcamiento. Pero estamos descartando los vehículos de los huéspedes del hotel. Nadie vio al hombre que llevaba al niño cruzar el puente, así que debió aparcar un coche en algún sitio. Lo encontraremos.

Cada vez que alguien dice eso, suena menos cierto.

—Entiendo lo difícil que es esto, Alex —dice Bates—. Pero hemos puesto a trabajar a un gran equipo. Hemos recibido muchas llamadas por la alerta de menor desaparecido. Es solo una cuestión de tiempo…

Alguien grita mi nombre a mis espaldas.

Aunque se supone que soy la fuerte, en cuanto veo a mamá en el vestíbulo del hotel corro hacia ella y me arrojo a sus brazos como una niña.

Papá nos rodea a las dos y nos abrazamos, sacando fuerzas de nuestro dolor compartido.

Siempre hemos sido así, un trío muy unido, casi inseparables.

Cuando papá nos suelta por fin, Marc y Sian están de pie, incómodos, a unos metros de distancia; es obvio que no quieren interrumpir.

Mamá los abraza a ambos.

—Siento mucho que les haya pasado esto —dice.

Sian parece sorprendida y complacida. Ni siquiera se me ha ocurrido pensar en una novia cuya boda le ha sido arrebatada de la manera más terrible. El dolor te vuelve egoísta. Pero Sian y Marc nunca podrán celebrar su aniversario sin recordar esto. Solo a mamá se le ocurriría reconocer la pérdida de ellos en medio de la nuestra.

—Queríamos estar contigo en la rueda de prensa —me dice Marc—. Algunos de los otros van a bajar también. Apoyo moral.

—Deberíamos buscar un abogado —sugiere papá—. No importa lo que la policía diga ahora, empezarán a investigarte, si no lo han hecho ya. Y también necesitarás a alguien que se encargue de la prensa. Después de la conferencia, la historia adquirirá vida propia. Necesitamos a alguien que te quite la prensa de encima para que puedas concentrarte en hacer lo que tienes que hacer.

—Yo lo haré —se ofrece Marc—. Tengo algunos contactos en los medios de aquí y en mi país.

—De acuerdo —convengo.

Mamá está observando a Lorenz y a Bates mientras hablan con sus colegas junto a la puerta de la sala de conferencias. Debajo de ese brillo de competencia maternal que he conocido toda mi vida, parece asustada y como si hubiera envejecido de pronto. Todavía no ha cumplido los sesenta, pero ha tenido dos roces con el cáncer y su querida nieta ha desaparecido. Tiene la piel amarilla y cerúlea, y bolsas grises bajo los ojos. Me alegraré cuando llegue mi hermana para cuidar de la persona que necesito que me cuide.

—¿A qué hora llega el vuelo de Harriet? —le pregunto a papá.

—Las Shetland quedan muy lejos, cariño —dice—. Lottie estará en casa mucho antes de que Harriet pueda llegar aquí.

Tardo un momento en darme cuenta de que mi hermana no va a venir. Nuestra relación siempre ha sido compleja. Después de todo somos hermanas. Amigas y rivales en partes iguales. Siempre envidié la capacidad de Harriet para aprovechar las batallas que yo libraba como primogénita con nuestros padres sobre la hora de llegar a casa, los chicos y la escuela; ella se resentía porque nunca podía hacer nada primero. De niña, nunca se me ocurrió que pudiera sentirse excluida del triunvirato de autosuficiencia que mis padres y yo habíamos establecido antes de que ella naciera dos años después. Solo en tiempos recientes me he preguntado si su retirada a las Shetland fue una retirada táctica, precipitada por un instinto de autopreservación.

También soy consciente de la crueldad del destino: la hermana que priorizaba el trabajo sobre la familia había tenido una hija que no había pedido, mientras que Harriet, que lo único que había querido siempre era un bebé, nunca tendría uno propio. Pero nos queremos mucho. Jamás lo he cuestionado.

Y ella venera el suelo que pisa Lottie; eso tampoco lo he dudado nunca. Harriet fue la primera que me visitó en el hospital después de que naciera Lottie, y a diferencia de mí, tenía un talento natural con el bebé. Lottie sufría de cólicos y a los pocos días de volver a casa, Luca y yo estábamos exhaustos. Nada de lo que hacíamos la tranquilizaba: le frotábamos la espalda, le poníamos una bolsa de agua caliente en la panza, le dábamos agua de anís; incluso cambié mi dieta y suprimí toda la comida picante, por si algo en mi leche la irritaba. Pero no importaba lo que intentáramos, ella gritaba sin cesar, durante horas. A veces no sabía si era Lottie o yo la que lloraba.

Cuando tenía una semana, llamé a Harriet, que se estaba quedando en casa con mamá y papá, y le rogué que viniera y sacara a pasear a Lottie durante una hora para que pudiéramos dormir un poco.

En cuanto Lottie estuvo en los brazos de mi hermana, dejó de llorar. La llamábamos la encantadora de bebés. Lottie solo tenía que oír la voz de Harriet y se calmaba. Para sus destrozados padres, era como magia negra. Harriet nos ayudó durante las primeras seis semanas y estoy segura de que no fui la única que pensó que Lottie era hija de la hermana equivocada.

Después de la muerte de Luca, Harriet nos rescató de nuevo. A pesar de nuestras diferencias, creo que no hubiera podido arreglármelas sin ella. Ni Lottie ni yo estábamos preparadas para que yo fuera madre soltera a tiempo completo, y Harriet nos salvó a ambas.

Por eso que puedo creer que me haya fallado ahora.

Mientras mamá y papá suben a cambiarse después del largo vuelo, el grupo de la boda se reúne en el vestíbulo del hotel en una parodia inconsciente de las fotografías formales de ayer: Marc y Sian en el centro, con los padres de Sian detrás de ella y el padre de Marc, Eric, junto al hombro de su hijo. Catherine y Zealy los flanquean a un lado, y Paul e Ian al otro. Es la primera vez que veo a Ian desde nuestro encuentro en la playa, y cuando se da cuenta de que lo estoy mirando, se sonroja y aparta la vista.

Solo faltan las pequeñas damas de honor en el cuadro viviente, una realidad que desciende como un golpe en mi pecho.

La teniente me toca el brazo.

—Antes de que hable con los medios —me advierte—, hay algo que debe saber.

Me entrega una pequeña bolsa de plástico transparente para pruebas. Tardo unos instantes en comprender lo que tengo en las manos.

Pelo de mi hija.

Robada (versión latinoamericana)

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