Читать книгу Páginas de sangre - Thomas Harding - Страница 18

4 LA FAMILIA DE LA VÍCTIMA

Оглавление

A finales de 1958, Allan contactó con el editor Charles Skilton. Además de Luxor Press, que publicó títulos como Lesbian Love Old and New, Phallic Worship: A History of Sex and Sex Rites y Fanny Hill: Memoirs of a Woman of Pleasure, Skilton también publicaba con su propio nombre libros de temática menos pornográfica, entre ellos, la exitosa saga de Billy Bunter.

A pesar de existir ya más de treinta biografías escritas sobre George Bernard Shaw desde su muerte en 1950, Allan fue capaz de convencer a Skilton de que había espacio en el mercado para otra más. Durante los dos años siguientes, Allan realizó una serie de entrevistas con los residentes de Ayot St. Lawrence —el cartero, el tendero, el farmacéutico y varios vecinos de Shaw—, un grupo de voces al que llamó «simposio». En su opinión, Shaw tenía dos vertientes: primero estaba el gran «GBS» que conocía el gran público, y después el otro, «el ser humano —oculto tras su máscara o fachada— que para mí resultó virtualmente opuesto al anterior: sensible, reservado casi hasta la timidez». La nueva obra de Allan sería un homenaje a este último.

Allan pasó el invierno de 1960-1961 corrigiendo las pruebas del libro, que llevaba por título Shaw the Villager and Human Being. Entonces, el 19 de febrero de 1961 murió Karen, la madre de Allan. Tenía setenta y nueve años. Los médicos dijeron que falleció debido a su avanzada edad. A Allan, que tenía cuarenta y un años en aquel momento, le afectó profundamente la muerte de su madre. Siempre había tenido un vínculo más estrecho con ella que con su padre, y ella era la que ponía calma entre los dos cuando discutían. Al comienzo de Shaw the Villager, que fue publicado a la primavera siguiente, escribió: «Este libro está dedicado a mi madre. En recuerdo de su inquebrantable compasión y su apoyo incondicional e intemporal».

Sin embargo, al contrario de lo que sucedió con Russian Holiday, este nuevo libro no fue bien recibido por la prensa. Un crítico que se hacía llamar «Literary Lounger» («Holgazán Literario») lo describió como «interesante» pero «confuso». Otro crítico dijo que los comentarios de Allan «tenían el tono de un presentador que se esforzaba demasiado en que se produjera un debate». La crítica más dolorosa apareció en el Daily Mail, que Allan consideraba «su periódico». Bajo el titular «GBS hablando de sandeces y viceversa», el crítico anónimo calificó Shaw the Villager como una «recopilación elefantina de trescientas cuarenta y cuatro páginas», una «jungla de trivialidades» que contenía «necedades» del barbero de Shaw, tales como: «Me sorprendió el interés que mostraba el señor Shaw en todo, especialmente en las máquinas de cortar pelo eléctricas. Le encantaban. No era en absoluto un hombre anticuado».

En una «Nota al lector» que había al final de Shaw the Villager, Allan prometía un segundo volumen que, según dijo, se llamaría Shaw: «The Chucker-Out». Su reacción, tanto a la crítica literaria como a la muerte de su madre, fue sumergirse más si cabe en el trabajo.

Tras la muerte de Karen, y en contraste con el retraimiento de Allan, Archibald Chappelow empezó a salir más. Le gustaba particularmente asistir al Player’s Theatre, una bulliciosa y, en cierto modo, lujuriosa sala de fiestas de Covent Garden. Durante una de sus visitas, Archibald conoció a la gerente del teatro, Peggy March, una mujer atractiva y amante de la diversión que tenía veinticinco años menos que él. Peggy compartía la visión positiva de la vida que tenía Archibald, y no tardaron en salir juntos. En poco tiempo, él empezó a comprarle joyas, y alquiló un piso para ella en el West End. Nada de esto agradaba especialmente a Allan, que sentía que su padre traicionaba la memoria de su madre y estaba siendo demasiado generoso con sus limitados fondos. El negocio de su padre nunca acabó de recuperarse tras la guerra, y Allan habría preferido que en caso de gastar dinero lo invirtiera en la casa, que necesitaba reparaciones urgentes.

A principios del otoño de 1965, con un tiempo más frío y húmedo de lo habitual para esas fechas, Paul, el hermano de Allan, cogió una neumonía. A pesar de su discapacidad, Paul había prosperado, pasando de vender cigarrillos en un estanco local a ser el contable de un empresario tabaquero con sede en la calle Charles, en la zona central de Londres. Las personas que tenían ese moderado nivel de parálisis cerebral solían alcanzar las esperanzas de vida de la población general. De modo que supuso una gran conmoción que la dolencia de Paul empeorara y que este muriera el 7 de octubre de 1965 en su cama de Downshire Hill. Tenía solo cuarenta y nueve años. Allan había perdido a su madre y a su hermano en un intervalo de cuatro inviernos.

Su depresión empeoró con la publicación en 1969 de Shaw: «The Chucker-Out». El libro, que era una serie de fragmentos de pasajes pertenecientes a los textos y discursos de Shaw y contaba con una introducción de Vera Brittain, fue unánimemente vapuleado por la crítica. Stanley Weintraub, por ejemplo, renombrado crítico de Shaw que escribía en The New York Times, describió el libro como «valioso no gracias a las intervenciones editoriales de Chappelow, sino a pesar de ellas».

Al verano siguiente, el ambiente en la casa se vio en cierto modo apaciguado por la llegada de Torben Permin,[1] el sobrino nieto de Karen, de veinticinco años. El plan de Torben, que voló desde Copenhague (Dinamarca), era pasar una semana asistiendo a un curso para mejorar su inglés. La casa estaba hecha un absoluto desastre; se habían realizado muy pocas reparaciones desde hacía años. Torben durmió en un sofá en la primera planta, con las paredes y los muebles cubiertos de polvo. Todo espacio disponible estaba lleno de antigüedades y cuadros en varios estadios de renovación. El aseo estaba asqueroso, con la bañera verde y negra por las algas y el moho. Para el desayuno, Archibald le cocinaba huevos fritos con beicon en un hornillo del atestado sótano.

Durante su estancia en Londres, Torben acompañó al padre de Allan y a su novia Peggy cuando salían al teatro, al cine y a los restaurantes. Allan se negaba a salir con ellos, y prefería quedarse en su habitación. Torben observó que, cuando se encontraban en las escaleras o a la entrada del baño, Allan y su padre podían saludarse o darse los buenos días, pero hasta ahí llegaba su comunicación. Según le contaron, la comida de Navidad era la única ocasión en la que padre e hijo se sentaban a la misma mesa.

Las cartas que escribía Allan a su familia suponen una de las pocas formas que tenía de interactuar con el mundo exterior, y nos proporcionan una visión inusitada del estado mental en que se encontraba por aquella época. El 17 de diciembre de 1973, por ejemplo, le escribió a su prima Margaret Ainsworth de Austin (Texas):

En cuanto a las contribuciones que pueda hacer al árbol genealógico de la familia, el hecho es que a) no sé mucho al respecto, y b) aunque me interesa y me gustaría investigar sobre este asunto, estoy demasiado ocupado con la segunda edición de mi libro Shaw: «The Chucker-Out» como para emplear un minuto en otra cosa; y la investigación genealógica, como supongo que ya has descubierto, puede ser un asunto muy complicado que exige mucho tiempo.

Allan ya no escribía para el Daily Mail, y dejó de vender sus fotografías a otros periódicos. Pasaba muchas horas en su habitación leyendo y releyendo las cartas, discursos y manuscritos de George Bernard Shaw. Cuando sus amigos le preguntaban, decía que estaba trabajando en su nuevo libro sobre el genial escritor. La verdad era que sus esfuerzos no se traducían en grandes avances que pudiera mostrar.

En septiembre de 1976, el padre de Allan falleció en su propia cama. Acababa de cumplir noventa y cuatro años. Allan hizo los arreglos para que sacaran de la casa el cadáver del padre y lo incinerasen. Decidió no colocar las cenizas en la tumba que compartían su madre y su hermano en el cementerio de Highgate. Tampoco organizó ninguna misa funeraria, para sorpresa de sus primos británicos, daneses y estadounidenses.

Poco después de la muerte de su padre, Allan decidió que había llegado el momento de comprarse una nueva motocicleta. Aparcó su vieja Norton en el jardín delantero, la tapó con una lona y se fue de compras. En realidad, para él no había más que una opción, la Vincent HRD 1000, también conocida como la «Black Shadow», una motocicleta terriblemente veloz que hacía un ruido atronador. En cierta ocasión, cuando la pilotaba calle abajo, un policía lo detuvo y lo advirtió de que tenía que llevar indumentaria protectora. Allan compró un casco de piel suave de tiempos anteriores a la guerra y, desde aquel momento, lo lució siempre que rodaba por las calles de Hampstead, junto con una vieja gabardina Mackintosh atada por la cintura con una cuerda que aleteaba al viento por detrás.

Fue por esta época cuando conoció a John Sparrow, que vivía junto con su esposa Peggy en Darmouth Park, cerca de él. John y Allan decidieron ganar un dinero extra trabajando para la oficina de correos durante la temporada de Navidad. Tras una semana de instrucción básica, se encontraron sentados uno junto al otro, clasificando el correo en pequeños anaqueles de madera en función de su código postal. «Era un tipo simpático», recordó John Sparrow. «Siempre tenía conversación, podía hablar de cualquier cosa». Al cabo de dos semanas, aquel trabajo temporal finalizó, pero siguieron siendo amigos.

Allan hablaba abiertamente de la relación con su padre, tal vez porque acababa de morir, y lo describía como un «bruto» que trataba a su mujer y a su hijo con crueldad y que era «extremadamente desagradable» con quienes estaban a su alrededor. Un hombre que «se dedicaba a vaguear» y «nunca saludaba a nadie». Según decía, la razón por la que su padre nunca arregló la casa era que quería conservar su estado original. A consecuencia de ello, las cañerías eran primitivas y muchos de los desagües estaban en el exterior, con lo que a menudo se congelaban. A partir de esas conversaciones, y de otras, John Sparrow deducía que era «bastante posible», e incluso «probable», que Archibald maltratara físicamente a sus hijos y a su mujer.

Pero Allan también faltaba a la verdad. Le dijo a su nuevo amigo que no había entrado en acción durante la guerra porque tenía la obligación de cuidar de su hermano discapacitado. También afirmó que había tenido que convencer a la oficina de admisión de Cambridge porque no alcanzaba la nota de corte. Además, le contó a Sparrow que había mantenido romances con numerosas chicas y que pronto se casaría. Dado el olor corporal de Allan y su costumbre de vestir con ropa sucia, por no hablar de las condiciones ruinosas de la casa, Sparrow no se creía en absoluto esas historias. Para él eran meras «fantasías».

John Sparrow fue uno de los pocos amigos, si no el único, al que Allan invitó a su casa, y sucedió solo en una ocasión. Al entrar en el número 9 de Downshire Hill, Sparrow se percató de que había enormes cantidades de antigüedades valiosas almacenadas en las habitaciones de abajo. En las plantas superiores, había columnas de libros y de papeles con escritos. «Era bastante reservado —dijo Sparrow—. Había cierto halo de misterio en torno a la casa».

Cuando Chappelow se reunía con sus amigos, siempre lo hacía bajo sus propias condiciones. Se montaba en su motocicleta y «hacía la ronda», según decía él mismo, para dejar regalos de Navidad o parar a tomar una copa. Al no tener teléfono en casa, era difícil localizarlo para concertar una cita con él y nunca dejaba entrar a nadie en su vivienda.

A pesar de criticar a su padre por ese mismo motivo, Allan se negaba a invertir en la casa. No tenía los fondos necesarios para devolver la gloria pasada a la propiedad, y en lugar de renovar la instalación eléctrica, la calefacción o la fontanería —lo cual pensaba que alteraría el tejido histórico de la casa—, decidió quedarse de brazos cruzados. Así fue como el edificio empezó a desmoronarse a su alrededor. El jardín estaba cubierto de vegetación, la pintura de las paredes estaba resquebrajada y desconchada. En su interior, las pilas de papeles, los libros antiguos, los cuadros a medio restaurar y los muebles viejos se amontonaban uno encima de otro para convertirse en montañas inamovibles, hasta que finalmente no quedaba más espacio sobre el suelo y resultaba imposible entrar en muchas de las habitaciones. Las cañerías dejaron de funcionar; el depósito de agua fría se soltó de su soporte, traspasó el suelo del desván y nunca fue reparado. El hornillo de la cocina se convirtió en una superficie más sobre la que almacenar cosas.

Hampstead Village también había cambiado desde los tiempos de juventud de Allan. Durante las décadas de 1960 y 1970 había aumentado su reputación como destino residencial codiciado, y, dada su proximidad al centro de Londres y su atractiva combinación de casas de estilo regencia, georgiano y victoriano, así como los beneficios de vivir cerca del parque Heath, los precios subieron enormemente. Las viviendas más grandes eran divididas en pisos separados, lo que permitía a los arrendadores conseguir rentas más elevadas. Del mismo modo, los comercios tradicionales se vieron obligados a marcharse debido a los alquileres prohibitivos y a la subida de impuestos del ayuntamiento. La tienda de materiales de bellas artes Hegner’s, la farmacia Morris, la panadería Rumbold’s y el garaje Ruby’s cerraron y fueron reemplazados por boutiques de moda, bares de tapas, establecimientos de utensilios de cocina de diseño y nuevos bloques de apartamentos. Los negocios familiares de la charcutería, la joyería y la cafetería se enfrentaron a un destino parecido, y fueron sustituidos por grandes cadenas y restaurantes caros. Finalmente, en 1980, McDonald’s adquirió un edificio en Hampstead High Street.[2] Parece que a los residentes locales esto les pareció ir ya demasiado lejos, e iniciaron una campaña para impedir que la cadena de hamburgueserías obtuviera el permiso de urbanismo, una disputa que se prolongaría durante más de una década.

Dado el aumento del valor de mercado, para Allan habría sido fácil, e incluso sensato, trasladarse a una vivienda más pequeña y gestionable. De hecho, no pasaba una semana sin que recibiera en su buzón un sobre preguntando si estaba interesado en vender. Pero Allan, igual que su padre, se había comprometido fuertemente a mantener la casa. Para él, el número 9 de Downshire Hill era mucho más que un edificio de estilo regencia en una localización envidiable. Allí se sentía cómodo, conocía cada uno de sus rincones. Le recordaba a su madre y a su hermano. La mayoría de las personas no disfrutarían viviendo en unas condiciones cada vez más deplorables, pero a él no le importaba en absoluto. Haría cualquier cosa para proteger esa casa. Era su hogar.

A lo largo de la mañana del 16 de junio de 2006, el agente encargado de hacer de enlace con la familia, Gerald Pickering, intentó establecer contacto con los parientes de Allan Chappelow. Había hablado con dos de los primos ingleses de la víctima, Michael y James Chappelow, pero ese hilo no llevaba a ninguna parte. Eran primos lejanos que apenas conocían a Allan y no podían proporcionar el contacto de ningún otro miembro de la familia. James Chappelow admitió que ni siquiera había conocido a su primo; la única vez que había intentado visitar el número 9 de Downshire Hill nadie contestó cuando llamó a la puerta. Por su parte, Michael no había visto a Allan desde hacía muchos años, y no tenía ninguna información valiosa que compartir.

No obstante, Pickering disponía de una pista acerca de otros familiares. Durante la primera búsqueda en el número 9 de Downshire Hill, la policía había encontrado una carta de una prima estadounidense de Allan, Patty Ainsworth. Estaba fechada el 4 de marzo de 2006, unas semanas antes de su viaje a Estados Unidos.

Pickering contactó con la oficina del Fiscal General de Austin (Texas), a través de Interpol, la red policial internacional. Unos días más tarde, dos miembros de la oficina del fiscal llegaron a la pequeña casa revestida de madera de Patty en Delwood, un barrio tranquilo al sureste de la ciudad. Al ver que no contestaba nadie, rodearon el inmueble y encontraron a Patty descargando la compra de su coche. Le mostraron sus identificaciones, le pidieron que les confirmara que se trataba de ella y, sin aviso previo, le dijeron que habían encontrado a su primo Allan Chappelow muerto en su casa de Londres.

«¿Cómo ha muerto?», preguntó cuando los hombres ya estaban a punto de marcharse. «Ha sido asesinado», dijeron, y le pidieron que se pusiera en contacto con Gerry Pickering de la Policía Metropolitana de Londres. Querían saber cuándo había sido la última vez que tuvo noticias de Allan tras su regreso a Inglaterra. Unas horas más tarde, Pickering recibió un correo electrónico de Patty Ainsworth. «Detective Pickering —escribió—. La carta que recibí de Allan fue escrita el 4 de mayo y tenía un matasellos del 6 de mayo. Habla sobre su viaje a Austin. Si necesita una copia de esa carta, hágamelo saber y podré enviársela por correo o fax». Unas horas más tarde, Pickering respondió que la carta era importante, ya que demostraría hasta qué momento permaneció Allan con vida. Sin duda le gustaría ver la carta, dijo, pero le sugirió que enviara una copia para que no se perdiera el original en el envío.

Pickering recibió otro correo electrónico de Patty Ainsworth al día siguiente; esta vez adjuntaba una copia de la carta de Allan del 4 de mayo. «He estado en contacto con Michael Chappelow —escribió—, y nos preguntábamos si habrían encontrado por casualidad algún testamento entre los papeles de Allan». Pickering respondió ese mismo día, explicando que había hecho que examinaran la carta en la oficina de correos y que le habían dicho que había sido enviada entre las 18.30 del viernes 5 de mayo y el mediodía del sábado 6 de mayo. «De modo que puede conservar la carta, ya que es una prueba oficial del caso. Todavía estamos intentando trazar los últimos movimientos de Allan».

Respecto al testamento de su primo, Pickering dijo que no habían encontrado copia alguna en el número 9 de Downshire Hill y que preguntarían en los bancos de la víctima para comprobar si tenía algún abogado. «Por el momento la casa pasará a manos del gobierno local a partir de esta semana, ya que no hemos encontrado rastro de ningún pariente directo. En el sentido de hermanos, hermanas o primos de primer grado». El mensaje estaba claro: ni ella ni Michael Chappelow tenían muchas posibilidades de beneficiarse de la sustancial herencia de Allan Chappelow.

Pickering no tardó mucho en localizar a los primos daneses de Allan Chappelow. Mientras revisaban su diario de 1994, que los inspectores del escenario del crimen habían recogido del número 9 de Downshire Hill, Pickering vio una lista de tarjetas de Navidad. Sobre ella estaba escrito el nombre «Merete». También descubrió una tarjeta de negocios con el mismo nombre y decidió contactar con ella.

Merete Karlsborg le confirmó por vía telefónica que era la hija de una prima hermana de Allan —su abuelo Aage Permin era hermano de Karen—, lo que la convertía en el pariente vivo más cercano de los que había encontrado hasta la fecha. Merete puso en contacto después al detective británico con tres primos que tenían vínculos igual de cercanos con Allan, uno de los cuales era Torben Permin.

Dado que Torben hablaba un inglés excelente y había visitado a Allan en Londres, fue designado enlace familiar principal para los agentes de policía británicos.

Cuando Torben preguntó respecto a los preparativos para el funeral de su primo, Pickering le dijo que eso le tocaba decidirlo a la familia, aunque tendrían que esperar hasta que los agentes de investigación estuvieran preparados para poner el cuerpo a disposición de la familia. Pickering dijo que volvería a ponerse en contacto con él en cuanto tuviera más información que ofrecerle.

Páginas de sangre

Подняться наверх