Читать книгу Heartsong. La canción del corazón - TJ Klune - Страница 14

PROTÉGEME/ CONFÍO EN TI

Оглавление

–Santo cielo –gemí–. ¿Llamas a esto música?

Ezra sonrió.

–Siéntete libre de sacar la cabeza por la ventana como un buen lobo si piensas que estarás mejor así.

–Eso es especismo. Deberías sentirte muy mal y pedir disculpas.

Pero bajé la ventanilla de todos modos. Hacía más calor que en Maine. Me sentía rígido y dolorido, listo para largarme del coche, especialmente porque habíamos estado escuchando a una mujer ulular en italiano durante la última hora. Ezra pensaba que escuchar ópera me enseñaría a ser más culto, pero era una tortura la mayor parte del tiempo. No ayudaba estar atascados en el tráfico cerca de Fredericksburg, una ciudad pequeña a las afueras de Washington D. C. El aire estaba cargado del humo de los caños de escape, y sentía, con bastante convicción, que nos envenenaría y moriríamos.

–Me siento muy mal y pido disculpas –recitó Ezra, obediente.

–No te creo.

–Ah. Bueno. Por lo menos lo intenté –pero, porque no era un completo imbécil, le bajó el volumen a la mujer que chillaba acerca de su amor perdido, tallarines o algo por el estilo–. Ya casi llegamos.

–Eso has estado diciendo durante las últimas dos horas.

–¿Cómo es que no sabía que eras así? –se preguntó, echándome un vistazo.

Dejé caer la mano fuera de la ventanilla, y le di golpecitos al costado del vehículo.

–Porque nunca hemos tenido que viajar tanto antes.

–Podríamos haber tomado un avión.

Puse los ojos en blanco.

–Sí. Porque un hombre lobo en un tubo de metal cerrado con un montón de desconocidos y niños que gritan es siempre una buena idea.

–No has volado jamás.

–Nunca fue necesario –me encogí de hombros–. Y no me gusta la idea de estar… tan arriba. Me gusta tener los pies sobre la tierra.

El auto avanzó milimétricamente.

–No es tan malo como crees.

–Creo que es bastante malo, así que… –un letrero más adelante indicaba que nuestra salida estaba a unos pocos kilómetros. Sentí alivio. Llegaríamos a la manada antes del anochecer–. ¿Saben que vamos?

–Han sido notificados, sí. No respondieron, pero hemos cumplido con el protocolo.

–¿Y qué hacemos si no están?

Sentí que me miraba.

–¿Dónde podrían estar?

–No lo sé. Pero si cortaron la comunicación con Michelle, ¿qué te hace pensar que querrán vernos?

–Porque no son estúpidos –explicó Ezra, pacientemente–. Saben que las reglas existen por una razón. Si no están, los esperaremos. Tienen que volver, en algún momento. Es su hogar. No lo abandonarían. El territorio es importante para los lobos, en particular para un Alfa.

–¿Y si nos atacan?

–¿Por qué lo harían? –parecía sorprendido.

–Quizá no quieren vernos. Quizá hay una razón por la que dejaron de comunicarse.

–Puede ser, pero sea la razón que sea, nuestro trabajo es asegurarnos de que entiendan las reglas y que las sigan.

Nunca nos habíamos enfrentado a una manada que continuara siendo verdaderamente desafiante una vez que le hubiéramos recordado su lugar. Los desacuerdos eran inevitables, pero Michelle no era tan rígida como para no prestarle atención a los problemas de los lobos.

Éramos sus emisarios, una extensión de ella, y a algunas de las manadas yo les caía mal a primera vista por eso. Siempre les explicaba que entendía lo que estaban haciendo y que yo era un mediador. Un conciliador. Trasladaba sus preocupaciones a la Alfa de todos, y si ella consideraba que sus inquietudes eran válidas y que su intervención era requerida, se encontraba con ellos cara a cara. Todo el mundo sentía que había sido oído. A veces se hacían cambios.

A veces, no.

Como sea. Esto se sentía un poco distinto

–Si pasa algo raro, te quedas detrás de mí –le dije a Ezra,

Se rio.

–¿Me protagerás?

–Sí.

–Te creo.

–Bien.

–Aunque sabes que no lo necesito.

–Qué importa. Déjame hacer esto, ¿entendido? Me hará sentir mejor.

–Está bien, Robbie. Lo que necesites.

Avanzamos.


Nos estaban esperando.

Vivían a las afueras de Fredericksburg, la ciudad desaparecía en las ondulantes tierras de cultivo a medida que nos alejábamos. Me desconcertaron las extensiones de campo donde debía haber árboles, pero sobre gustos no hay nada escrito. Seguramente tenían un lugar donde correr cuando lo necesitaban.

El GPS nos condujo a una entrada de grava al final de un camino de un solo carril. El sol comenzaba a ponerse y el cielo tenía el color de un moretón profundo. Los truenos retumbaban a lo lejos, detrás de unas nubes oscuras.

El coche cayó en un bache hondo y reboté en el asiento. Giré para gritarle a Ezra que redujera la velocidad, maldita sea, pero se detuvo, sus manos nudosas aferradas al volante, la mirada fija hacia adelante.

La entrada de grava se abría a un círculo frente a una casa vieja. Era distinta a la fotografía que Michelle me había enviado. Esa casa era una ruina; parecía más sencillo demolerla que repararla. Pero, al parecer, la habían arreglado muy bien. El porche estaba recién pintado, y también los postigos. Habían cambiado el techo y el revestimiento. La estructura de la casa era la misma, pero se las habían arreglado para luciera casi nueva.

Y estaban de pie frente a ella.

La piel me hormigueó de inquietud al estar en el territorio de una Alfa desconocida sin permiso.

Un hombre mayor de color estaba de pie delante de los demás. De brazos cruzados, nos observaba a través del parabrisas. Su expresión no delataba ninguna emoción, pero sus ojos brillaban naranjas. Incluso con el ruido del motor podía oír su gruñido grave.

Dos hombres más jóvenes estaban de pie detrás de él. Mellizos, una rareza en aquellos nacidos lobos. Ambos eran pálidos, con el cabello negro y rizado. Uno era más delgado que el otro, y parecía nervioso: su mirada iba de su hermano a nosotros.

El hermano tenía el ceño fruncido, los brazos y el pecho musculosos. Yo les llevaba unos cuantos años. Si el archivo estaba en lo correcto, apenas tenían diecisiete años.

El hombre mayor giró levemente la cabeza. Parecía que iba a hablar, pero en vez de hacer eso se hizo a un lado, dejando al descubierto a la Alfa.

Lucía tan cansada y pálida como los mellizos. Ojeras profundas le oscurecían la piel debajo de los ojos, y estaba más delgada que en la fotografía, aunque había sido tomada hacía unos pocos meses. Llevaba el pelo recogido en una coleta suelta y sus ojos no tenían brillo, hasta que se llenaron de rojo. Me inundó, ajena e inmediatamente.

Estaba enojada.

Resignada, pero enojada.

Nos esperaban.

Ezra tenía el ceño fruncido y aferraba el volante con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

–Apaga el motor –dije en voz baja–. Y quédate dentro. Prepárate para salir cuando te avise.

–Pero…

–Por favor.

Suspiró.

–¿Me prestas atención por un instante, antes de salir sin más?

–Sí. Siempre –los colmillos me escocían en las encías–. Pero nos escuchan.

–Lo sé –sonrió levemente–. Están asustados, aunque no deberían estarlo. No hemos venido a lastimarlos. Mantén la cabeza fría. Todos formamos parte del bien común. A veces es necesario que nos lo recuerden. Eres un buen chico, Robbie. Confío en ti. Ellos no, aún. Pero lo harán.

Inspiré hondo y exhalé lentamente.

Estiré la mano para tomar la manija. Estaba a punto de moverla cuando Ezra apretó el acelerador. Sonó fuerte en el silencio y ahogó todos los demás sonidos. Los lobos frente a nosotros hicieron una mueca de dolor. Se inclinó rápidamente hacia mí; sentí su aliento tibio en mi oreja.

–Di poco y escucha bien –susurró.

Levantó el pie del acelerador y el motor quedó al ralentí.

Lo miré y asentí.

Apagó el auto mientras yo abría la puerta y me acomodaba las gafas sobre la nariz. Los lobos Beta gruñeron al unísono, pero se callaron cuando la Alfa alzó la mano.

La grava crujió bajo mis pies mientras caminaba al frente del auto. Mantuve la distancia. No era tan estúpido como para acercarme más sin ser invitado. Ya les habíamos invadido bastante.

Me sudaban las palmas cuando cerré las manos en puños. No me habían salido las garras, pero no faltaba mucho. No había perdido el control de mi transformación desde que era cachorro. No sabía por qué me sentía tan cerca ahora. Abrí la boca, hice crujir la mandíbula y mantuve mis colmillos bajo control a pura fuerza de voluntad. Demostrar agresividad era lo peor que podía hacer en ese momento.

Así que hice lo que se me había enseñado.

Ladeé la cabeza y expuse mi cuello. Dejé que mis ojos brillaran naranjas ante la Alfa.

–No queremos lastimarlos –dije, en voz baja–. Vengo en nombre de la Alfa de todos, quien les manda sus saludos. Alfa Hughes está preocupada por ustedes. No ha tenido noticias en mucho tiempo.

–Estamos bien –gruñó el mellizo más corpulento–. No los necesitamos. Váyanse.

–John –exclamó la Alfa. Giró la cabeza, sin quitarme los ojos de encima–. Ni una palabra más.

John parecía a punto de discutir, pero cerró la boca y me miró con odio.

–Si les pidiera que se vayan y que le digan a la Alfa Hughes que apreciamos su preocupación, ¿lo harían?

–Probablemente, no –respondí con sinceridad–. Y aunque lo hiciéramos, tendríamos que volver, probablemente con más gente.

A los mellizos no les gustó eso. Les salieron los colmillos.

–Pero no quiero que pase eso –añadí rápidamente–. Preferiría que quedase entre nosotros.

La Alfa se rio, sin humor.

–Entre nosotros. Y a quien sea que se lo cuenten cuando regresen.

Era inteligente. Más me valía tenerlo en cuenta.

–Solamente a aquellos que deban saberlo. No suelo desperdigar intimidades de las manadas a quienes no les concierne.

Se quedó callada, siempre atenta.

–¿Quién eres? –preguntó de pronto, mirando hacia el automovil y luego a mí–. ¿Y quién es el brujo?

–Es Ezra. El brujo de la Alfa de todos.

–Pensé… ¿Qué sucedió con el brujo anterior? –parecía confundida.

No entendí de qué estaba hablando. Ezra había sido el brujo de Michelle desde hacía un largo tiempo.

–Me parece que está equivocada. Solo he conocido a Ezra. Pero estoy allí hace poco. Quizás había otro, pero ahora es él.

Asintió con lentitud.

–¿Y tú eres?

–Robbie. Robbie Fontaine.

Los hermanos seguían mirándome con el ceño fruncido.

La expresión de la Alfa no cambió.

Pero la del hombre mayor… Fue pasajero, una expresión mínima. Pasó y se fue.

Como si conociera mi nombre.

Mi reputación me precedía. No sabía si era algo bueno o malo.

–Robbie –repitió la Alfa–. Robbie Fontaine.

–Sí.

–¿Quién eres? –volvió a preguntar, como si fuera más que una pregunta, más de lo que las palabras significaban.

Lobito, lobito, ¿no lo ves?

Jaló.

Tironeó.

–Soy el segundo de la Alfa Hughes –dije, y el ansia de transformarme era intensa e irritante.

Sacudió la cabeza.

–Lo sé. Puedo verlo. No es eso lo que pregunto.

Abrí la boca –para decir qué, no sabía– cuando el auto chirrió detrás de mí.

Los lobos dejaron de mirarme y posaron la vista sobre Ezra mientras bajaba del coche. Maldije por lo bajo mientras él se quejaba. Avanzó lentamente hacia mí, haciendo muecas por el dolor que le causaba su viejo cuerpo. Murmuró entre dientes algo acerca de los idiotas frente a él.

–Te dije que te quedaras en el auto –dije por lo bajo, aunque todos me podían oír.

–Parecía que necesitabas apoyo –con un tono más alegre de lo que la tensión de la situación requería. Chocó el hombro contra el mío y luego hizo la reverencia más profunda que pudo. Apenas hizo un gesto ante el dolor de espalda–. Alfa. Gracias por escucharnos. Como ha dicho mi joven amigo, no tenemos malas intenciones. Solo queremos un intercambio de información. Nada más.

–¿Un intercambio? –preguntó la Alfa, con un tono peligroso–. Un intercambio implica que ustedes tienen algo que yo quiero.

–Ah, ya se nos ocurrirá algo –afirmó Ezra–. Solo pedimos que nos escuche, y prometemos que la escucharemos. Le doy mi palabra.

La Alfa se relajó levemente. Asintió y volvió la vista hacia su manada. No sé qué vieron en su rostro, pero no parecían contentos.

–Una noche –dijo, posando la vista sobre nosotros de nuevo–. Pueden dormir en el granero. A la mañana, partirán, sea lo que sea que hablemos.

–De acuerdo –asintió Ezra, como si fuera lo más sencillo del mundo.

–Me llamo Shannon Wells –dijo, con la voz más suave–. Y soy la Alfa. Estos son John y su hermano, James.

John frunció el ceño aún más.

James saludó nerviosamente.

–Y este es mi segundo –explicó Shannon, señalando con la cabeza al otro hombre–. Malik.

Malik no dijo una palabra.

–Son bienvenidos en mi territorio –continuó Shannon–. Pero si sospecho que sucede algo raro, los mataré a los dos, sin importar las consecuencias. ¿Me creen?

–Sí –asintió Ezra–. Le creo.

–Bien. Aparquen junto al granero. Es casi la hora de la cena. Pueden unirse a nosotros si lo desean. Estoy segura de que tienen mucho para decir, aunque yo no sé si quiero escucharlo.


El interior de la finca era más moderno de lo que esperaba, aunque parecía ser una obra en proceso. Olía levemente a pintura húmeda, así que debía haber pasado un mes o dos desde su aplicación. Más que nada, olía a ellos cuatro, como debería oler el hogar de una manada.

Hacia la izquierda de la entrada había una sala de estar grande, con un sofá modular colocado alrededor de un televisor montado encima de una chimenea. Me hizo gracia descubrir una pila de viejas películas de monstruos en blanco y negro sobre una estantería. Parecían ser todas de hombres lobo.

–Me gustan –dijo una voz.

Miré de reojo y me encontré con James a mi lado, retorciendo las manos con nerviosismo.

–¿Sí? He visto bastantes. Son buenas. Graciosas. Se equivocan en muchas cosas pero otras no están tan mal. Te hace pensar si no habrá habido lobos reales trabajando en ellas, ¿sabes?

Asintió, aliviado.

–Es…

–Jimmy –lo interrumpió con aspereza John–. Ven aquí.

Jimmy abrió los ojos como platos y avanzó hacia su hermano. John le pasó el brazo sobre los hombros y me miró con furia, como si pensara que yo estaba a punto de atacar a su hermano. Se inclinó y le besó la sien.

–Quédate junto a mí, ¿entendido?

Jimmy lucía molesto, pero no protestó,

Malik desapareció escaleras arriba sin mirar atrás cuando Ezra cruzó el umbral. Shannon cerró la puerta detrás de él.

–No hay protecciones –dijo Ezra, como si hablara del clima

–No hay brujo –replicó Shannon–. Pensé que ya sabían eso.

–Puedo ayudarla con eso, si quiere.

–No querría eso para nada.

La respuesta de Ezra fue asentir. Se quedó de pie, las manos a la espalda, a la espera de que Shannon tomara la iniciativa.

–El piso de arriba está vedado –aclaró, y no pude creer lo joven que era–. No quiero que estén en nuestras habitaciones. Malik tiene una oficina en la planta baja donde trabaja, y podemos usarla después de cenar.

–Por supuesto –afirmó Ezra–. Lo que le parezca mejor, Alfa.

Me miró y sonrió.


La cena fue, en una palabra, incómoda.

Malik se mantuvo en silencio, siempre vigilante.

Jimmy intentaba conversar, pero cada vez que yo intentaba responderle, John le decía a su hermano que se callara.

Shannon no parecía compungida en lo más mínimo. No la culpaba.

A mitad de la comida, cuando Ezra habló, las cosas cambiaron.

Se limpió la boca con la servilleta casi con delicadeza y la extendió sobre su falda.

–John, ¿verdad? –preguntó.

–¿Sí? ¿Qué? –John apretó el tenedor con fuerza.

–¿Estás bien?

–Sí.

–¿Eres feliz?

–Sí –no parecía feliz.

Ezra asintió y miró a Jimmy.

–Y cuidas a tu hermano, según puedo ver.

John miró a Shannon, quien alzó la barbilla a modo de respuesta.

–Sí. Pero él también me cuida. Es lo que hacemos el uno por el otro. Somos manada.

–Él es más grande –apuntó Jimmy, orgulloso.

–Y él es más inteligente –aclaró John, que parecía molesto, pero no con su hermano. Todo el veneno de su voz estaba dirigido a nosotros. Me pregunté qué sabría. Por qué su aversión era tan evidente.

–Bien –dijo Ezra–. Mantiene las cosas equilibradas. Dependen el uno del otro.

–Pero sabemos cuidarnos –contestó John–. Jimmy es pequeño, pero puede patearles el trasero llegado el caso.

–Soy duro –confirmó Jimmy.

Shannon suspiró.

Malik no abrió la boca.

–No me cabe duda –dije–. La gente asume cosas que no debería. Seguro que les demuestras que se equivocan todo el tiempo.

Jimmy me sonrió de oreja a oreja.

John no.

–¿Y van a la escuela? –preguntó Ezra, como si estuviéramos entre amigos.

Ambos miraron a Shannon de nuevo. Ella asintió.

–Estamos a punto de terminar cuarto año de la secundaria –dijo a regañadientes John–. Nos quedan unas semanas antes de las vacaciones de verano

–¿Y hay otros lobos en la escuela?

–No –explicó Jimmy–. Somos los únicos. Y no le contamos a nadie. Lo juro.

Se removió en el asiento, incómodo.

–Me alegra oír eso –dijo Ezra–. La mayoría de las personas no lo entendería.

Malik carraspeó y habló por primera vez. Su acento era más marcado de lo que esperaba, dulce y casi musical.

–Y, ya que terminaron de comer, deberían estar estudiando para los finales, ¿no es cierto?

Jimmy gruñó.

John puso los ojos en blanco.

–Sí –dijo Malik–. Qué vida tan terrible tienen. Arriba, arriba. Yo me haré cargo de las labores domésticas esta noche. Jimmy, quiero ver ese libro de Matemática abierto. John, he revisado tu ensayo y te he hecho algunas sugerencias. Léelas y haz los cambios que consideres necesarios.

Jimmy pareció a punto de protestar y me miró, pero John lo tomó del brazo y lo arrastró escaleras arriba.

Shannon alzó la vista hacia el cielorraso, mientras los chicos hacían el ruido de doce personas.

–Oirán cada palabra que digan, aunque no deban hacerlo.

–¡No estamos escuchando! –gritó Jimmy desde arriba.

–Seguro que sí –se rio Ezra–. No se recibe la visita de otra manada todos los días.

Malik y Shannon intercambiaron una mirada.

–Estamos bien como estamos. No necesitamos a nadie más.

–Los lobos son criaturas de manada –dijo Ezra.

–Y tenemos una.

Ezra tomó un sorbo de té.

–Puedo ver eso. Fue su madre quien los recibió, ¿correcto? Cuando se quedaron solos.

–Sí. Han estado con nosotros desde que eran pequeños. No conocen a nadie más –la Alfa entrecerró los ojos–. Y no lo necesitan. No iremos a ningún sitio.

Era un desafío. Me alarmé

–Ah, ey, no. Por supuesto, no pasará nada. No estamos aquí por eso –Y, porque sentí que era lo correcto, añadí–: Y siento mucho lo de su madre. Alfa Hughes habla muy bien de ella.

Shannon me miró fijo sin acusar recibo.

–¿Por qué están aquí?

–Porque la Alfa Hughes está preocupada –expliqué–. Se preocupa por todos los lobos. No pretende quitarles nada. Ni su manada. Ni su territorio. Lo único que quiere es que haya líneas de comunicación abiertas. Estamos mejor juntos que separados. La unión hace la fuerza.

–Para protegernos –dijo Shannon, girando la cuchara que tenía junto al plato una y otra vez.

–Exactamente –confirmé, aliviado.

–¿De qué? –preguntó Malik.

Parpadeé.

–Del mundo exterior.

Shannon resopló.

–¿Y qué saben ustedes de eso? Alfa Hughes se sienta en su trono en su pequeño reino amurallado. No sabe una mierda acerca de nosotros. Cómo es estar en el mundo exterior.

Miré de reojo a Ezra. No me devolvió la mirada.

–Eso no es verdad. Estaría… estaría aquí ella misma, si pudiera.

Shannon notó el salto delator de mi corazón.

–Lo dudo.

–Sea como sea –dijo Ezra–, ayudaría si se comunicaran de vez en cuando. Evita… complicaciones. Shannon, si es posible…

–Alfa Wells.

–Alfa Wells –continuó Ezra, sin inmutarse–, si pudiéramos hablar en privado. Solo nosotros dos. Estoy seguro de que podría aclararle lo que mi joven amigo quiere decir con que la unión hace la fuerza.

Hubo un largo momento de silencio. Intenté cruzar la mirada con Ezra para decirle que era mala idea, que Michelle quería que permaneciéramos juntos, pero tenía la vista clavada en la Alfa.

–Está bien –Shannon se incorporó–. Malik, usaremos tu oficina.

–Si estás segura –asintió él.

–Lo estoy. Cuanto antes oigamos lo que han venido a decir, más rápido se marcharán.

–Eso es todo lo que pido –afirmó Ezra. Se levantó lentamente, con un quejido. Se lo veía rígido, más de lo habitual. El viaje en auto no le había hecho ningún favor a su cuerpo. Tendría que mantenerme atento.

–Robbie, tal vez puedas ayudar a Malik a levantar la mesa. Es lo mínimo que podemos hacer por nuestros anfitriones.

No, no quería ayudar a Malik a levantar la mesa. Pero Ezra me clavó una mirada para que cerrara la boca. Sabía que podía cuidarse a sí mismo, pero los lobos cazaban dividiendo y conquistando. Esperaba, nada más, que no pensaran que Ezra era el más débil de los dos. Se equivocarían.

Shannon condujo a Ezra fuera del comedor y hacia el pasillo. Oí que se cerraba una puerta, y sus voces y latidos desaparecieron.

–Está insonorizada –explicó Malik–, comprenderás.

Flexioné las manos contra los muslos.

–Por supuesto. Parece… una buena Alfa.

–Lo es.

–Y John y Jimmy están bien.

–Sí.

–Es todo lo que importa –me lamí los labios.

–¿Sí? –dijo Malik, burlón–. Qué amable de tu parte.

Se puso de pie y comenzó a juntar los platos. No quería ser maleducado, así que lo imité. Me condujo hacia atrás, a la cocina. La ventana sobre el fregadero estaba abierta; los grillos cantaban y las ranas croaban. Coloqué los platos en el fregadero.

–Robbie Fontaine –dijo, cuando estaba a punto de volver a buscar más platos.

–¿Sí? –un estallido de risas llegó desde el piso de arriba. La casa se acomodaba alrededor nuestro, sus huesos se movían.

–¿De dónde eres? –preguntó sin mirarme, con la vista perdida más allá de la ventana.

–Caswell.

–¿De siempre?

–No. Yo… me mudé mucho.

–Mira.

Me froté el cuello. Ezra no era el único que padecía el largo viaje en auto.

–Una larga historia.

–Todos tenemos de esas, creo.

–Sí, supongo que sí. No es… importante. Me quedé huérfano de niño. Varias manadas me adoptaron. Una me ayudó durante mi primera transformación, y me quedé con ellos durante un tiempo.

–¿Pero?

–No lo sé –me encogí de hombros–. Me gustaba estar en movimiento. Sé que no es lo ideal para un lobo. Por los lazos de la manada y todo eso. Pero parecía ser lo correcto para mí. Quería ver todo lo que me fuera posible.

Malik se dio vuelta y se apoyó contra el fregadero.

–¿Y qué viste?

–La bondad en nosotros –dije, con sinceridad–. Los lobos… quizá no seamos tantos como antes, y no siempre estamos de acuerdo en todo, pero la manada es la manada. Es importante. Me aceptaron en casi todos los lugares a los que fui. Y aunque los vínculos entre nosotros eran siempre temporales, era suficiente.

–Para mantener al Omega a raya.

–Sí. Exacto. Nunca corrí peligro con eso. Me conocía lo suficientemente bien como para que no me sucediera. Luego fui convocado a Caswell, y he estado allí desde entonces.

–¿Convocado? ¿Dónde estabas antes?

–¿Antes? –le pregunté, frunciendo el ceño.

–Antes de ser convocado.

Negué con la cabeza. Me empezaba a doler.

–No es importante. Lo que importa es que Ezra me fue a buscar, y me dijo que era requerido.

–Por la Alfa Hugues.

No me gustaba el tono de reprobación en su voz, aunque no podía culparlo, la verdad.

–Sé que tiene… cierta reputación. Pero no sé si es merecida. No puedo imaginarme cómo es ser un Alfa, ¿sabes? Todo ese poder… Pero ¿ser la Alfa de todos? Tiene que hacer mella en un lobo. Lo maneja bien –añadí rápidamente–. Denle una oportunidad, ¿está bien? No sé qué es lo que ha escuchado Shannon. No sé lo que le ha sucedido. Sé que es una porquería que haya perdido a su madre de esa manera y convertirse en algo mucho antes de que lo pensara posible. Y me maravilla lo que ha logrado aquí. Pero no mentía cuando dije que la unión hace la fuerza.

–Provisoria.

–¿Qué cosa? –fruncí el ceño.

–La Alfa de todos. Michelle Hughes. Es provisoria. No debe ser…

Me tropecé. No sé cómo ocurrió. En un momento, estaba escuchando a Malik, oyendo sus palabras, y al siguiente, el dolor de mi cabeza estalló con un puf sordo. Me salieron los colmillos y se clavaron en mi labio. Me chorreó la sangre por la barbilla. Me sorprendí al ver mis garras cuando me las llevé a la cabeza para tomármela entre las manos.

Era

(lobito lobito)

como si hubiera perdido el control, como si no pudiera

(no lo ves)

respirar, no podía respirar y me iba a transformar en esta casa, mierda, y

(te veo te veo nunca)

tenía que salir, tenía que salir para no lastimar a nadie, para no lastimar a esos chicos

(te dejaré ir)

porque nunca sería capaz de lastimar a nadie, yo nunca

–Robbie –dijo Malik.

Y así, sin más, terminó.

Alcé la vista mientras bajaba las manos con lentitud. Mis colmillos y mis garras se habían retraído.

Malik me observaba con recelo. Tenía las garras afuera y los ojos naranjas.

–Lo siento –dije, sofocado, limpiándome la sangre del labio–. No quise.... No quise… No sé qué demonios sucedió.

–Perdiste el control de tu transformación –no se movió.

–Lo sé. No sé qué lo provocó –sacudí la cabeza e intenté despejar la niebla–. Juro que no me había sucedido en años. Si hubiera sido así, no habría venido jamás. Michelle no me habría enviado. Yo no pondría jamás en riesgo a esos chicos.

Sus garras se retrajeron lentamente.

–Te creo –dudó. Miró hacia el pasillo. Los únicos sonidos eran los de la estructura de la casa y los de los chicos en el piso de arriba–. ¿Puedo confiar en ti?

Me tomó por sorpresa.

–Eh, ¿sí? Quiero decir, sí. Por supuesto que puedes.

Se movió más rápido de lo que esperaba. Me tomó de los bíceps con las manos, su mejilla se rozó con la mía. Mis ojos parpadearon de forma involuntaria al sentir el toque de otro lobo. No era sexual, era algo instintivo. Era un desconocido, pero era cálido. Tenía un aroma, algo que no llegaba a descubrir. Algo desvaído, como un sueño.

–Esta noche –susurró con intensidad–. Después de que tu brujo se duerma. Encuéntrate conmigo detrás de la casa. No le digas nada a nadie.

Y, sin más, me quedé solo en la cocina.


–No es gran cosa –dijo Shannon, abriendo la puerta del granero–, pero servirá para esta noche.

–No es el peor lugar donde he dormido –comenté, y me miró extrañada. Me encogí de hombros–. Pantano. Una larga historia. Muchos insectos. Me picó una garrapata en el… ¿sabe qué? No es necesario que le cuente eso. No tiene por qué oír acerca de insectos en mis partes privadas.

–Claro –asintió lentamente–. John y Jimmy trajeron mantas y almohadas. Les armaron una tarima. Todo es nuevo, así que el olor de la manada no debería ser muy abrumador.

–¿Suelen recibir muchos invitados? –pregunté, mirando el henil que estaba sobre nosotros. Dos lamparitas colgaban del techo; emitían una luz tenue. Olía a manada, pero había algo más. Algo diferente. Como si en algún otro momento hubiera habido otro lobo.

–Mejor prevenir que curar –dijo ella.

Malditos Alfas. Siempre crípticos.

–Está bien –dijo Ezra–. Es muy amable, Alfa Wells. Celebro haber hecho este viaje. Creo que a la Alfa Hughes le alegrará saber acerca de este lugar y de lo que ha logrado.

–Supongo que será así. Le ofrecería desayuno, pero los chicos tienen que ir a la escuela y yo tengo que trabajar. Las mañanas aquí son un manicomio. No tenemos tiempo de nada.

–No es necesario. Saldremos a primera hora. Es un largo camino de vuelta, y sé que queremos estar en casa lo más pronto posible.

–Apuesto que sí –asintió Shannon con frialdad–. Cumpliré con mi parte del trato, siempre y cuando ustedes cumplan con la suya.

Me miró una vez más antes de volverse para dejar el granero, cerrando la puerta detrás de ella. Esperamos a que sus pisadas llegaran a la casa. Abrí la boca para hablar, pero Ezra sacudió la cabeza. Se levantó apenas la manga de la camisa y presionó los dedos contra un tatuaje desvaído. Se encendió débilmente, y los sonidos del exterior del granero se apagaron. Su magia me envolvió en una oleada reconfortante.

–Ya está –suspiró–. No pueden oírnos, pero tampoco es tan notorio como para que lo noten, a menos que vuelvan. No quiero hacer enojar a una Alfa.

Parecía agotado. Lo tomé del brazo y lo conduje a la pila de mantas al fondo del granero.

–¿Qué ocurrió con ella?

–Es joven –Ezra sonrió, apenas–. Cabeza dura. No muy distinta de cierto lobo que conozco.

–Ya, ya.

Se rio, sonaba cansado.

–Está resentida, y no sé si puedo responsabilizarla por eso. La pérdida de su madre fue dolorosa. No tuvo tiempo para prepararse.

Lo ayudé a subir a la tarima y me aseguré de que tuviera la mayor parte de las mantas. Ahora que había oscurecido, no quería que se enfermara. Yo podía soportar un poco de frío.

–Debe haber sido traumático.

–Lo fue –confirmó Ezra. Palmeó la manta a su lado y me dejé caer junto a él. Me estiré y gemí cuando me crujió la espalda–. Y todo ese poder sin previo aviso sería mucho para cualquiera. Pero súmale eso a la pérdida de su Alfa y de su madre… Bueno, sintió la necesidad de cerrar filas.

Giré la cabeza hacia él y apoyé la frente contra su cadera. Me puso la mano en el pelo.

–¿Te contó todo eso?

–Pues sí. Creo que necesitaba que la escucharan. Alguien que entendiera.

Eso era territorio inexplorado. Ezra sabía lo que era perder a alguien, como el resto de nosotros, pero por lo que yo sabía, lo suyo había sido catastrófico. Había perdido a su familia completa. Había oído que la culpa la tenían lobos salvajes. No me entraba en la cabeza cómo podía perdonar después de algo semejante. Yo odiaba a los cazadores, y no solamente por lo que representaban. Los dos nos habíamos quedado sin nada. Era incapaz de perdonar. No me importaba quién hubiera sido responsable. Quería matar a cada uno de ellos. Jamás me olvidaría.

–Me alegra que haya podido hablar contigo –dije en voz baja.

Canturreaba por lo bajo mientras me rascaba la cabeza. Me resistí a emitir sonidos de placer, aunque prácticamente estaba panza arriba.

–Y yo me alegro de tenerte a ti, querido. No sé qué haría… ¿Qué es esto?

Su mano había abandonado mi cabello y se había posado en mi labio. Presionó un dedo contra mi piel antes de apartarlo.

En la punta del dedo tenía un trozo de sangre vieja que se me había pasado.

–Me mordí el labio. Un accidente.

Se llevó el dedo hacia la cara y contempló la sangre seca.

–¿Eso fue todo?

¿Puedo confiar en ti?

–Sí. Eso es todo. Tenemos que dormir. Tenemos un largo viaje mañana. Hasta te dejaré escuchar tu música de porquería.

Se recostó sobre el almohadón, riéndose.

–Qué amable de tu parte. Sabes, si te cultivaras un poco, quizás podrías…

–Eso no ocurrirá jamás.

Sonreí de oreja a oreja cuando me dio una palmada en la cabeza.

Un instante más tarde, la magia que nos rodeaba se disipó y los grillos comenzaron a cantar.

Heartsong. La canción del corazón

Подняться наверх