Читать книгу Heartsong. La canción del corazón - TJ Klune - Страница 16

VIOLETA

Оглавление

Soñé con el bosque.

Con la brillante luz del sol y las canciones de los lobos.

En los árboles, graznaban grandes aves negras.

El lobo Alfa blanco se paseaba frente a mí.

lobito lobito, dijo.

eres el amo del bosque, dijeron las aves negras.

–Los guardianes de los árboles –susurré.

Los árboles comenzaron a moverse.

La tierra tembló y se abrió debajo de ellos, sus raíces se agitaron cual serpientes. Dejaron surcos en el suelo al retirarse y formar un círculo gigante alrededor nuestro.

Estábamos en un claro.

–¿Qué es esto? –pregunté.

Pero el Alfa blanco había desaparecido.

En su lugar había un lobo negro.

Caí de rodillas frente a él.

Se inclinó hacia adelante y respiró su aliento caliente en mi cara.

Apretó su hocico contra mi frente.

–Ah –exclamé.

(robbie)

Un remolino de imágenes. Una cacofonía de sonidos.

(robbie)

–¿Qué es esto? –le pregunté al lobo negro, la voz rompiéndoseme en pedazos.

(ROBBIE)

Giré la cabeza y…

Ezra roncaba junto a mí.

Los árboles habían desaparecido.

Estaba en el granero, con la piel cubierta de sudor.

–¿Qué demonios? –mascullé, pasándome la mano por la cara.

Robbie.

Me incorporé. Esa voz era real.

–Sal –susurró.

Me tomó un instante reconocerla.

Malik.

Miré de reojo a Ezra. Tenía el rostro relajado y roncaba ruidosamente, los labios se le movían con cada exhalación. Me moví con cuidado para no despertarlo. Pasé por encima de él y me agaché para anudarme las botas. Le eché un último vistazo antes de dirigirme a la puerta.

Las estrellas titilaban brillantes en el cielo sobre la finca. La luna estaba escondida por una nube gorda; todo estaba sumido en sombras. Malik estaba cerca del porche de la casa. Se llevó un dedo a los labios cuando me acerqué e indicó con la cabeza hacia la casa.

Asentí. Me daba curiosidad. Saber qué era lo que quería. Por qué tenía que mantenerse en secreto.

Comenzó a alejarse de la casa en dirección a un campo vacío.

Lo seguí.

Mantuve una distancia de unos metros entre nosotros. Oía tres latidos distintos, lentos, en la casa, así que sabía que la manada dormía y no estaban escondidos, acechando. No conocía al hombre, pero no me parecía que fuera tan estúpido como para empezar algo. No si quería evitar que el poder de la Alfa de todos descendiera sobre su manada.

En la distancia, lejos de la casa y al otro extremo del campo, se alzaba una gran estructura. Era un silo antiguo; me condujo hacia él.

Se movía rápida y silenciosamente, sin llegar a trotar, pero sus piernas eran más largas que las mías, y tuve que caminar más rápido para mantener el paso.

La nube se apartó de la media luna. Mi piel se estremeció. Miré hacia la derecha, convencido de que había otro lobo corriendo a mi lado

No había nadie.

Estábamos solos.

Se detuvo a unos doscientos cincuenta metros del silo, en el medio del campo.

Una brisa sopló entre la hierba alta. Parecía como si la tierra susurrara.

–¿Puedo confiar en ti? –me preguntó de nuevo, sin mirarme.

¿Qué demonios estaba sucediendo?

–Sí.

–Lo que voy a mostrarte debe quedar entre nosotros. ¿Me das tu palabra, lobo?

–Sí –dije, después de un breve momento de vacilación.

–Tu primer instinto será transformarte. No lo hagas. Tu segundo instinto será hablar. No lo hagas. Te quedarás quieto. Te quedarás quieto hasta que yo te diga que puedes moverte. ¿Entendido?

–Sí.

Silencioso como un ratón.

Me pareció oír a mi madre riéndose.

–A medida que nos acerquemos, sentirás magia. Sentirás… –hundió los hombros–. Está allí por una razón. Nadie debe saberlo. Ninguno de tus lobos. Ni tu Alfa. Ni siquiera tu brujo.

¿Magia? ¿Cómo mierda había magia?

–No sé si puedo…

Se arrojó sobre mí. Me puso la mano alrededor de la garganta antes de que pudiera alejarme.

Debes hacerlo –me gruñó–. Muchas cosas dependen de ello. Si pronuncias una sola palabra acerca de lo que verás, entonces toda la muerte que le siga será una mancha en tus colmillos y garras, como si tú hubieras sido el responsable de dar el golpe mortal.

No me resistí. Alcé las manos y le tomé la muñeca.

–Está bien, lo entiendo. Cielos. Suéltame.

Por un instante, no lo hizo. Su mano apretó mi cuello con más fuerza. Mis ojos brillaron, un faro luminoso en la oscuridad del campo.

Sus ojos se apagaron.

Me soltó y dio un paso atrás.

–¿Por qué hay magia? No tienen brujo.

–No –dijo–. No tenemos.

Me dio la espalda y comenzó a caminar rumbo al silo.

Lo contemplé durante un largo instante. Y, luego, hice la única cosa que podía hacer.

Lo seguí.

Cerca del silo, la sentí.

La magia

Me sorprendió; me tambaleé ante su fuerza, y ahogué un grito. Me atravesó vertiginosamente, mi cabeza se alzó hacia el cielo y arqueé la espalda como si me hubiera electrocutado. Había algo familiar en ella, algo que no lograba distinguir. Era luminoso y absorbente y verde, había tanto verde, verde como un bosque vivo y antiguo.

Pero también había azul, justo en el medio, dividiendo en dos al verde. Tristeza y luto, profundos y salvajes. Me cayó una lágrima por la mejilla mientras apretaba los dientes.

–Ah –exclamó Malik–. Entiendo. Lo es, entonces.

La magia me soltó y di un gran paso hacia adelante. Luché por respirar, encorvándome.

–¿Qué me has hecho? –jadeé.

–Nada para lo que no estuvieras preparado. No digas una palabra más hasta que yo te lo diga. Quédate aquí. Te haré saber cuándo puedas entrar.

Me sequé la cara con la parte posterior del brazo. No entendía por qué tenía un jodido nudo en la garganta, por qué sentía tanta pena que casi podía saborearla, maldición.

Malik se paró frente a una puerta en la base del silo. No me miró.

Llamó una vez. Dos veces. Luego tres veces, en rápida sucesión.

–Hola, pequeño. Soy yo. Malik. Estoy aquí. Estás a salvo. Te lo prometo.

Solo entonces lo oí.

Otro latido.

Era rápido, como el aleteo de un pájaro. Se sentía pequeño, por alguna razón, y a medida que Malik abría la puerta, me llegó el olor de otro lobo.

Un niño.

Pero algo no estaba bien. No se parecía a nada que hubiera sentido con ningún otro lobo. No sabía qué era, pero se asemejaba a la enfermedad, a una especie de niebla que me recordó al olor de los humanos cuando estaban muriendo poco a poco. No era eso exactamente, pero estaba cerca.

Demasiado cerca.

Malik desapareció dentro del silo, dejando la puerta abierta detrás de sí. Lo oí hablar en voz suave, escuché “Hola” y “¿Dormías? Siento mucho despertarte, pequeño. Pero prometí que volvería. Es solo por esta noche. Para asegurarnos”.

–Lo sé –respondió una vocecita, y el corazón me saltó en el pecho.

–He traído un amigo –dijo Malik–. Es bueno. No como los lobos malos. Es una persona importante.

–¿No me lastimará?

–No. Nadie volverá a lastimarte de nuevo. No lo permitiré.

Esperé.

–Bueno.

–Robbie. Ven. Ahora –me sobresalté y salí de mi aturdimiento cuando Malik me llamó.

No quería ir.

Quería correr en la dirección opuesta.

Buscar a Ezra.

Subirme al auto y dejar este lugar atrás.

Olvidarme de que alguna vez lo habíamos visitado.

Avancé hacia la puerta abierta justo cuando una luz tenue se encendió dentro.

Aún estaba a tiempo.

Date la vuelta.

Da la vuelta.

Llegué a la puerta.

Miré dentro.

El silo estaba vacío, en su mayor parte. Una lámpara a batería descansaba sobre una caja vieja a un costado, apenas si emitía luz suficiente como para iluminar el piso.

Malik estaba de pie en el centro del silo. A un lado, había una lona polvorienta y gastada.

A sus pies, había una trampilla de madera.

Y de entre los listones surgían unos dedos delgados con unas garras pequeñas en las puntas.

El silo crujió alrededor nuestro.

–¿Qué han hecho? –pregunté, en voz baja.

–Lo único que podíamos hacer –replicó Malik–. Mantenerlo a salvo. Hay en juego cosas que no te das ni idea. Esta es tu primera lección acerca del mundo más allá de los muros de tu complejo.

Se agachó y levantó la trampilla. Las bisagras estaban oxidadas, y chirriaron al abrirse.

Al principio, no vi nada.

No se movió.

–Lo huelo –dijo el niño desde el agujero del suelo–. Lo huelo.

–Bien. ¿Qué hueles?

Se oyó un bufido a modo de respuesta.

–Está sucio. Sin lavar.

–Busca debajo. Encuéntralo.

–No puedo. No puedo no puedo no puedo no puedo

Retrocedí.

Un niño emergió de la oscuridad. Se movía tan rápido que casi no podía seguirlo. Era delgado y estaba limpio, y a medio transformarse, el pelo le brotaba del ceño y su cara se alargaba en un gruñido feroz. Aterrizó contra el silo, las garras de sus pies y manos atravesaron el metal y lo mantuvieron allí. Giró la cabeza hacia mí y rugió.

Y, entonces, lo inimaginable.

Una luz llenó sus ojos.

Era violeta.

Un Omega.

Antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba viendo, se lanzó hacia mí. Mi entrenamiento se puso en marcha y me dejé caer de rodillas, inclinándome hacia atrás. Sus garras me rozaron el cuello, sin tocarme la garganta pero arañándome la barbilla.

Cayó estrepitosamente y rodó hacia el otro extremo del silo, sacudiendo brazos y piernas. Ya estaba de pie y en movimiento cuando me incorporé. Me golpeó por la espalda y me clavó las garras en el hombro. Gruñí, estiré los brazos hacia atrás, lo levanté de las axilas y lo di vuelta en el aire por encima mío hasta tener su espalda contra mi pecho. Se resistió, pero le pasé el brazo alrededor del pecho y con la otra mano le rodeé la garganta.

De inmediato, dejó de moverse, y se relajó por completo. Giró la cabeza para mirarme y me miró de reojo con su ojo violeta.

–Está allí. Debajo de todo. Sigue allí –susurró y comenzó a recitar–. Sigue allí. Sigue allí. Sigue allí.

Me lo saqué de encima y me tambaleé hacia atrás. Malik lo atrapó y lo abrazó, mientras el chico continuaba farfullando en su cuello.

–Ahora lo sabes –dijo Malik con suavidad mientras le acariciaba el cabello–. Es tu primera lección, lobo. ¿Quema, lobo? ¿Quema?


El niño –una vez que decidió que yo no era una amenaza inminente– se calmó, y sus ojos se volvieron de un verde esmeralda que brillaba en la luz tenue. Tenía la piel pálida y el cabello claro, que le llegaba hasta casi los hombros.

El pantalón deportivo y la camiseta suelta que usaba estaban limpios, aunque tenían manchones de polvo y heno de cuando me había atacado.

Gateó hacia la trampilla, sus garras traseras eran lo único que quedaba de su transformación. Pensé que había desaparecido para siempre en el agujero, pero reapareció un instante más tarde, arrastrando una gruesa manta. Lo observé hacerse un nido en el suelo. Me gruñó y alzó la vista hacia Malik. El lobo mayor se sentó junto a él y el chico se escondió por completo debajo de la manta, con la cabeza en la falda de Malik.

No moví un músculo.

–Ya –dijo Malik, pasando la mano por encima de la manta–. Ya está. Demasiada excitación para el día de hoy.

–Y huele mal aquí –murmuró el chico, con la voz amortiguada–. A mierda. A animales. Extraño el granero.

–Lo sé. Pero es solo por esta noche –Malik alzó la vista hacia mí–. Pronto todo estará bien de nuevo.

Tenía preguntas. Demasiadas preguntas. Me daban vueltas por la cabeza, quién y cómo y por qué por qué por qué. El niño parecía tener ocho o nueve años. Pero ya podía transformarse, lo cual era imposible. No debería haber podido ni siquiera transformarse a medias hasta estar más cerca de la pubertad.

Y estaba el asunto de sus ojos.

Esos ojos violetas.

La pregunta que hice no fue la que pensaba.

–¿Cómo se llama?

Malik se sorprendió. Se le veía en la cara.

–Brodie.

Asentí.

–Brodie. ¿Es tuyo?

–¿Sangre? No. ¿Manada? Sí.

El chico se movió debajo de la manta, pero no dijo nada.

Me sentí impotente. El hedor que había olido antes, la enfermedad, apestaba el aire. Venía del chico. Pero más allá de ser un Omega, no parecía pasarle nada más. De todos modos. Era suficiente.

–Por esto dejaron de comunicarse.

–No a propósito –explicó Malik–. Perdimos… la noción del tiempo. Un descuido.

No era mentira, pero estaba cerca de serlo. Había algo más, pero no quería revelarlo.

–¿Cómo sucedió? ¿Cómo es posible?

El chico gruñó.

Malik lo hizo callar con ternura, y le pasó la mano por la espalda.

–Debes tener los ojos abiertos, Robbie. Se te ha ocultado mucho de este mundo, intencionalmente. No se te han contado cosas.

Lo maldije mentalmente por ser tan poco preciso en semejante momento.

–Tal vez, si me lo contaras de una maldita vez, podría…

–No me corresponde –me interrumpió, sacudiendo la cabeza–. El daño que podría hacer… Temo que sería permanente.

Fruncí el ceño.

–No tiene sentido lo que dices.

–Hay un prisionero en tu complejo.

–¿Qué?

No se inmutó ante la furia en mi voz. El niño gruñó de nuevo, pero no se movió.

–Un prisionero. Alguien con un poder enorme y terrible. Debes ir a verlo. Debes matarlo. Solo entonces todo se aclarará.

–¿Has perdido totalmente la cabeza? –le espeté–. ¿Sabes lo que…?

Retrocede.

Ni me había dado cuenta de que me había movido.

Una mano apareció por debajo de la manta. Las garras acariciaron el suelo, filosas. Pelo negro surgió de la mano y luego desapareció, y la mano volvió a la manta.

Una advertencia clara.

Hice lo que se me pedía y me senté cerca de la puerta.

–Sé que estás confundido –dijo Malik, el volumen de su voz apenas un poco más alto que un suspiro–. Y sé que tienes miedo.

–No tengo…

–Lo puedo oler –gruñó el chico.

Malditos niños.

–De acuerdo. Lo que digan. Tengo miedo. ¿Pero cómo carajos debo…?

–Concéntrate, Robbie.

No debería haber venido.

–¿Cómo sabes que hay un prisionero?

Malik hizo una mueca con la boca.

–No estaba seguro hasta ahora. Gracias por confirmarlo.

–Ah, vete a la mierda –no me impresionaba. No.

–Él es la causa de esto –señaló al chico con la cabeza–. De alguna manera. Es una infección, y debes detenerlo ahora que aún podemos evitar que se propague.

–Es imposible –negué–. Hay protecciones. Ezra en persona las colocó. No hay manera de que el prisionero pueda…

–Este chico es parte de mi manada. Nuestra manada.

–No es posible –afirmé, y sentí que me mareaba–. No sería un Omega si así fuera. Sus ojos serían naranjas y…

–Y, sin embargo, no lo son –señaló con sencillez Malik–. Es un Omega, aunque su Alfa es Shannon. Sus hermanos son Jimmy y John en todo, menos en sangre. Y me pertenece tanto como yo le pertenezco a él. Es nuestro. Existen lazos entre nosotros, vínculos que nos unen, por más podridos y fétidos que sean. Son frágiles, pero cada día son más fuertes porque él quiere que los sean. Esto no ha ocurrido porque no tiene a nadie, Robbie. Te aseguro que no es así. Es por lo que él le ha hecho. Es un lobo enfermo, y existe una única cura: la muerte de la persona que lo ha infectado a él y a todos los que son como él.

Sus palabras me dejaron anonadado.

–Todos los que son como él.

–Sí.

–Es decir, hay otros.

–Sí.

–¿Cómo? –pregunté, en vano–. Lo sabríamos, si existieran. Si los Omegas estuvieran aumentando, si algo estuviera provocando que se pusieran así. Lo sabríamos.

–Lo saben –dijo, como si fuera la cosa más simple del mundo, como si no estuviera trastocándolo todo–. Lo saben, Robbie.

No le creí. No podía. Significaría que… Cielos, no quería ni pensarlo.

–¿Por qué debería creerte?

Malik parecía decepcionado, como si fuera obvio.

–He corrido un gran riesgo al traerte aquí. No tienes más que dar la vuelta e informar acerca de lo que has visto. Despertar a tu brujo y traerlo aquí.

–¿Por qué piensas que no lo haré?

–Porque una parte tuya sabe que estoy diciendo la verdad –repuso, encogiéndose de hombros–. Lo sientes, ¿no es verdad? Oculto entre las sombras, enterrado en lo profundo de tu interior. Algo… no está bien. ¿Sueñas?

Sentí que el silo se me venía encima. Me froté la nuca. Cerré los ojos e intenté respirar.

–Todos soñamos.

–Es cierto –concedió Malik, con la voz grave, casi un gruñido, como si su lobo estuviera a flor de piel–. Algunos soñamos con tonos de azul. O verde. O con un campo repleto de violetas que se nos pegan a la piel. ¿Tú qué sueñas?

Había

un alfa

un alfa fuerte

negro como la noche

de pie en un claro

me ve

dice lobito lobito

dice robbie

dice robbie

dice

–Nada –contesté, con la voz ronca, y abrí los ojos–. No sueño con nada.

–No te creo.

Negué con la cabeza y di un paso atrás.

–No me importa. Estás ocultando a un Omega. Podría lastimar a alguien, Malik. A personas inocentes.

–Es solo un niño.

–Lo sé. Pero no podrá controlarlo. ¿Quieres ser responsable de eso? ¿Si se escapa y llega al pueblo? Y si Alfa Hughes se entera de que lo tienen aquí, desarmará la manada. Se lo llevarán y…

–Están sufriendo –dijo Brodie, quedamente.

–¿Quiénes? –le preguntó Malik, sin sacarme los ojos de encima.

–Todos –continuó Brodie, y la manta se movió para dejar ver su cabeza, los ojos le brillaban en la oscuridad–. Aúllan. Duele. Una extremidad cortada. Es manada y manada y manada. Cazan. Matan. Pelean porque es lo que se supone que deben hacer. El Alfa dijo que destrozarían el mundo. Es lo único que conocen.

Sus ojos parecieron brillar aún más.

–Hay una canción que debe ser cantada. Y hay alguien que la canta más fuerte que todos. Su grito. Lo escucho. Una canción de lobos –cerró los ojos con fuerza–. Lo escucho todo el tiempo porque los escucho a ellos. Los escucho, los escucho, los escucho

–Calla, niño –le ordenó Malik, posando la mano contra la frente de Brodie, que estaba agitado–. Olvidémonos de eso ahora. Estás a salvo aquí.

El niño comenzó a llorar con desesperación, las lágrimas le caían por las mejillas; giró la cabeza y la hundió en el pecho de Malik.

–No dejes que me lleven, Malik. Por favor, no dejes que me lleven de nuevo. No lastimaré a nadie. Lo prometo. Lo prometo.

–Sé que no lo harás. Y nadie te apartará de tu manada –Malik me miró–. Jamás.

Lo dijo a modo de desafío.

Y le creí.


Ezra seguía roncando cuando volví al granero.

Parecía no haberse movido.

Me dejé caer contra la puerta y me deslicé al suelo.

Alcé la cabeza hacia el techo.

A través de las tablas rotas, podía ver la silueta brillante de la luna.


–Estoy satisfecho con nuestra visita –dijo Ezra, de pie junto al coche. El sol apenas asomaba por encima del horizonte, y el aire era tibio–. Sé que Alfa Hughes también lo estará, siempre y cuando las comunicaciones se reanuden.

Shannon asintió. La casa estaba en silencio, aunque me imaginé que no duraría mucho. John y Jimmy se despertarían pronto, y nos habríamos marchado.

–Hazle llegar mis disculpas a la Alfa. Que sepa que hemos estado ocupados. Fue un descuido. Nada más.

–Por supuesto –asintió Ezra–. Nos pasa a todos. Háganos saber si necesitan algo. La Alfa de todos está a su disposición, como lo está para todos los lobos, sean quien sean.

Me miró de reojo, con una sonrisa.

–O de dónde vengan. ¿Quién sabe? Quizás John o Jimmy oigan su llamado algún día y sientan la necesidad de subir de escalafón. Parecen capaces.

Se rio.

Shannon no lo imitó.

–Ya veremos –dio un paso atrás en dirección a la casa–. Tengo que volver a entrar. Tenemos un día ocupado por delante. No quiero que lleguen tarde a clase.

–Lo imagino –asintió Ezra, aunque apenas eran las seis–. Nos iremos. ¿Robbie? ¿Te molestaría conducir? Estos huesos viejos están un poco rígidos esta mañana. Hasta te dejaré elegir la música.

–Sí. Está bien –lo tomé del brazo y lo conduje al lado del acompañante. Abrí la puerta y lo ayudé a subir. Dejó escapar un suspiro agradecido al sentarse. Me dijo que no me molestara cuando intenté colocarle el cinturón de seguridad. Le dije que cerrara el pico y me permitiera hacerlo. Puso los ojos en blanco, pero sus labios se curvaron. Me incorporé y cerré la puerta.

–Robbie –me llamó Shannon.

Le eché una mirada de reojo.

No dijo otra palabra.

No hizo brillar sus ojos.

En vez, me suplicó sin palabras y sin muestras de poder.

Malik apareció en el porche, a sus espaldas.

Se recostó contra la barandilla, cruzado de brazos.

Sería tan fácil.

Tan fácil.

Hacer lo correcto.

Contarle a todos lo que había visto.

Las reglas existían para protegernos a todos.

Y esta manada las estaba quebrando.

Casi las veías.

Las repercusiones.

Caerían sobre este lugar.

Shannon y Malik pelearían.

Perderían.

John y Jimmy serían arrancados de su manada.

Y el Omega sería destruido.

Ya había sucedido.

Volvería a suceder.

Asentí y rodeé el auto por detrás.

Al pasar junto a Shannon, me tomó de la mano y la apretó.

Sentí algo contra la palma de la mano.

Un pedazo de papel.

No dijo una palabra, solo negó con la cabeza.

Me lo metí en el bolsillo.

Estábamos a punto de llegar a la carretera principal cuando miré en el espejo retrovisor.

Shannon y Malik habían desaparecido.

–¿Estás bien? –me preguntó Ezra.

–Sí –murmuré mientras bajaba la ventanilla. Me estaba cansando de que la gente me hiciera esa pregunta–. Estoy bien. No dormí bien, eso es todo. Dormir en un granero no es tan bueno como dicen, al parecer.

Ezra me dio una palmadita en la rodilla.

–Llegaremos pronto a casa. Te has portado bien, querido. Sé que no es fácil entrar en el territorio de otro Alfa sin saber qué es lo que te espera. Estoy orgulloso de ti.

Nos dirigimos hacia el norte.


Ezra entró a pagar la gasolina en nuestra primera parada.

Extraje el pedazo de papel arrugado.

Era una tarjeta de San Valentín.

En el medio tenía una caricatura de un lobo, con la cabeza echada hacia atrás, un corazoncito flotando sobre la cabeza. Por encima ponía “¡¡AÚLLO POR TI!!”.

Debajo, había un número de teléfono junto a cuatro palabras escritas en una letra temblorosa.

PARA CUANDO ESTÉS LISTO.

Heartsong. La canción del corazón

Подняться наверх