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6 de enero - Vida

La evolución – parte 3

“El Señor, el que forma las montañas y crea el viento, el que da a conocer sus planes al hombre, el que convierte la luz en oscuridad, el que recorre las regiones más altas de la tierra, el Señor, el Dios todopoderoso: ese es su nombre” (Amós 4:13).

Es fácil dejarse atrapar por todo lo que implica el debate evolución-creación: microevolución y macroevolución, contradicciones en el registro fósil, la explosión cámbrica, los dinosaurios y los neandertales... Sin embargo, tanto el creacionismo convencional como la teoría de la evolución dejan una multitud de preguntas sin respuesta.

El rey David escribió: “¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!” (Sal. 139:14, NVI). Génesis nos dice que fuimos creados a la imagen de Dios, con la capacidad de apreciar la belleza, la sabiduría y las maravillas. Aunque el pecado lo corrompió todo en nosotros y en nuestro entorno, deformando y distorsionando aquello que debería ser una vislumbre de su Creador, Dios aún nos ama y promete restaurarnos.

El biólogo Ariel Roth escribió: “Se estima que hay cerca de 100.000.000.000.000 de conexiones entre las células nerviosas del cerebro humano. El hecho de que podamos pensar con claridad (¡esperamos que la mayoría pueda hacerlo!) da testimonio de un maravilloso y complejo orden de partes interdependientes que desafía cualquier sugerencia de un origen producido por meros cambios evolutivos aleatorios. ¿Cómo podrían desarrollarse órganos tan complicados mediante un proceso no planificado?” (In Six Days: Why 50 Scientists Choose to Believe in Creation, p. 89).

Finalmente, un cristiano tiene que sopesar tanto la evidencia material como la inmaterial; lo físico así como lo sobrenatural; el misterio y la historia de su propia relación con Dios; así como ejemplos de personas que conozca que viven una vida diferente debido a su relación con Dios.

Personalmente, la mayor evidencia de un Dios amoroso y creador que conozco son las increíbles transformaciones que he presenciado, y que es obvio que no han ocurrido por evolución. Son los amigos y familiares que han pasado, de forma lenta pero segura, de ser personas cínicas y egocéntricas a seres leales a Dios, con una esperanza. Solo el poder del Espíritu Santo puede convertir la amargura y la tristeza en afecto y unión.

Antes del diluvio, la gente podía ver evidencias asombrosas del Dios Creador, incluyendo a un ángel que vigilaba las puertas del Edén; pero, aun así, decidió ignorarlo. Las creencias y las convicciones no son meros asuntos externos. Deben provenir del corazón.

Sin miedo al fracaso

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