Читать книгу Sin miedo al fracaso - Tompaul Wheeler - Страница 9

Оглавление

2 de enero - Adventismo

Religión de aeropuerto

“La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz” (Rom. 8:6, NVI).

La semana pasada, leí una carta al editor que me puso a pensar. Un cristiano sincero escribió a la Revista adventista preocupado por cuán bajo han caído los estándares de nuestra Iglesia. Antes –según él– se podía identificar a un miembro de la iglesia con solo mirarlo, pero ahora la mayoría se ven iguales a las demás personas porque, de hecho, se visten igual.

Me pregunté si aquel “escritor” de cartas sería un viajero como yo. En el mundo hay personas que coleccionan figuras de porcelana, muñecas Barbie o cromos… yo colecciono aeropuertos (y dispensadores de caramelos Pez, aunque esto último no viene al caso). La última vez que saqué la cuenta, yo ya había estado en más de sesenta aeropuertos. Y a pesar de lo agotador que puede resultar viajar –horas intempestivas, comida basura, retrasos y maletas– sigue siendo una de las mejores formas de practicar uno de mis deportes favoritos: observar a la gente.

La gente parece perder la compostura cuando viaja (y no me refiero a un tipo al que vi gritándole a su celular). Se les sale el verdadero yo, que no siempre es bonito. El otro día, por ejemplo, mientras esperaba en el aeropuerto de Baltimore tras enterarme de que mi vuelo llegaría demasiado tarde para tomar mi conexión a Perú, vi cómo un hombre se salía de sus casillas. No vestía de manera diferente, pero su actitud y comportamiento dejaban muy claro que el Espíritu Santo no moraba en él.

Regresando del mismo viaje, abordé un avión donde viajaba un grupo de misioneros a los que no conocía, y a pesar de que usaban pantalones cortos, sandalias y camiseta como cualquier turista, no me costó reconocerlos. Era evidente su relación con Dios en la paz que transmitían y la sonrisa que llevaban puesta.

Nuestra relación con Cristo debería influir en absolutamente todo lo que hacemos: desde la ropa que compramos hasta lo que vemos en nuestras pantallas, pero no porque tengamos miedo a que Dios nos juzgue o a que hablen mal de nosotros. Nuestras decisiones cambian porque Dios cambia nuestras prioridades.

Cuando entendemos el precio que Jesús pagó para salvarnos, el sufrimiento del mundo que nos rodea, y que lo que hacemos a los demás en realidad se lo hacemos a Jesús, no volvemos a ver al mundo de la misma manera.

Sin miedo al fracaso

Подняться наверх