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16 de enero - Adventismo

William Miller

“Y la respuesta fue: ‘Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas. Después de eso, el santuario será purificado’ ” (Dan. 8:14).

A principios del siglo XIX, en el estado de Nueva York estaban ocurriendo muchas cosas. En Palmyra, Joseph Smith anunció que un ángel le había revelado que todas las religiones cristianas estaban equivocadas; en Hydesville, las hermanas Kate y Margaret Fox introdujeron el espiritismo moderno, cuando afirmaron escuchar el espíritu de un muerto golpeando las paredes de su casa; los Shakers, que fabricaban unos muebles con un estilo que permanece hasta hoy (pero cuya política de no tener sexo impidió que su descendencia permaneciera), operaban varias granjas comunales en el área. Por otra parte, cuando no estaban fabricando platería, los miembros de la comunidad Oneida practicaban la poligamia completamente seguros de que ya no tenían pecado.

William Miller, de Low Hampton, no tenía ambiciones de ser noticia. Después de una breve participación en la Guerra de 1812, prefirió una vida tranquila en el campo. Había crecido como bautista y se había convertido en un deísta de los que pensaban que Dios ya no se ocupaba de lo que ocurría en este mundo, aunque sus roces con la muerte y la pérdida de miembros de su familia lo dejaron con muchas preguntas sobre la vida después de la muerte. De paso, el haber presenciado cómo un ejército mucho más pequeño había logrado derrotar a los británicos, lo dejó preguntándose si después de todo Dios a veces movía los hilos de este mundo.

Miller trató de regresar al cristianismo y, aunque calentaba una banca de la iglesia los domingos, seguía expresándose como un buen deísta en público. Pero pronto se enamoró de Jesús. Quería estar seguro de sus creencias, así que comenzó a estudiar la Biblia versículo por versículo. Después de dos años de estudio (de 1816 a 1818), llegó lentamente a una asombrosa conclusión: la profecía bíblica revelaba que al mundo solo le quedaban unos veinticinco años.

Miller no sabía qué hacer con su descubrimiento. La mayoría de la gente creía que Jesús regresaría al final, no al principio del milenio del Apocalipsis, una vez que el mundo hubiera comenzado un proceso de mejora. Miller pasó otros catorce años confirmando su teoría hasta el más mínimo detalle y simplemente no podía callarlo más. Sabía que si lo que pensaba no era verdad, predicarlo sería engañar a la gente; pero si lo era, no podía quedarse callado.

En 1832, Miller le dijo a Dios: “Predicaré sobre esto, pero solo si me invitan a hacerlo”. Apenas media hora después llegó la invitación.

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