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26 de enero - Espiritualidad

La deuda del diablo

“Tú crees que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero los demonios también lo creen, y tiemblan de miedo” (Sant. 2:19).

Se han escrito innumerables páginas cuestionando cómo Dios puede ver sufrir al mundo sin hacer nada para detener ese sufrimiento. Pero yo tengo otra pregunta: ¿Cómo pueden los demonios deleitarse como lo hacen con nuestro sufrimiento?

Para empezar, el pecado es como un ácido que destruye todo lo que toca. La única razón por la que los seres dedicados al mal han logrado sobrevivir durante miles de años es porque Dios ha permitido que así sea.

Tal vez todo es cuestión de perspectiva. Quizás ellos ven la tierra como un gran videojuego. O tal vez es como música a sus oídos. Tal vez están escuchando una extraña banda sonora que convierte a nuestro planeta en una gigantesca comedia oscura, una especie de trailer de una película de terror remezclada y convertida en una película alegre y agradable. Bajo el influjo de esa banda sonora cadencial, posmoderna y preapocalíptica en sus audífonos, tal vez nuestra angustia les parece graciosa; nuestra confusión, divertida.

O tal vez es que se aman demasiado.

En El mal y la mentira, el psicólogo Morgan S. Peck describe sus curiosos encuentros con personas que solo pudo clasificar como malvadas: son totalmente egocéntricos y narcisistas. Se consideran a sí mismos siempre irreprensibles y superiores. Todos sus problemas son culpa de otros. Ven a los demás solo como objetos que pueden manipular para sus propias necesidades. No tienen sentido de empatía ni la capacidad de identificarse con los sentimientos ajenos.

Para los demonios con el complejo de persecución más antiguo del universo, no existe otro trabajo que frustrar a Aquel que piensan que los desgració. Y como Jesús solo estuvo en la tierra durante tres décadas y ahora no lo pueden tocar, la única forma en que pueden vengarse de Dios es a través de sus hijos. Es una existencia patética, pero los ha mantenido entretenidos durante mucho tiempo. Al igual que niños que se esconden y arrojan canicas al suelo para que los caminantes desprevenidos resbalen, los demonios viven para engañar, distraernos y hacernos caer.

Cuando Jesús sanó a dos hombres poseídos por demonios, estos últimos temblaron ante su presencia. “¿Viniste acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mat. 8:29), le dijeron atemorizados. Los demonios saben que les queda poco tiempo. Y aunque el regreso de Jesús es una mala noticia para ellos, es una excelente noticia para nosotros.

Sin miedo al fracaso

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