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1.4 LENGUAJE ESCRITO Y SISTEMAS DE ESCRITURA

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La evolución milenaria del lenguaje escrito ha dado lugar a transformaciones importantes, que se han actualizado en diferentes sistemas de escritura a lo largo de la historia, muchos de los cuales persisten hasta la actualidad. En un sistema de escritura, cualquier expresión de la lengua oral puede ser adecuadamente formulada por escrito. En términos de Sampson (1997), se trata de “un sistema para representar enunciados de una lengua hablada por medio de marcas permanentes y visibles” (p. 38).

Los múltiples sistemas de escritura, pasados y actuales se diferencian por las unidades de la lengua hablada que transcriben. La comprensión de esas relaciones puede clarificarse de acuerdo con el principio de doble articulación del lenguaje (Martinet, 1970), según el cual todas las lenguas humanas están doblemente articuladas, es decir que aparece una combinatoria de dos tipos de unidades que se coordinan entre sí. Las unidades de primera articulación, llamadas monemas (groseramente expresado en términos comunes, palabras o morfemas2 con significado) y las unidades de segunda articulación: los fonemas.

La primera articulación del lenguaje es aquella con arreglo a la cual todo hecho de experiencia que se vaya a transmitir, toda necesidad que se desee hacer conocer a otra persona, se analiza en una sucesión de unidades, dotada cada una de una forma vocal y de un sentido […] Las unidades que ofrece la primera articulación, con su significado y su significante, son signos, mejor dicho, signos mínimos […] No existe un término universalmente admitido para designar esas unidades. Emplearemos aquí monemas (Martinet, 1970, p. 20).

En cualquier lengua estas unidades conforman una lista abierta, es decir, es prácticamente imposible determinar cuántos monemas existen en una lengua. Al mismo tiempo están sujetos a determinadas restricciones para su combinación, determinadas por las reglas de la sintaxis. En cambio, la forma vocal (palabra) puede ser segmentada en los mínimos elementos distintivos de la lengua, los fonemas, que permiten distinguir una unidad de otra, por ejemplo, pala, de cala, tala, sala, bala, mala, gala, jala, rala. Los fonemas son escasos en cualquier lengua, abarcan pocas decenas y para su combinación también existen restricciones: las reglas de la fonología.

La economía del lenguaje humano estriba justamente en esta posibilidad de doble articulación, que hace posible la realización de cualquier enunciado y, más aún, de un número potencialmente infinito de enunciados a partir de la combinación de unidades discretas tanto en la oralidad como en la escritura. Los sistemas de escritura se diferencian por las unidades del lenguaje oral que transcriben. Sampson, siguiendo el principio de doble articulación de Martinet (1970), establece una primera distinción entre sistemas de escritura semasiográficos y glotográficos (Fig. 1).

Fig. 1: Clasificación de los sistemas de escritura


1. La semasiografía corresponde a signos que se limitan a la representación de las “ideas”, sin vincularse necesariamente con los sonidos de alguna lengua en particular, razón por la cual su estatuto de escritura es discutible. Aun así, no debe cometerse el error de desestimar los sistemas semasiográficos por considerarlos primitivos; de hecho, el “lenguaje” escrito de la matemática es un ejemplo sumamente sofisticado de semasiografía (Sampson, 1997).

2. La glotografía a su vez, expresa estructuras lingüísticas en una lengua determinada, de dos maneras diferentes según representen las unidades de primera o segunda articulación del lenguaje oral, de acuerdo con la distinción propuesta por Martinet (1970) (ver más arriba):

2.1. La logografía, según la cual se expresan palabras o morfemas, es decir, asociaciones de sonidos vinculados necesariamente a los significados. Es el caso de, por ejemplo, el sistema de escritura del chino mandarín.

2.2. La fonografía, en la que se representan unidades fonológicas, independientemente de los significados.

En los sistemas fonográficos, los símbolos individuales pueden representar distintos tipos de unidades. En los sistemas de escritura silábicos, como el kana japonés, se representan sílabas. Otros sistemas fonográficos, en cambio, representan segmentos menores, como es el caso de los fonemas en los sistemas de escritura alfabéticos. Finalmente, en los sistemas rasgales como el hangul coreano, se representan unidades menores a los segmentos: los rasgos fonéticos, que pueden tomar valores positivos o negativos.

La economía del lenguaje se refleja en los sistemas de escritura alfabéticos, que solo necesitan representar los fonemas (cuyo número es restringido) a través de los grafemas que correspondan. El sistema de escritura del español es alfabético (utiliza el alfabeto latino derivado del alfabeto griego, como la mayoría de las lenguas occidentales). La ortografía del español comprende 27 letras y cinco dígrafos (ch, ll, qu, gu, rr) para representar los fonemas que comprende.

En razón del grado de correspondencia fonema-grafema se ha clasificado a las ortografías de distintas lenguas, que utilizan sistemas alfabéticos, como opacas o transparentes. Las ortografías opacas se caracterizan por la abundancia de irregularidades en la representación ortográfica de la fonología, tal como sucede en el inglés, cuyo número de fonemas es de aproximadamente 44. En las ortografías transparentes las unidades ortográficas (grafemas) mantienen una correspondencia más consistente con las unidades fonológicas a las que representan, como es el caso del español, el italiano, el alemán y el serbocroata, entre otros (Moats, 2010; Signorini, 2000).

Pero debe tenerse en cuenta que el sistema de escritura no se agota en ese código, puesto que el lenguaje, hablado o escrito, no es solo una nomenclatura sino que se caracteriza a nivel oracional o textual por su gramática. Involucra además aspectos extraalfabéticos que incluyen los distintos caracteres que tienen las letras (mayúscula, minúscula, imprenta manuscrita, formas diferentes como las que existen como “fuente” o “estilo” en una computadora), la norma ortográfica, que es arbitraria, pero que regula la manera de escribir correctamente, la puntuación y el tratamiento de espacios en blanco entre palabras, párrafos, y márgenes (Piacente, 2005).

Cuando se trasciende el nivel de la palabra y de la oración al texto, además, deben considerarse especialmente las propiedades textuales de cohesión y coherencia, es decir, de su unidad estructural y conceptual, fundamentales para la adecuada comprensión y producción de un texto.

El conjunto de estas características pone de manifiesto los desafíos que enfrenta una alfabetización exitosa, ya que se trata de un largo aprendizaje, anclado en el lenguaje oral y en sus relaciones con el lenguaje escrito.

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