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PRÓLOGO

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Siglo XXIV, una sociedad futurista sumida en la tecnología. Un contexto en el que el libro es el enemigo más temido para el Estado. Por eso se los quema; por eso Guy Montag se erige como el paladín de la (in)justicia de una sociedad en la que la lógica es otra: los libros deben ser quemados y los bomberos, contraintuitivamente, llevan a cabo la tarea de quema. Fahrenheit 451 es la historia de los que osan liberarse de las cadenas de la represión intelectual.

Hoy, pasados estos primeros años del siglo XXI, estamos sumidos en la hiperconectividad. Casi sesenta años atrás, Bradbury vaticinó el presente y construyó desde la ciencia ficción un mundo que hoy es el que habitamos, regido por la lógica de la imagen más que la de la palabra. Por eso, en un espacio de transición entre la distopía y la utopía, Bradbury planteó: “No es necesario quemar los libros para destruir la cultura, sino que basta con dirigir a la gente para que no los lea”.

En la era de Internet se han multiplicado tanto la posibilidad de acceder a la palabra escrita como la velocidad de circulación de los textos. Sin embargo, lo que no se ha modificado, como decía Ricardo Piglia, es la velocidad a la que leemos. Contrariamente a la difundida máxima que, a tono con estos tiempos, jerarquiza el valor de la imagen por sobre el del texto, Piglia advertía: “No es que vale más, sino que el tiempo necesario para leer mil palabras es distinto”. Tampoco ha cambiado el carácter ‘artificial’ de la lectura: aunque leer nos parezca tan natural como identificar un color o reconocer un objeto, en un principio no lo es y, en efecto, necesitamos de otros para ingresar en el mundo de la cultura escrita.

Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que aprender a leer fue lo más importante que le pasó en la vida. En su afirmación se encierran dos de las características que hacen de la lectura una habilidad fascinante. En primer lugar, cambia el rumbo de las cosas. Tanto a nivel personal como comunitario, ¿seríamos los mismos si no supiéramos leer y escribir? Nuestra sociedad, nuestro país, nuestra ciudad, ¿existirían sin la palabra escrita? Seguramente, no. En segundo lugar, Vargas Llosa destaca una particularidad esencial de esta habilidad: a leer se aprende. Nadie nace sabiendo. A diferencia del lenguaje oral, que lo adquirimos sin necesidad de instrucción, simplemente porque estamos biológicamente dotados para hacerlo, la lectura es una habilidad cultural. Es necesario que alguien nos enseñe a leer e incluso a comprender textos. Así, una actividad que en nuestro imaginario solemos pensar como solitaria, es en realidad colectiva. Leemos por otros. Y, además, leemos a otros.

La escritura es una invención humana cuyo inicio se remonta a unos 5.500 años atrás. No sabemos exactamente cómo ni cuándo comenzó, pero sí sabemos que su existencia generó cambios. No solo en nuestra sociedad y cultura: también en nuestro cerebro. La ciencia encontró que, al aprender a leer, se genera un proceso de reciclaje neuronal a partir de áreas destinadas a otros fines. La lectura toma circuitos de la corteza visual y del lenguaje y en el área témporo-occipital izquierda se desarrolla un nuevo circuito, que se ha denominado “caja de letras”, y que permite el almacenamiento de la forma de las palabras.

Para enseñar a leer y escribir, muchas investigaciones demostraron que es importante que se tengan en cuenta sus procesos, sus procedimientos, su “ciencia”. Eso es lo que buscamos develar en estas páginas. El germen de este libro fue el seminario La ciencia de la lectura, dictado en el marco del área de Psicología del Conocimiento y Aprendizaje de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Fue un espacio que reunió a investigadores, docentes, científicos y estudiantes de distintas partes del continente, todos interesados en el lenguaje, esa herramienta que nos une y cuyas características nos atrapan. Para ese espacio de encuentro, escribimos junto a Lorena Canet-Juric una serie de clases acerca de los procesos que subyacen a la lectura y comprensión de textos. Luego, a los ejes temáticos que construyeron el seminario se les sumaron tres capítulos escritos por tres investigadores que entienden la lectura como una herramienta que modifica vidas y entornos, y que están convencidos de que su enseñanza es el derecho de todas las personas y la obligación de todos los Estados. Son Telma Piacente (Argentina), Celia Rosemberg (Argentina) y Ariel Cuadro (Uruguay). Han sido también estas páginas una oportunidad para reflexionar en conjunto.

El recorrido que proponemos en este libro comienza con los primeros pasos del proceso de alfabetización antes del ingreso del niño a la escuela primaria, y la importancia que tiene el entorno y el hogar particularmente en ese momento. A continuación, nos detendremos en el mecanismo de decodificación y profundizaremos en la fluidez lectora, una condición necesaria para la comprensión, y en el desarrollo del vocabulario y su relevancia. También nos sumergiremos en los sistemas de memoria y las funciones ejecutivas, y su relación con la lectura y comprensión de textos.

Estamos convencidas de que la lectura conecta y abre puertas. Saber leer y escribir cambia vidas, como la de Vargas Llosa y las nuestras. Ojalá que este libro haga llegar herramientas donde son necesarias y acompañe procesos de enseñanza y aprendizaje. Y por qué no, ¡cambie algunas vidas!

La ciencia de la lectura

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