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La Agrado

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«Me llaman La Agrado porque toda mi vida solo he pretendido hacerle la vida agradable a los demás». Así comienza el potente monólogo de uno de los personajes más queridos y reivindicados en la filmografía de Pedro Almodóvar. El director escribió el papel de una carismática prostituta transexual de gran corazón que cautivó al público y enseguida fue encumbrada como icono LGTBQ. Antonia San Juan fue la actriz que encarnó sublimemente a tan singular heroína callejera, en un papel que se disputaron muchas intérpretes.

He aquí su ya legendario monólogo, que resulta toda una oda a la autenticidad aunque la artificialidad esté de por medio:

¡Miren qué cuerpo! Todo hecho a medida. Rasgado de ojos, ochenta mil. Nariz, doscientas. Tiradas a la basura porque un año después me la pusieron así de otro palizón. Ya sé que me da mucha personalidad, pero si llego a saberlo no me la toco. Continúo. Tetas, dos, porque no soy ningún monstruo. Setenta cada una, pero estas las tengo ya superamortizás. Silicona en labio, frente, pómulo, cadera y culo. El litro cuesta unas cien mil, así que echar las cuentas porque yo ya la he perdío. Limadura de mandíbula, setenta y cinco mil; depilación definitiva al láser, porque la mujer también viene del mono, bueno, tanto o más que el hombre. Sesenta mil por sesión, depende de lo barbúa que una sea, lo normal es de dos a cuatro sesiones, pero si eres folclórica necesitas más, claro. Bueno, lo que les estaba diciendo, que cuesta mucho ser auténtica, señora. Y en estas cosas no hay que ser rácana, porque una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma.

En alguna ocasión, Almodóvar comentó que tan cómica secuencia está basada en una situación real que vivió la actriz argentina Lola Membrives y que, desde que supo la existencia de aquella historia, estaba deseando plasmarla en el cine. Así lo explicó el cineasta: «El sistema eléctrico del teatro donde actuaba falló a la hora de la función. Membrives, que no se arredraba ante nada, decidió ser ella misma la que, desde el escenario y alumbrándose con una vela encendida, diera la noticia al público. “Ya que están aquí, les pediría que se quedaran y prometo entretenerles contándoles la historia de mi vida”, dijo. Aquella tarde, doña Lola hizo la función de su vida».

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