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No están todas las que son, pero sí son todas las que están

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El libro que tienes entre tus manos es una reivindicación, quizás por vez primera de modo tan exhaustivo, de la relación de artistas, películas y canciones que abrieron camino a la cultura LGTBQ en España. Una reivindicación, en definitiva, de referentes. Porque aquí los hemos tenido; muchos y variados. No siempre eran referentes perfectos, estando lejos de las teorías de género y los argumentos actuales, pero, en pleno tardofranquismo, su posicionamiento en un país que se movía entre la ignorancia y la mala intención era más que suficiente. Esta recopilación arranca a principios de los sesenta, con el estreno de la película Diferente y la irrupción de Coccinelle en plena Gran Vía madrileña, pasa por los convulsos años setenta y llega a puntuales excepciones del inicio del siglo actual, cuando, aunque parezca mentira, todavía quedaban muchos territorios por conquistar.

Generalmente, es la época de la Transición la que marca el punto de inflexión en lo referente a la cultura LGTBQ, con la visibilidad de multitud de vedetes y transformistas que lucharon por que su talento prevaleciese por encima del morbo del espectador. Violeta, Pavlovsky, Paco y otros tantos llevaban años sobre las tablas, a veces con pésimas condiciones, cuando este país estuvo preparado para aplaudirlos. También Dolly, Christine, Angie, Yeda y Elianne demostraron su valía sobre el escenario, imponiéndose a todo aquel que cuestionase su identidad. Aunque Madrid y Barcelona constituían la punta de lanza en lo que a espectáculos se refiere, también en las provincias, con más mérito si cabe, se alzaban con humor y maquillaje artistas como La Esmeralda de Sevilla, La Margot, La Otxoa o DiCarlo. Y me resulta imposible obviar a todas aquellas personas olvidadas porque su trayectoria artística no prosperara a causa de su prematuro fallecimiento. Sus muertes no deberían caer en vano, de ahí que tengan su espacio en este libro Francis, Lorena y Rambal. Los casos insólitos de Samantha, Katy, Manolita o Walkiria, curtidas en el cabaret pero ignoradas durante años, aparecen aquí por un empeño personal.

El cine siempre ha jugado un papel fundamental en la cultura de cualquier país, pero en el nuestro todavía más, si tenemos en cuenta cómo se las debía ingeniar para burlar la censura o, aun sometiéndose a esta, conseguir contar historias prohibidas. Ahí quedan Mi querida señorita o Una pareja… distinta, dirigidas respectivamente por Jaime de Armiñán y José María Forqué, que lograron incluso despertar la empatía del público. Bien es cierto que con la llegada de la democracia no siempre prevaleció la calidad, y algunas de esas deshonrosas excepciones también andan por aquí, debido, ante todo, a su contribución a la visibilidad. Las mujeres salían peor paradas, tanto en el lesbianismo como en la transexualidad, quizá al estar dirigidas por hombres que explotaban el sensacionalismo de argumentos oportunistas. Positivamente quedan para la posteridad algunas de las películas dirigidas por Eloy de la Iglesia, Pedro Almodóvar, Vicente Aranda, Pedro Olea y Javier Aguirre, que aportaron realismo y sensibilidad a un país que empezaba a resurgir.

Numerosas canciones han servido como reafirmación; muchas de ellas, entonadas a pleno pulmón; algunas, olvidadas con el paso de los años, y unas pocas, erigidas en himnos por aclamación popular. Porque los himnos los hace la gente cuando sus letras despiertan verdad. Libérate, A quién le importa y Mujer contra mujer siguen conmoviendo a quienes, más de tres décadas después, todavía se identifican con ellas. Mi vida privada y Sobreviviré son sendas declaraciones de intenciones y funcionan por igual a pesar de los años que las separan. También el concepto de diva LGTBQ tiene cabida en estas páginas, porque, como sucede con los himnos, es el público quien las eleva a su pedestal, esa es su iconografía. Eso sí, la presencia de cada una de ellas está justificada mediante declaraciones, canciones y méritos varios, más allá de haber sido carne de imitación en el arte del transformismo. Alaska, Massiel y Esperanza Roy se desmarcan con un mayor conocimiento de causa, junto a Sara, Lola y Rocío, que, aun siendo en ocasiones políticamente incorrectas, tienen a su favor sus buenas intenciones.

Conforme avanzan las décadas, disminuyen los ejemplos aquí citados, que no los casos de valentía y talento, porque no es comparable el año 2001 con lo que sucedía en 1976. Aun así, he considerado oportuno hacer un hueco a una película como Cachorro, teniendo en cuenta que mostró el nunca antes retratado mundo bear con una perspectiva rompedora, así como a la irrupción en nuestro imaginario de Deborah Ombres, la primera travesti para toda una generación que ejercía de presentadora, y el cantante Falete, que rompió con los géneros establecidos cuando este país todavía no era tan moderno como se consideraba.

Hay ausencias que están más que justificadas. Empezando porque este no es un libro de outing, donde un actor o una cantante tengan que ocupar un lugar por el simple hecho de su orientación sexual sin haberse manifestado abiertamente al respecto, siendo esto igual de respetable pero poco representativo en cuestiones de liberación. Así se entiende la presencia de artistas como Antonio Amaya y «El Titi», quienes, a diferencia de sus amigos y compañeros Pedrito Rico y Tomás de Antequera, se posicionaron dentro y fuera del escenario, dispuestos a marcar un punto y aparte, siguiendo los pasos de Miguel de Molina. En cuanto a los showmans y los transformistas, son aquellos que lograron desmarcarse, llamando la atención de los medios de comunicación, los que han dejado testimonio de la época, no por ello siendo menos importantes todos los que no alcanzaron trascendencia mediática. Por otro lado, el punto de partida de este libro es el espectáculo, visto como un reducto de libertad en el que, siempre con talento, se pueden abarcar muchas cuestiones. De ahí que se queden fuera los escritores Federico García Lorca, Terenci Moix y Eduardo Mendicutti, siempre posicionados en su obra y su persona. Respecto a los transformistas de principios del siglo pasado, entre los que destacan Derkas, Luisito Carbonell, Mirko y Edmond de Bries, lamentablemente no hay entrevistas a nuestro alcance ni forma de plasmar sus palabras. Puesto que la poca información que existe sobre ellos ya ha sido recopilada en otras obras, han sido omitidos en esta, pero no quiero dejar de mencionar lo transgresores que fueron, considerando que la Ley de Vagos y Maleantes se instauró durante la Segunda República.

A través de casi un centenar de entradas, Libérate pretende ser un homenaje a esa cultura que hizo que este país se tornara en color tras largos años viviendo en blanco y negro. Un homenaje repleto de fechas, títulos, espectáculos, cabarets y otros muchos datos que solo han podido ser obtenidos a través de una exhaustiva labor de hemeroteca. Algunas de las personas aquí destacadas fallecieron recientemente; tal es el caso de Violeta la Burra, Juan Gallo y Carmen de Mairena, cuyas trayectorias apenas fueron recogidas con esmero por sus obituarios y semblanzas, debido a que la información que pulula por internet suele ser escasa y repetitiva. Quizás este libro sirva para dejar constancia en adelante de todo ello y se haga así justicia a todas esas carreras labradas a golpe de escenario. Porque la historia de nuestra cultura LGTBQ todavía se está escribiendo, y hay que empezar por ordenar lo que ya ocurrió, de manera precisa y fehaciente, otorgando a todos los referentes el lugar que merecen. Tener constancia de nuestro pasado nos permitirá asentar los cimientos de nuestro futuro. Libérate.

Valeria Vegas, octubre de 2020

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