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Antonio Amaya
ОглавлениеAntonio Amaya forma junto a Pedrito Rico y Rafael Conde «El Titi» la santísima trinidad de cancioneros que durante el franquismo hicieron gala de prendas coloridas, ademanes y, obviamente, una voz portentosa. Miguel de Molina se erige como el estandarte absoluto, previo y quizás más popular, que con su exilio abrió el camino a otros hombres entregados a la canción española como la mejor de las folclóricas.
Amaya nació en Granada en 1924 y sintió desde muy pronto su vocación artística, pese al rechazo y la negativa de su padre. Cuando este fallece, Amaya decide probar suerte en Madrid, adonde viaja en tren escondido bajo un asiento, al no tener ni tan siquiera dinero para el billete. Al poco tiempo, comienza su periplo artístico como chico de conjunto, y logra ser uno de los dos boys de la compañía de revistas de la célebre vedete Celia Gámez. En 1947, ya instalado en Barcelona (donde obtendría sus mayores éxitos), graba su primer EP en un disco de pizarra. Ese mismo año, finalizaba su espectáculo Bronce y oro, que daría paso a múltiples homenajes en la Ciudad Condal y a nuevos contratos.
Doce cascabeles, pasodoble publicado en 1952, supuso el mayor de sus éxitos musicales, aunque después se adjudicaría tal canción a Joselito, niño prodigio del cine español. A mediados de los cincuenta, Amaya se convierte en uno de los reyes del Paralelo barcelonés, actuando junto al actor cómico Alady y las actrices Mary Santpere y Carmen de Lirio. Dicha etapa, de máximo esplendor, se prolongaría hasta 1968. Asimismo, el cantante actuaría en los teatros Lope de Vega de Madrid y Ruzafa de Valencia, con espectáculos como Pim, pam, fuego y Trío de ases. También en Argentina y otros países de América Latina cosechó sucesivos éxitos.
El estilismo de Antonio Amaya fue evolucionando con el paso del tiempo de un modo insólito para la época. Si bien en sus comienzos su imagen era la de un joven apuesto y de aire andaluz, lo que le valió el apodo de El Gitanillo de Bronce, paulatinamente fue añadiendo chaquetas sofisticadas y recargadas, en un alarde de glamour que no siempre resultaba entendido. En pleno tardofranquismo, incorporó anillos en las manos, rímel en las pestañas, colgantes de oro y pelucas masculinas que le proporcionaban un aspecto ambiguo que era toda una declaración de intenciones. El sumun de todo aquello, a modo de triple salto mortal, se dio junto a su amigo Rafael Conde «El Titi» cuando ambos recorrieron el país con los espectáculos Cara a cara y Frente a frente, en los que simulaban rivalizar y emulaban a su manera las peleas en broma de Juanito Valderrama y Dolores Abril. Brotaron así indirectas, alardes y divismos a ritmo de canción española, en teatros como el Ruzafa de Valencia o la mítica sala Oasis de Zaragoza.
Siempre con buen ojo para los negocios, Amaya se instaló en Sitges, paraíso del mariconeo, y regentó durante varios lustros el local Chez Antonio, que viviría su esplendor en los setenta. En 1974, un año antes de la muerte de Franco, grabaría el que sería su último éxito musical, Mi vida privada, versionado posteriormente por un sinfín de transformistas y compañeros del gremio. En 1977, año en el que actúa en la sala Mario’s, posa desnudo para la revista Papillón, algo que ya había hecho con anterioridad el actor Vicente Parra; claro que el cantante se anunció como «el culo más sexy de España». Un año después repetiría la jugada en la revista Party, de marcada línea editorial gay, posando con su look excesivo y dejando unos cuantos titulares con mala leche que no tienen desperdicio. Es la misma época en la que se presenta habitualmente en el escenario ataviado con un bikini y un abrigo de pieles, una imagen nunca vista en un cantante de su estilo.
En 1979, Amaya se subiría al escenario del Teatro Victoria junto a la cupletista Lilián de Celis, en el espectáculo Ídolos del Paralelo. Cabe destacar el siguiente fragmento de la crítica de La Vanguardia con motivo de su estreno:
Amaya es, dentro de su arte, una figura única. Cantante de privilegiada voz y un exquisito arte, humorista, narrador de cuentos divertidos y hombre sorprendente, que gusta de presentarse vestido y enjoyado como una mujer. Tiene especial predilección por los brillantes y las esmeraldas, por las pieles de visón, por los adornos extremados y fastuosos. Pero estas curiosas singularidades no empañan su calidad de cantante de poderosa voz y delicado estilo, con lo que provoca en sus adictos, que son todos, tempestades de aplausos. Su reaparición en el escenario del Victoria, tras nueve años de no haber pisado un escenario teatral, fue una verdadera y jubilosa fiesta.
La década de los ochenta es quizás la más difusa de su carrera y la menos reivindicada, pese a que continuó trabajando intermitentemente. En su Barcelona de adopción, actuó en la sala Ciro’s, presentado como atracción estelar en 1983 dentro del show Magic Cabaret; y en 1985 en el Teatro Apolo, donde compartió escenario con Salomé y Rafael Conde «El Titi» en el espectáculo Tal… para cual. Hacia finales de la década actuaría en las salas de fiestas Babel y Bandolero, que alternó con otras muchas de Valencia y Zaragoza. Los noventa le trajeron esporádicas apariciones en televisión, en programas como 3x4, El salero, Las coplas, Pasa la vida o Qué pasó con…, hasta desaparecer injustamente de los medios.
Sus últimos años los pasó en una residencia de Sitges. En 2010, el artista Pierrot publicó un libro a modo de memorias en el que relataba la vida y triunfos de Antonio, quien fallecería en 2012, sin repercusión alguna pero dejando un ahijado artístico: Adrián Amaya. Aunque el tiempo no lo trató bien, Antonio Amaya imprimió su huella en la época, brindando, siempre al son de una portentosa voz, inequívocos guiños como alarde de su homosexualidad.