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Bibiana Fernández

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Hay veces que homenajear a una artista poniéndole una calle resulta insuficiente. Es el caso de Bibiana, que bien se ha ganado una avenida, sin quererlo ni pretenderlo, limitándose a ser ella misma —que no es poco— y tomando las riendas de su destino sin buscar nada a cambio.

Bibiana ha vivido los convulsos tiempos de la Transición democrática en los agitados y destapistas años setenta; la supuesta explosión de modernidad de los ochenta con la cacareada movida madrileña de fondo; los agitados noventa con la llegada de las cadenas privadas; y los actuales y ya bien entrados dos miles, durante los que sigue al pie del cañón. En todas las décadas ha triunfado y dejado huella con su estilo y su indudable magnetismo. Todo ello la sitúa a la altura de otros iconos aquí presentes tales como Alaska, Lola Flores o Sara Montiel, con el añadido de que para ella el término «liberarse» conlleva mayor conocimiento de causa.

Al contrario de lo que se suele creer, Bibiana sí habló con detalle de todo lo que atañe a su identidad. En sus inicios, tuvo la paciencia de explicar, comentar, responder y ahondar en muchas de las cuestiones que se le planteaban, pero terminó decidiendo no darles más cabida. La explicación es muy sencilla, pese a que pocos reparen en ella. Hablar constantemente de lo mismo, sea lo que sea, no hace sino encasillar a cualquier artista, en ese exprimidor involuntario que muchas veces son los medios de comunicación.

Cuando una persona se prepara a conciencia para dar lo mejor de sí misma en el mundo del espectáculo, lo que menos quiere y necesita es hacer concesiones al morbo: tan solo desea demostrar su valía. No es una cuestión de rechazo, sino de hartazgo e inteligencia. Natalia Figueroa entrevistó a Bibiana para el suplemento de ABC en 1984 y, a la pregunta de si fueron muy duros los comienzos, la artista contestó:

El tiempo posee un poder especial, y los malos recuerdos se van olvidando… Para mí siempre pesa más lo bueno que lo malo. Sí, los comienzos fueron duros, pero cada vez que me hacen esta pregunta intuyo que se quieren rebuscar una serie de cosas de mi vida… Quizá es que estoy viciada por las entrevistas que me han hecho, por las preguntas… Mis principios fueron igual de difíciles que para otra persona cualquiera. Siempre el principio es difícil. El trabajo no es grato en un ambiente donde la gente no reconoce el esfuerzo que puedas hacer. En aquel momento yo no tenía calidad para que se me admirase, pero al menos podían intuir mi esfuerzo, mi anhelo de abrirme camino… El ambiente de cabaret es un ambiente de gueto.

Hay que añadir que el tesón y la constancia hicieron el resto, pues Bibiana no dejó de trabajar y logró así que su vida privada quedase en un segundo plano. Su buen hacer primó sobre la intolerancia. Cualquier persona que sobreviva a todo ello ya merece el mayor de los respetos, pero no el respeto al uso que todo ciudadano merece, sino aquel que entiende su camino y sus decisiones. Porque en España se nos da bien enarbolar efusivamente las libertades que atañen a una mayoría, pero, cuando se trata de la libertad individual, la cosa cambia. La artista supo dar su pertinente explicación, cuando fue entrevistada por Nacho Fresno en la revista Shangay, en 2018. Él le preguntó acerca de las etiquetas y ese absurdo reproche a no ejercer de abanderada, y Bibiana, siempre acertada, contestó:

En el mundo LGTBI existen muchas. Y me da mucho coraje. Por ejemplo, la palabra trans, que parece que yo estoy en contra. ¿Cómo voy a estar en contra de esa palabra?, ¿cómo voy a estar en contra de alguien que quiera cambiar? Yo no puedo negarle el derecho a elegir a nadie. Pero sí me molesta, porque, cuando tú coges a un niño, o a una niña, con cuatro años, ¡no te dice que quiere ser trans! Te dice que es un niño o una niña. Ellos se sienten niños o niñas. ¡Nada más! Eso es lo que quiero decir. Tú vete a una familia donde haya un niño o una niña que sea transgénero, que tenga tres, cuatro, cinco años, y que le diga a su madre que ella es una niña y que se viste de niña. El discurso de esa niña, y la pelea de esos padres que razonan, que afortunadamente ya hay muchos así, es que es una niña. O un niño. Entonces si dice ella que es una niña, ¡coño!, ¿por qué no la dejáis que sea una niña? ¡Y punto! ¡Y punto pelota! Después ya el mundo que diga lo que quiera. Pero eso es el resto del mundo, pero yo no. Yo no te lo compro. Yo ya el peaje lo he pagado. Setecientos años.

En resumidas cuentas, a veces, muchas veces, la educación, la simpatía, la inteligencia y el saber estar, proyectados desde los medios de comunicación, han hecho tanto o más que una bandera, en tiempos en los que ni se alzaban. Ventajas de ser una misma.

La trayectoria de Bibiana es de sobra conocida, pero no está de más puntualizar algunos de sus muchos méritos. Con el nombre artístico de Bibi Andersen, ocupó las carteleras de los teatros y los afiches de cine. Sus inicios en el cabaret pronto le otorgaron su primera oportunidad en el séptimo arte, de la mano de Vicente Aranda, con la película Cambio de sexo (1977), junto a Victoria Abril. El filme supuso todo un ejemplo a la hora de abordar con realismo y dignidad la transexualidad, siendo la primera vez que se trataba el tema en el cine español. En 1978, la artista dio el salto a la revista de variedades con el espectáculo Una vez al año no hace daño, estrenado en el Teatro Calderón de Madrid, con el que viajó posteriormente al Apolo de Barcelona y a otras muchas salas. A este le seguiría, en 1980, Divorcio a la española, junto a los actores Pedro Peña, Pedro Valentín y Jenny Llada, que se prolongó durante once meses de éxito en el Teatro Lido. Ese mismo año debutó en la música con un disco homónimo que incluía canciones como Call Me Lady Champagne o el hoy archifamoso Sálvame, que en su momento sonó sin mayor trascendencia, sin imaginar que casi tres décadas más tarde sería la sintonía, y el nombre, de un programa televisivo. Aquel álbum le sirvió para participar en multitud de galas por todo el territorio nacional, hasta que en 1985 se subió a los escenarios con su propio espectáculo, Una noche con Bibi, con el que recorrió España durante largo tiempo; un show que destacaba por su calidad y sus números musicales, así como la participación de los cómicos Joan Monleón y Javier de Campos y hasta un mago que lograba convertir a la artista en una pantera negra.

Pedro Almodóvar contó con ella para el mediometraje Tráiler para amantes de lo prohibido, estrenado en el programa de televisión La edad oro, en el que Bibi encarnaba a una ambiciosa mujer fatal en un guion delirante. Le siguieron la comedia de equívocos Sé infiel y no mires con quién (1985), dirigida por Fernando Trueba, y, de nuevo junto a Almodóvar, Matador (1986), en el pequeño papel de una florista ambulante, y La ley del deseo (1987), como la egoísta madre de Manuela Velasco. En 1988, trabajó a las órdenes de Gonzalo Suárez en Remando al viento, y ese mismo año presentó el programa Sábado noche junto a Carlos Herrera. Su labor en la pequeña pantalla continuó con Buen humor y, ya en la década de los noventa, Estress; Hip, hip, hipnosis; Coplas de verano; Muchas gracias; La alegría de vivir, y El pelotazo, así como una constante labor de tertuliana en diversos programas, hasta el día de hoy.

Continuó trabajando con Almodóvar en Tacones lejanos (1991), donde interpretó a una presa lesbiana que se marca un baile carcelario en una de las escenas más celebradas de la filmografía del cineasta; y Kika (1993), en la que era la amante de Peter Coyote. Precisamente en las fiestas de promoción de Kika, donde la artista cantaba, el director manchego la presentaba de una manera hermosa, repleta de esos referentes a los que Bibiana citó más de una vez. Decía así: «De pequeña ella soñaba con parecerse a Ursula Andress y Raquel Welch. Ahora estoy seguro que tanto a Raquel como a Ursula les gustaría parecerse a Bibi Andersen». Solo alguien sobrado de talento puede contar toda una historia en tan pocas palabras. La actriz siguió su labor en el cine con Más que amor, frenesí (1996), donde daba vida a una proxeneta enamorada de jovencitas; Atómica(1998), como rutilante estrella porno; Rojo Sangre (2004), al lado de Paul Naschy, y más recientemente Solo química (2015), dirigida por Alfonso Albacete, en la que tiene un idilio con José Coronado.

El cambio de siglo le hizo volver a los escenarios con las obras 101 dálmatas, que la convirtió en Cruella de Vil; No se nos puede dejar solos; La gran depresión; El amor está en el aire, y La última tourné, dirigida por Félix Sabroso. Este nuevo tiempo traería consigo una firme decisión. Al igual que Paca Gabaldón dejó atrás el nombre de Mary Francis, Bibiana decidió poner punto y aparte al apellido Andersen. En una entrevista realizada en 1998 por Vicente Molina Foix para El País Semanal, posiblemente una de las mejores entrevistas que le han hecho nunca, la actriz respondió así a la pregunta del porqué de un nombre artístico que parecía tan falso:

Eso, sí. Un accidente. Cuando estaba a punto de debutar en el cabaré de Barcelona buscábamos un nombre, y el empresario me proponía cosas horribles, Pupella Rose y cosas así, pero en la lista tenía Bibí Andersen, así, mal escrito, y yo, que ya había visto películas de arte y ensayo y sabía que Bibi Andersson era la actriz favorita de Bergman, me quedé con ese. Un nombre postizo, totalmente de acuerdo, pero lo he arrastrado, sin gustarme. Yo ahora soy a todos los efectos Bibiana Fernández, y así me gustaría que se me conociera. En la película Atómica ya traté de aparecer con ese nombre, diciéndoles que el mismo cambio podría servir de promoción a la película. Pero nada, no me entendieron. A ver si tú lo consigues con esta entrevista. ¡Quiero llamarme Bibiana Fernández!

Y así fue. La prensa le devolvió todo el amor —y paciencia— que ella le había dado durante lustros, alzándose de nuevo Bibiana como una mujer de sueños cumplidos. Es la concepción profesional de vedete tal y como la entienden los franceses: la señora que actúa, canta, baila y presenta. En alguna ocasión confesó sentir el cine como asignatura pendiente, pero es que ella, queriéndolo o sin querer, va más allá de la pequeña o la gran pantalla. Está en la categoría de gloria nacional, esa misma que alcanzaron Raffaella o La Jurado gracias al cariño del público. Ese público que a veces, aun sin tener ningún disco de la italiana ni haber visto las películas de la chipionera, las adora. En ese pedestal está Bibiana Fernández.

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