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Capítulo 6
Оглавление–¡LO SIENTO!
Gordon se disculpó profusamente por haberla asustado, después de que, al entrar en su habitación, se hubiera encontrado con lo que le había parecido un monstruo.
Gordon se quitó la mascarilla.
–Es para respirar. Tengo apnea del sueño.
Estelle se había cambiado en el cuarto de baño que había en el pasillo y, en aquel momento, llevaba un viejo pijama rosa. Era el único que tenía, pero estaba segura de que Gordon no esperaba un camisón de pronunciado escote.
Se ofreció a dormir ella en el sofá, puesto que era él el que pagaba, pero, fiel a su palabra, Gordon insistió en que ocupara ella la cama.
–Gracias por esta noche, Estelle.
–Lo he pasado muy bien –contestó Estelle–. Pero para ti debe de ser muy difícil tener que ocultar tu verdadera vida.
–No ha sido fácil, pero, dentro de seis meses, podré ser yo mismo de verdad.
–¿Y no puedes serlo ahora?
–Si de mí dependiera, probablemente ya se sabría todo –le explicó Gordon–. Pero Frank es un hombre muy reservado y para él sería terrible que se hablara públicamente de nuestra relación. Pero, dentro de seis meses, nos iremos a vivir a España.
–¿Queréis vivir allí?
–Y casarnos. En España, es legal el matrimonio homosexual.
Estelle estaba agotada. Se acostaron y estuvieron hablando un poco más.
–¿Sabes que Virginia está a punto de terminar la carrera? –le preguntó Gordon.
–Sí, lo sé.
–El mes que viene comenzará a trabajar. No pretendo ofenderte sugiriendo nada, pero si quieres seguir acompañándome durante estos meses…
No la presionó, a pesar de que ella no contestó, y Estelle lo agradeció.
–Piensa en ello –le pidió Gordon y le deseó buenas noches.
Estelle pronto comenzó a divagar, pero no pensando en la oferta de Gordon, sino en Raúl.
Desde el instante en el que cerró los ojos, Raúl apenas abandonó sus pensamientos. Todavía no comprendía lo que había pasado en la pista de baile; casi esperaba sentir las campanas, las sirenas y los silbidos del orgasmo y, sin embargo, había experimentado algo infinitamente delicioso y delicado. ¿Cuánto más le quedaba por saber? Ni siquiera se atrevía a pensar en ello. Agotada después de un largo día, estaba a punto de hundirse en el sueño cuando Gordon encendió la máquina para respirar.
Ginny no le había hablado de aquella parte de la velada.
Así que permaneció tumbada, con la cabeza debajo de la almohada. A las dos, continuaba escuchando el siseo y el zumbido de la máquina y, al final, se rindió. Se levantó y, descalza, se dirigió al cuarto de baño y bebió un poco de agua del grifo, deseando que la noche acabara cuanto antes. Pero al salir del baño, olvidó sus lamentaciones. Salió a una enorme balconada de piedra y contempló la vista del lago. Era increíble que hubiera tanta luz a aquella hora de la madrugada. Respiró la cálida brisa del verano y comenzó a pensar en la oferta de Gordon.
Justo en ese momento, se abrió la puerta del balcón. Se volvió y puso los ojos como platos al ver a Raúl vestido únicamente con la falda escocesa.
Estelle habría preferido que fuera completamente vestido. Y no porque tuviera nada que resultara decepcionante. Todo lo contrario. Pero la visión de aquella piel de color oliva y del ligero vello oscuro que cubría su pecho le dejaba un único lugar en el que fijar la mirada. Y mirarle a los ojos no era en absoluto seguro.
Advirtió entonces que Raúl no la había seguido hasta allí. Estaba hablando por teléfono.
Seguramente tenía mejor cobertura allí fuera. Estelle le dirigió una breve sonrisa e intentó alejarse de él, pero Raúl la agarró por la muñeca, obligándola a permanecer a su lado.
–No tienes por qué saber en qué habitación estoy –entornó los ojos mientras hablaba por teléfono–. Araminta, te sugiero que te acuestes –dejó escapar un irritado siseo–. ¡Sola!
Terminó la llamada y, solo entonces, le soltó la muñeca a Estelle. Esta permaneció donde estaba mientras él examinaba su rostro.
–¿Sabes? Sin todo ese maquillaje con el que te habías embadurnado, estás impresionante. Me sorprende que Gordon se haya permitido perderte de vista.
–Necesitaba tomar el aire –le explicó.
–Yo me estoy escondiendo.
–¿De Araminta?
–Alguien debe de haberle dado mi número de teléfono. Voy a tener que cambiarlo.
–Pronto renunciará.
Estelle sonrió, compadeciendo a la otra mujer. Si Araminta había tenido una aventura con él años atrás y sabía que iba a estar allí aquella noche, entendía que se hubiera hecho ilusiones.
El teléfono de Raúl volvió a sonar. En aquella ocasión, decidió no contestar.
–¿Y tú qué haces aquí a esta hora de la noche? –le preguntó a Estelle.
–Pensar.
–¿En qué?
–En cosas –no añadió que muchos de sus pensamientos estaban dedicados a él.
–Ha sido un día interesante –admitió Raúl.
Fijó la mirada en el silencioso lago y se sintió muy lejos del lugar en el que se había despertado aquella mañana. Ni siquiera sabía cómo se sentía. Miró a Estelle, que también contemplaba la noche y parecía sentirse cómoda con el silencio.
Era Raúl el que no lo soportaba. Era él el que se aseguraba de que sus noches y sus días estuvieran repletos de actividades para llegar agotado por la noche a la cama.
Allí, por primera vez desde hacía mucho tiempo, se encontraba solo con sus pensamientos, y no le gustaba. Interrumpió el silencio. Quería oír la voz de Estelle.
–¿Cuándo te vas?
–Mañana a última hora de la mañana –contestó Estelle con la mirada fija en el lago–. ¿Y tú?
–Me iré temprano.
Se acercó al balcón para asomarse y Estelle vio la enorme cicatriz que iba desde el hombro a su cintura. Raúl se volvió y reconoció en el rostro de Estelle la impresión que le había causado. Normalmente, se negaba a explicar el origen de aquella cicatriz, no necesitaba la compasión de nadie. Pero, aquella noche, decidió contarlo.
–Me la hice en el accidente de coche.
–¿En el que murió tu madre?
Raúl asintió y fijó la mirada en la noche. Se alegraba de que Estelle estuviera allí. Eran las dos de la mañana de la segunda noche más larga de su vida, y en la primera había estado solo.
–¿Puedo preguntarte otra vez qué estás haciendo con Gordon?
–Es un buen hombre.
–Como mucha otra gente. Y eso no significa que tengamos que ir por ahí… –no terminó la frase, pero quedó claro lo que pretendía decir–. ¿Estás aquí esta noche por tu hermano?
Estelle no podía contestar, pero sabía que los dos conocían la verdad.
–¿Tienes hermanos? –le preguntó.
Se hizo un largo silencio. El padre de Raúl le había pedido que no revelara nada todavía, pero pronto se sabría. Estelle se acercó a él mientras esperaba la respuesta. A lo mejor iba directa a la prensa con aquella novedosa información, pero en aquel momento, a Raúl no le importaba. No podía pensar en el mañana. Necesitaba concentrarse en superar aquella noche.
–Si me lo hubieras preguntado ayer, la respuesta habría sido no. Esta mañana, mi padre me ha confesado que tengo un hermano, Luka. Luka Sánchez García.
Después de lo que le había contado durante la velada, Estelle supo que no eran hijos de la misma madre.
–¿Le conoces?
–No directamente.
–¿Cuántos años tiene?
Era la misma pregunta que él le había hecho a su padre, aunque Estelle desconocía la relevancia de la respuesta.
–Veinticinco –contestó Raúl–. Esta mañana he entrado en el despacho de mi padre esperando el sermón habitual, mi padre siempre insiste en que siente la cabeza –se rio con tristeza–. No sabía lo que me esperaba. Mi padre se está muriendo y quiere poner todos sus asuntos en orden. Así que hoy me ha dicho que tiene otro hijo.
–Supongo que la impresión ha sido muy fuerte.
–Todo el mundo esconde algún esqueleto en el armario. Pero, en este caso, no se trata del fruto de una aventura de hace muchos años que de pronto sale a la luz. Mi padre tiene otra vida. Se ve con la madre de su hijo en una ciudad del norte de España. Yo pensaba que viajaba regularmente por asuntos de trabajo. Tenemos un hotel en San Sebastián que siempre ha sido uno de sus principales intereses. Ahora sé por qué.
Estelle intentó imaginarse lo que sería descubrir algo así. Y Raúl continuaba intentando comprender por qué se había abierto con tanta facilidad a ella. Y entonces se recordó la razón. Si quería encontrar una solución a sus problemas, tenía que contarle la verdad a Estelle. Por lo menos, en parte. Jamás podría revelarlo todo.
–Su asistente personal, Ángela, siempre ha sido para mí…
Se encogió de hombros. Ángela había sido una constante en su vida, una mujer en la que confiaba. Raúl cerró los ojos y recordó las duras palabras que le había dirigido aquella mañana.
–Al parecer, el hijo del que tan a menudo hablaba Ángela en realidad es mi hermano –sonrió con ironía–. Pasé gran parte de mi infancia con mis tíos, pensando que mi padre tenía que trabajar en un hotel de San Sebastián, y ahora resulta que estaba allí con su amante y su hijo. Así que, en respuesta a tu pregunta, sí, tengo un hermano. Pero, a diferencia de lo que te ocurre a ti con el tuyo, no me importa nada.
–Podrías llegar a apreciarle si le conocieras.
–Eso no va a ocurrir.
Estelle sintió un escalofrío que atribuyó a la brisa nocturna.
–Voy a entrar –susurró.
–No, por favor –le suplicó Raúl.
Estelle tenía que volver. Tenía que regresar a la seguridad de Gordon. No quería alejarse de Raúl, pero sabía que tenía que hacerlo.
–Buenas noches, Raúl.
–Quédate.
Estelle negó con la cabeza y agradeció que en aquel momento sonara el teléfono de Raúl. Pero, cuando se volvió para abrir la puerta, oyó la voz de una mujer histérica en el pasillo.
–¡Contesta el teléfono, Raúl! ¿Dónde demonios estás?
Raúl tuvo buenos reflejos. Rápidamente, desconectó el teléfono y agarró a Estelle.
–Necesito que me hagas un favor.
Antes de que Estelle pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, la estrechó entre sus brazos y presionó la boca contra sus labios mientras deslizaba la mano por la parte superior del pijama. Estelle se resistió, hasta que se dio cuenta de lo que estaba pasando. Oyó a Araminta llamando a gritos a Raúl. Podía aparecer en el balcón en cualquier momento, pero lo pasó de largo sin volver siquiera la cabeza.
Raúl podría haberse detenido en ese momento, pensó Estelle. Pero tenía el pijama completamente abierto y sus senos presionaban el pecho desnudo de Raúl.
Deberían parar inmediatamente, se dijo mientras la lengua de Raúl buscaba la suya.
Raúl gimió débilmente en su boca. Fue la cosa más sexy que Estelle había oído o sentido en su vida. Raúl deslizó la mano por su trasero mientras la hacía sentir su lengua caliente y húmeda.
Estelle quería poner fin a aquel beso y, al mismo tiempo, deseaba que se prolongara… Era como si estuviera recorriendo un camino prohibido y estuviese deseando llegar hasta el final para ver la mujer en la que Raúl la había convertido.
–No vuelvas con él –le ordenó Raúl sin abandonar apenas su boca.
Tenía intención de hablar con ella en otro momento, de pedirle el número de teléfono, pero no podía soportar la idea de que volviera a la cama con Gordon. De modo que le revelaría sus planes inmediatamente.
–Ven conmigo.
Estelle se dio cuenta entonces de lo que le estaba pidiendo. Había dado por sentado que para ella era habitual entregar su cuerpo. Cuando Raúl intentó besarla otra vez, le dio una bofetada.
–Tú pagas más, ¿verdad?
–No pretendía que lo interpretaras así.
Raúl sintió el escozor de la bofetada en la mejilla y supo que se la merecía. Pero en lo último que estaba pensando él era en el dinero. Sencillamente, no quería que Estelle volviera con otro hombre.
–Lo que pretendía decir…
–Sé exactamente lo que pretendías decir.
–¡Sinvergüenza!
Ambos se volvieron y vieron a Araminta con el rostro empapado en lágrimas.
–¡Me has dicho que estabas cansado, que querías acostarte!
–¿Puedo sugerirte que vuelvas a la cama? –le espetó Raúl a Araminta, molesto por aquella intrusión.
Estelle pudo ser testigo una vez más de lo brutal que podía ser aquel hombre cuando se lo proponía.
–¿De qué manera puedo dejar más claro que no tengo ningún interés en ti?
Se volvió para ayudar a una mortificada Estelle a abrocharse los botones del pijama, pero Estelle le apartó la mano.
–¡No me toques!
Salió disparada del balcón y se dirigió a su habitación, donde intentó olvidar la sensación de las manos y la boca de Raúl. Donde intentó negar que era la primera vez que deseaba realmente a un hombre.