Читать книгу E-Pack Jazmín Luna de Miel 2 - Varias Autoras - Страница 18
Capítulo 13
Оглавление–NOS daremos una ducha y después nos arreglaremos para la cena –dijo Raúl cuando abordaron de nuevo el yate–. ¿Quieres que le pida a Rita que te peine?
–¿A Rita?
–Es masajista y esteticista. Si quieres que te ayude, solo tienes que pedírselo a Alberto –dijo Raúl, y se dirigió hacia su camarote.
Estelle le llamó. Olía ya los aromas de la cena y estaba realmente hambrienta.
–¿Por qué tenemos que arreglarnos para la cena? Solo vamos a estar nosotros dos.
–En un yate como este, cuando el chef… –comenzó a explicar Raúl, pero cambió de opinión, porque a bordo no siempre era necesario guardar la etiqueta–. Muy bien… –se volvió hacia Alberto, que ya había tomado nota.
–Avisaré al chef inmediatamente.
Se ducharon en cubierta y se sentaron después a cenar.
Raúl estaba acostumbrado a tener a rubias con cuerpos espectaculares y vestidos muy poco discretos sentadas frente a él. Pero había algo increíblemente sensual en el hecho de estar sentado medio desnudo, disfrutando de las exquisiteces que les llevaban.
–Creo que podría acostumbrarme a esto –comenzó a decir Estelle, pero se corrigió rápidamente–. Quería decir que…
–Ya sé lo que querías decir –para Estelle fue un alivio verle sonreír–. La comida es increíble. El chef es maravilloso. Es algo habitual en los yates.
Estuvieron charlando mientras cenaban con mucha más naturalidad que en ocasiones anteriores. Y no lo hacían para que lo viera la tripulación. Después, disfrutaron de unos bailes en cubierta.
–Ahora comprendo por qué teníamos que cambiarnos para cenar –admitió Estelle–. ¿Crees que he ofendido a alguien?
–Creo que no podrías ofender a nadie aunque lo intentaras.
Comenzaba a oscurecer. Raúl miró hacia los acantilados y hundió la cabeza en el pelo de Estelle.
–Y, por cierto, aunque me acuses de ser un canalla controlador, lo que me preocupa es que puedas quemarte. Jamás en mi vida había visto una piel tan blanca.
–Creo que ya me he quemado un poco, de hecho.
–Lo sé.
Se trasladaron al salón. Estelle estaba empezando a relajarse hasta tal punto que, cuando les llevaron una copa de vino, ni siquiera se apartó de sus brazos.
–Vámonos a la cama… –sugirió Raúl con la mano en el biquini, intentando liberar su seno.
–No, todavía no –susurró Estelle contra sus labios–. Ahora no podría dormirme…
–No tengo ninguna intención de dejarte dormir.
–Veamos una película –propuso Estelle, apartándose de él y acercándose hacia la colección de DVD.
–¡Estelle, no!
–¡Oh, lo siento! –había olvidado que le había dicho que se negaba a ver películas haciendo manitas–. Sí, ya sé que es mejor que vayamos a la cama.
–No me refería a eso –respondió Raúl entre dientes–. Pero no creo que encuentres ninguna que te guste.
Se preparó para renunciar a la que prometía ser una noche de placer mientras Estelle revisaba la colección.
–Esta me encanta.
–¿De verdad? –preguntó Raúl gratamente sorprendido.
–De verdad… –miró un par de películas más–. Y esta es una de mis favoritas –le mostró la carátula y no entendió su sonrisa.
–Por supuesto –dijo Raúl.
Tiró de ella para que se sentara a su lado y sonrió. Algún día, cuando una anécdota como aquella no pudiera ofenderla, le contaría lo divertido de la situación.
Pero aquel día nunca llegaría, se recordó. Su relación se ceñía al presente.
Raúl no se había sentado a ver una película, por lo menos una película con argumento, desde que podía recordar.
Notó que Estelle se estremecía. Las puertas del salón estaban abiertas y la brisa era fresca. Tomó una manta de detrás del sofá y la colocó sobre ellos.
–¿Te escuece? –le preguntó a Estelle, besándole los hombros sonrosados.
–Un poco.
Estelle se concentró en la película y Raúl se concentró en Estelle. Estuvo besándole el cuello y los hombros durante una eternidad. Después, le acarició los senos con las palmas de las manos y le pellizcó suavemente los pezones con el pulgar y el índice. Y, lentamente, cuando supo que Estelle no pondría reparos, deslizó la mano bajo la parte inferior del biquini. Repitió entonces la pregunta en un tono más íntimo.
–¿Te escuece?
–Un poco –volvió a responder Estelle.
Pero la delicadeza de Raúl convirtió la sensación en algo sublime. Podía sentir el movimiento del yate y la dureza enorme de Raúl tras ella; podía sentir la urgencia de su boca y su creciente insistencia.
–Date la vuelta, Estelle –le pidió Raúl con la respiración agitada.
–Ahora mismo.
A esas alturas, ni siquiera estaba viendo la película. Tenía los ojos cerrados y se limitaba a disfrutar de las caricias de Raúl y a desear que continuaran.
–Ahora viene lo mejor –le dijo a Raúl, refiriéndose a la película.
Raúl la subió un poco más, de manera que su trasero desnudo quedara contra su estómago y la colocó en un ángulo perfecto. Estelle le sintió entonces deslizarse perfectamente en su interior. Todavía estaba un poco dolorida, pero, aun así, se cerró aliviada a su alrededor.
–Esto sí que es lo mejor –la corrigió Raúl con voz ronca.
Presionó lentamente en su interior mientras le acariciaba el clítoris. Se deslizaba lenta y profundamente, sin la precipitación de la noche anterior. En aquella ocasión fue Estelle la que tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.
–Estoy a punto de llegar al orgasmo.
–Todavía no –le pidió Raúl, hundiéndose más profundamente en su interior.
–Sí –respondió ella temblorosa mientras intentaba aguantar.
Raúl alcanzó entonces un punto en sus profundidades y la sensación fue tan intensa que Estelle dejó escapar un pequeño gemido.
–¿Es ahí? –preguntó Raúl.
Estelle no sabía a qué se refería, pero, cuando Raúl volvió a acariciarla, jadeó:
–¡Sí, ahí!
Y continuó suplicando mientras Raúl presionaba una y otra vez aquel punto cuya existencia hasta entonces Estelle ignoraba.
Raúl gimió mientras Estelle palpitaba a su alrededor y se tensaba una y otra vez sobre su sexo. Sintió la oleada del orgasmo de Estelle fluyendo hacia él y se derramó en su interior, adorando el abandono de su amante, adorando a la Estelle que su cuerpo revelaba. Y adorando también el rubor que el azoro extendía sobre su piel mientras se esforzaba en recuperar la respiración.
–¿Qué ha sido eso?
–«Eso» hemos sido nosotros –respondió Raúl, todavía dentro de ella.
Y no fueron los acantilados los que despertaron su miedo aquella noche, sino el perfume del mar en el pelo de Estelle. Un miedo que lo asaltó al ser consciente de lo mucho que había disfrutado. No solo del sexo, de la conversación y de la cena, sino también del presente.
–Deberíamos volver.
Habían estado buceando con esnórquel. Todo había comenzado de la forma más inocente, pero, poco a poco, había ido convirtiéndose en una actividad adulta. Raúl no sabía si había sido la risa de Estelle, o la sensación de sus piernas a su alrededor o, sencillamente, lo mucho que disfrutaba estando con ella. La besó en la mejilla y le apartó las piernas con delicadeza.
–¿Ya es hora de cenar?
–Lo que quería decir es que deberíamos volver a Marbella.
Habían sido dos días increíbles, y mucho más parecidos a una luna de miel de lo que Raúl pretendía. Aquella noche sería su última noche en el yate, y ella ya lo echaba de menos.
Mientras Rita la peinaba y la maquillaba, Estelle pensó que habían sido unos días mágicos. Habían transcurrido como si hubieran suspendido las reglas del contrato. Habían pasado las horas hablando, riendo y haciendo el amor, pero Raúl había dejado muy claro que todo sería diferente cuando volvieran a Marbella.
Cuando Rita le puso la última horquilla en el pelo, Estelle tuvo la sensación de que ya estaba acercándose ese momento. Y aquella sensación se incrementó cuando sonó el teléfono de Raúl y le oyó mantener una tensa conversación.
–Iré a decirle al chef que no tardaréis en subir –se ofreció Rita.
Estelle dio las gracias y comenzó a vestirse.
No había entendido la conversación de Raúl, pero, por el tono, no podía haber sido agradable.
–Se van a casar –Raúl colgó el teléfono y, en silencio, continuó anudándose la corbata.
–Vaya –Estelle no sabía qué otra cosa decir, así que siguió peleándose con la cremallera.
–Ven aquí –Raúl se hizo cargo de la cremallera–. Se ha atascado.
Estelle permaneció muy quieta mientras Raúl intentaba desatascar la cremallera.
–Mi padre dice que quiere hacer las cosas bien con Ángela, que quiere darle la dignidad de ser su esposa y su viuda. Y quiere que pueda opinar sobre las decisiones que tomen los médicos.
–¿Y tú qué le has dicho?
–Que era la primera cosa decente que le había oído decir sobre el tema.
–¿Y vas a ir a la boda?
Raúl no contestó a la pregunta.
–Vamos, no está bien hacer esperar al chef.
¿Desde cuándo era Raúl tan considerado con sus empleados?, se preguntó Estelle, pero no dijo nada.
La cena fue increíble. El chef les había preparado una paella que, hasta Raúl estuvo de acuerdo, era la mejor que habían probado en su vida. Pero, aun así, Raúl apenas la tocó. Estuvo contemplando a Estelle durante la cena. Con el pelo recogido y un vestido negro espectacular, estaba preciosa.
–¿Qué dirías si no volviéramos a Marbella?
Estelle tragó la comida que tenía en la boca y bebió un sorbo de agua, nerviosa por las mismas razones por las que lo estaba Raúl.
–Podríamos dirigirnos a las islas, alargar el viaje…
–Te perderías la boda de tu padre.
–Ha sido él el que ha decidido casarse mientras estoy de luna de miel.
–En algún momento tendrás que enfrentarte a él.
–¡No me digas lo que tengo que hacer! –le espetó, pero rápidamente cambió de tono–. Él quiere celebrar una boda, tener un recuerdo feliz con su esposa y dudo que pueda conseguirlo estando yo allí. Sobre todo, si va Luka. Así que ¿qué te parece si prolongamos la salida? Hace años que no disfruto de unas verdaderas vacaciones.
–Yo pensaba que toda tu vida era como unas largas vacaciones.
–No –la corrigió Raúl–. Mi vida es como una gran fiesta. Así que, por mí, podemos volver dentro de un par de días.
Esperó a que Estelle se decidiera, hasta que recordó que la decisión era completamente suya. Pagaba para disfrutar de su compañía, no para que ella decidiera dónde tenían que estar.
El par de días se convirtió en dos semanas. Navegaron alrededor de Menorca. La piel de Estelle fue adquiriendo un tono dorado. Raúl observaba cómo ella estaba cada vez más desinhibida. Le encantaba verla estirarse en una tumbona llevando únicamente la parte de abajo del biquini. Su sexualidad florecía ante sus propios ojos.
Al cabo de aquellas dos semanas, regresaron a Marbella. Normalmente, aquella era una de las vistas que Raúl más apreciaba, pero, en aquel momento, le entraron ganas de pedirle al capitán que siguiera navegando hasta Gibraltar y pasara de allí a Marruecos, solo por el placer de prolongar el viaje. El problema era que estaba creciendo demasiado rápido su afecto por Estelle.
Estelle se reunió con él en cubierta para contemplar aquella espléndida vista. Posó la mano en su hombro, pero le sintió tensarse ante su contacto.
Raúl se volvió hacia ella. Estelle iba vestida con la parte de abajo del biquini y la camisa que Raúl se había puesto en la boda anudada bajo sus sonrosados senos.
–Será mejor que te vistas –normalmente, Raúl la acusaba de ir excesivamente vestida–. Es posible que haya prensa. Ponte el vestido de color crema y pídele a Rita que te maquille.
Y con esas simples palabras, volvió a colocarla en su lugar.
Cuando llegaron a tierra firme, le tomó la mano. Pero solo para que las cámaras captaran la imagen. Y por si acaso alguien estaba fotografiándoles con teleobjetivos, la levantó en brazos y subió a su apartamento, dispuesto a regresar a su vida anterior.