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Capítulo 7
Оглавление–ESTELLE…
Gordon se mostró encantador cuando le contó lo que había pasado. Que, pretendiendo evitar a otra mujer, Raúl la había besado. Fue una conversación terriblemente embarazosa, pero Gordon le estaba firmando ya el cheque para no tener que hacerlo delante del chófer, y Estelle, que no quería aceptarlo, tuvo que explicarle por qué.
–Frank y yo tenemos tres pases libres –le dijo Gordon.
Estelle parpadeó y Gordon sonrió mientras le tendía el cheque.
–Tenemos tres personas con las cuales, si ocurriera algo, no sería considerado una infidelidad. Es solo un juego, por supuesto, y casi todos son actores, pero no me importaría incluir a Raúl en mi lista. Nadie puede resistirse a él, y menos una mujer tan encantadora como tú.
–Me siento fatal.
–No tienes por qué. Competir con Raúl servirá para mejorar mi reputación, en el caso de que llegue a saberse.
–Lo siento.
–No tienes por qué –insistió Gordon, y le dio un beso en la mejilla–. Pero ten cuidado con él.
–No volveré a verle nunca más. No sabe nada de mí.
–Para un hombre como él, eso es un simple detalle.
A Estelle se le pusieron los pelos de punta al recordar que le había dicho su nombre.
–Tú ahora péinate y maquíllate para que bajemos a desayunar. Y, si alguien dice algo sobre lo que pasó anoche, limítate a reírte y a encogerte de hombros –le recomendó Gordon.
Fue un alivio poder disimular su sonrojo con el maquillaje. Estelle se puso una minifalda y unos tacones, se recogió el pelo en una cola de caballo y después se echó laca.
–Me siento como un payaso –le dijo a Gordon mientras miraba su reflejo en el espejo.
–Bueno, reconozco que a mí al menos me haces sonreír.
Raúl ya se había ido, de modo que lo único que tuvo que soportar Estelle durante el desayuno fueron algunas miradas asesinas de Araminta.
Por fin pudieron marcharse, pero Estelle no llegó a su casa hasta última hora de la tarde.
–Piensa en lo que te he dicho –le recordó Gordon a Estelle mientras salía del coche.
–Creo que ya he tenido suficientes emociones para todo un año –admitió Estelle mientras se despedía de él.
Entró por fin en territorio familiar y suspiró antes de anunciar a Ginny que ya estaba en casa.
–¿Cómo te encuentras? –le preguntó a su amiga cuando entró en el salón.
–¡Fatal! Voy a irme un par de días a mi casa. Mi padre vendrá a recogerme. Necesito a mi madre, sopa casera y mimos. ¿Y a ti cómo te ha ido?
–Bien –se limitó a responder Estelle.
No estaba de humor para contarle a Ginny todo lo que había pasado.
–Gordon ha sido encantador.
–Ya te dije que no tenías nada por lo que preocuparte.
–Pero estoy agotada. No me dijiste que Gordon tenía apnea. Me llevé el susto de mi vida cuando entré en la habitación y le vi pegado a una máquina.
–La verdad es que se me olvidó –contestó Ginny riéndose–. Tu hermano te ha llamado varias veces.
El teléfono volvió a sonar. Al ver que era su hermano, a Estelle le dio un vuelco el corazón.
–A lo mejor ha conseguido ese trabajo.
Pero no fue así.
–Lo supe el viernes –le explicó Andrew–, pero no tuve valor para decírtelo.
–Ya saldrá algo.
–No sirvo para nada. No sé qué hacer, Estelle. Les he pedido a los padres de Amanda que nos ayuden… –se le quebró la voz. Estelle sabía el daño que aquello tenía que haberle hecho a su orgullo–. Pero no pueden.
–Seguro que encuentras algo –pero hasta a ella misma le costaba parecer convincente–. Lo único que tienes que hacer es seguir buscando trabajo.
–Lo sé –Andrew soltó una bocanada de aire, intentando recuperar la compostura–. Pero ya está bien de hablar de mí. Ginny me ha dicho que estabas en Escocia. ¿Qué hacías allí?
–He ido a una boda.
–¿De quién?
–Mañana te lo contaré.
–¿Mañana?
–Quiero hablar contigo de algo.
Un coche paró fuera de la casa y Ginny se levantó.
–Andrew, tengo que colgar –le dijo Estelle–. Te llamaré mañana.
Estelle no sabía cómo decirle a Andrew que tenía dinero para él, pero, en cualquier caso, el pago de un mes de hipoteca sería solo una ayuda provisional. Se alegraba de que Ginny se fuera unos días porque necesitaba tiempo para pensar en su situación.
En la biblioteca le habían ofrecido más horas de trabajo. A lo mejor podía aplazar los estudios e irse a vivir con Andrew y con Amanda durante un año, pagarles el alquiler y quizá incluso aceptar la oferta de Gordon.
–Muchas gracias por lo de anoche, Estelle –le dijo Ginny antes de irse.
Ginny agarró el bolso, salió y se metió en el coche de su padre sin fijarse en el lujoso coche que había aparcado en la carretera.
Pero Raúl sí se fijó en ella y frunció el ceño al ver a Virginia, la acompañante de Gordon, meterse en el coche de otro hombre. Después de lo que le había revelado su padre, ya nada le sorprendía, pero sintió una extraña decepción al pensar que Virginia y Estelle estaban juntas con Gordon. No le gustó la imagen que aquello conjuraba, así que se decidió por una versión más digerible: que Estelle no había conocido a Gordon en el Dario’s y, en realidad, Virginia y ella trabajaban para la misma agencia de acompañantes.
Él necesitaba una mujer dura, se dijo Raúl a sí mismo, una mujer capaz de separar el sexo de los sentimientos, que comprendiera que le proponía una oportunidad de mejorar sus finanzas y que no le estaba haciendo una proposición romántica. Pero se estaba aferrando al volante con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Desde la noche anterior, sentía un vacío en el estómago cada vez que se imaginaba a Estelle con Gordon. Estelle estaría mucho mejor con él.
–¿Te has olvidado al…? –a Estelle se le quebró la voz al ver que no era Ginny quien llamaba a la puerta.
A Raúl le había gustado más la noche anterior en el balcón, pero el aspecto que tenía en aquel momento, maquillada y con minifalda, le facilitaba las cosas.
–¿Qué quieres? –le increpó Estelle en cuanto le vio.
–Quería disculparme por lo que te dije anoche. Creo que no me expresé correctamente.
–Y yo creo que dejaste las cosas perfectamente claras –tomó aire–. Disculpas aceptadas. Y ahora, si me perdonas…
Tenía la mano preparada para cerrar la puerta. Raúl solo contaba con unos segundos y sabía que tenía que aprovecharlos. No había tiempo para mensajes equívocos.
–Tenías razón, no quería que volvieras con Gordon, pero no solo… –la puerta comenzó a cerrarse, de modo que Raúl le dijo lo que pretendía–: Quiero pedirte que te cases conmigo.
Estelle soltó una carcajada. Después de la tensión de las últimas veinticuatro horas, de la llamada de su hermano y de la sorpresa de encontrarse a Raúl en la puerta de su casa, lo único que pudo hacer fue echar la cabeza hacia atrás y soltar una carcajada.
–Lo digo en serio.
–Sí, claro. Y también hablabas en serio anoche, cuando me dijiste que no querías casarte nunca.
–No quiero casarme por amor, pero necesito una esposa. Quiero casarme con alguien que sepa lo que quiere y esté dispuesta a hacer todo lo posible para conseguirlo.
Ahí estaba de nuevo la insinuación, comprendió Estelle. Estaba a punto de cerrar la puerta, pero entonces vio el cheque que Raúl tenía en la mano y la cantidad que le ofrecía. No podía estar hablando en serio. Pero alzó la mirada y comprendió que posiblemente sí, que estaba dispuesto a pagar por sus servicios, igual que Gordon.
–Mira, pienses lo que pienses, Gordon y yo…
–¿No deberías decir Gordon, Virginia y yo? –la vio palidecer–. Acabo de verla salir. ¿Salís las dos con él?
–No tengo por qué darte ninguna explicación.
–Tienes razón.
–¿Cómo te has enterado de dónde vivo?
–Revisé tu bolso cuando estabas bailando con Gordon.
Estelle parpadeó. Era sincero, brutalmente sincero. Y, sí, no podía evitarlo, despertaba su curiosidad.
–¿Vas a invitarme a entrar o tenemos que seguir hablando aquí? Solo te pido diez minutos, si después quieres que me vaya, lo haré y no volveré a molestarte nunca más.
Hablaba en un tono de total profesionalidad. Era evidente que para él aquello solo era un negocio y asumía que también lo era para ella.
–Diez minutos –le dijo Estelle, y abrió la puerta.
Raúl miró a su alrededor. Aquella parecía la típica casa de estudiantes, pero no podía decirse que Estelle fuera la típica estudiante.
–¿Estás estudiando?
–Sí.
–¿Puedo preguntar qué?
Estelle vaciló un instante.
–Arquitectura Antigua –respondió por fin.
–¿De verdad? –no era la respuesta que él esperaba.
Estelle le ofreció asiento y Raúl se sentó. Ella se sentó en el otro extremo de la habitación. Y Raúl fue al grano.
–¿Te he dicho que mi padre está enfermo? –preguntó. Estelle asintió–. Lleva mucho tiempo pidiéndome que siente la cabeza y, ahora que se acerca su muerte, está cada vez más empeñado en que se cumplan sus deseos. Está convencido de que una esposa me ayudará a amansarme.
Estelle no dijo nada. Se limitó a mirar a aquel hombre al que dudaba que nadie pudiera amansar. Había saboreado su pasión y había oído hablar de su reputación. Desde luego, una alianza de matrimonio no habría impedido lo que había pasado la noche anterior.
–¿Recuerdas que te conté también que mi padre me acababa de revelar que tenía otro hijo?
Estelle volvió a asentir.
–También me dijo que, si no sentaba la cabeza, le dejaría su parte del negocio a mi… a Luka. Y yo me niego a permitir que eso suceda. Por eso he venido a hablar contigo esta noche.
–¿Y por qué no hablas con Araminta? Estoy segura de que estará encantada de casarse contigo.
–Lo pensé, pero hay varias razones en contra. La principal es que le costaría mucho asumir que esto solo es un negocio. Creo que aceptaría, pero con la esperanza de que surgiera el amor con el tiempo y de que quizá un niño me hiciera cambiar de opinión. Por eso he venido a hablar contigo. Al fin y al cabo, eres una mujer que entiende sobre determinados negocios.
–Creo que tienes una idea equivocada sobre mí.
–No he venido a juzgarte. Al contrario. Admiro a las mujeres capaces de separar el amor del sexo.
No comprendió la sonrisa irónica que esbozó Estelle. «¡Si él supiera!», pensó ella.
–Además, hay atracción entre nosotros. Supongo que para ti eso también es una ventaja.
Estelle resopló. Prácticamente, le estaba diciendo que era una prostituta, y estaba en una situación en la que no podía negarlo.
–A los dos nos gustan las fiestas y vivir a mil por hora, aunque también sabemos tomarnos las cosas en serio –continuó diciendo Raúl.
Estaba equivocado en lo de vivir a mil por hora, pero Estelle sabía que si lo admitía se iría inmediatamente. Y sí, se sentía atraída por él. De hecho, todavía aspiraba a disfrutar de un momento de paz para poder procesar el baile y el beso que habían compartido el día anterior.
–Estelle, he hablado con el médico de mi padre. Se morirá en cuestión de semanas. Solo tendrías que marcharte durante una temporada.
–¿Marcharme?
–Vivo en Marbella.
–Raúl, tengo una vida aquí. Mi sobrina está enferma. Estoy estudiando…
–Podrás retomar tus estudios convertida en una mujer rica. Y, por supuesto, vendrás regularmente a tu casa.
Raúl la miró recordando el consuelo que le había proporcionado la noche anterior, incluso antes de besarla. Podía no importarle, pero no le gustaba la vida que llevaba. De pronto, por motivos que tenían muy poco que ver con su padre, quería que Estelle aprovechara aquella oportunidad.
–No te juzgo, Estelle, pero podrías empezar de cero. Podrías llevar la vida que quieres sin tener que preocuparte por tener que pagar el alquiler.
Estelle se levantó y se acercó a la ventana. No quería que viera las lágrimas que arrasaban sus ojos. Por un momento, Raúl había hablado como si de verdad la apreciara.
–Desde luego, no tendrás que organizar mis fiestas ni cocinar para mí. Yo me paso el día trabajando. Podrás dedicarte a ir de compras. Y saldremos a cenar todas las noches. Podrás elegir las fiestas a las que quieres ir. Te aseguro que no te aburrirás.
Evidentemente, Raúl no sabía absolutamente nada sobre ella.
–Cuando muera mi padre, después de un tiempo prudencial, admitiremos que nuestro repentino matrimonio no pudo sobrevivir al dolor de su muerte y que tenemos que separarnos. Nadie sabrá nunca que te casaste por dinero. Eso también figurará en el contrato.
–¿Un contrato?
–Por supuesto. Un contrato que nos proteja a los dos. Le pediré a mi abogado que venga para que podamos reunirnos mañana al mediodía.
–No pienso aceptar. Mi hermano nunca me creería.
–Hablaré yo con él.
–¿Y crees que a ti te creerá? ¿Que se creerá que nos conocimos ayer y nos enamoramos locamente? Hará que me inhabiliten por loca antes de dejar que me marche con un desconocido…
–Nos conocimos el año pasado –Raúl interrumpió su diatriba–, cuando estuviste en España. Entonces nos enamoramos, pero, con el accidente de tu hermano, aquel no era el momento de hacer planes, así que decidimos dejarlo. Hace unas semanas, volvimos a encontrarnos y yo tuve claro que no pensaba dejarte marchar.
–No quiero mentirle a mi hermano.
–¿Siempre dices la verdad? –le preguntó Raúl–. ¿Eso quiere decir que sabe lo de Gordon?
–Muy bien –le interrumpió ella. Por supuesto, había cosas que su hermano no sabía–. ¿Y tu familia se lo creería?
–Antes de enterarme de que mi padre llevaba una doble vida, le hice creer que estaba teniendo una relación seria con una persona con la que había salido tiempo atrás. No era en ti en quien estaba pensando, pero eso ellos no lo saben.
El ceño de Estelle se suavizó al comprender que no era del todo imposible. Raúl comprendió que aquel era el momento de marcharse.
–Consúltalo con la almohada. Por supuesto, hay otras cosas que debo decirte, pero no estoy dispuesto a hablar de ello hasta que nos casemos.
–¿Qué clase de cosas?
–Nada que pueda afectarte. Solo son cosas que una esposa enamorada debería saber. Es algo que jamás revelaría a nadie en quien no confiara.
–¿O a quien no pagaras?
–Sí –Raúl colocó el cheque sobre la mesita del café y le tendió dos tarjetas–. Una es del hotel en el que nos alojaremos mi abogado y yo. Tengo reservada una habitación que utilizaré como despacho. En la otra tienes los detalles sobre cómo ponerte en contacto conmigo… por ahora.
–¿Por ahora?
–Mañana cambio de número de teléfono. ¡Ah! Y otra cosa –le acarició la mejilla con el dedo y contempló aquellos labios llenos que tanto había disfrutado besando–. Durante el tiempo que dure nuestro contrato, no habrá nadie más…
–No va a haber ningún contrato.
–Bueno, si cambias de opinión… –le tendió un sobre–, a lo mejor necesitas esto.
Estelle abrió el sobre y se quedó mirando fijamente la fotografía que les habían hecho la noche anterior. Raúl tenía el brazo apoyado en el respaldo de su silla y sonreía con los ojos fijos en ella mientras Estelle se reía. Seguramente sabía que estaba allí el fotógrafo, comprendió Estelle. Parecía haber tramado todo aquel plan la noche anterior. Comprendió entonces hasta dónde era capaz de llegar para salirse con la suya.
–¿También fuiste tú el responsable de la llamada de teléfono que obligó a salir a Gordon?
–Por supuesto.
–¿Ni siquiera vas a intentar negarlo?
–¿Prefieres que te mienta?
Estelle desvió la mirada hacia la repisa de la chimenea, hacia la fotografía en la que aparecían su hermano y Amanda sosteniendo a una diminuta y frágil Cecilia. Estaba cansada de luchar, pero le parecía increíble estar considerando la posibilidad de aceptar su oferta. Sin embargo, había considerado la oferta de Gordon, se dijo. Al día siguiente, iría a ver a su hermano, le diría que pensaba aplazar los estudios y se iría a vivir con ellos.
Ya había decidido dar un vuelco a su vida. Lo que Raúl le ofrecía también sería un vuelco, pero bastante más espectacular.
Se dirigió a la cocina con la excusa de preparar un café, pero, en realidad, necesitaba pensar.
Raúl iba a comprarla.
Estelle cerró los ojos con fuerza. Aquello iba en contra de todo lo que creía, pero no era solamente el dinero lo que la tentaba. Había algo más. Tener a un hombre como Raúl como primer amante. La idea de compartir su cama, su vida, durante un tiempo, era tan tentadora como el cheque que le había firmado. Estelle resopló, excitada ante la idea de acostarse con él. Pero sabía que, si Raúl se enteraba de que era virgen, se acabaría la posibilidad de firmar aquel acuerdo.
–No hagas para mí.
Raúl estaba en la puerta de la cocina, observándola mientras ella echaba café instantáneo en dos tazas.
–Dejaré que pienses en ello. Si no vienes a la cita, anularé el cheque. Como ya te he dicho, mañana cambio de número de teléfono. Si cambias de opinión después, será demasiado tarde.
Realmente, y Estelle lo sabía, aquella era una oportunidad con la que uno se encontraba una sola vez en la vida.