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Capítulo 4
Оглавление–PERDONE un momento, señor.
Un camarero detuvo a Estelle y a Gordon cuando se dirigían hacia su mesa.
–Ha habido un cambio de planes. Donald y Victoria no se habían dado cuenta de que estaban sentados tan atrás. Ahora mismo corregiremos el error. Por favor, acepten nuestras disculpas.
–¡Oh, nos han subido de categoría! –comentó Gordon mientras les conducían hacia una mesa.
Estelle se sonrojó al ver que la mujer llorosa que había estado hablando con Raúl estaba siendo discretamente alejada hacia una de las mesas de la parte de atrás. E incluso antes de que hubieran llegado, supo en qué mesa les iban a sentar a ellos.
Raúl no alzó la mirada cuando se acercaron. De hecho, no les miró siquiera hasta que no les mostraron sus asientos.
Estelle sonrió para saludar a Verónica y a James, pero ni siquiera intentó mirar a Raúl. Había dos asientos vacíos a su lado. Él era el responsable de aquella situación.
Alguien estaba sosteniendo la silla que había al lado de la de Raúl. Estelle quiso volverse hacia Gordon, preguntarle si podían cambiar de asiento, pero sabía que parecería ridícula.
–Gordon –Raúl le tendió la mano.
–Raúl.
Gordon sonrió mientras se sentaba. Estelle, sentada entre los dos, se inclinó ligeramente hacia atrás mientras ellos hablaban.
–No nos vemos desde… –Gordon se echó a reír–. Desde la última temporada de bodas. Mira, esta es Estelle.
–Estelle –Raúl arqueó una ceja mientras ella se acomodaba a su lado–. En español te llamarías Estela.
–Estamos en Inglaterra –consciente de lo crispado de su respuesta, intentó suavizarla con una sonrisa.
–Por supuesto –Raúl se encogió de hombros–, aunque debo hablar con mi piloto, que se empeñó en decirme que estábamos en Escocia.
Aunque intentó evitarlo, Estelle no pudo evitar una sonrisa.
–Estos son Shona y Henry… –Raúl les presentó mientras el camarero les servía el vino.
Estelle bebió un sorbo y pidió agua, porque, a pesar de estar en un castillo, hacía un calor sofocante.
Hubo una breve conversación y más presentaciones, y todo habría ido perfectamente si Raúl no hubiera estado allí. Pero Estelle era consciente, a pesar de su escasa experiencia, de que estaba atento a todas sus respuestas.
Como Gordon estaba ocupado hablando con James, ella intentó concentrarse en el menú. Entrecerró ligeramente los ojos para poder leerlo, porque Ginny le había sugerido que se dejara las gafas en casa. Raúl confundió aquel gesto con el de un ceño fruncido.
–Vichyssoise –le aclaró en voz baja y profunda–. Es una sopa. Está deliciosa.
–No necesito que nadie me explique el menú –se interrumpió. Sabía que estaba siendo grosera, pero los nervios la tenían a la defensiva–. Y has olvidado mencionar que se sirve fría.
–No –él sonrió–, estaba a punto de decírtelo.
No le resultó fácil terminar la sopa con Raúl sentado a su lado, pero lo consiguió, a pesar de que la conversación con Gordon fue constantemente interrumpida por llamadas de teléfono.
–No puedo desconectar ni una sola noche –se lamentó Gordon.
–¿Es algo importante? –preguntó Estelle.
–Podría serlo. Tendré que mantener el teléfono conectado.
Sirvieron el segundo plato, la carne más maravillosa que Estelle había probado en su vida. Aun así, le costó tragarla, sobre todo cuando Verónica le preguntó:
–¿Trabajas, Estelle?
–Trabajo ocasionalmente de modelo –sonrió, recordando las instrucciones que Gordon le había dado–. Aunque ocuparme de Gordon es un trabajo a tiempo completo.
Estelle vio que Raúl detenía el tenedor que estaba a punto de llevarse a la boca y oyó la risa fingida de Gordon. Estaba atrapada en una mentira y no tenía escapatoria. Aquello era una actuación, se dijo a sí misma. Después de aquella noche, no volvería a verlos. ¿Y qué más le daba que Raúl tuviera una mala imagen de ella?
–¿Podrías pasarme la pimienta? –le pidió Raúl con voz sedosa.
¿Era el acento español el que hacía parecer su voz tan sexy o se estaría volviendo loca?
Le pasó la pimienta, sintiendo durante un instante el calor de sus dedos. Raúl notó inmediatamente su error.
–Esa es la sal –le dijo, y Estelle tuvo que pasársela de nuevo.
Era extraño. Apenas había cruzado dos palabras con ella, no había hecho ninguna sugerencia. No le presionaba las rodillas bajo la mesa y no prolongó el contacto de sus manos cuando le pasó la pimienta. Pero, aun así, el ambiente que se respiraba entre ellos estaba cargado de tensión.
Raúl rechazó el postre y se puso queso y dulce de membrillo en las galletas de avena escocesas.
–Había olvidado lo ricas que están.
Estelle se volvió mientras él daba un mordisco a la galleta y se pasaba después la lengua por los labios para atrapar un pedacito de membrillo.
–Ahora sí que lo recuerdo.
No había ninguna insinuación. Era solo un intento de entablar conversación. Pero la mente de Estelle cuestionaba cada una de sus palabras.
Estelle le imitó, untó queso en la galleta y añadió membrillo.
–¿No te parece fantástico? –preguntó Raúl.
–Sí.
Y, aunque pareciera una locura, ella sabía que estaban hablando de sexo.
–Ahora vendrán los discursos –Gordon suspiró.
Fueron largos. Terriblemente largos. Sobre todo para alguien que no conocía a la pareja.
El primero en hablar fue el padre de Victoria, que se alargó en exceso. Después le tocó hacerlo a Donald, el novio, que fue más breve y más divertido. Cumplió con las formalidades de rigor y dio las gracias a todo el mundo en su nombre y en el de su esposa, sobre todo a los que habían llegado de lejos.
–En realidad, esperaba que Raúl no viniera –dijo mirando a Raúl–. Y tengo que agradecer que Victoria no le haya visto con la falda escocesa hasta después de que le haya puesto el anillo. ¡Quién iba a decirme que un español la luciría tan bien!
Todo el mundo se echó a reír, incluido Raúl, que no parecía ni remotamente avergonzado. Seguramente, estaba acostumbrado a ser el centro de atención y a que alabaran su atractivo.
Después, le llegó el turno al padrino.
–En España no se hacen discursos en las bodas –explicó Raúl, inclinándose para hablar con Gordon.
Estelle percibió entonces el olor de su colonia y notó la cercanía de su brazo. Tensó los dedos alrededor de la copa.
–Celebramos la boda, después el banquete y luego a la cama –dijo Raúl.
Era el primer comentario que podía considerarse insinuante e, incluso entonces, Estelle se dijo que estaba exagerando. Pero, aun así, le entraron ganas de alzar la mano y exigir que cesara aquel ataque a sus sentidos.
–¿De verdad? –preguntó Gordon–. Pues debería ir a vivir a España. Es más, estaba pensando…
El zumbido del teléfono le interrumpió y Raúl se echó de nuevo hacia atrás. Estelle estuvo observando a la pareja de recién casados bailando en la pista.
–Cariño, lo siento mucho –se disculpó Gordon mientras leía el mensaje que acababa de recibir–. Voy a tener que irme a algún lugar en el que pueda hacer unas llamadas y utilizar el ordenador.
–Suerte con el acceso a Internet –le deseó Raúl.
–Es posible que me lleve algún tiempo –advirtió Gordon.
–¿Ha surgido algún problema? –preguntó Estelle.
–Siempre hay problemas, aunque este es inesperado. Pero lo resolveré tan pronto como pueda. Siento dejarte sola.
–No estará sola. Yo estaré pendiente de ella –se ofreció Raúl.
Estelle habría preferido que no lo estuviera.
–Muchas gracias –dijo Gordon–. Con ese vestido se merece al menos un baile –se volvió hacia Estelle y le dio un beso en la mejilla.
En cuanto Gordon se fue, Estelle se volvió hacia James y Verónica y, desesperada, intentó entablar conversación. Pero ellos no tenían el menor interés en conocer a la última amante de Gordon y, al cabo de unos minutos, siguieron a otras parejas a la pista de baile, dejándola sola con Raúl.
–De espaldas, podrías parecer española.
Estelle se volvió al oír su voz.
–Pero por delante…
Deslizó la mirada por su cutis cremoso y Estelle sintió arder sus mejillas. Aunque Raúl no apartó la mirada de su rostro, ella se sintió como si la estuviera desnudando, tal era la fuerza de aquel hombre.