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Capítulo Dos

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Luke se sorprendió de lo rápidamente que se adaptó Sara. A principios de la semana siguiente, parecía que ella llevaba trabajando para él desde siempre. Era una mujer brillante, organizada y muy buena en su trabajo. Además, siempre que Luke decidía tomarse una pausa en su trabajo y se disponía a tomar un café, Sara llegaba antes de él. Antes de que él pudiera levantarse, ella ya le había colocado una taza sobre la mesa. Café fuerte, sin leche y con una cucharada de azúcar. Perfecto.

–¿Has estado hablando con Di o algo así? –le preguntó él cuando terminó su café.

–¿Qué quieres decir?

–Siempre pareces leerme las intenciones, tal y como hacía ella. Es casi como tenerla de vuelta, pero Di tuvo cuatro años para acostumbrarse a mi modo de trabajo.

Sara se echó a reír.

–No, no he hablado con ella. En cualquier caso, no sobre ti. Llamó el otro día para ver cómo iba todo. Yo le dije que se relajara, que se tomara una infusión de jengibre y que dejara de sentirse culpable.

–Bien. Eso fue lo que le dije yo también la última vez que me llamó. ¿Cómo has sabido...?

–¿El modo en el que trabajas? Observando. La mayoría de las personas tiene sus rutinas.

–Tú también, por supuesto.

–¿Qué quieres decir?

–Bueno, estás aquí a las nueve en punto. Siempre te tomas exactamente una hora para almorzar y te marchas a las cinco en punto. Nunca haces horas extras.

–Porque me organizo bien mi tiempo –dijo ella tras volver a su escritorio–. Además, cuantas más horas se trabajan, más cae la productividad. Al tercer día de echar horas extras, uno va más retrasado que antes porque está más cansado.

–Hmm... ¿Y las variables personales? Algunas personas trabajan mejor a primera hora de la mañana y otras a última hora del día.

–Cierto.

–Igualmente, algunas personas prefieren trabajar muchas horas. Como yo.

–Esas personas creen que lo prefieren. Eso no es bueno. A mi modo, hay que trabajar eficientemente, no duramente –comentó. Entonces, frunció el ceño–. ¿Te tomas tiempo alguna vez para oler las rosas, Luke?

–No lo necesito.

Sara lo miró por encima de las gafas que se ponía para trabajar en el ordenador.

–Claro que sí. Todo el mundo necesita refrescar la mente de algún modo. Si no, se quemarían. ¿Qué es lo que haces tú?

–Bueno, voy al gimnasio.

–Eres dueño de varios. Eso no cuenta. Es trabajo.

–No lo es.

–¿Puedes decirme con el corazón en la mano que cuando vas al gimnasio, no empiezas a considerarlo para maximizar todo lo posible su potencial?

–Cuando voy al gimnasio, me centro en lo que estoy haciendo. Si no, sería el peor jugador de squash de todos.

–¿Significa eso que eres el mejor?

–Bueno, el primero o el segundo.

–Y en el momento en el que terminas de jugar, empiezas a pensar en los negocios.

–Así soy yo.

–No. Eso es tu trabajo. Quien eres tú...

Se interrumpió de repente. Luke captó una mirada extraña en sus ojos. Algo que le aceleró el pulso. Desapareció de repente y tuvo que recordarse que Sara estaba fuera de su alcance.

–Entonces, ¿no resultan divertidas esas fiestas a las que vas?

–No me lo parecen. Tal vez me estoy haciendo viejo, pero estoy empezando a encontrarlas muy aburridas.

–¿Por eso cambias también de novia tan frecuentemente?

–Probablemente.

–En ese caso, tal vez sales con la clase de mujer equivocada.

Luke estuvo a punto de preguntarle qué clase de mujer creía ella que le convenía, pero decidió que tal vez era mejor no hacerlo. Mejor no preguntarse si una cierta rubia algo mandona podría llenar el vacío que casi nunca admitía que había en su vida.

Antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, preguntó:

–¿Y tú?

–Voy al cine y al teatro con mis amigas. A veces vamos a cenar. En ocasiones, vuelvo a la casa de mis padres para que me mimen un poco, para jugar con mi sobrinita y para sacar a pasear a los perros por el campo.

Hmm. No había mencionado a su pareja. Muy raro.

–¿No trabajas los fines de semana?

–Por supuesto que no.

–Es una pena... Me vendrías bien este fin de semana.

–¿Qué es lo quieres decir?

–Voy a ir a ver un hotel y como creo que tienes buen instinto, me gustaría saber qué es lo que te parece, Sara. Por supuesto, te pagaría tu tiempo porque significaría que tendríamos que pasar la noche fuera. Si me acompañaras, te prometo que respetaría tu horario. Puedes dejar de contestar el teléfono a las cinco en punto y la semana que viene dejaré que te tomes un par de días libres, que por supuesto te pagaré, para compensar el tiempo.

–¿Y es este fin de semana?

–Sí. ¿Crees que le supondrá un problema a tu pareja?

–¿Pareja? –preguntó ella, perpleja.

–Sí, a Justin.

–Oh, Justin, dices. No es mi pareja, sino mi hermano mayor. Comparto piso con él.

Luke sintió que el corazón le daba un vuelco. Había podido contenerse con Sara porque pensaba que ella tenía una relación estable y que, por lo tanto, estaba fuera de su alcance. De repente, se había enterado de que no era así. Además, dada la reacción que ella había tenido al preguntarle por su pareja, se deducía que en realidad no tenía pareja. Sara estaba a su alcance...

Llevársela a Scarborough sería muy mala idea. Demasiadas tentaciones. Tentaciones que no estaba seguro de que pudiera resistir. Entonces, se dio cuenta de que ella le estaba hablando.

–¿Cómo dices?

–¿Puedes prestarme atención?

–Sí, claro. ¿Te importaría repetírmelo?

–Por favor –le instó ella.

A Luke le encantaría oírla pronunciar esa palabra en otras circunstancias. En un tono de voz diferente. Ronco, sensual, a punto de perder el control...

Tuvo que tragar saliva y cerrar los ojos durante un instante para recuperar el control. Sólo esperaba que ella no le mirara la entrepierna, donde se notaba claramente la naturaleza de sus pensamientos.

–Por favor.

–Te decía que si te referías a que yo te dijera sinceramente lo que pienso.

–Dado que la mitad de mis clientes serán mujeres, necesito el punto de vista de una mujer, algo que, evidentemente, no tengo. Además, tú me dices las cosas tal y como son y eso es precisamente lo que yo necesito.

–¿Tendríamos que marcharnos el viernes?

–Sí. Regresaríamos el domingo. Te daría el lunes y el martes libre para compensarte, además de pagarte mientras estuviéramos fuera.

–Lo de alojarnos en un hotel juntos significa habitaciones separadas, ¿verdad?

–Por supuesto que sí. Te pido que me acompañes como asesora. ¿A tu pareja no le importará? –le preguntó, para asegurarse de que estaba libre.

–Ya te he dicho que Justin es mi hermano. No tengo pareja. Estoy soltera. ¿Y a tu pareja? ¿Le va a importar que yo te acompañe a ti? –le preguntó con un cierto aire de desafío.

–En estos momentos no estoy con nadie. Por eso te he pedido que me acompañes para darme un punto de vista femenino.

–¿Y tu madre? ¿Y tu hermana?

–No tengo ni lo uno ni lo otro.

–Lo siento, Luke. No quería meter la pata.

–No podías saberlo.

Sabía que Sara daría por sentado que su madre había muerto. De hecho, ni siquiera sabía si su progenitora seguía con vida. La había perdido hacía mucho tiempo, antes incluso de que él abandonara a su familia.

–Cambiemos de tema, ¿de acuerdo?

–Buena idea –dijo ella, aliviada–. Entonces, deduzco que este hotel al que vamos no es muy elegante ni moderno y necesita desesperadamente una reforma que tú le vas a dar.

–Si las cifras concuerdan y mi instinto me da el visto bueno sí, claro. De eso se trata. Bien. Ahora tengo una reunión. Es mejor que me vaya –dijo.

Había decidido marcharse antes de cometer una estupidez con Sara.

–No tienes ninguna reunión anotada en tu agenda.

–Se me ha olvidado anotarla –mintió–. Voy a ir a ver a los de la agencia de trabajo temporal para entrevistar a unas cuantas posibles sustitutas.

Necesitaba poner espacio entre Sara y él. Por el bien de los dos.

Cuando Luke se marchó, Sara se obligó a concentrarse en la tarea que tenía entre manos. Resultaba extraño sentir lo vacía que parecía haberse quedado el despacho sin su presencia.

Seguía sintiéndose culpable por el hecho de haber podido hacerle daño. El dolor se le había dibujado inequívocamente en los ojos cuando ella le mencionó a su madre. Resultaba evidente que era la clase de hombre que se encerraba en su trabajo para no tener que prestarle atención a sus sentimientos. Un hombre solo. Este hecho le hacía querer darle un fuerte abrazo y decirle que todo iba a salir bien.

No tenía intención de hacerlo, por supuesto. Sabía perfectamente que no se detendría en un abrazo. A lo largo de aquella semana, había levantado la vista en varias ocasiones y se había encontrado conla mirada de Luke. Él rápidamente había enmascarado la expresión de su rostro, pero no tanto como para que ella no notara el interés. El deseo. La pasión.

Era exactamente lo mismo que ella sentía. Cuanto más tiempo pasaba con él, más fuerte eran sus sentimientos.

Tal vez debería haberse negado a ir a Scarborough...

Contuvo el aliento.

–No seas estúpida. Eso ya lo has hecho antes y sólo has conseguido que te rompan el corazón –se dijo en voz alta–. ¿Te acuerdas de Hugh? Era tan adicto al trabajo como Luke. Entonces no funcionó y no funcionará ahora.

Sin embargo, Hugh no había tenido una boca tan sensual como la de Luke... A pesar de que por fin había podido olvidarse de los besos de Hugh, le daba la sensación de que no le resultaría tan fácil con los de Luke. Sufriría. Y mucho.

Lo mejor que podía esperar era que él encontrara una sustituta para Di para que ella pudiera terminar su trabajo antes de que la tentación resultara demasiado irresistible.

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