Читать книгу E-Pack Magnate - Varias Autoras - Страница 9
Capítulo Cuatro
Оглавление–Tardaremos cinco horas en llegar –dijo Luke cuando Sara entró en el despacho al día siguiente–. Nos marcharemos sobre las dos, cuando tú regreses de almorzar. Así, llegaremos allí sobre las siete, tendremos tiempo de deshacer las maletas y de darnos una ducha rápida antes de salir a cenar.
Sara pareció sorprendida.
–¿No vamos a parar por el camino?
–No, a menos que tú lo necesites.
–¿Y tú?
–Yo prefiero llegar cuanto antes.
–Tú eres el jefe.
Luke se pasó el resto de la mañana reunido y leyendo informes. Sara regresó de su almuerzo a las dos en punto, tal y como él había esperado.
–Sólo una maleta... y encima pequeña.
–Sólo vamos a estar fuera dos días. ¿Por qué iba a necesitar más? Evidentemente, te mezclas con la clase equivocada de mujeres.
–¿Qué significa eso?
–Es la clase que necesita muchos cuidados. Las que no pueden abrir una puerta sin comprobar si se han roto una uña. Las que tiene un cajón entero lleno de productos de belleza y las que no pueden viajar sin al menos seis vestidos diferentes para cada día.
Luke se echó a reír.
–Entendido. Resulta muy refrescante –dijo. Como los zapatos que Sara llevaba puestos. Aquel día eran de ante, de un color verde oscuro que hacía juego con su camisola.
De repente, deseó no haber pensado en prendas que hacían juego. Esto le había hecho pensar en si llevaría también a juego la ropa interior. Se preguntó qué aspecto tendría ella con ropa interior de encaje de color verde oscuro, los mismos zapatos que llevaba puestos y un collar de perlas negras, con el cabello suelto en vez de recogido y...
–Te la llevo yo –dijo algo enojado–. Cierra tú la puerta.
–Yo puedo llevar mi maleta.
–Como me has dicho, me mezclo con la clase de mujer equivocada. Yo llevo las maletas y mi ordenador portátil –afirmó. Le lanzó las llaves a Sara y, tal y como esperaba, ella las atrapó automáticamente.
Sara le dedicó una mirada de reprobación, pero no dijo nada. Se limitó a cerrar la puerta y a bajar las escaleras tras él.
–Muy bonito –dijo mientras contemplaba el vehículo. Entonces, frunció el ceño al ver que él abría la puerta trasera para meter las maletas–. ¿No las vas a poner en el maletero?
–No hay sitio.
–¿Cómo? ¿Acaso te llevas un archivador entero o algo así?
–Es un coche híbrido. El único inconveniente es que la batería ocupa la mayor parte del espacio del maletero.
–¿Tienes un coche ecológico? Vaya –dijo, muy sorprendida–. Yo me habría apostado algo a que tenías un deportivo rojo muy llamativo y muy exclusivo.
–Por supuesto –comentó él, riendo–. Ya me he apuntado a la lista de los coches deportivos ecológicos que van a salir dentro de... aproximadamente siete años. De momento, tengo éste.
–No se parece en nada al que conduce mi hermana. El suyo también es ecológico, pero es... bueno...
Sara arrugó la nariz.
–¿Feo? En eso estoy contigo. No entiendo por qué un coche, sólo porque sea ecológico, tiene que ser también feo. Se puede ser verde y divertirse al mismo tiempo.
–Pero tú no te diviertes –señaló ella.
–Claro que sí –protestó Luke. Se humedeció el labio inferior consciente de que ella estaba observando todos y cada uno de sus movimientos. Le gustó que ella se sonrojara. Bien. No estaba tan fresca y tranquila como quería aparentar–. Ahora, no me vengas con monsergas sobre el hecho de que eres perfectamente capaz de abrir la puerta tú sola.
–¿Acaso crees que lo haría? –replicó ella con una pícara sonrisa. Entonces, tomó asiento e introdujo las piernas en el coche con un fluido movimiento. El hecho de que la falda le tapara apenas las rodillas, elevó varios grados la temperatura corporal de Luke. Se lo merecía por sus jueguecitos.
Al entrar en el coche él también, decidió que iba a necesitar el aire acondicionado al máximo para refrescarse.
–Este coche es muy caro, ¿verdad? –le preguntó ella.
–Eso depende de tu definición de caro. Me gusta estar cómodo cuando conduzco.
–Eso ya lo veo. Interior de madera y cuero... Mi hermano Justin se pondría a babear con esto –comentó, riendo–. Aunque tengo que confesar que babearía aún más si fuera un Jaguar E-Type.
–Y si fuera rojo, yo también. Sin embargo, esa clase de coches tan especiales necesitan muchos cuidados y mucho tiempo.
–Algo que tú no estás dispuesto a darle.
–Tú lo has dicho.
–Hmm. Si te soy sincera, jamás te habría etiquetado como un guerrero ecologista.
Luke señaló el edificio que tenían a sus espaldas.
–Está construido y reformado con materiales ecológicos. Es una de las razones por las que lo escogí –dijo. Sara no necesitaba saber que era dueño de gran parte del edificio–. Y mi cadena de hoteles va a ser lo mismo. Ecológica y utilizando los materiales de la zona en la que se encuentre cada uno de ellos.
–¿Por qué Scarborough?
–Estoy buscando un hotel en una ciudad que tenga un balneario. Scarborough fue muy famosa por sus aguas en el pasado. Estoy evaluando otro en Cromer y otro en Buxton.
–¿Y por qué no en algún lugar más cercano a Londres para que no tengas que viajar tan lejos?
Porque Scarborough era el único lugar en el que recordaba haber tenido unas vacaciones familiares felices, aunque, por supuesto, no se habían alojado en un hotel, sino en una pequeña pensión. No obstante, las vacaciones habían sido maravillosas.
–En este momento, sólo estoy buscando opciones –dijo, sin explicarle nada a Sara.
–¿Saben que estás pensando en comprarlo?
–No. Por lo que a ellos se refiere, somos tan sólo unos clientes y así quiero que sea. No estoy tratando de sorprender a nadie. Sólo quiero ver cómo funciona en el día a día, no cuando se esfuerzan.
Estuvieron trabajando durante las tres primeras horas del viaje. Sara respondía el teléfono, concertaba citas y le organizaba la agenda para los siguientes días.
De repente, se detuvo.
–¿Son las cinco en punto? –bromeó él.
–Así es –respondió ella.
Luke se quedó tan sorprendido que ni siquiera pudo responder.
–Vaya, es un equipo de música fabuloso.
–Tiene diecinueve altavoces –comentó Luke.
–¿Diecinueve? ¡Qué barbaridad! ¿Y para qué quieres tantos? Ah, los hombres y sus juguetes. Rupert, mi hermano pequeño, se volvería loco con esto. Veamos. ¿Qué tenemos aquí? –preguntó ella mientras recorría la lista de canciones–. Oh, me lo tendría que haber imaginado. Rock.
–Eso no es rock, sino indie. Es estupendo para conducir.
–Sí, sí... –dijo. A pesar de todo, lo encendió.
–Supongo que a ti te gusta más la música de ballet.
–¿Qué te hace decir eso?
–Bueno, eres muy elegante con tus perlas y todo eso.
–En realidad, sí que me gusta la música de ballet.
Y, antes de que me lo preguntes, sí, di clases de ballet cuando estaba en el colegio.
–Ni que lo digas. No me cuesta imaginarte con un tutú.
–Los tutús no se utilizan para ensayar. Se llevan las mallas y las medias sin pies.
Luke se la podía imaginar muy fácilmente así vestida. La tela se le ceñía al cuerpo... Entonces, deseó no haberlo hecho. Como era previsible, su cuerpo reaccionó en consecuencia.
–De todos modos, dejé de hacer ballet cuando tenía doce años.
Para su alivio, Sara dejó el tema y se contentó mirando por la ventana y escuchando la música. Todo fue bien hasta que el informe de tráfico interrumpió la música y les anunció que había un atasco en la carretera justo al tiempo que llegaban al mismo.
–Genial –dijo él, deteniendo paulatinamente el coche–. Y estamos a muchos kilómetros aún del siguiente desvío.
–No es culpa tuya. A veces hay accidentes. Simplemente tendremos que esperar hasta que el atasco desaparezca.
La paciencia no era uno de los puntos fuertes de Luke. Cuando él le preguntó a Sara por tercera vez que se metiera en Internet con su teléfono para ver si había alguna actualización del tráfico, ella suspiró.
–No puedes soportar estarte quieto, ¿verdad?
–No. Odio perder el tiempo.
–Dudo mucho que algo haya cambiado en los últimos cinco minutos. Estamos atascados, así que no te queda más remedio que aguantarte.
–Mmm...
–Podrías hablar conmigo para no tener que pensar en ello.
¿Hablar? En su experiencia, cuando las mujeres querían hablar, significaba problemas.
–Quieres que te explique cómo es el hotel, ¿no?
–Recuerda que ya son más de las cinco. No estoy trabajando. No podemos hablar de trabajo.
–Entonces, ¿de qué quieres hablar?
–De ti. Simplemente, quiero conocerte un poco mejor.
Luke sabía que eso era una mala idea. Algo que podría poner su vida patas arriba. Había luchado mucho durante demasiado tiempo para llegar donde estaba en aquellos momentos como para tirarlo todo a la basura.
Cuando él no respondió, Sara suspiró.
–Está bien. Veo que eres de los tipos fuertes y silenciosos. Te aseguro que no quiero saber nada personal. Simplemente me preguntaba qué es lo que te hace vivir.
–Bueno, supongo que lo mismo que a la mayoría de las personas. El oxígeno y la comida.
–No me refería a eso. Ganaste tu primer millón antes de cumplir los veinte años. Dado que no eres un genio de los ordenadores... bueno, al menos no creo que lo seas.
Sara estaba tratando de obtener información. Malo. Necesitaba desviar su atención.
–No. Sólo se me da bien la economía.
–¿Cómo te diste cuenta? ¿Acaso trabajabas en el negocio familiar?
Su familia ciertamente tenía un negocio, que había pasado de generación en generación. Él había preferido no hacerlo.
–No.
–Entonces, ¿cómo?
Resultaba evidente que ella no iba a dejarlo estar. Dado que los tres carriles de la autopista estaban atascados, decidió que debía al menos contarle algo.
–Se me daban bien las matemáticas y mi profesor tuvo una corazonada.
Sara no tenía que saber que había sido el profesor que lo sacó de la comisaría cuando resultó imposible localizar a su familia.
–¿Una corazonada, dices?
–Sí, estaba seguro de que la economía se me daría tan bien como las matemáticas, aunque el hecho de que tuviera que dar clases extras no me ayudó mucho en la imagen que se tenía de mí en la calle.
–Pero salió bien.
–Sí. Conseguí un trabajo para los sábados y las vacaciones trabajando en un puesto del mercado gracias al profesor. Convencí al dueño para que, en vez de pagarme, me diera una parte del puesto e invertí la mayoría de mis beneficios de nuevo en el puesto. Al cabo de un año, el negocio se había expandido. Cuando cumplí los quince, tenía mi propio puesto y pagaba a otra persona para que se ocupara de él mientras yo estaba en el colegio.
Entonces, fue cuando Luke se negó a blanquear el dinero de la familia. Esto causó grandes disputas con sus padres, pero él se mantuvo firme. Cuando su primo trató de darle clases sobre lealtad familiar, le vinieron bien el resto de los conocimientos que había aprendido en las clases extraescolares.
Boxeo.
Le rompió la nariz a su primo. Le repugnó el hecho de ver lo fácil que resultaba caer en la espiral del crimen y la violencia. No quería ser como su familia, pero la única manera de demostrarles que no quería ser como ellos era, desgraciadamente, con la clase de comportamiento que habrían tenido ellos en esa situación. Luke fue también el que llevó a su primo al hospital. Cuando regresaron a la casa, le explicó a su familia que quería ser un hombre decente. Que no quería formar parte de lo que ellos hacían y les había dado un ultimátum: tenían que aceptarlo o dejarle ir.
No tardaron en darle la espalda. Todos y cada uno de ellos. Incluso su madre. Esto le había enseñado muy bien lo que era la familia. Se quedó solo.
Recogió sus cosas y se marchó aquella misma noche. Durmió en la calle porque era demasiado tarde para encontrar un lugar en el que alojarse. Al día siguiente, tuvo que regresar al hospital porque le dolía mucho la mano. Tras descubrir que la tenía rota, se buscó un estudio en el que el casero aceptaba dinero en efectivo sin hacer muchas preguntas.
–Y terminaste siendo el dueño de la mitad del mercado, ¿verdad?
–No. Fue el inicio de la revolución que supuso Internet. Encontré a un hombre que podía montarme un sitio web, a otro que podía ocuparse del empaquetado y la entrega de las cosas y un proveedor que me hacía un buen descuento. Fue un riesgo, pero me salió bien. El negocio fue tal y como yo había esperado.
–¿Nunca quisiste ir a la universidad?
–No. Quería estar en el mundo de verdad, ganando dinero en vez de escuchar cómo otros hablaban de ello.
Eso y el hecho de que no había hecho los exámenes. La mano que se rompió fue la derecha. Como no podía escribir, no había motivo para presentarse a los exámenes. Por lo tanto, dejó de estudiar a los quince años.
Luke siempre había sabido que jamás conseguiría tener éxito en los mercados financieros por su familia. ¿Quién confiaría en el hijo de un ladrón, en el nieto de un timador? Jamás comprendió cómo consiguió apuntarse al máster donde conoció a Karim.
–Es decir, te convertiste en millonario gracias a la red.
–Así es. Luego me aburrí.
–¿Y fue entonces cuando empezaste a comprar negocios con problemas?
–En realidad, fue por casualidad. El gimnasio al que yo iba... Bueno, solía tomarme una cerveza con el dueño de vez en cuando. Lin me explicó que los dueños del local le iban a subir el alquiler y que no iba a poder pagar los costes, por lo que tendría que vender. Yo no quería tener que buscarme otro gimnasio, por lo que lo convencí para que me dejara echar un vistazo a los libros y ver si podía hacer algo –añadió, con una sonrisa–. No tardé en ver los problemas y conseguí arreglárselos. A cambio, Lin no me cobraba el gimnasio y me enseñó kick boxing.
–¿No es eso un poco violento?
–Si se practica adecuadamente, no. Se trata del control y la disciplina.
–Eso encaja bien contigo.
–Así es. Es lo mejor que se puede hacer si has tenido un mal día y quieres librarte del estrés. Además, la disciplina que se aprende ayuda mucho con otros deportes.
–Es decir, que te vuelven loco los deportes.
–¿Y qué esperabas de un tipo que es dueño de varios gimnasios? Juego al squash un par de veces a la semana. Hago kick boxing otras tantas y el resto del tiempo me entreno con aparatos.
–Y no me lo digas. No te pierdes nunca una retransmisión deportiva en televisión.
–En realidad, no tengo televisión.
Sara lo miró fijamente. Durante un instante, pareció sorprendida.
–Deja que lo adivine. No ves la tele porque prefieres pasarte el tiempo trabajando.
–Lo has adivinado a la primera.
–Pero ¿no te...? Bueno, debes de hacer algo para relajarte.
–Claro que sí. A veces voy a algún concierto. Cuando tocan muy fuerte es genial.
–¿Y el cine o el teatro?
–No me van mucho.
Entonces, para su alivio, el tráfico empezó a moverse un poco.
–Ya iba siendo hora –comentó. Miró al reloj del salpicadero–. Vamos a llegar una hora tarde, pero no será demasiado como para poder cenar.
A partir de aquel momento restringiría la conversación a temas más seguros. Como el trabajo.