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Capítulo 6

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ALEXANDROS había hecho lo que pensaba que era mejor para su familia.

Polly se dio cuenta de que esa era la visión de su marido y, sinceramente, lo entendía. Le había hecho daño, pero no a propósito, y no se había limitado a ignorarla para dedicarse a ganar dinero.

Era cierto, además, que ella había echado de menos vivir en el campo, y se lo había dicho a Alexandros, pero no había esperado que este la alejase de sus amigos, a los que también echaba de menos, ni de la posibilidad de volver a trabajar en una cocina, o de estar más cerca de él.

–Pero Stacia no sabía eso –le dijo Polly, pensando que ella, tampoco–. Tanto ella como tu madre pensaron que habías perdido interés en nuestro matrimonio. Es normal que llegasen a la conclusión de que solo seguías casado conmigo porque me había quedado embarazada de Helena.

–Pero tú sabes que eso no es verdad.

Polly no respondió inmediatamente. Porque ella había pensado lo mismo.

Él juró y cruzó la habitación para volver a abrazarla. Entonces, se sentó en el sofá de dos plazas en el que Polly solía sentarse a leer con Helena y la sentó a ella en su regazo mientras la abrazaba con fuerza, como si tuviese miedo de que fuese a desaparecer.

Ella apartó aquella idea de su mente y le dijo:

–Pienso que el nacimiento de Helena fue una llamada de atención para los dos.

Polly se había dado cuenta de que el matrimonio era algo que tenía que hacer funcionar. Y él… Bueno, él debía de haberse dado cuenta también.

–Mi llamada de atención llegó el fin de semana pasado, en casa de mi madre.

Aquella manera de expresarlo sorprendió a Polly. Era la primera vez que Alexandros se refería a la casa familiar como la casa de su madre. Incluso después de que se hubiesen mudado al campo, él había seguido hablando de la casa familiar como su casa.

Se sintió tan sorprendida que estuvo unos segundos en silencio. Estuvo a punto de sonreír, a punto.

–¿No tienes nada que decir al respecto?

–No mucho… ¿Que mejor tarde que nunca?

–Entonces, ¿consideras que ser mi esposa es un trabajo? –le preguntó él, como si siguiese sin asimilar aquello.

–¿Cómo lo llamarías tú, si tuvieses una lista de obligaciones que llevar a cabo y una serie de expectativas que cumplir? –le dijo ella en tono amargo.

–Yo…

Alexandros se interrumpió, como si no supiese qué responder, algo muy extraño en él, que siempre tenía una respuesta para todo.

–Entonces, ¿no te gusta realizar labores benéficas? –le preguntó por fin.

–Las cosas no son siempre blancas o negras.

–¿No?

–¿A ti te gusta pasar tiempo con Helena y conmigo?

–Sabes que sí.

–Entonces, vende tu empresa y pasa todo tu tiempo con nosotras.

Él la miró como si la idea lo horrorizase.

–Sabes que no es posible.

–Porque las cosas no son o blancas o negras.

Alexandros suspiró.

–Supongo que no.

–Cuando hablamos de tener hijos antes de casarnos, ¿recuerdas lo que dijimos? –le preguntó ella, mirándolo fijamente a los ojos.

–Que ambos queríamos que tú pudieses estar en casa con ellos.

–Y tú me prometiste que así sería. Me dijiste que entendías que quisiera ser de esas madres que están en casa cuando los niños llegan del colegio, y que nuestros hijos y sus amigos pudiesen estar en ella. Aunque fuese una mansión.

–Y estás en casa –le dijo él, como si se sintiese confundido, como si no entendiese lo que Polly le estaba diciendo.

–¿Sí? Hoy he podido jugar con Helena. Hemos hecho galletas juntas por primera vez sin tener que hacerle un hueco en mi agenda dos semanas antes. Normalmente, pasamos tiempo juntas porque ella está conmigo mientras yo trabajo con Beryl.

–Así dicho, parece que tuvieses un trabajo a tiempo completo, pero tienes que entender que es como me crie yo, con una madre que, por norma, cumplía con sus obligaciones sociales.

Lo mismo que su abuela antes que ella.

Aquello formaba parte de él, lo mismo que su familia, su historia, su cultura y sus propias experiencias, pero eso no hacía que a ella le resultase más fácil vivir de acuerdo con las expectativas de su marido.

–Tu madre nunca ha tenido otro trabajo, y se apoya mucho más que yo en el servicio –comentó Polly.

–Porque para ella es un trabajo que merece la pena hacer.

–Yo sé que muchas madres no pueden pasar todo el tiempo que les gustaría con sus hijos –admitió ella–. E intento recordar que mi vida es muy sencilla en comparación con la de otras mujeres.

–Porque eres rica.

–Porque estoy casada con un multimillonario.

–Todo lo que es mío, es tuyo –le dijo él.

Ella pensó que tal vez Alexandros pensase así, pero no lo demostraba con sus actos.

–El acuerdo prenupcial no decía eso. Y, además, si fuese cierto, no habrías comprado esta casa sin consultarme antes.

–Eso fue un error.

–¿De verdad lo piensas?

–Eres mi esposa –le dijo él, acariciándole la mejilla–. No tenía que haber tomado la decisión de marcharnos de Atenas sin tu consentimiento.

A Polly le sorprendió que admitiese aquello.

–Yo no quería seguir viviendo con tu madre y tu hermana.

Al principio, le había parecido bien. Alexandros le había explicado que varias generaciones de su familia habían vivido en aquella casa. Además, su madre les había rogado que se quedasen allí con ella y, teniendo en cuenta que se había quedado viuda poco tiempo antes, Polly no había podido decirle que no.

Así que había empezado a vivir allí pensando que podría ayudar a su suegra, sin saber que nada de lo que dijese o hiciese haría que Athena y Stacia la aceptasen en la familia.

–Pero, cuando compraste Villa Liakada, yo ya había hecho amigos en Atenas, ya tenía mi vida. Y tú me la quitaste.

–Pensando que te hacía un favor –comentó Alexandros, haciendo una mueca.

–Sí.

–Y te hice daño.

Muchas veces.

–Sí.

Él puso gesto de dolor.

–Siempre he querido que fueses feliz.

–Me he acostumbrado a esta vida.

Él se inclinó y apoyó la frente en la de ella.

–Lo he hecho fatal.

–Podría ser peor –admitió ella en voz baja, para no estropear aquel momento de intimidad.

–Sí, podría haber sido peor, pero, lo creas o no, necesito hacerlo mejor.

De repente, Polly sintió que se asfixiaba y tuvo que apartarse de él. Alexandros intentó sujetarla.

–Déjame, por favor.

Necesitaba respirar.

Él la soltó y Polly vio en su rostro una expresión que prefirió no intentar interpretar en esos momentos.

Se levantó y fue hacia la mesa llena de libros que había junto al sillón en el que había estado sentada un rato antes. Sentía que necesitaba hacer algo, así que empezó a colocar los libros en las estanterías.

–Pienso que nos casamos demasiado pronto, sin darnos cuenta de lo que en realidad quería el otro.

No dijo que lo habían hecho demasiado jóvenes, porque Polly había tenido veintisiete años y Alexandros, treinta y dos.

Se habían conocido en Estados Unidos. Ella había preparado los postres en una reunión a la que Alexandros había asistido y, sin saber cómo, la pastelera de clase media había coincidido con el multimillonario.

Su primer encuentro había sido eléctrico y Polly no había dudado cuando él le había pedido que cenasen juntos al día siguiente. Para ella había sido un flechazo. Y había pensado que Alexandros sentía lo mismo.

Seis semanas después, estaban comprometidos y Alexandros había iniciado una serie de viajes por Asia que había impedido que se viesen durante los tres meses anteriores a la boda. No obstante, ella había pensado que las llamadas de teléfono, los mensajes y correos electrónicos eran suficientes.

Había conocido a su suegra justo antes de la boda.

Athena se había comportado de manera reservada, pero no abiertamente hostil. Había ido vestida de negro, alegando que todavía estaba de luto por el fallecimiento de su marido. Y, dado que todavía no hacía un año que el padre de Alexandros había muerto, ella la había creído.

La luna de miel, que había durado todo un mes, había sido maravillosa, pero después había empezado su verdadera vida como esposa de un multimillonario griego. Y no había sido en absoluto como un cuento de hadas.

Polly se quedó mirando fijamente los libros que todavía no había tenido tiempo de leer y se preguntó qué iban a hacer con su relación.

Era evidente que Alexandros quería que su matrimonio funcionase mejor.

Y ella no sabía si podía abrirse del todo a él.

–Si tuvieses que volver a hacerlo, ¿te casarías conmigo? –le preguntó él, que también se había levantado y se había colocado justo detrás de ella.

Alexandros apoyó las manos en sus hombros y la hizo girarse para mirarla a los ojos. En los de él había una emoción indescriptible. En los de ella debía de haber cautela.

Porque era lo que sentía.

Polly contuvo un suspiro.

–Esa pregunta no tiene sentido. Ya estamos casados, tenemos una hija y viene un hijo en camino.

–Yo no estaba a tu lado cuando te enteraste del sexo de mis hijos –comentó Alexandros, como si realmente lo lamentase.

–Pero yo te lo dije.

–Sí, me lo dijiste. La primera vez, con una magdalena de color rosa, que me dejó sin aliento al saber que iba a tener una hija.

Con el niño, le había mandado un mensaje de texto. Polly había llamado a su madre para darle la noticia y la sorpresa de la magdalena se la había hecho a Helena.

Su hija se había puesto a dar gritos y había insistido en hacer un dibujo para decorar la habitación de su hermano.

–Y yo compré champán al recibir el mensaje, para celebrarlo con toda la oficina –le dijo él.

–Y unos pendientes de zafiros para mí –le recordó ella.

–No puedes beber alcohol mientras estés embarazada.

–Los pendientes son preciosos.

–Pero te habría gustado más que te comprase un peluche.

Ella se encogió de hombros.

–Tal vez, en cualquier caso, lo que tú querías era que yo supiese que estabas contento con el tema del bebé. Y eso es lo que importa.

–Estoy muy contento con el bebé. Adoro a Helena y estoy deseando que su hermano venga también al mundo.

–No tardará.

Solo faltaban catorce semanas.

–Voy a estar a tu lado durante el parto esta vez –le dijo él.

–Si no puedes, me las arreglaré. Papá y mamá ya han planeado venir una semana antes, y los dos van a quedarse un mes entero esta vez.

–En cualquier caso, yo también estaré.

Polly no respondió. No quería llamarlo mentiroso, pero dudaba que estuviese ni siquiera en el país cuando ella diese a luz.

Alexandros suspiró.

–Me parece que he roto demasiadas promesas para que me creas.

–Pero si lo hubieses hecho a propósito yo no seguiría aquí.

–¿Te gustaría que nos mudásemos a vivir a Atenas? –le preguntó Alexandros en tono serio.

Ella se preguntó si se lo decía de verdad. La mayoría de los amigos que había hecho en Grecia vivían en Atenas. Corrina y Petros también estaban allí y eran sus mejores amigos. Helena los adoraba y le encantaría poder verlos con más frecuencia.

Pero Polly se obligó a no pensar solo en ella.

–No sé si eso sería bueno para Helena. Su casa es esta. Ella tiene amigos aquí.

–La única constante en su vida eres tú, Polly, no esta casa –le dijo Alexandros, dedicándole la misma sonrisa fulminante con la que la había conquistado–. Eres una mamá increíble. Helena hará otros amigos y podrá seguir invitando a casa a los que tiene ahora. Estoy seguro de eso. Al fin y al cabo, has conseguido que nuestra hija vea a su yia-yia una vez al mes a pesar de como esta te ha tratado.

–Tú también eres una constante en su vida –le respondió Polly, porque era cierto. Y porque, tal vez, había que decirlo–. Eres un buen padre.

Tal vez no estuviese en casa tanto como había estado el padre de Polly, pero Alexandros quería mucho a su hija y se lo demostraba.

–Me alegro de que pienses así. Me alegro mucho, pero lo cierto es que las dos me veis menos de lo que deberíais porque tardo mucho tiempo en ir y venir al trabajo.

–Te veríamos más si viviésemos en Atenas –reconoció Polly.

No solo por el tiempo que le llevaban los viajes, sino porque solía pasar al menos una noche a la semana en la capital.

–Nos llevaremos con nosotros a todo el personal que quiera acompañarnos –añadió él, como si la decisión estuviese tomada.

Por mucho que a Polly le gustase la idea, no sabía si sería viable.

–Muchos tienen a su familia cerca de aquí.

–Les ofreceré un bonus y, al fin y al cabo, solo estarán a dos horas en coche.

–¿Harías eso para que Helena no notase tanto el cambio? –le preguntó Polly sorprendida.

–Lo haría también para que tú no tuvieses que acostumbrarte a estar rodeada de otras personas.

Era cierto que le había costado acostumbrarse al nuevo personal cuando se habían mudado allí.

–¿Y buscaríamos la nueva casa juntos? –le preguntó.

–¿Es eso importante para ti?

–No quiero vivir en otro hotel.

–Podrás elegir la casa tú.

Eso la decepcionó.

–Supongo que tú estarás demasiado ocupado como para que lo hagamos juntos.

Polly hizo ademán de darle la espalda, pero Alexandros la agarró suavemente del brazo y volvió a abrazarla. Siempre había sido una persona muy física, pero en esos momentos parecía serlo todavía más, y a Polly le encantaba.

Aunque no iba a admitirlo en voz alta para que no pareciese que lo necesitaba.

–En absoluto.

Polly no supo qué había visto Alexandros en su rostro, pero lo oyó jurar en ruso. Era una costumbre que había adquirido a raíz del nacimiento de Helena, para evitar decir alguna palabra malsonante que la niña pudiese repetir en griego o inglés.

Alexandros la apretó contra su cuerpo.

–Nuestra hija se va a despertar en cualquier momento y Hero todavía no ha llegado.

Polly sonrió al verlo tan impaciente.

–Sobrevivirás.

–Si pudieses ponerte en mi piel, no dirías eso.

Entonces, volvió a ponerse serio.

–Quiero que seas feliz en nuestra próxima casa.

–En ese caso, deja que sea yo quien diga la última palabra –lo retó.

–Hecho.

Ella sonrió de oreja a oreja.

–Ten cuidado, corres el riesgo de terminar viviendo en una granja.

–¿En Atenas? Lo veo complicado, yineka mou.

–Entonces, ¿de verdad nos vamos a mudar? –le preguntó ella con incredulidad.

–Vamos a cambiar de residencia principal, sí.

–¿Quieres decir que vamos a conservar esta casa?

Polly se sintió inesperadamente aliviada. Al fin y al cabo, era la casa a la que había llevado a su bebé nada más nacer.

La primera casa que había compartido con Alexandros.

–Lo que tú quieras, Polly. Esta casa está a tu nombre –le dijo, dándole un beso en los labios–, pero, si quieres saber mi opinión, yo la conservaría. Me gustaría poder salir de la ciudad de vez en cuando y pienso que también sería bueno para nuestros hijos.

Ella asintió. ¿La casa estaba a su nombre? Según el acuerdo prenupcial, cualquier cosa que estuviese a su nombre sería suyo aunque se divorciasen y Polly jamás había pensado que Alexandros le compraría una casa que valía varios millones de euros.

–Pienso que a tu hermano y a Corrina también les alegrará eso –le respondió, sin saber qué más decir.

Alexandros le sonrió de manera cariñosa.

–Tienes mucha confianza con ellos.

–Sí.

–Me alegro.

¿Incluso después de que su relación con ellos hubiese hecho que Alexandros se cuestionase su papel como marido? A Polly le gustó oír aquello, sobre todo, viniendo de un hombre tan orgulloso como su marido.

–Estoy embarazada de seis meses –le dijo de repente.

No había pensado en ello al hablar de cambiar de casa y era algo a tener en cuenta.

–¿Te parece que es mal momento para hacer una mudanza? –le preguntó él–. Sabes que no voy a permitir que tú hagas mucho. Contrataré a una empresa que se encargue de todo y solo tendrás que supervisar.

Ella no le dijo que supervisar también podía ser agotador, sino que le preguntó:

–¿Me ayudarás?

–En todo lo que pueda.

Polly asintió. Beryl también la ayudaría, aunque tuviesen que contratar a una segunda asistente.

Polly descubrió que buscar casa junto a su marido multimillonario no era como ella había imaginado.

Alexandros contrató a la mejor agencia inmobiliaria de Atenas, que empezó haciéndoles visitas virtuales a las propiedades que podrían interesarles.

Ella se había imaginado visitando las casas juntos, pero, de momento, solo habían visto los vídeos por separado y después los comentaban juntos. Casi siempre por la noche, después de haber acostado a Helena.

Estaban pasando más tiempo juntos porque su marido, adicto al trabajo, había vuelto a casa más temprano dos días esa semana. Además, se había quedado a trabajar desde allí un día entero y no había pasado ninguna noche en el apartamento de Atenas.

Helena estaba encantada con la nueva situación. Y Polly, también, aunque no podía evitar tener miedo a que las cosas volviesen a ser como antes.

Estaba apoyada en el pecho de Alexandros mientras veían otro vídeo de una casa en el teléfono de este, el vídeo de una casa que a ella le había gustado mucho.

–Si te gusta tanto, podrías ir a verla con el agente mañana –le dijo él.

Notó que Polly se ponía tensa.

–Pensé que íbamos a hacer las visitas juntos.

–Yo no puedo mañana.

–¿No dijiste que no querías que viajase más en helicóptero mientras estuviese embarazada?

–He pensado que Helena y tú podrías pasar el resto de la semana en Atenas conmigo, tal vez, algún día más.

Eso significaría estar también enfrente de Corrina y Petros, en el mismo edificio en el que estaba la oficina de Alexandros. A Polly le encantó la idea.

–Nunca nos habías invitado a tu ático.

El edificio tenía dos áticos. En uno de ellos se quedaba él cuando pasaba la noche en Atenas y en el otro vivía su hermano con Corrina de manera permanente. A juzgar por las fotografías que Corrina le había enviado a Polly, eran preciosos.

–He hecho que mejoren la seguridad y que pongan una pantalla de plexiglás en la terraza para que Helena pueda salir sin supervisión –le contó él, tirando el teléfono y abrazándola–. Y no pensé que necesitases una invitación para venir a Atenas.

–¿No la necesito? –le preguntó ella con sorpresa.

–No. Ahora me doy cuenta de que he hecho que parezca que el ático es solo un lugar de trabajo, pero no lo es. Todo lo que tengo es también de Helena y tuyo, y de nuestro segundo hijo.

–Pero…

–Si te digo la verdad, no entendía que no hubieses venido nunca a estar conmigo allí, sobre todo, cuando me quedaba a pasar la noche.

Alexandros frunció el ceño, tragó saliva, apartó la mirada y luego volvió a clavarla en sus ojos.

–Pensé que te parecía una molestia venir conmigo.

–Yo no sabía que querías que fuese contigo.

–Cuando compré esta casa, me imaginé que pasaríamos parte del tiempo aquí y parte allí, en el ático.

–Pero me quedé embarazada y tenía demasiadas náuseas para estar viajando.

–Y cuando empezaste a encontrarte mejor, nunca me hablaste de venir.

–Ni tú a mí.

–Dejaste de ser cariñosa conmigo. Pensé que era por las hormonas y no quise presionarte.

–¿Después de tener al bebé?

–Ese primer año, Helena era demasiado pequeña.

–Y tú no querías que viajase en helicóptero.

–Ni tú tampoco.

–Pero tú lo utilizabas todos los días para ir a trabajar.

–El miedo puede ser irracional –admitió él, suspirando–. Cuando yo viajaba contigo en el helicóptero, no temía por tu seguridad.

Ella asintió, fascinada con las confesiones de su marido.

–El caso es que nos acostumbramos a que tú fueses solo a Atenas.

–Muy mal.

–Sí, muy mal –admitió Polly–. Gracias por decirme que te gustaría tenernos allí. Significa mucho para mí.

–Sinceramente, no sabía que tenía que decírtelo.

Ella le dio un beso como premio, pero no contó con que iba a desatar en él un tsunami de pasión.

Desnuda, sudorosa y satisfecha, Polly se abrazó a su marido.

–No me lo esperaba.

Él balbució algo incomprensible.

Polly levantó la cabeza y lo miró.

–¿Qué has dicho?

–Que me has besado tú –le respondió él, ruborizándose.

–Siempre nos besamos –dijo ella.

–Yo te beso y tú respondes.

Pero ella no lo besaba nunca la primera. Polly sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, se había acostumbrado a no ser tan cariñosa como lo era en realidad cuando había empezado a tener dudas acerca de Alexandros.

Y había pensado que este no se había dado cuenta, pero se había equivocado.

En la última semana, su marido había hecho muchos cambios y esfuerzos, tal vez hubiese llegado el momento de que ella los hiciese también. Como, por ejemplo, ser ella quien lo besase, si eso significaba tanto para él.

Sonrió y volvió a acurrucarse a su lado, pasando la mano por su pecho.

–Todavía quiero que vengas a ver la casa conmigo.

–Seguro que uno de tus padres asumió la responsabilidad de elegir su casa.

–Mis padres todavía viven en la misma casa que compraron antes de que yo naciese –le respondió ella, incorporándose–. No tengo ni idea de cómo la encontraron, pero sé que mis hermanos sí que han buscado casa con sus parejas.

–¿Y tú quieres hacer lo mismo?

Ella supo que su marido no tenía tiempo para eso.

–Me conformo con que veamos juntos las tres que más nos gusten.

–De acuerdo –le dijo él sonriendo.

Polly pensó en que llevaba mucho tiempo buscar y comprar una casa, y empezó a ver aquella con otros ojos.

–Cuando compraste esta casa intentaste hacer algo especial por mí.

–Sí, pero ahora me doy cuenta de que, sin tu participación, esta casa jamás podría llegar a ser nuestro hogar.

–Gracias, eres muy amable.

–Pues yo no estoy pensando precisamente en ser amable ahora mismo –le contestó él, empezando a acariciarla de nuevo.

–Yo tampoco –admitió Polly.

Él gimió y volvieron a empezar.

Su matrimonio no era perfecto, pero aquella pasión, aquel deseo, que seguían siendo tan intensos como el primer día, eran excepcionales.

E-Pack Bianca agosto 2021

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