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Capítulo 4

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HELENA arrugó la nariz, pero no volvió a llorar.

–¿Por qué estás aquí, papá?

–Porque quiere estar aquí –le respondió Polly a la niña.

–Te veo muy segura –comentó él en tono sarcástico.

Pero Polly se limitó a encogerse de hombros y se echó a reír de nuevo. Si no parecía muy convencida era porque ella tampoco entendía por qué su marido había ido a comer a casa dos días seguidos.

–Sí, porque quiero –le aseguró él a Helena.

–¿Mamá estás enferma?

–No, ya te lo he explicado, cariño. Mamá está haciendo otro bebé. Lo tengo dentro de la tripa, pero no estoy enferma.

–Pero papá está aquí.

–Sí.

–Papá solo viene a la cena.

–Y también come con nosotras los fines de semana, ¿recuerdas? A veces.

Alexandros torció el gesto al oír las dos últimas palabras.

–Ahora voy a estar más en casa. Os echo de menos a mamá y a ti, koristi mou.

Polly pensó que eso sí que era una novedad. Y no estaba segura de que fuese verdad.

Su hija tampoco parecía convencida.

–La mamá de Faire se puso enferma y su papá tiene que cuidar de ella –aventuró la pequeña.

–¿Quién es Faire? –preguntó Alexandros, completamente perdido.

–Una amiga de tu hija –intervenido Polly antes de mirar de nuevo a su hija–. Yo no estoy enferma, cariño. Te lo prometo.

–Pero papá está aquí. Y nunca está aquí para comer. Solo viene por la noche. Tú estás aquí siempre y no quiero que te vayas, mamá –lloriqueó de nuevo Helena.

Alexandros sentó a la niña en el regazo de Polly y él se arrodilló para abrazarlas a las dos.

–Nadie se va a ir a ninguna parte. Mamá no está enferma –le prometió a la niña.

Tardaron un rato, pero consiguieron que Helena se quedase dormida, en la cama de matrimonio, entre ellos dos. No era la primera vez que dormían los tres juntos, pero no ocurría con frecuencia. Polly no echó de menos estar a solas con su marido porque aquel era un momento muy especial.

Además, ella también necesitaba descansar y enseguida se le cerraron los ojos.

–Despiértame cuando sea hora de ver al fisioterapeuta –le pidió a su marido, que seguro que se iba a levantar enseguida para ponerse a trabajar.

Sin embargo, cuando Polly se despertó Alexandros seguía allí.

–No te has ido –comentó ella, sonriendo.

–El hecho de que a ambas os sorprenda tanto tenerme aquí no dice mucho a mi favor –admitió él.

Polly no estaba acostumbrada a que su marido se autocriticase así. Quiso llevarle la contraria, pero sabía que tenía razón.

–¿No me vas a decir que no es verdad? –le preguntó él.

–Tu familia y tu negocio siempre han sido lo primero.

–Vosotras dos sois mi familia.

–Por supuesto, pero…

–No hay pero que valga. Helena y tú sois la única familia sin la que no puedo vivir. ¿Es que no lo sabes?

–Lo cierto es que no –admitió ella, pensando que todavía faltaba que Alexandros les demostrase aquello.

–No me crees –comentó él.

–No –le dijo Polly.

No merecía la pena mentir y, además, no era su estilo.

Alexandros se levantó de la cama y fue al otro lado para ayudarla a levantarse también.

–Primero tienes fisioterapeuta, agape mou.

Polly se quedó todavía más sorprendida al ver que Alexandros se quedaba con ella durante el masaje y la sesión con el acupuntor.

Cuando hubo terminado, Polly se tumbó junto a la piscina con un vaso de agua y observó cómo su marido enseñaba a su hija a nadar. Ella no sentía ningún dolor ni náuseas por primera vez en varias semanas, y decidió disfrutar del momento.

No solían pasar mucho tiempo en familia en la piscina, ni siquiera los fines de semana. Era un momento que Helena y ella solían compartir entre semana, las dos solas, como tantas otras cosas.

Ese fin de semana organizaron una comida familiar en casa. Petros y Corrina llegaron con Athena y Stacia en helicóptero, pero llegaron a la casa antes que las otras dos mujeres.

–Hoy estás radiante y descansada, Polly –comentó Petros tras darle dos besos en sendas mejillas–. ¿Dónde está mi sobrina?

–Durmiendo la siesta, para que esté en forma cuando lleguen tu madre y tu hermana –le respondió Polly mientras abrazaba a su cuñada–. Veo que la vida de casada te sienta muy bien. Estás preciosa.

Corrina iba vestida con un elegante vestido de verano, pero fue el gesto de felicidad de la heredera griega lo que hizo sonreír a Polly.

–Y tú pareces menos cansada que la última vez que nos vimos. ¿Cómo te encuentras?

–Muy bien. Las sesiones de fisioterapia me están ayudando.

–Todavía estoy sorprendida de que Alexandros haya pensado en eso.

–Si estuvieses embarazada de su segundo hijo, ¿acaso no haría mi hermano todo lo que estuviese en su mano para que estuvieses lo más cómoda posible? –intervino Alexandros, mostrándoles que había estado escuchándolas al mismo tiempo que saludaba a su hermano.

Corrina se ruborizó y lanzó a Polly una mirada cómplice. Luego, sonrió a su cuñado.

–Por supuesto, pero ¿medicina holística? ¿De verdad?

–Hace miles de años que se emplea.

–Bueno, sí…

–A mí me está funcionando –admitió Polly, apoyando una mano en el brazo de Alexandros–. Me encuentro mejor que en todo el embarazo.

Él la agarró por la cintura casi con brusquedad, algo poco habitual, ya que era un hombre que solía moverse siempre con elegancia, y la apretó contra su cuerpo.

Polly dio un grito ahogado, impactada más de lo debido por aquel gesto. Debía de ser por las hormonas del embarazo.

Como si Alexandros hubiese sabido que estaba sintiendo cosas que no debía sentir en público, la hizo girar entre sus brazos para que lo mirase a los ojos y sonrió con picardía.

–¿Te encuentras bien, pethi mou?

Polly tragó saliva y asintió.

Su marido se inclinó hacia ella como si fuese a besarla. ¡Delante de su hermano!

Pero frunció el ceño al oír la voz de su madre desde la puerta del salón.

–Deja de manosear a tu esposa de un modo tan vulgar y ven a saludar a tu madre, Alexandros –le ordenó Athena–. Me ha sorprendido que no hubiese nadie para recibirnos fuera.

Su esposa se puso tensa en ese mismo instante e intentó apartarse de él, que no tenía intención de dejarla marchar.

–Todavía no –le dijo.

–Pero… –balbució Polly, mirándolo como si se hubiese vuelto loco–. Tú madre te demanda.

–Y yo quiero un beso –le contestó Alexandros, sin esperar a que su esposa respondiese para inclinarse y tomar sus labios.

Pollyanna no dijo nada, pero volvió a relajarse y le devolvió el beso.

–De verdad, Alexandros, mira que besar a tu esposa embarazada en público.

Polly se puso tensa al oír a su hermana recriminarle el gesto y Alexandros solo permitió entonces que retrocediese, pero le acarició la mejilla y, haciendo caso omiso de su madre y su hermana, le dijo:

–Me resultas irresistible, agape mou, pero resistiré. ¿Quieres ir a buscar a Helena?

Pollyanna asintió, su expresión era una mezcla de confusión y felicidad.

Él se giró hacia su hermana y, antes de que Pollyanna hubiese salido de la habitación, le dijo:

–Besaré a mi bella esposa cuando quiera y haya quien haya delante. No deberías actuar como una gata celosa solo porque tú no tengas quien te haga lo mismo.

–¿Cómo me puedes decir algo así? –inquirió Stacia, con los ojos húmedos de repente.

Cinco años antes, Alexandros se habría disculpado inmediatamente y le habría prometido que, para él, era la mejor del mundo. Por entonces, ambos habían estado llorando la pérdida de su padre y él había asumido su nuevo papel como cabeza de familia con entusiasmo.

No obstante, Alexandros había crecido y cambiado. Era consciente de que seguirle la corriente a su hermana cuando quería ser el centro de atención había perjudicado a su matrimonio y a la percepción que su esposa tenía de él. Y, además, tampoco pensaba que le hubiese hecho ningún favor a Stacia.

–Lo digo porque es la verdad. Piensa antes de hablar cuando estés aquí o no te volveré a invitar.

–No te creo –le respondió Stacia–. Jamás me excluirías de la familia.

–Tenía que haberte impedido que socializases con mi esposa hace mucho tiempo –admitió él, dándose cuenta enseguida de que no era sensato decir aquello–. Estás avisada. Si quieres seguir viéndome y sacando algo de mí, ten más cuidado.

–¿Qué quieres decir? –le preguntó ella, subiendo el tono de voz.

–Que tienes edad suficiente para buscarte un trabajo, y que tu asignación pende de un hilo, un hilo que podría romperse si no mejora tu comportamiento.

–No sé qué es lo que te habrá dicho esa esposa tuya –intervino su madre–, pero Stacia es tu hermana y llamarla gata celosa porque se haya sentido incómoda con tu inapropiada demostración pública de cariño no es precisamente lo que yo esperaba de ti.

–Besar a mi esposa no tiene nada de inapropiado –le replicó él–. Y mi advertencia sigue en pie.

Su madre apretó los labios con desaprobación.

–Tu padre te dejó al frente de la familia y tu hermana es tu responsabilidad.

Él no se dejó influenciar por la expresión de fragilidad de su madre. Ya era consciente de que esta había estado haciéndole daño a su esposa. Y eso no lo iba a tolerar más.

Su madre había llorado la pérdida de su padre, como todos, pero también se había hecho más fuerte y capaz de lidiar con el dolor.

Había llegado el momento de hacerle saber que no podía seguir lamentándose porque él no se había casado con la mujer que ella habría querido.

–Vamos a ser claros. Para empezar, mi esposa no me ha dicho nada. Para continuar, mi hermana es una adulta, no una niña. Para terminar, si quieres costear tú sus extravagancias, nadie te lo impide.

–¿Cómo te atreves a hablarme así? Todavía estoy esperando a que vengas a saludarme, yo no te he educado así.

Él se acercó y la besó en ambas mejillas, después, retrocedió.

–Kalimera.

–Eso está mejor.

Él la miró todavía muy serio.

–Bien. Ahora, asegúrate de que tu hija se comporta de manera educada si quieres verme contento.

Helena entró corriendo en la habitación y fue directa hacia Petros.

–¡Tío Petros, tío Petros!

Su hermano la levantó en volandas y le preguntó qué tal había dormido la siesta.

Helena se encogió de hombros y Alexandros pensó que aquel era un gesto que él también habría hecho. Se dijo que su esposa estaba muy ocupada educando a una niña que se parecía tanto a él.

–He dormido –informó Helena a su tío.

–¿Quieres ir a saludar a tu yia-yia?

Helena abrazó a Petros con más fuerza, pero asintió. Su alegría se apagó un poco, como le ocurría a su esposa, al mirar a su abuela.

Alexandros se preguntó el motivo mientras veía interactuar a la niña con su madre. No le tenía miedo, pero tampoco la adoraba. Recordó que su hermana y él habían adorado a sus abuelos.

Helena tendría que haberse sentido feliz al ver a su yia-yia.

¿Era posible que la relación de la niña con esta se hubiese visto afectada por la actitud desaprobadora que Athena tenía con su querida madre?

Su hija le dio dos besos a la abuela, pero sin apartarse de los brazos de su tío ni hacer ningún otro gesto de cariño. Y Petros tampoco hizo nada por que la pequeña cambiase de brazos.

Tampoco su madre intentó tomar a Helena.

En el pasado, Alexandros habría pensado que eso se debía a la actitud que Polly tenía con su madre, no al contrario, pero recientemente se había dado cuenta de la realidad.

Empezó a observar cómo interactuaban su madre y su hermana con su esposa y se dio cuenta de muchas cosas en las que no se había fijado antes.

Incluso después de la seria advertencia que le había hecho a su hermana, esta intentó provocar a Pollyanna, aunque con cuidado para no llegar a ser maleducada con ella.

–No entiendo que no podamos hacer las cenas como siempre. Es una tradición. Si Anna no quiere venir, podrías acudir tú solo –le dijo Stacia cuando salieron a la terraza después de comer.

Pollyanna, que se había vestido de manera elegante para la comida, estaba jugando con Helena en el jardín. Y Petros y Corrina fueron hacia ellas para unirse a una partida de croquet de la que Alexandros se arrepintió de no formar parte.

–Cada vez que le tocaba a Helena tomar la maza, que era casi tan alta como ella, Petros se acercaba a ayudarla. La primera vez había intentado hacerlo Pollyanna, pero Petros le había dicho algo y la había ayudado él, sin duda, consciente de que no era bueno para una mujer embarazada agacharse a ayudar a la niña.

Y Alexandros se dio cuenta de que él quería estar allí, enseñando a su hija, jugando con su familia.

–Es mi esposa, lo que la convierte en parte de esta familia. No me parecería oportuno excluirla de las cenas familiares solo porque esté embarazada.

Al fin y al cabo, eran griegos y eran Kristalakis, la familia lo era todo para ellos.

¿Cómo era posible que su hermana le hubiese hecho esa pregunta?

Su padre se habría levantado de la tumba si hubiese sabido la actitud que tenía Stacia con la madre de su primera nieta.

–Tu padre comenzó con la tradición de las cenas familiares los domingos cuando yo le expresé mi deseo de que nos reuniésemos todos, por mucho trabajo que tuviese –comentó su madre–. Y no es fácil romper una tradición que me hace sentirme como si todavía siguiese entre nosotros.

Una semana antes, Alexandros se habría sentido culpable y habría cedido inmediatamente, pero en esos momentos solo quería salvar su matrimonio y las tradiciones de sus padres no eran más importantes que eso.

Stacia y su madre lo miraron expectantes, seguras de que las palabras de Athena lo harían cambiar de idea.

–Ambas sois bienvenidas a mi casa para que celebremos las cenas de los domingos aquí, pero yo tengo una esposa y una hija y ya debía haber dejado de desplazarme a tu casa cuando nació la niña. Es normal que mi esposa y mi hija sean lo más importante para mí.

–No es necesario que te pases todo el día con tu mujer –le respondió su madre.

–¿Es eso lo que le decías a mí padre? Porque recuerdo que a él le pedías que pasase los domingos con nosotros.

Su madre no dijo nada, pero lo miró con sorpresa, como si no hubiese esperado aquella respuesta.

–¿O estás insinuando que mi esposa y mi hija son menos importantes para mí de lo que nosotros éramos para papá? –inquirió él, empezando a darse cuenta de que la respuesta a aquella pregunta no era la que él siempre había supuesto.

Alexandros siempre había pensado que su madre respetaba su matrimonio porque la familia lo era todo.

–Por supuesto que no –le respondió su madre en tono poco convincente.

–¿Por qué no sugeriste tú que cambiásemos las cenas de los domingos para poder ver a tu nieta todas las semanas? –le preguntó Alexandros a su madre.

–Ya te lo he dicho, porque era algo sentimental para mí.

–Tu esposa podría haber traído a la niña también –comentó su hermana–. ¿Por qué tenemos que cambiar nuestras cenas familiares?

–Tenemos que cambiarlas porque si queréis pasar tiempo conmigo y con mi familia, tendréis que hacerlo aquí y por la tarde –le respondió Alexandros de manera implacable.

Entonces, decidió que ya había perdido bastante tiempo discutiendo una situación que no iba a cambiar, se levantó, se disculpó y fue a jugar al croquet.

Polly sonrió al ver que Alexandros tomaba a su hija en brazos y esta se echaba a reír.

Helena adoraba a su papá y Alexandros era todo un padrazo cuando estaba con la niña. Y Polly se alegró de que la presencia de su madre y su hermana no le impidiesen disfrutar de ella.

–Entiendo –bromeó Petros–. Has visto que Helena estaba ganando y has querido aprovecharte de su victoria.

–Somos un equipo invencible, ¿verdad, koritsi mou? –le preguntó Alexandros a su hija.

Helena sonrió y le dijo a su tío:

–Vamos a ganarte.

Polly sonrió al pensar que la niña era tan arrogante como su padre. Si alguien le preguntaba cómo podía seguir amando a su marido después de cinco años de matrimonio, solo tenían que mirar a Helena. ¿Cómo no iba a quererlo, si le había dado aquella hija tan preciosa?

–Ya veo, ahora que está aquí tu papá, el tío Petros es como un filete de hígado.

Helena arrugó el gesto.

–No me gusta el hígado, tío Petros. Es asqueroso.

Corrina se echó a reír.

–Tienes razón.

–El hígado es bueno para la salud –dijo Athena, que debía estar justo detrás de Polly.

Esta se movió sin pensarlo, colocándose al otro lado de Petros.

Alexandros le susurró algo a su hija al oído y Helena se echó a reír.

–Espero que no dejes que la niña decida lo que es mejor para ella.

–Mi hija tiene una dieta muy equilibrada y variada –le informó Polly.

–Además, tú ni siquiera sabes lo que comíamos nosotros de niños. Estábamos siempre con la niñera –comentó Alexandros.

A Polly le sorprendió que su marido respondiese así a su madre.

–Pero a la niñera le daba las instrucciones yo.

–Sí tú lo dices, en cualquier caso, nadie un poco inteligente dudaría de lo bien que cuida mi esposa de nuestra hija. Es una madre ejemplar en todos los aspectos.

Polly se sintió bien al oír aquello.

–No he cuestionado en ningún momento su capacidad como madre –le respondió Athena.

–Ya no quiero jugar –dijo entonces Helena, que todavía estaba en brazos de su padre.

–¿Por qué no? –le preguntó este.

–Porque ya no es divertido.

–Yo también estoy cansada –admitió Polly, intentando quitar tensión a la situación.

Alexandros le dio a su hija a Petros y tomó a su esposa en brazos.

–Por supuesto que estás cansada. No tenías que haber jugado el croquet.

–Estoy embarazada, no inválida.

–Papá lleva a mamá en brazos –comentó Helena divertida, echándose a reír.

Polly sonrió a su hija y Alexandros hizo lo mismo mientras la miraba a ella a los ojos.

–Mira por dónde andas, hermano, o vas a caerte –le advirtió Petros en tono divertido.

–Puedo andar yo sola –le dijo Polly.

–De eso, nada.

–Últimamente estás muy protector –añadió ella casi sin aliento.

–Siempre he querido protegerte.

Polly apartó la mirada porque no sabía qué contestar. Alexandros había sido un mal marido casi desde el principio.

Lo oyó jurar entre dientes.

–He fracasado completamente –añadió–. Estoy empezando a darme cuenta.

Ella se encogió de hombros. Era la verdad.

–Pero no te preocupes, agape mou. No estoy acostumbrado a fracasar.

E-Pack Bianca agosto 2021

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