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Capítulo 5
ОглавлениеNI TAMPOCO estaba acostumbrado a que lo comparasen con su hermano pequeño.
Lo cierto era que Polly no se iba a quejar. Aunque los motivos de Alexandros no fuesen los que ella quería, su marido por fin la estaba tratando como si le importase.
La llevó hasta la terraza y la dejó en una tumbona, después, le sirvió un vaso de zumo y se sentó en una mesa cercana para jugar a las cartas con su hija, su madre, Petros y Corrina.
Stacia comentó que tenía mala conexión en el exterior y entró en la casa con el teléfono en la mano.
Polly no entendía que su cuñada estuviese con el teléfono en vez de disfrutar de la familia, pero no iba a meterse con ella. Así que se quedó dormida con el sonido de las voces de su hija y de su marido de fondo.
Cuando despertó, oyó a Alexandros hablando con su madre.
–Es evidente que necesita descansar más –decía Athena en tono preocupado.
No obstante, Polly pensó que estaba tramando algo.
–Me parece que Anna está bastante débil –continuó.
Polly frunció el ceño. No estaba débil, nunca había sido una mujer débil.
–Está bien, que necesite una siesta no quiere decir que esté débil –le respondió Alexandros.
–No sé, tal vez no debería meterme y no es un tema del que me guste hablar, pero deberías asegurarte de que duerme toda la noche del tirón.
Polly se sintió furiosa al oír aquello. Su suegra estaba intentando separarlos en lo único que su matrimonio siempre había funcionado bien. La cama.
Polly se incorporó y preguntó:
–¿Dónde está Helena?
–Petros y Corrina se la han llevado dentro. Quería ver una de sus películas.
Polly ya sabía cuál, la de la princesa escocesa que luchaba por tomar sus propias decisiones. Era una película que a ella también le gustaba.
No obstante, en esos momentos tenía otra cosa en la cabeza.
–¿Alexandros?
–¿Sí, yineka mou? –le preguntó ella, acercándose para ayudarla a ponerse en pie.
–Sé que muchas veces has prestado más atención a las opiniones de tu madre que a las mías.
Él asintió mientras apretaba los labios.
–Si vuelves a hacerlo en esta ocasión, atente a las consecuencias –le advirtió.
–¿En esta ocasión?
–En lo relacionado al sexo. Si dejas de tener sexo conmigo porque te lo ha dicho ella…
Él la miró con sorpresa al ver que hablaba del tema con tanta franqueza.
Su madre dijo que no era necesario que hablasen de algo tan íntimo delante de ella. Polly la fulminó con la mirada.
–Tal vez tú no tenías que haber sacado un tema de conversación tan íntimo –le contestó ella.
–Solo estaba pensando en tu bienestar.
–No, estabas intentando volver a separar a tu hijo de su esposa. Y, te lo advierto, no voy a volver a tolerar que intervengas en nuestro matrimonio.
Athena puso gesto de sentirse muy ofendida.
–¿Cómo puedes hablarme así?
Buena pregunta. Polly tampoco sabía cómo había sido capaz. Tal vez hubiese llegado a su límite.
–Ya os he dicho a los dos lo que os tenía que decir –añadió ella, y entró en la casa.
Stacia iba y venía por el salón.
–¿Sabes si mi madre está ya preparada para que nos marchemos? –le preguntó.
–No lo sé.
–Esto de venir al campo una vez por semana es un trastorno. No sé por qué has tenido que convencer a Alexandros de que cambie nuestra reunión semanal.
Polly sacudió la cabeza.
–Ya te lo ha dicho él. El cambio ha sido idea suya, pero me pregunto cuándo vas a dejar de meterte conmigo. Tu hermano y yo estamos casados y vamos a seguir casados, por mucho que os esforcéis en separarnos.
–Alexandros se merece algo mejor. Solo sigue casado contigo por Helena.
–Cuando me quedé embarazada de Helena ya llevábamos un año juntos. No sé de dónde te has sacado eso.
–Él iba a dejarte, pero entonces te quedaste embarazada y no pudo hacerlo. Los hombres griegos no abandonan nunca a sus hijos.
–Ni tampoco a sus esposas –intervino Alexandros, apareciendo en la puerta del salón–. No sé qué te ha podido hacer pensar que, en algún momento, he querido poner fin a mi matrimonio.
–Yo me lo puedo imaginar –comentó Polly, mirando hacia donde estaba su suegra.
Alexandros sacudió la cabeza.
–Esta conversación me está resultando muy desagradable y, después de la advertencia que te he hecho hace un rato, Stacia, no entiendo que hayas seguido por el mismo camino.
–Yo pienso que no puede evitarlo –le dijo Polly–. Está tan acostumbrada a meterse conmigo que no sabe tratarme de otra manera.
–Eso no me parece aceptable –le dijo él.
–Antes nunca te había importado, no entiendo que lo haga ahora –replicó Stacia en tono petulante.
Este se giró hacia su madre.
–Será mejor que os marchéis y, la semana que viene, ven sola. Stacia ya no es bienvenida aquí y no voy a volver a ingresarle dinero en la cuenta.
–¡No puedes hacer eso! –le gritó su hermana–. Eres el cabeza de familia. Yo soy tu responsabilidad.
–Y si encuentras a alguien que quiera casarse contigo, te pagaré la boda, pero nada más. No voy a seguir manteniendo a una mujer que trata a mi esposa con semejante falta de respeto.
–¡Te demandaré! –le gritó ella.
–¿En base a qué?
–Papá te dejó la empresa a ti para que cuidases de los demás.
–Papá nos dejó a todos una parte de la herencia. Que tú ya te hayas gastado tu parte no es problema mío. Y el hecho de que no puedas acceder a tus acciones hasta los treinta años es algo que tienes que hablar con tus administradores.
–¡Tú eres uno de ellos!
–Y no voy a votar por adelantar la fecha.
–Stacia, tienes veintiséis años, tienes un título universitario. Busca trabajo –le dijo Polly a su cuñada.
–Que tu familia esté dispuesta a hacer cualquier cosa para ganar dinero no significa que yo vaya a hacerlo –le respondió ella.
Después, volvió a mirar a su hermano.
–Te voy a demandar. Espera y verás.
–No vas a causar ningún escándalo, Stacia –le advirtió Athena–. Tu hermano ya te lo ha advertido. Tal vez, si te disculpases de manera educada con Anna, Alexandros estaría dispuesto en seguir ayudándote.
Polly se mordió el labio, sabiendo que Alexandros no solía dar nunca marcha atrás cuando tomaba una decisión.
–Lo siento si he dicho algo que haya podido ofenderte –le dijo Stacia a Polly.
–Me has ofendido a mí –le aclaró Alexandros–. Has pretendido hacerle daño a mi esposa y no acepto tus disculpas. Márchate de aquí.
Stacia y Athena no se movieron de donde estaban, y en ese momento llegó Petros también.
–¿Qué ocurre? ¿Por qué estáis haciendo tanto ruido?
Athena y Stacia se apresuraron a contar su versión.
En un momento dado, Athena le dijo a Alexandros:
–Si prohíbes venir a Stacia, yo tampoco podré venir.
–Eso ya es decisión tuya –le respondió Alexandros.
–Alexandros… –intervino Petros en tono conciliador…
–¿Qué, Petros? –lo interrumpió él, furioso–. ¿Tu permitirías que hablasen a tu esposa, de tu esposa, como lo han estado haciendo con Pollyanna?
Petros cerró la boca y negó con la cabeza.
–No, no lo permitiría.
–Corrina es una esposa maravillosa –comentó Stacia–. Es guapa, ha ido a los mejores colegios, es griega, procede de una buena familia y tiene su propia fortuna.
–Y yo no soy nada de eso y procedo de una familia estadounidense de clase media –dijo Polly sin sentirse en absoluto avergonzada.
Porque sus padres eran buenas personas. Sus hermanos eran estupendos y jamás tratarían a nadie como la habían tratado a ella Stacia y Athena desde el día que había puesto un pie en Grecia.
Polly había intentado ser la mejor nuera posible. Había intentado ser comprensiva con una mujer que había perdido a muchas personas importantes en su vida, pero Athena no había querido que formase parte de su familia. Y se había asegurado de hacérselo saber.
Y los celos y el rencor de Stacia solo habían hecho que se sintiese todavía más incómoda.
–Eres preciosa y eres educada –le dijo Alexandros en ese momento–. Eres estadounidense, pero te has adaptado de una manera increíble a mi país y yo no necesito que tengas una fortuna para saber que la mía no es lo que te gusta de mí.
A Polly se le llenaron los ojos de lágrimas. Maldijo a las hormonas del embarazo.
–Yo solo te quería a ti.
–Y yo a ti. No necesito a una esposa con pedigrí, te necesito a ti.
Ella siempre había tenido algo que superaba al pedigrí para él: su cuerpo. Alexandros no podía resistirse a ella y el sentimiento era mutuo. Tal vez no fuese el amor en el que Polly había creído al casarse con él, pero también era importante. La pasión que compartían no era algo habitual.
–Yo también te necesito –le respondió con voz temblorosa.
Él la abrazó como si sus palabras lo hubiesen conmovido.
–Por favor, Petros, acompaña a mamá y a Stacia al helicóptero –le pidió a su hermano.
Y, así, ignorando las protestas de su madre y de su hermana, Alexandros sacó a Polly del salón y la llevó hasta el sofá en el que estaba sentada su hija.
Como si en aquella casa no hubiese habido ninguna discusión.
–Tal vez deberías aflojar un poco –le sugirió Polly.
–¿Qué? –preguntó él sorprendido.
–Tu madre y tu hermana están acostumbradas a hacer siempre lo que quieren. Tal vez deberías darles la oportunidad de acostumbrarse a la nueva situación antes de prohibirles venir a comer y de dejar de ingresarle dinero a tu hermana.
–Tú le has dicho que busque trabajo –le recordó él.
–Si te soy sincera, pienso que le vendría muy bien, pero tal vez podrías darle un mes para que lo haga.
–Lo pensaré.
–¿Y tu madre?
–Que decida ella si quiere venir o no.
–¿Y si cambia de opinión?
–Será bien recibida, como siempre.
Petros y Corrina se quedaron a dormir y volaron a Atenas con Alexandros a la mañana siguiente.
Polly se alegró de que le hubiesen liberado un poco la agenda y le encantó tener más tiempo libre para jugar con Helena.
Cuando la acostó después de comer para dormir la siesta, se dedicó a leer un libro. Estaba hecha un ovillo en su sillón favorito, en su habitación, cuando vio que se abría la puerta.
Beryl estaba asistiendo a una reunión por ella y Dora ya se había marchado, así que levantó la vista sorprendida y descubrió que se trataba de su marido.
–No he oído el helicóptero –admitió.
–Cuando te metes en un libro, podría caer una bomba y no te enterarías.
–Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto con la lectura.
Alexandros miró a su alrededor como si fuese la primera vez que entraba allí.
Aquel era el santuario de Polly, pero no solía ir por las noches, cuando Alexandros estaba en casa.
–Veo que has dejado tu huella en esta habitación.
–La redecoré al mismo tiempo que la habitación de la niña.
–No lo sabía.
–No pensé que tuviese que decírtelo.
–Puedes hacer lo que quieras, estás en tu casa. Podrías decorarla entera si quisieses.
Ella se encogió de hombros.
–Paso mucho tiempo aquí y en la habitación de Helena, con tener estas dos habitaciones a mi gusto es suficiente.
–Me he fijado en que no sueles ir al salón multimedia a ver películas con Helena.
–Es demasiado grande.
–¿Y no te gusta?
–Me siento como si estuviese en un hotel.
–Uno está en los hoteles de manera temporal. Esta es tu casa. Y nuestro matrimonio no es algo temporal.
–Pues tu hermana y tu madre no parecen estar de acuerdo –comentó Polly en tono amargo.
Alexandros apretó los labios al oír aquello.
–Tenía que haberles puesto las cosas claras acerca del modo en que te trataban mucho antes.
–Si lo hubieses hecho, es probable que la discusión de ayer no habría tenido lugar. Ambas se han acostumbrado a decirme lo que quieren, pero ni siquiera se tomaron en serio tu primera advertencia cuando le pediste a Stacia que tuviese cuidado con lo que decía de mí.
–¿Tú sí?
–Yo conozco tu mirada cuando hablas en serio.
–¿Y ellas no?
–Tal vez no la hubiesen visto antes. Hasta ahora, lo más normal ha sido siempre que les dieses lo que querían.
–Al tiempo que privaba a mi esposa del apoyo que esta debía esperar de mí –admitió Alexandros.
–Prefiero no decir nada al respecto.
–Pero me has dicho muchas veces que las tenía consentidas.
–Es cierto.
–Y, sin embargo, por mucho que te diese a ti, no te has sentido consentida.
–Porque lo que yo necesitaba no eran cosas materiales.
Sino tiempo, atención, apoyo frente a su familia.
–¿Has dicho necesitaba, en pasado? –le preguntó él.
–He aprendido a contentarme con lo que tengo.
Él dijo una palabra malsonante y Polly se dio cuenta de repente de que estaba enfadado.
–Estás furioso –comentó ella, sintiéndose frágil sin saber por qué.
–Sí.
–¿Conmigo?
El gesto de Alexandros cambió y, de repente, la abrazó.
–Conmigo mismo. Con mi madre y con mi hermana, que debían haber hecho que te sintieses parte de la familia, pero han hecho todo lo contrario, pero, sobre todo, conmigo mismo, agape mou.
La besó en los labios suavemente, incómodo con todo lo que estaba sintiendo.
Ella respondió, como lo hacía siempre, y dejó que su cuerpo se fundiese con el de él, que sus lenguas se entrelazasen. Estuvieron unos minutos así y, entonces, Alexandros se apartó y volvió a mirar a su alrededor.
–Me gusta este sitio.
–A mí también.
–Me gustaría que le dieses la misma calidez al resto de la casa.
–¿De verdad?
–No hace falta que lo hagas ahora, ni toda la casa de una vez –le dijo él, dándole otro beso en los labios–. No quiero que te agotes con otro proyecto después de lo mucho que nos ha costado conseguir que tengas tiempo para descansar.
–¿Nos?
–Bueno, tienes razón, he tomado algunas decisiones unilaterales, pero tienes que admitir que ha sido algo positivo.
–Tengo que admitir que me gusta tener una agenda más relajada.
–¿Te gustan las labores benéficas? –le preguntó él por primera vez desde que estaban juntos.
–¿Te refieres a si me gusta mi trabajo como esposa tuya?
Porque de eso se trataba, al fin y al cabo.
–¿Así es como lo ves?
–¿Y cómo si no?
–Pues la verdad es que yo no consideraba que ser mi esposa fuese un trabajo –le dijo él–. Solo he intentado ayudarte a encontrar tu lugar en mi mundo.
–Nunca se te ocurrió pensar que tal vez para mí habría sido más fácil encontrar mi lugar si hubiese podido mantener mi vida, en parte, como era en Estados Unidos.
–¿Qué quieres decir?
–Si hubiese podido seguir trabajando como pastelera, habría hecho amigos más deprisa –le respondió Polly, alejándose de él para ir hasta la ventana–. Sé que tú no querías que hiciese ese tipo de amigos, pero yo no he crecido en una atmósfera enrarecida, como tú, y para mí habría sido más sencillo tener amigos que supiesen lo que es pertenecer a una clase media.
–Yo pensaba que, a largo plazo, te adaptarías mejor si hacías amigos en esa atmósfera enrarecida, como tú la llamas.
–¿Y por qué me sacaste de ella y me trajiste aquí, al campo?
–Porque pensé que serías más feliz. Al fin y al cabo, habías crecido en una zona rural del estado de Nueva York.
–¿Sin verte en toda la semana, yo sola en esta enorme casa que parece un hotel? –le preguntó ella con incredulidad–. No me extraña que tu madre y tu hermana pensasen que era el principio del final de nuestro matrimonio.
–No sé de dónde se ha sacado Stacia la idea de que la compra de esta casa tenía que ver con la ruptura de nuestro matrimonio.
Polly hizo una mueca.
–Posiblemente fue una mezcla de lo que ella quería y del hecho de que, durante el primer año que estuvimos aquí, tú te pasases casi todo el tiempo en el apartamento de Atenas y solo vinieses a casa los fines de semana.
–Fue una época de mucho trabajo, pero no volverá a ocurrir –le aseguró él–. Me sentía responsable de todo lo que mi padre y su padre y su abuelo habían construido, así como de la subsistencia de decenas de miles de empleados.