Читать книгу E-Pack Bianca agosto 2021 - Varias Autoras - Страница 7

Capítulo 3

Оглавление

ALEXANDROS se quitó la camisa por la cabeza con impaciencia, se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones.

–Se van a arrugar –le advirtió Polly.

–¿Y te importa? –le preguntó él.

Su esposa negó con la cabeza mientras lo devoraba con la mirada.

–Me gusta cómo me miras. En el dormitorio.

Había algo extraño en su expresión, algo que Polly no era capaz de descifrar. Como si ella hubiese dicho algo que lo hubiese molestado.

Se apoyó sobre los codos, sintiéndose segura de sí misma, como no se sentía en ningún otro aspecto de su relación. Allí, en la cama, era evidente que congeniaban a la perfección.

A pesar de que Polly ya no creía que Alexandros la amaba, la unión de sus cuerpos seguía siendo hacer el amor porque ella todavía lo sentía por él. Y, además, estaba segura de que él sentía cariño por ella.

–Es todo culpa tuya –le dijo ella en tono apasionado, en un tono que Alexandros no podría malinterpretar.

–No me pongas a prueba –le advirtió él.

Pero eso no la preocupó. Polly se agarró el vestido, dispuesta a quitárselo y Alexandros la sujetó por las muñecas.

–Déjame eso a mí.

–Puedo desnudarme sola.

–No estando yo aquí para hacerlo.

Eso era cierto. Aunque no fuesen a tener sexo, su marido siempre había considerado que era un privilegio quitarle la ropa. Ya fuese porque Polly iba a prepararse para dormir o porque iba a cambiarse para la cena, a Alexandros siempre le había gustado desvestirla.

En esa ocasión, sin embargo, era evidente que iban a tener sexo. La tensión sexual podía palparse en el ambiente.

Alexandros estaba completamente excitado. La tomó de las manos para hacer que se pusiese en pie, le hizo girarse y le bajó la cremallera del vestido, dejando al descubierto unas curvas exageradas por el embarazo. Después, se tomó su tiempo acariciándola lentamente antes de quitárselo.

–¿Ahora quién está jugando con quién, Alexandros? –le preguntó ella.

–Tu marido.

–En eso tienes razón, eres mi marido.

–Y siempre lo seré –le aseguró él–. Jamás te tocará nadie más así.

–Te veo muy posesivo.

–Porque eres mía.

–Y tú mío –le recordó ella–. Ambos llevamos las alianzas a juego.

Él apoyó los labios en la base de su cuello, haciendo que Polly dejase de pensar. Alexandros sabía cuáles eran sus puntos débiles y, al parecer, estaba decidido a pasar por todos.

Cuando quiso darse cuenta, Polly estaba desnuda sobre la cama, con la cabeza de su marido entre las piernas, haciéndola retorcerse del placer.

Pero ella quería más.

–Alexandros, venga.

Él acarició su clítoris con la lengua y la hizo llegar al orgasmo antes de incorporarse y colocar su erección en la entrada de su sexo húmedo e inflamado.

La penetró, llenándola y dándole todavía más placer. Empezó a moverse en su interior despacio y Polly notó que su cuerpo volvía a prepararse para un segundo clímax.

En esa ocasión llegaron al final juntos y el gemido de Alexandros se mezcló son su grito de placer.

Después, él la abrazó con fuerza.

Ella frotó el rostro contra su pecho y le dio un beso.

–Ha estado bien –comentó.

–Mejor que bien.

–Ha sido increíble.

–Eso me parece mejor.

Polly bostezó.

–No debería estar tan cansada, hoy he dormido hasta tarde.

–Pero estás embarazada. Necesitas descansar.

–Si tú lo dices.

–Sí.

Polly no supo durante cuánto tiempo se había quedado Alexandros allí con ella, pero, cuando este se levantó de la cama, ella estaba medio dormida.

–Voy a ducharme y a volver a Atenas.

–El trabajo no espera –balbució ella.

Su marido se echó a reír.

–Pues esta tarde ha tenido que esperar por mi esposa.

Ella sonrió al oír aquello y se quedó dormida con el ruido de la ducha de fondo. Cuando despertó, varias horas después, se enteró de que Alexandros había dado estrictas instrucciones a sus empleados de que nadie la molestase. Beryl se había ocupado de las llamadas y Dora había cuidado de Helena hasta que había llegado Hero. Todo había sido organizado por su marido multimillonario antes de marcharse a Atenas.

Polly se levantó con el tiempo justo para poder cenar con su hija y no le sorprendió que el ama de llaves la informase de que Alexandros no llegaría a tiempo de cenar con ellas. Helena preguntó por él, pero no pareció disgustarse cuando le dijeron que su papá iría después a verla a la cama.

Y llegó justo en el momento en el que la niña se estaba acostando, así que Polly no se disgustó tampoco.

A la mañana siguiente, Polly se quedó de piedra al ver que su marido estaba sentado a la mesa del desayuno junto con Beryl y Helena.

–Me he quedado para poder acompañarte al ginecólogo –anunció, como si mereciese una medalla por ello.

–Me dijiste que no tenías tiempo.

–¿Cuándo he dicho yo eso?

–Cuando me quedé embarazada de Helena.

–Entonces, todo era diferente.

–¿Porque tenías mucho trabajo?

Él asintió y se ruborizó. No le gustaba pensar en aquella época más que a ella, pero por otros motivos.

–¿Hace falta que te recuerde que estoy embarazada de seis meses?

–Las cosas cambian.

Alexandros se había dado cuenta de que su hermano sí acudiría al ginecólogo con Corrina y, una vez más, estaba compitiendo con él como marido.

Pero como en realidad Polly siempre había deseado tenerlo a su lado cuando iba al ginecólogo, lo dejó pasar y se limitó a contestar:

–Está bien.

Él le dedicó una mirada indescifrable, aunque Polly tampoco se esforzó mucho en descifrarla. Estaba demasiado ocupada intentando ordenar sus ideas.

Repasó con Beryl su agenda y se dio cuenta de que Alexandros se había tomado la libertad de cancelarle varias reuniones de trabajo sin preguntarle antes.

Ella decidió no discutir tampoco por aquello porque, sinceramente, estaba muy cansada y le había costado levantarse de la cama.

Así era como estaba con aquel embarazo, por mucho que intentase llevar una vida normal.

La doctora Hope puso gesto de sorpresa al ver a Polly acompañada por su marido.

Solo se habían visto en una ocasión, cuando Polly había dado a luz a Helena, y no habían demostrado demasiada simpatía el uno por el otro. Alexandros se había presentado en el último minuto, después de recibir la correspondiente llamada.

Uno de los guardaespaldas había estado pendiente de lo que ocurría en el paritorio y había avisado a Alexandros de que había llegado el momento de que Polly empezase a empujar.

No obstante, ella no había estado sola. Alexandros había conseguido que sus padres viajasen desde Estados Unidos para pasar con ella las dos últimas semanas del embarazo. Su madre no se había separado de su lado y su padre había estado entrando y saliendo durante el largo parto.

Después, el padre había vuelto al trabajo una semana después del nacimiento de Helena, pero su madre se había quedado con ella otro mes más. Todo a petición de Alexandros, se recordó Polly.

Teniendo en cuenta que la ginecóloga le había advertido con frecuencia que debía recortar su agenda, debía haberse imaginado que también le diría a Alexandros que la notaba muy cansada y que era evidente que no estaba cuidando bien de ella.

Sin embargo, se sintió mal al volver a oír la poca atención que recibía de su marido y, sin pensarlo, perdió el control de sus emociones y protestó:

–No sé por qué todo el mundo quiere restregarme por las narices que no le importo lo suficiente a mi marido como para cuidar lo más mínimo de mí. ¿Acaso piensa que no lo sé? Estoy haciendo todo lo que puedo.

O tal vez no. Tal vez Polly necesitaba dejar atrás su orgullo y dejar que el dinero de Alexandros hiciese parte de su trabajo.

La doctora Hope la miró con tristeza.

–Soy consciente, Polly.

Y fulminó con la mirada a Alexandros.

–No te está restregando nada a ti, yineka mou –le dijo este–. Me lo está diciendo a mí para que me entere de que soy un egoísta. A ver si, a fuerza de que me lo digan, lo entiendo por fin.

Polly apartó la mirada de su marido porque mirarlo en esos momentos le dolía a pesar de que había pensado que estaba acostumbrada a las limitaciones de su relación. En cualquier caso, Alexandros había decidido reescribir las reglas de juego y ella no sabía por qué.

El resto de la visita transcurrió mejor, con Alexandros haciendo las preguntas que habría hecho cualquier marido preocupado y la doctora Hope intentando responderle con paciencia y sin hacer más recriminaciones.

Polly esperó a que estuviesen en el coche, con la ventana que los separaba del conductor cerrada, para preguntar:

–¿Por qué estás siendo tan atento conmigo? No lo entiendo.

Entonces, se le ocurrió una idea horrible, tan horrible que se le cortó la respiración.

Se sentó muy recta, con todo el cuerpo en tensión, y lo acusó:

– ¿No será que tienes una amante y no quieres que me divorcie cuando me entere?

–No –le respondió él, mirándola casi como si se fuese a echar a reír, pero poniéndose serio después–. ¡No! Polly, no he estado con ninguna otra mujer desde que tuve mi primera cita contigo.

–¿Puedo creerte?

–¿Acaso te he mentido alguna vez?

–Sí –le respondió ella sintiéndose dolida–. Tu hermana ya me lo advirtió, pero pensé que lo que me estaba diciendo era una tontería. Me intentó hacer daño cuando me acerqué a ella, por eso no volveré a cometer el mismo error.

Alexandros no podía creer lo que estaba oyendo.

–Te he fallado como marido, pero nunca te he mentido.

Ni siquiera pensó en lo que Polly le había dicho de su hermana, porque no podía creerse que su esposa no confiase en él.

–Sí que me has mentido –lo contradijo ella.

–¿Cuándo?

–Cuando me pediste que me casase contigo. Me dijiste que harías todo lo que estuviese en tu mano para hacerme feliz.

Y, como era evidente, Polly pensaba que no lo había hecho.

–Pensé que dándote todo lo que querías serías feliz.

–Pero no me has dado lo más importante.

–Estoy trabajando en ello.

–Pero me mentiste. Me mentiste cuando me dijiste que me amabas.

–No te mentí. Lo que ocurrió fue que no me di cuenta de que tenía que demostrártelo. Y sí que te amo.

Ella se echó a reír como si acabase de contarle un chiste, pero fue una risa amarga.

–Eres mi esposa porque yo he decidido que lo seas. No te estoy mintiendo.

–Un hombre enamorado no trata a una mujer como tú me has tratado a mí –le recriminó Pollyanna en tono firme.

–Un hombre demasiado centrado en su negocio y que quiere mantener la paz en su familia sí que se comporta así.

Un hombre que todavía no había superado la pérdida de su padre y que tenía miedo de perder a su madre, se comportaba así, pero no logró decirle aquello a su mujer. Alexandros nunca había sido una persona emocionalmente vulnerable.

Su padre le había enseñado a no serlo.

Como si lo que él acababa de decir no tuviese ninguna importancia, Pollyanna se encogió de hombros y giró la cabeza, y Alexandros supo que sus palabras habían caído en oídos sordos.

O en los oídos equivocados.

–Cambiaré –le prometió.

Ya había empezado a cambiar, pero seguro que Polly tampoco le creería si le decía aquello.

–No por mí.

–Por supuesto que por ti, pero también por mí. Quiero recuperar la relación que teníamos al principio.

–Está muerta.

Él no estaba de acuerdo, pero era evidente que había roto la confianza que había existido entre ambos. Si había sido capaz de rescatar su empresa y muchas otras, sería capaz de rescatar también aquel matrimonio.

El miércoles, mientras repasaban su agenda durante el desayuno sin la inesperada presencia de Alexandros, Beryl le dijo a Polly que no se preocupase por las citas con la ginecóloga porque Alexandros lo había organizado todo para que fuese la doctora la que se desplazase.

Podrían utilizar la camilla para masajes que había en el gimnasio.

Ella se preguntó si Alexandros sabría que ella había dejado de hacer deporte después del segundo mes de embarazo. Y se recordó que no le importaba. Que ella iba a hacer lo necesario para mantener la paz, pero nada más. La vida que ella se había creado en Grecia era, al parecer, como Alexandros había esperado, aunque eso no era del todo verdad.

Formaba parte de varios comités benéficos, pero no de los más populares, sino de los que a ella le interesaban de verdad. Y la mayoría de estos no organizaban las espectaculares fiestas a las que a su suegra y a su cuñada tanto les gustaba asistir. Y había hecho amigas en esos comités, amigas que de verdad sacrificaban su tiempo y dinero por causas en las que creían.

Polly se vestía con ropa de diseñador y tenía chófer, tal y como quería Alexandros, pero dos veces al año donaba parte de su vestidor en subastas benéficas y solo compraba lo estrictamente necesario. Su chófer era un veterano de guerra retirado con una discapacidad que le permitía conducir, pero que le dificultaba encontrar otro trabajo. Y el coche era el mismo que Alexandros había comprado nada más casarse.

Alexandros compraba un coche nuevo cada dos años, pero ella los ponía a disposición de los directores de las asociaciones benéficas que lo necesitaban más que ella.

Polly solo asistía a los eventos a los que tenía que acompañar a su marido y solo cuando no lo podía evitar, pero nunca se perdía la hora de la cena con su hija. No había discusiones al respecto, sencillamente, no iba, y su marido enseguida se había enterado de que, para Polly, su hija era sagrada.

Ella no era desgraciada. Le encantaba ser mamá, amaba a su marido a pesar de saber que no era correspondida y lo creía cuando este le aseguraba que le era fiel. Lo ocurrido en el coche había sido fruto de sus hormonas, pero Alexandros se había tomado sus palabras en serio y eso ya era una experiencia nueva.

También había hecho que ella siguiese sabiendo que su marido no tenía la intención de buscarse una amante.

Dijese lo que dijese Stacia, Alexandros Kristalakis no era de ese tipo de hombres.

Él nunca incumplía su palabra a propósito y si Polly no confiaba en él no era porque pensase que Alexandros le mentía, sino porque le había mentido sin querer, y eso le parecía todavía más peligroso.

Polly sabía que Helena y ella eran muy importantes para él, por no decir lo más importante.

Y eso ya era más de lo que tenían muchas mujeres.

Tal vez no tuviese en la vida todo lo que quería, ni lo que había creído tener al casarse con el multimillonario griego, pero no tenía una mala vida.

Miró a su hija, que estaba sentada al otro lado de la mesa, y sonrió. No, no tenía en absoluto una mala vida.

Polly y Helena estaban en la piscina de agua salada, jugando un rato antes de la comida, cuando Polly vio acercarse un helicóptero.

Era el helicóptero de Alexandros, pero ella estaba segura de que no era su marido quien viajaba en él. Debía de ser el fisioterapeuta, aunque todavía faltaban dos horas para la cita.

Podía haber salido del agua, pero sabía que había un ama de llaves que se ocuparía de recibir a quien acabase de llegar.

Así que siguió jugando con Helena y se olvidó del helicóptero.

–Vaya, qué vista tan bonita –oyó decir en tono alegre a sus espaldas.

Ella miró hacia donde acababa de aparecer su marido.

–¡Alexandros! ¿Qué estás haciendo aquí?

Al tiempo que le hacía la pregunta, su hija se dio cuenta de la presencia de su papá y echó a nadar hacia su padre.

–¡Papá!

Él se inclinó hacia delante para sacar a su hija del agua como si no le importase el efecto del agua salada en el traje.

Una criada se acercó con una toalla para envolver a la niña y Alexandros sonrió a Polly de oreja a oreja.

–Voy a comer con mis dos chicas favoritas y, luego, trabajaré el resto del día desde casa.

Polly se quedó boquiabierta. ¿De verdad? ¿Sus dos chicas favoritas? No se lo podía creer.

–No si tu hermana y tu madre aparecen en la ecuación –replicó sin poder evitarlo.

Y enseguida cerró la boca y apretó los labios con fuerza.

En vez de enfadarse, como había ocurrido en otras ocasiones, su marido volvió a dedicarle una arrebatadora sonrisa.

–No tenéis competencia, yineka mou. Tú eres mi esposa y Helena es mi hija, y para mí no hay nada más importante en el mundo.

–¿Desde cuándo?

Él volvió a sonreír, sacudió la cabeza y respondió:

–¿Vas a salir del agua? Pensaba que Helena tenía que comer para poder echarse la siesta.

–Sí, por supuesto. Solo íbamos a quedarnos jugando diez minutos más.

–Pues quédate donde estás, me encanta lo que veo.

Ella bajó la vista a su abultado vientre y se preguntó cómo era posible que a Alexandros le gustase así.

Después, decidió que podía aprovechar la oportunidad para nadar un par de largos sin tener que estar pendiente de la niña.

–¿Estás seguro de que te puedes ocupar tú de Helena?

–Por supuesto.

Ella no se lo volvió a preguntar, se dio la media vuelta y se zambulló en el agua para nadar un poco antes de salir de la piscina. Podía haberse quedado un rato más, pero no pudo evitar querer formar parte de la bella estampa creada por su marido, que se había quitado la chaqueta del traje y la corbata, y su hija, que charlaban animadamente en una de las tumbonas que había cerca de la piscina.

A Polly no le gustó tener que romper aquel momento, pero tenía que hacerlo antes de que Helena estuviese demasiado cansada.

–Cariño, tienes que vestirte para comer.

–Pero mamá… –protestó Helena.

–Ven. Dora te ayudará a vestirte mientras yo ayudo a mamá –le dijo Alexandros.

–¿Me vas a ayudar a vestirme a mí? –le preguntó Polly.

Él la miró con deseo.

–No.

Alexandros la tomó en brazos y la llevó hasta la habitación.

–¿Cómo es que has venido a casa tan pronto? –le preguntó ella al llegar allí.

–Porque quería –le respondió él, dándole un beso en los labios.

Como siempre, Polly no pudo resistirse a él. No era capaz de resistirse a la atracción que había entre ellos, ni a la conexión emocional que sentía con Alexandros cuando estaban en la intimidad, aunque supiese que esta última no fuese correspondida.

De haberlo sido, Alexandros no habría pasado tanto tiempo viajando, porque, por ella, no habrían dormido ni una sola noche separados.

Él la abrazó y apretó la erección contra su cuerpo todavía mojado y Polly solo deseó tumbarse en la cama con él.

Alexandros le bajó el bañador, dejando los pechos erguidos al descubierto y juró antes de acariciárselos.

–Eres preciosa.

–Estoy gorda –le dijo ella.

–Ypérochos, énkyos, dikos mou.

Cuando se habían casado, Polly no hablaba griego, pero enseguida se había puesto a aprenderlo. Porque vivía en Grecia y necesitaba comunicarse, pero, sobre todo, para saber si lo que le decía Alexandros era que la amaba. Aunque no fuese así, cuando le dedicaba otros apelativos cariñosos también le llegaban al corazón.

«Preciosa. Embarazada. Mía».

–Tuya –admitió ella sin ningún problema porque era así.

–Dikos mou. Gia pánta.

¿Para siempre? Polly suponía que sí, pero no lo dijo.

–Tenemos que vestirnos –comentó en su lugar.

–Yo necesito cambiarme y tú, una ducha –la corrigió él.

Pero Polly negó con la cabeza.

–Me ducharé después de comer, si no, vamos a llegar tarde.

–Podemos llamar y pedirle a Dora que le dé la comida a Helena, yineka mou.

–No. Nuestra hija nos está esperando –le respondió ella–. No sería justo para Helena.

–¿Y qué hay de nosotros? ¿Es justo que tengamos que ir a comer cuando lo que deseamos es hacer otra cosa?

–Después tendremos todavía más ganas –le dijo Polly–. Si nos damos prisa, podremos ducharnos juntos después de comer y antes de mi cita.

–Después de comer con nuestra niña, nos tomaremos el tiempo que sea necesario.

Los demás podrían esperar al multimillonario y a su esposa.

Polly volvió a negar con la cabeza.

Helena estuvo muy contenta durante la comida, pero, después, se negó a dormir la siesta.

–No estoy cansada, mamá.

–Necesitas descansar, cariño.

–Pero papá se habrá marchado cuando me despierte –protestó la pequeña con los ojos llenos de lágrimas.

Alexandros se puso en pie, tomó a su hija en brazos y le prometió tanto en griego como en inglés que estaría allí cuando despertase de la siesta.

Helena se puso a llorar todavía más y Alexandros miró a Polly sin saber qué hacer.

–No sé por qué está llorando así –admitió ella.

–A ver, cielo, cuéntanos qué te pasa. Esas lágrimas no son productivas –le pidió Alexandros.

Polly intentó contener la risa al ver que Alexandros hablaba a la niña como si estuviese en una reunión de trabajo.

E-Pack Bianca agosto 2021

Подняться наверх