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¿QUIÉNES SON LOS KURDOS?
ОглавлениеPara poder comprender el Kurdistán de hoy es necesario establecer una mínima base antropológica de las poblaciones que lo habitaron previo a la “era de los Estados nacionales”. Asimismo, es de suma importancia dimensionar la magnitud de los cambios filosóficos y sociales que acontecieron en él durante la primera mitad del siglo XX. Debemos, por consiguiente, situar los términos “sociedad kurda” en su debido contexto para evitar anacronismos. Esto quiere decir que no podemos caer en la trampa del “marco teórico nacionalista” y establecer tajantes divisiones entre pueblos que no tenían el mismo tipo de consciencia identitaria que sí tienen en la actualidad. Previo a la primera mitad del siglo XX, las identidades nacionales aún no se desarrollaban con tanta fuerza en la región y, por ende, no había una relación directa entre lo “kurdo”, “turco”, “armenio”, “persa” o “árabe” y la etnicidad. Esto quiere decir que cuando hablamos de la sociedad kurda del Imperio otomano estamos englobando a varios grupos cuyas descendencias comenzarían a diferenciarse en términos nacionales más tarde, pero que en aquel entonces no lo hacían. Este argumento es validado incluso por teóricos del nacionalismo turco como Ziya Gökalp, a quien nos referiremos de nuevo más adelante. Este hecho es de suma importancia pues la desintegración del Imperio otomano y la aparición de los nuevos Estados nacionales en la región se explica en gran medida por el proceso de cambio de un paradigma identitario (identidad religiosa) por otro (identidad nacional).
Durante siglos, la sociedad kurda estuvo constituida primordialmente por campesinos asentados en pequeñas aldeas difuminadas a lo largo de todo el Kurdistán y por pastores seminómadas que se desplazaban entre planicies y montañas en busca de los mejores pastos para su ganado. Para el siglo XIX, estos grupos estaban organizados en casas, linajes y clanes de diferentes tamaños que pertenecían a tribus que, a su vez, se adherían a grandes confederaciones tribales o ashiret. Los ashiret eran muchas veces multiétnicos (es decir, no solamente estaban compuestos por kurdos) y su estructura organizativa se caracterizaba por ser sumamente jerárquica y autoritaria. A la cabeza de esta unidad sociopolítica se encontraban el agha (jefe tribal), que era una especie de latifundista o “gran terrateniente”, y el sheikh (jefe religioso). El liderazgo del sistema tribal recaía, por consiguiente, en un minúsculo grupo de jefes que definían los aspectos más relevantes de la vida de sus subordinados (como por ejemplo, el matrimonio de “sus” mujeres para establecer o reforzar alianzas)3. Su ideología se basaba en los lazos de sangre y en un sentido ancestral de territorialidad ligado con la trashumancia (McDowall, 2004, pp. 13-15). La religión les otorgaba un enorme sentido de pertenencia comunitaria y su vida giraba en torno a la tierra pues esta representaba su sustento económico. Por ello no es de sorprender que la ideología tribal kurda se vea reflejada incluso hasta hoy en las toponimias de ciertos lugares bautizados en honor de alguna familia influyente, como por ejemplo, la región-tribu Barzan a la cual volveremos más adelante.
El accidentado relieve de los montes Tauro y Zagros, sus crudos inviernos y la escasez de caminos que ligaran a sus habitantes con los grandes centros económicos de la época mantuvieron a estos grupos parcialmente aislados de los poderes centrales que se establecieron en la península de Anatolia y en Persia a lo largo de los siglos. Así pues, durante cientos de años las montañas y los pueblos del Kurdistán fungieron como una especie de esponja que absorbía los conflictos entre el Imperio otomano y las diferentes dinastías que gobernaron el Imperio persa. Los sultanes otomanos incluso utilizaron a emires (élites kurdas locales) a su favor como intermediarios encargados de mantener a raya los conflictos entre tribus locales (que podían llegar a afectar el flujo de mercancías) y cobrar impuestos. Conscientes de la falta de fuerza del poder central en el lejano Kurdistán, las autoridades otomanas accedieron desde el inicio (con sus debidos altibajos) a otorgar cierto grado de autonomía a las comunidades kurdas de la periferia a cambio de su lealtad y al aporte de tropas en tiempos de guerra con los persas. De esta manera garantizaron cierta estabilidad en sus fronteras orientales pues los kurdos desempeñaban la función de amortiguador que, pese a que no estaba integrado del todo al imperio, tampoco permitía el avance de amenazas extranjeras (van Bruinessen, 1992, pp. 50-59).
Con el paso del tiempo y la proliferación de movimientos nacionalistas eslavos en los Balcanes (que ocuparon la mayor parte de la atención de las fuerzas armadas otomanas), se fortaleció aún más el poderío de los jefes tribales del Kurdistán pese a los violentos esfuerzos de los sultanes por mermar su estructura (McDowall, 2004, pp. 28-29 y 41-48). Esta autonomía local se manifiesta todavía hasta la fecha en aspectos tales como la lengua (kurmanji, sorani, zazaki, entre otras), la religión (alevismo y corrientes sufíes) y, hasta cierto punto, la estructura social (confederaciones tribales). Sin embargo, este orden, que se mantuvo con sus debidas fluctuaciones durante siglos, llegó prácticamente a su fin con la caída del Imperio otomano y el arribo del paradigma identitario nacional proveniente de Europa occidental a la región.
Pese a ser uno de los grupos más importantes de la zona, la lógica social y económica de la tribu retrasó unas cuantas décadas (en comparación con los turcos o con algunos árabes) el surgimiento de la identidad nacional kurda. Como resultado, para mediados del siglo XX quedaron fragmentados en la periferia de cuatro Estados diferentes sin ellos mismos tener uno propio. La desintegración del Imperio otomano, la caída de la dinastía Qājār en Persia, la consolidación del nacionalismo turco, árabe y persa, la intervención directa e indirecta de poderes extranjeros (principalmente del Reino Unido, Francia, Rusia y Estados Unidos) y la posterior creación de Turquía, Siria, Iraq e Irán, creó barreras en el Kurdistán, inexistentes hasta entonces, que alteraron para siempre las dinámicas sociales dentro de la cuenca del Tigris y el Éufrates. La magnitud de esta reconfiguración territorial significó tanto que, incluso en el pasado, la “línea” fronteriza que separó durante siglos a los imperios otomano y persa no había representado jamás una verdadera barrera para los pastores del Kurdistán. Esta no era concebida como una verdadera línea (como sí sucede con los límites bien establecidos de un Estado-nación), sino como una zona de transición con límites variables y porosos. Los pastores vieron así limitado su tránsito anual y muchas familias se encontraron de repente separadas por nuevas líneas artificiales, lo cual evidentemente tuvo consecuencias económicas y sociales. Una de ellas, en términos geográficos, es que no es coincidencia que las cuatro regiones principales en las que se suele dividir en la actualidad al Kurdistán corresponden a los límites fronterizos impuestos por los Estados nacionales que se instauraron en la zona durante este periodo: al norte (Turquía) el Bakur, al oeste (Siria) el Rojava, al oriente (Irán) el Rojhilat y al sur (Iraq) el Başur (ver mapa 3).
Las pretensiones monopólicas del Estado sobre la totalidad del territorio bajo su control (y con ello de todas las actividades que se realicen en él) comenzaron a ver con malos ojos las reminiscencias del sistema tribal y su esencia territorialista. Cabe resaltar que, en el caso del Kurdistán, ambos elementos todavía hoy prevalecen en gran parte de la región. Por ello, estos jóvenes Estados, como parte de su etapa de consolidación, no tardaron mucho en combatirlo. En palabras de Sánchez, por medio de las instituciones adecuadas la función social del Estado consiste en: “conseguir la máxima homogeneización de los comportamientos y actitudes en el interior de la sociedad, y a lo largo de todo el territorio por ella controlado. De ahí la importancia de los procesos de sociabilización o culturización que todo grupo social, y toda sociedad, diseña y aplica” (1992, p. 90).
MAPA 3. REGIONES DEL KURDISTÁN
Fuente: elaboración propia.
Veremos más adelante cómo esta norma no fue la excepción en el Kurdistán pues en cada uno de los países en que quedó dividido hubo diferentes políticas homogeneizadoras enfocadas en la población kurda. Si bien en cada Estado el proceso aconteció de manera diferente (particularmente en Irán), también todos tuvieron elementos comunes. A grandes rasgos, en los cuatro se buscó por todos los medios minimizar o incluso negar su identidad nacional y, por consiguiente, se limitó o se prohibió el uso de su lengua (pues la lengua, junto con el territorio y la idea de “etnia”, es una de las bases para la construcción de una identidad nacional sólida). Debido al peso demográfico que representan dentro de sus respectivos países nos enfocaremos en los que, para fines de este capítulo, representan los dos casos más representativos: Turquía e Iraq.