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LOS KURDOS BAJO EL NACIONALISMO TURCO Y ÁRABE DEL IMPERIO OTOMANO A TURQUÍA
ОглавлениеEl Imperio otomano acogió dentro de sus fronteras a una gran variedad de comunidades étnico-lingüísticas y religiosas. La propagación de las ideas nacionalistas en Europa sería, por consiguiente, uno de los principales obstáculos a los que tendría que enfrentarse desde el siglo XIX hasta su desaparición en el primer cuarto del siglo XX.
Una de las principales causas de su decaimiento durante este periodo fue la injerencia de potencias extranjeras europeas sobre las comunidades cristianas del imperio (armenios, griegos, serbios, maronitas, búlgaros, entre otras). La influencia europea sobre estas colectividades aumentó tras cada capitulación militar del sultán en turno. De esta manera, ocurrieron dos fenómenos clave para la transformación del imperio.
El primero fue el establecimiento del estatuto de berat, mediante el cual grupos cristianos y judíos que habitaban dentro de sus fronteras eran reconocidos como sujetos bajo la tutela de poderes extranjeros europeos por parte de las autoridades del imperio. Esto implicaba que, por ejemplo, comunidades serbias o griegas ortodoxas contaban con la ciudadanía rusa y así con la protección del zar. A la postre este se combinó con el segundo fenómeno. Las élites comerciales serbias y griegas, influenciadas por las ideas de la Revolución francesa y beneficiadas por el sistema de berat, buscaron su independencia del imperio mediante la utilización de un discurso nacionalista que consideraba a los otomanos como ocupantes de su territorio. En el caso del nacionalismo serbio mucho tuvo que ver el embajador ruso en İstanbul, quien propagó el paneslavismo; mientras que el nacionalismo griego se inspiró en la fantasía de restaurar la antigua gloria del Imperio bizantino (Zürcher, 2004, pp. 9-71). Esta primera gran fragmentación en la zona de los Balcanes poco tiempo después se replicaría de manera muy semejante en Anatolia y el Levante, particularmente entre turcos y árabes, y algún tiempo después con los kurdos.
Durante los primeros años del siglo XX, el desmembramiento del Imperio otomano se volvió inminente. Además de los etnonacionalismos de los grupos cristianos que ya hemos mencionado hubo una radical transformación discursiva por parte de ciertos sectores pertenecientes a las élites del imperio. En el pasado, debido a la obsesión por mantener la autoridad central, este buscó reformarse y crear una identidad social otomana sin importar la pertenencia étnica o religiosa. Sin embargo, con el paso del tiempo, cada grupo desarrolló una nueva identidad nacional ajena a la otomana parecida a la de las poblaciones cristianas. Por ejemplo, así como entre las comunidades eslavas surgió el paneslavismo, entre las túrquicas cobraron fuerza las ideas panturanistas (originadas en gran medida por exiliados turcos en Rusia). Las ambiciones y los objetivos de cada uno de estos grupos variaron según el caso y el periodo, algunos buscaron su separación absoluta, mientras que otros únicamente buscaron reformar al imperio u obtener una mayor autonomía. Este último fue el caso de gran parte del movimiento kurdo que, pese a que ya comenzaba a gestar indicios de identidad propia (por ejemplo, mediante la publicación en kurdo kurmanji de los periódicos Kurdistan y Jin, o la sociedad estudiantil Hevi de İstanbul) (Zürcher, 2004, p. 170; van Bruinessen, 2016, p. 17), una importante corriente todavía se asumía como parte de una comunidad musulmana amplia integrada al imperio ya que, como recordaremos, la identidad religiosa representaba uno de los pilares de la sociedad kurda de aquel periodo.
El origen del nacionalismo turco comenzó a cobrar forma con la revolución de julio de 1908 realizada por el movimiento político reformista Jön Türkler (Jóvenes Turcos) que llevaría al poder durante una década al Comité de Unión y Progreso (CUP). El CUP estaba fuertemente influenciado por las ideas liberales de la Revolución francesa. Su eslogan evocaba la libertad, la igualdad y la justicia; y en cuanto pudieron promovieron la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos otomanos y la redacción de una nueva constitución. Asimismo, personajes como Ziya Gökalp4 (influenciado por la sociología francesa de la época) llamaron a realizar una transición “modernizadora” que transformara el sultanato en una nación secular que imitara los valores de Occidente. Pese a esa aparente apertura, la pérdida de territorios en los Balcanes y la declaración de independencia búlgara aceleraron el chauvinismo turco de los miembros del CUP quienes rápidamente prohibieron cualquier tipo de asociación política basada en afiliaciones de carácter étnico o nacional para así intentar salvar al imperio (McDowall, 2004, pp. 87-95).
Fue bajo este contexto que, durante la primera década del siglo XX, podemos encontrar las primeras manifestaciones de identidad territorial kurda sobre el Kurdistán animadas por jefes tribales y religiosos (algunos llegaron a proponer una alianza kurdo-armenia que hiciera frente al ascendente nacionalismo turco), e incluso rumores de una posible secesión promovida por rusos y británicos que jamás se materializaría. De hecho, aconteció todo lo contrario pues, durante la Primera Guerra, sectores kurdos motivados por su adhesión voluntaria o involuntaria al ejército otomano (muchos kurdos suníes, por ejemplo, movidos por el miedo) colaboraron en las masacres contra las comunidades potencialmente alineadas a los intereses expansionistas rusos en Anatolia (en particular el genocidio armenio). Igualmente, desde aquel periodo los Jön Türkler identificaron el posible surgimiento de una identidad nacional kurda, por lo que buscaron su asimilación por medio de su dispersión (cerca de 700.000 personas distribuidas en pequeños grupos) a lo largo del oeste de Anatolia a fin de borrar cualquier sentimiento de territorialidad y quebrantar la organización tribal (McDowall, 2004, pp. 98-99 y 102-108).
Una vez finalizada la Primera Guerra, el imperio quedó fragmentado y ocupado por las fuerzas militares de las potencias europeas vencedoras (Francia, Reino Unido e Italia y Rusia), así como por las ambiciones nacionalistas griegas y armenias. Al final, tras años de guerra y negociaciones, y los planes coloniales frustrados de británicos y franceses (por ejemplo, el acuerdo secreto de Sykes-Picot de 1916, hecho público por los bolcheviques rusos), el imperio fue disuelto (Zürcher, 2004, pp. 143-147). Como consecuencia, el Kurdistán, que otrora había sido un territorio mayormente integrado en una sola entidad político-administrativa, quedó dividido en cuatro. Simultáneamente, esto dio pie a la consolidación del movimiento nacionalista turco como una fuerza política regional poderosa que habría de combatir a los ejércitos extranjeros ocupantes entre 1919 y 1923.
En 1920, el Pacto Nacional tomó el control del parlamento otomano y estipuló la indivisibilidad de los territorios habitados por una mayoría otomana musulmana no árabe. Esto significó que para el Imperio otomano y, posteriormente, para la República de Turquía, cualquier territorio situado dentro del Kurdistán otomano era parte de su territorio pues los kurdos eran una “mayoría otomana musulmana no árabe”.
El papel de Ziya Gökalp en la consolidación del kemalismo como la ideología del nuevo Estado5 y en la diferenciación entre “turcos” y “kurdos” fue trascendental. Gökalp sostenía que kurdos y turcos eran grupos étnicos distintos que se mezclaron debido a sus lógicas tribales. Según él, este contacto conllevaba forzosamente un proceso de asimilación voluntario o involuntario en ambos sentidos. De esta manera, muchas personas de origen turco sufrieron un proceso de “kurdificación”. Desde su punto de vista esto era negativo pues era necesario “bajar” a la gente de las montañas para civilizarla con actividades y valores “modernos” y adaptarla a la vida agrícola sedentaria de las planicies. He ahí el origen de la idea que más tarde desembocaría en el concepto “turcos de la montaña”, mediante el cual el Gobierno turco se refirió a los kurdos durante décadas. Eran “turcos de la montaña” porque eran considerados como incivilizados marginados del progreso social y económico de la modernidad. Eran un obstáculo para el nuevo Estado porque atrasaban al resto del país con sus prácticas tribales. Eran parte de ese Oriente que frenaba el proceso de occidentalización al que debía pertenecer la República de Turquía. El discurso oficial dictaba que su función era liberarlos de su ignorancia por medio de su asimilación a las lógicas sociales y económicas del Estado (es decir, la función social del Estado citada anteriormente). Los kurdos debían transformarse en turcos. Para ello manipularon fuentes históricas y geográficas en favor del discurso nacionalista turco y en contra de cualquier evidencia que probara la existencia de la cultura kurda en el pasado dentro de la región para así borrarlos del ideario colectivo. El idioma kurdo fue prohibido durante décadas, las toponimias de cientos de pueblos y ciudades fueron turquificadas, la mención de la palabra Kurdistán quedó censurada y se pusieron en marcha políticas demográficas para quebrar el sentido de territorialidad de los kurdos. El Estado destinó importantes esfuerzos en crear una nueva narrativa histórica. Por medio de las instituciones educativas (particularmente dentro de las asignaturas de Historia y Geografía)6 y los medios de comunicación adoctrinaron a su población conforme al ideario nacionalista. Cuando esto no funcionó, no dudó en usar la fuerza del ejército (masacre de Dêrsim de 1937-1938) o de grupos paramilitares (masacre de Maraş/Gurgum en 1979 a mano de los Bozkurtlar7) con frecuente complicidad de aghas kurdos.
Las duras condiciones impuestas por el Estado turco desde sus inicios, el surgimiento de una conciencia nacional kurda y el hartazgo popular por la complicidad de líderes tribales kurdos con el régimen, serían la semilla de nuevas resistencias armadas mucho más consolidadas que aparecerían durante la década de los setenta y reconfigurarían la vida política en Turquía.