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EL VILAYET DE MÛSIL Y EL NACIMIENTO DE IRAQ
ОглавлениеEl vilayet de Mûsil (que a grandes rasgos corresponde con la región del Başur y el oriente del Rojava) era uno de los tres vilayets de Mesopotamia. Estaba, por tanto, bastante alejado del poder central del Imperio otomano y, a partir de 1920, dentro de la zona de influencia del protectorado británico. Junto con los vilayet de Basra y Bagdad, sería integrado al nuevo Estado iraquí8, proclamado oficialmente en 1932.
Este vilayet es de suma importancia pues, a diferencia de las otras dos regiones, Mûsil no estaba habitado mayoritariamente por árabes, sino que, salvo por la ciudad misma, la mayor parte de sus habitantes eran kurdos o turcomanos. En otras palabras, cumplía con las características demográficas estipuladas por el Pacto Nacional, y por consiguiente fue reclamado por el Imperio otomano y posteriormente por la república de Turquía durante años. Sin embargo, dada su riqueza en términos agrícolas –y sobre todo petroleros–, los británicos no tuvieron nunca la menor intención de ceder este territorio a los turcos (ni tampoco a los franceses). En un primer momento contemplaron la posibilidad de crear un Estado kurdo en el Başur que estuviera bajo su tutela. Sin embargo, el proyecto fracasó debido a la heterogeneidad de los clanes kurdos y a la carencia de una identidad nacional sólida. Una vez disuelto el Imperio otomano la correlación de fuerzas cambió y se decantó indiscutidamente del lado de británicos y de nacionalistas árabes quienes consiguieron, no sin una serie de revueltas encabezadas por sheikhs y aghas kurdos, su integración al territorio iraquí. Esta anexión resultaba fundamental para la consolidación del proyecto estatal iraquí pues sin Mûsil, una viabilidad económica, política o militar para aquel joven Estado resultaría complicada (McDowall, 2004, pp. 143-146).
Su establecimiento bajo una administración árabe trajo consigo una serie de consecuencias negativas para los kurdos, que si bien en muchos aspectos no fueron tan brutales como aquellas que llevó a cabo el nacionalismo turco (por ejemplo, en Iraq sí podía hablarse el kurdo), sí restó poder de acción a los jefes tribales sobre su territorio y relegó a los kurdos a un segundo plano. Por aquel entonces, la mayoría de los sheikhs y aghas del Kurdistán rechazaban tajantemente someterse a cualquier autoridad árabe por lo que no veían con malos ojos una “asesoría” británica que les garantizara la autonomía que tanto anhelaban. Sin embargo, la falta de cohesión producto de las discordias tribales internas una vez más no les permitió establecer una política unificada para llevar a cabo aquel proyecto. Esto no significa que las rebeliones acontecidas por esas fechas, encabezadas por personajes como el Şêx Mehmûdê Berzencî de Sîlemanî (Sulaymāniyyah) o el Şêx Ehmedê Barzanî (hermano de mullah Mustafa, el padre de Mesûd Barzanî, de la región de Barzan), fueran irrelevantes, ya que representan las primeras manifestaciones de nacionalismo kurdo en el Başur. Es decir, son el antecedente directo del Gobierno Regional autónomo que habría de formarse en la década de los setenta en la mayor parte de dicho territorio. Un apunte que nos ayudará a entender lo que sucedió después, es que familias influyentes del Başur, descendientes de una larga tradición de sheikhs, como los Barzanî o los Talebanî, que hasta hoy figuran como dirigentes de los dos principales partidos políticos kurdos del Başur, participaron en aquellas rebeliones (McDowall, 2004, pp. 151-180).
Es importante entender el origen de clase de los personajes y las familias que hemos mencionado. Los esfuerzos de los otomanos por sedentarizar a los kurdos y llevar un registro catastral sobre la propiedad de la tierra (una lógica distinta a la tribal) fomentaron que muchos aghas y sheikhs registraran las tierras de sus tribus bajo su nombre (he ahí en gran medida la coincidencia de nombres de regiones con nombres de tribus) (Laurens, 1993, p. 136). Como consecuencia, las desigualdades sociales al interior de los kurdos se intensificaron a la vez que, los ahora terratenientes, aumentaron aún más su poder político sobre los suyos. No es de sorprender que las consultas de los británicos en torno al futuro de esta parte del Kurdistán solo contemplaran a las élites y no a la totalidad de la población. Pese a todo, el discurso nacionalista encontró eco dentro de los sectores más desfavorecidos pues fue una expresión de rechazo a las autoridades gubernamentales árabes (y turcas). El nacionalismo kurdo cobró fuerza por la misma razón que décadas antes pudo cobrar fuerza el nacionalismo turco y árabe; como un rechazo a la intervención de agentes externos dentro de su territorio.
Podríamos aventurarnos a rastrear en Şêx Ubeydelayê Nehrî (alrededor de 1870) el primer esbozo de un movimiento con tintes nacionales kurdos pues este influyente terrateniente planteó a los británicos y al sultán otomano del momento el establecimiento de un Estado kurdo independiente en el Rojhilat y, posiblemente, en partes del Kurdistán dominado por los otomanos. Sin embargo, fracasó como la gran mayoría de las revueltas que le siguieron (van Bruinessen, 1986, pp. 17-18). Constatamos que un punto en común dentro de las primeras resistencias armadas kurdas era que estaban lideradas principalmente por influyentes sheikhs que controlaban grandes extensiones de tierra. Es decir, por la élite social kurda que de una u otra manera buscó explotar al máximo las diferencias lingüísticas, culturales o religiosas que los diferenciaran de otras identidades imaginadas; ya sea religiosas en el periodo previo al desmembramiento del Imperio otomano (comunidad musulmana opuesta a la comunidad cristiana) o étnicas en la era de los nacionalismos. Si bien es fundamental recordar que el nacionalismo kurdo surge como respuesta a la opresión política, económica y social ejercida por los gobiernos centrales de Turquía, Siria, Iraq e Irán, también es cierto que su materialización en muchas ocasiones fue posible debido al apoyo de potencias extranjeras tales como la británica (en el Başur) o la soviética (República de Mahabad, en Irán).
En este punto es de suma importancia distinguir el rumbo que siguió el movimiento kurdo en el Başur y el Bakur durante el último tercio del siglo XX, pues ambas facciones se disputan hoy la hegemonía política en el Kurdistán. En la primera región, la nueva generación de líderes de la resistencia aprovechó su posición como descendientes de poderosas familias de sheikhs (como mullah Mustafa y su hijo Mesûd Barzanî) para ejercer su autoridad. La justificaron por medio de la construcción de un discurso nacionalista kurdo aplicable a todos los rincones del Kurdistán (van Bruinessen, 1986, p. 19). Sin embargo, en el Bakur el origen de la nueva ola de resistencia kurda provino de sectores estudiantiles marxistas que en la siguiente sección detallaremos con el apoyo de un fragmento del libro de Zürcher (2004, pp. 241-264).