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INTRODUCCIÓN

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La reconfiguración geopolítica de fin de siglo, que coincidió con la terminación de la Guerra Fría, aunada a los procesos hegemónicos del sistema-mundo contemporáneo –modelo neoliberal, régimen político sustentado en la competencia electoral, la revolución tecnológica y el surgimiento de una sociedad civil global–, dio lugar a fenómenos sociales y políticos de singular realce para la región denominada como Medio Oriente y Norte de África, condicionados por sus propias mutaciones e incertidumbres.

Para los países que conforman estos territorios y que comenzaron a tener mayor relevancia en la agenda mundial a partir de los años ochenta, este paso conllevó, en términos generales, un proceso de pauperización y exclusión económica, agravado con el boom poblacional, además de la consolidación de gobiernos autoritarios que ya no respondían a las premisas del Estado de bienestar. Estos componentes propiciaron, por una parte, las condiciones para el despliegue de un islamismo radicalizado contemporáneo y, por otra, la difusión de un discurso secular de los derechos humanos, la democracia liberal y los derechos de las minorías. Al igual que en todas las transformaciones modernizantes, implícitas en los procesos coloniales y poscoloniales que se describen históricamente en algunos capítulos de este libro, en las últimas décadas aparecen unos pesos y contrapesos, que tienen entre algunos de sus principales componentes el laicismo contrapuesto a la religiosidad (que no implica necesariamente el conservadurismo). Además, están inscritos las más de las veces en una manifestación nacionalista y radical, de distinta naturaleza a la promulgada por la última oleada de autodeterminación del panarabismo de los años cincuenta y sesenta.

Las tendencias modernizantes en la región dan cuenta, tanto del reordenamiento de una sociedad civil con capacidad de movilización por ideales progresistas, como de otra parte que ampara estructuras tradicionales de poder, con frecuencia en alianza con los intereses y diseños estratégicos extranjeros, entre los cuales sobresale Estados Unidos. Para muchos, dentro y fuera de la región, es claro que este último ha cumplido, durante las dos últimas centurias, su consigna de imponer una agenda “libertaria” en estos territorios para dar cuenta de su supremacía sobre el mundo árabe e islámico.

Aunque los efectos inmediatos no correspondieron directamente a los destinos del Medio Oriente y Norte de África, no podemos dejar de lado el 11 de septiembre de 2001 como la fecha que para este siglo marca el antecedente que cambió de forma definitiva el curso de la historia mundial, al menos para el devenir histórico de las potencias occidentales y su relación con el Medio Oriente, Norte de África y algunos países de Asia meridional. El “profético” choque de civilizaciones enunciado por Samuel Huntington (1996), que podría ser consignado como una hoja de ruta, comenzó a cumplir sus propósitos, primero con la Operación Libertad Duradera (2001-2014) contra el Emirato Islámico de Afganistán gobernado por los talibanes, en retaliación por la falsa imputación como autores de los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono, y después con la guerra Operación Libertad Iraquí (2003-2011).

A partir de entonces, las migraciones masivas de la población de los países de mayoría islámica hacia Europa, particularmente, auspiciadas por guerras fratricidas o internacionales ha cambiado la composición demográfica de los países europeos cuyas políticas públicas de acogida desbordan la capacidad de los Estados para superar las demandas de esta población marginal y pauperizada. La islamofobia se ha convertido en una nueva cruzada, vista con el beneplácito de los movimientos y partidos de ultraderecha de todas las latitudes. Los movimientos xenófobos y de supremacía blanca se han expresado en actos de violencia extrema, actitudes radicales de terrorismo como crímenes contra la población civil islámica y la profanación de los lugares sagrados de los seguidores de Mahoma.

Así las cosas, no podemos dejar de mencionar las guerras en Siria y Yemen, actualmente en curso y que involucran a distintos actores. Son dos de los casos que, hoy por hoy, más requieren la atención internacional, pero que parecen invisibles para el mundo mediático (Gate Keepers), pues aparentemente no tienen ninguna importancia para los intereses básicos de los poderes centrales. Sin embargo, recientemente en estas regiones también surgió el movimiento social y político de las Revueltas de 2011 denominadas de manera errónea “Primavera Árabe”, que si bien depuso varios de los regímenes empotrados por décadas en el poder, como sucedió por ejemplo en Túnez, Egipto y Libia, fuerzas contrarrevolucionarias internas y externas, sumadas a otros factores, condujeron al resultado inesperado de afianzar, más bien, los problemas endémicos de la corrupción y la represión brutal, así como una fuerte crisis económica, entre otros focos de lucha. Lo peor de este panorama social y político es que no se ven soluciones inmediatas.

En el mismo sentido, el avasallamiento israelí sobre el territorio palestino es un punto primordial en el momento de pasar revista a una región en crisis constante, pues la comunidad internacional pareciese no contar con la capacidad suficiente para resolver el conflicto gestado por el plan de partición (Resolución 181) de ese territorio por parte de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1947.

De igual manera, esta vasta región, que alberga alrededor de 30 países, posee ciertos rasgos identificadores, los cuales son indispensables para tener en cuenta en el momento de su caracterización. En primer lugar, es un grupo de Estados y pueblos conformadores de un auténtico caleidoscopio social y cultural, donde prima el islam, pero donde también se encuentran importantes comunidades cristianas, judías y de otras creencias. De hecho, ese patrón se remonta 1200 años atrás, cuando las huestes de la nueva confesionalidad extendieron su influencia religiosa, científica y política al oriente y al occidente de su epicentro arábigo, cuando llegaron a Irán, Pakistán e India, por un lado, y hasta la península Ibérica, por el otro extremo.

En segundo lugar, se encuentra el acento cultural, dada la condición primordial de sociedades refaccionadas por más de un milenio por los elementos étnicos, lingüísticos y sociales árabes y no árabes. La región ha sido el centro de expresiones propias de la adaptación humana a las condiciones ambientales particulares tanto como el crisol en que se han fundido las instituciones sociales autóctonas con las adquisiciones llegadas desde los lugares más remotos. Allí confluyeron, para citar unas pocas de esas manifestaciones, el antiguo saber de Asia oriental y el ideario monoteísta surgido en Asia occidental.

En tercer lugar, dichas comunidades comparten, casi en su totalidad, los efectos desestabilizadores de la institucionalidad y del modus operandi social causados por el arribo y la conquista por parte de las potencias coloniales, desde el primer momento de su expansión comercial a finales del siglo XV. Tras la ruta portuguesa por el Atlántico y el Índico, desde el siglo XVII Inglaterra y Holanda comenzaron a abrir sus propias posesiones y a desencadenar la competencia colonial e imperialista, que culminarían Inglaterra y Francia en la segunda década del siglo XX, cuando se repartieron los despojos del Imperio otomano. La colonización significó muchas cosas: despliegue de los avances científicos centrales, eliminación de las estructuras administrativas locales, implantación de modelos educativos, privilegio para determinadas élites e imposición de unas comunidades étnicas sobre otras para romper su larga tradición de convivencia. Al mismo tiempo, la sofisticación en la producción de armas, la disciplina militar y la restructuración productiva de los pueblos bajo el colonialismo atendieron los requerimientos de las potencias europeas. El resultado evidente fue la dependencia del patrón económico ventajoso para la metrópoli y, sobre todo, la creación de nuevos Estados-nación a imagen e interés de las potencias europeas, mezclando comunidades y creando problemas donde no los había previamente.

Las dos guerras mundiales y el posterior antagonismo de los bloques produjeron efectos contrastantes en Asia occidental y Norte de África. Lo más significativo fue el surgimiento de las condiciones favorables para el proceso de descolonización. Uno a uno, los países colonizados proclamaron su independencia, abogaron por el ejercicio político autónomo, tomaron la vía de la renovación institucional y procuraron la inserción en los flujos económicos globales. El tránsito hacia la soberanía nacional comportó, con frecuencia, conflictos internos en la contienda por el control del Estado. Todavía en el siglo XXI se aprecia la reyerta en la rebelión expresada mediante las revueltas de 2011, un proceso que continúa hasta nuestros días.

El otro resultado del fin de la guerra entre las grandes potencias fue el legado insidioso de las disposiciones coloniales. Los países centrales afirmaron su dominio mediante acuerdos entre sí y con arreglos subrepticios con algunos sectores de las comunidades locales. El caso emblemático de una tragedia urdida entre los ocupantes es, por cierto, la creación de un Estado judío en Palestina, convenido por Inglaterra y Francia, en 1916. El Acuerdo Sykes-Picot sigue alentando, después de un siglo, un conflicto que se niega a desaparecer.

En este orden de ideas, surgen numerosos interrogantes sobre los factores externos que influyen en el transcurso de las sociedades ubicadas en Asia occidental y Norte de África. A lo largo de la historia, ¿cómo se acoplaron las diferentes modalidades religiosas, culturales, políticas y económicas? En la actualidad, ¿de qué manera se combinan los factores internos y externos para profundizar las situaciones conflictivas o para resolver las crisis domésticas y entre los países de la región? ¿Qué incidencia tienen sus dinámicas propias con actores lejanos como lo son América Latina, el Caribe o Colombia?

El carácter estructural de la región en el complejo económico colonial fue explicado por André Gunder Frank como pionero de la teoría que retoma Immanuel Wallerstein (1974) como la semiperiferia, o la sección intermedia entre la metrópoli y las colonias. Ello evitaba el choque directo de los pueblos colonizados con las potencias coloniales y legitimaba su dominio. Para Bernard Lewis (2002), en cambio, el contraste fundamental lo marcó el progresivo desnivel técnico y administrativo entre los centros económicos y las zonas adyacentes, incluida la musulmana. Según el autor, la incorporación de avances en la navegación, el cálculo, la organización empresarial y la estructura administrativa del Estado propulsaron el poder inglés sobre sus competidores.

Edward Said (1990), pionero de los estudios poscoloniales, dirigió la discusión hacia la construcción europea del otro “oriental” que le sirviera de referencia, para contraponer sus valores, marcar su superioridad y justificar el dominio colonial. El orientalismo desentrañó la producción de conocimiento en su doble dimensión ontológica y epistemológica sobre las sociedades adyacentes, las cuales quedan enmarcadas en un metadiscurso global que representa a “Oriente”. Ese discurso hegemónico nombra y crea al Otro, acotado en narrativas de poder que distancian y acentúan las relaciones de subalternidad.

Bajo este fondo interpretativo, se formula la pregunta central de esta investigación: ¿cómo fueron construidas a lo largo de la historia las características particulares de las sociedades del Medio Oriente y Norte de África? ¿Cuáles son sus rasgos predominantes y qué impacto tienen sobre las relaciones extrarregionales, respecto a América Latina, en particular?

La respuesta hipotética a este interrogante plantea que los rasgos particulares de los diferentes procesos históricos en el Medio Oriente y Norte de África encuentran un punto de partida en el legado de la experiencia colonial europea en el siglo XIX en las distintas regiones que esta categoría compone, así como del papel desempeñado años más tarde por nuevas potencias extranjeras intervencionistas como Estados Unidos y Rusia, y de distintos actores regionales y locales de reciente aparición, como el Estado de Israel y su injerencia en la política exterior estadounidense. En este contexto se forjaron nuevas identidades en diversas sociedades atadas a la configuración social y cultural de la región.

La investigación tiene una naturaleza interdisciplinaria. El lector se encontrará con distintas exploraciones históricas que se enlazan a su vez con observaciones y análisis sociológicos y antropológicos, que dan cuenta de las múltiples facetas de las comunidades estudiadas en este libro a nivel social y cultural. Asimismo, se identifican los perfiles políticos contemporáneos y el efecto que sobre ellos tiene la dinámica económica y geopolítica global.

Los objetivos de los capítulos de esta obra son diversos. El libro presenta once textos en total, distribuidos en tres partes temáticas. El primer objetivo es puntualizar las distintas facetas históricas de la región. Aquí se evalúan algunos de los diferentes procesos históricos de relevancia para el Medio Oriente y Norte de África, lo que permite ofrecer una base para la comprensión de ciertas problemáticas actuales. El segundo objetivo específico busca explorar algunos elementos trascendentales en la configuración social y cultural de la región, señalando desde múltiples perspectivas –religión, cultura, mujer y danza– la diversidad de análisis posibles. Finalmente, el tercer objetivo específico procura discutir algunas de las diferentes dimensiones de las relaciones entre Estados y sociedades de América Latina, incluida Colombia, y Medio Oriente y Norte de África, proponiendo elementos de juicio para juzgar las conexiones entre ambas experiencias.

En consonancia con lo anterior, el libro se encuentra dividido en tres secciones. La primera sección, titulada “Algunos procesos históricos”, encuentra justificación en la importancia de estudiar y comprender las diferentes manifestaciones retrospectivas y procesos evolutivos de las sociedades objeto de estudio. Parte de entender los grandes desafíos del presente, involucra tener en cuenta una idea general del acontecer, donde usualmente se encuentran algunas respuestas a las disfunciones contemporáneas.

La segunda parte, “La configuración social y cultural”, estudia distintas expresiones al interior de las diferentes sociedades que componen los países de la región, donde el lector encontrará discusiones de temas como las manifestaciones y tradiciones religiosas (ejemplo el islam y el caso de las minorías), el papel de la mujer árabe en expresiones culturales como la literatura y la danza, así como las manifestaciones sectarias en la configuración social de la región.

Finalmente, la tercera parte, “Las relaciones extrarregionales con América Latina y Colombia”, responde a la necesidad de realizar un ejercicio comparativo de ideas entre estas sociedades, superando la distancia geográfica y algunas diferencias culturales. Evaluar las relaciones a nivel diplomático de algunos países de América Latina con comunidades como Palestina, Israel, Irán y el Sahara Occidental, contribuye a reducir aquella distancia, y propone un intercambio de experiencias y lecturas sobre determinadas materias.

Es importante anotar que los capítulos de las anteriores secciones, bien sean descriptivos, comparativos, circunscritos a un estudio de caso o analíticos, comparten, en una forma amplia, el marco histórico y conceptual que contiene la permanente y desestabilizadora relación de dependencia de la región periférica de Medio Oriente y Norte de África (las colonias o excolonias) con los países hegemónicos (las metrópolis). Esta condición dialéctica determinó las relaciones de poder y las tensiones que a lo largo de la última centuria coadyuvaron a las erupciones nacionalistas y la construcción de la nación en la región. Así se pone en evidencia cómo los sucesos de la geopolítica mundial tienen efectos desestabilizadores en lo local y lo regional.

Las dinámicas implícitas en el fenómeno colonial, como el permanente ejercicio de poder asimétrico en los frentes económico, político, social y cultural convierten la pulsión por asimilar la cultura sometida (aculturación) dentro del paradigma dominante en manifestaciones de resistencia por parte de la población subyugada. Estas expresiones, por lo general, están adscritas a movimientos nacionalistas, para algunos como efectos reaccionarios y tradicionalistas, frente al esquema modernizador (sincretismo) comprendido de manera inevitable en todo proyecto colonial.

Con distintos grados de legitimidad, y en el marco de eventos geopolíticos disruptivos –como las dos guerras mundiales–, la mayoría de los regímenes árabes y no árabes hicieron su transición hacia la organización sociopolítica del Estado-nación heredado de un proceso histórico ajeno, situado en Europa y como legado de la Ilustración. Es así como las distintas fases de la construcción nacional, del Estado-nación y de las disímiles expresiones de movimientos de resistencia que este proceso conlleva han ido de la mano con los sucesos históricos de colonización y descolonización, cuyos antecedentes fueron el desmoronamiento del colonialismo otomano, el traslado del poder imperial a las potencias europeas y su posterior emancipación en el marco de la Guerra Fría.

Esta transición y consolidación de ajuste independiente corresponde al primer periodo poscolonial (1940-1970), en el cual se inscriben significativos movimientos de resistencia y modernización simultáneamente en los Estados contemporáneos de la región, con sus estructuras nacionales y políticas, y su geografía, sostenidas sobre la construcción de poderes locales afines al modelo anterior.

De esta manera, los esfuerzos modernizantes y de construcción nacional en esta etapa tienen unas especificidades, heredadas de los consecutivos periodos coloniales, que perpetúan o exacerban las diferencias a través de arreglos territoriales locales, comunitarios y clientelares en ciertos países. Es así que algunos autores consideran el último proceso de descolonización como un traspaso de poderes entre las autoridades coloniales y las estructuras políticas locales creadas por las viejas élites (Hijazi, 2008).

Sin embargo, es importante subrayar que lo anterior se ofrece como resistencia al periodo donde, a pesar de las deficiencias sistémicas antes descritas, algunos países de la región logran instaurar un modelo de Estado secular, con un régimen “socialista”, el cual intenta una mejor redistribución de la riqueza que para algunos es interpretada como una cortina de humo para contrarrestar reclamos frente al derecho de ejercer cualquier libertad política. No obstante, esta fase de “desarrollo” al estilo metropolitano, en la mayoría de estos países fue dirigida por las élites, tanto en la economía, con reformas agrarias, nacionalizaciones y procesos de industrialización auspiciados por el Estado, como en la administración, cuyo nuevo poder político estaba, las más de las veces, en manos de las huestes militares.

La doble velocidad modernizante en este periodo dio como resultado, por un lado, el incipiente surgimiento de colectivos sociales que años más tarde y hasta hoy se articularán a las nuevas manifestaciones de una sociedad civil robustecida y a veces desafiante (progresistas), frente a los gobiernos anquilosados en formas de poder despótico y antidemocrático. Por el otro, se presenta el arrastre de una población atada a estructuras locales que perviven con microestructuras tradicionales y centenarias, afianzadas a un nacionalismo teopolítico (conservadores).

Solo a través de un barrido histórico donde se evidencian los alcances y el impacto de los pasajes de colonización y descolonización podemos situarnos desde la contemporaneidad –entendida como el conocimiento de los futuros posibles o los “futuribles” –, para la región objeto de estudio, y plantearnos algunos interrogantes como posible bitácora prospectiva.

De dónde proviene la resistencia de los regímenes para iniciar procesos de transición democrática; cuáles son los impedimentos para que la sociedad civil logre, en el largo plazo, un papel protagónico y se consolide la incorporación de una nueva estructura sociopolítica. También se abren interrogantes sobre cuáles son las nuevas dinámicas respecto a relaciones externas euro-estadounidenses, vistas las sociedades dentro de un contexto globalizador donde predominan los vínculos interinstitucionales y transnacionales, más allá de los límites interestatales y, para terminar, cómo funciona la incoherente relación que mantienen las potencias centrales con regímenes autócratas y muchas veces despóticos.

En medio de estas cuestiones impredecibles, se constatan varios fenómenos vigentes que enuncian un pasaje a la contemporaneidad con relativo éxito. A pesar de la demonización de los países de la región, de la emergencia de movimientos de resistencia nacional de distintas condiciones, de los efectos devastadores del modelo neoliberal en las economías, de la vigencia impertérrita de gobiernos represores y de las revueltas parcialmente fallidas de la sociedad civil en los últimos años, puede afirmarse que la capacidad transformadora de la región para insertarse creativamente en el sistema-mundo es irreversible. Como lo afirma Álvarez Ossorio:

Pese a las particularidades de cada país, la población comparte unas mismas reivindicaciones, como el desmantelamiento del Estado autoritario, el respeto al gobierno de la ley, la lucha contra la corrupción, la derogación de las leyes de emergencia, el fin de los sistemas monopartidistas, la separación de poderes, el respeto a las libertades civiles, la enmienda de las constituciones y, por último, la celebración de elecciones libres, transparentes y, sobre todo, competitivas. (2011, p. 67)

De otra parte, además del surgimiento de un islamismo moderado, denominado por varios autores como posislamismo, que surge en esta fase poscolonial contemporánea y que está caracterizado por conducir las demandas sociales y políticas por las “vías democráticas” y la “no violencia” –a diferencia de las corrientes radicales–, se expresa un movimiento de masas que considera que la democracia no tiene por qué ser siempre de corte europeo y que, entre otros elementos, puede ser una democracia diferenciada del modelo neoliberal y basada en las particularidades históricas y culturales del Mundo Árabe.

Este movimiento de masas está, a su vez, compuesto por todos los actores de la sociedad civil que en la región la representan los sindicatos, los movimientos estudiantiles, los partidos políticos y las ONG defensoras de los derechos humanos.

Expuesto lo anterior, puede afirmarse que están dadas todas las condiciones para pronosticar que las transiciones democráticas en el mediano y largo plazo, así sean de manera sincrética, pueden llegar a consolidarse. Ello, especialmente, debido al creciente papel de la sociedad civil y su activismo transnacional gracias a las nuevas tecnologías y la globalización.

Los rostros del otro

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