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-EN SIRIA

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La situación para los kurdos en Siria no fue muy distinta que en Iraq. Allí la ideología nacionalista árabe fue impuesta por la fuerza a los grupos minoritarios del país con la finalidad de asimilarlos. En el caso de los kurdos, las autoridades buscaron marginarlos, enemistarlos (entre ellos y con los otros grupos) y literalmente “borrarlos del mapa” pues, como sucedió en Turquía, la Constitución nunca reconoció su existencia como grupo étnico-lingüístico distinto al predominante (en este caso el árabe). Como consecuencia en Siria, tal y como sucede en Iraq hasta hoy, hay una estratificación social y una política demográfica con base étnica que beneficia a los árabes, considerados por el Estado como ciudadanos de primera, sobre algunas minorías cristianas (armenios, circasianos, asirios, entre otras) y la población kurda.

La división provincial siria incluyó a las regiones del norte, de mayoría kurda, dentro de otras provincias más grandes, de tal manera que en ninguna de ellas hubiera un grupo mayoritario que no fuera árabe para así poder asimilarlos más fácilmente, un proceso muy semejante al de la provincia de Kerkûk. Además, esta división fragmentó el territorio kurdo (ya de por sí fragmentado) en una serie de bolsones poco ligados entre sí, para que se hiciera más difícil su cohesión regional interna.

Aunado a esto, inmediatamente después de la declaración de independencia siria, alrededor de 200.000 kurdos fueron despojados de sus papeles de identificación y, por consiguiente, fueron declarados apátridas (Egret y Anderson, 2016, pp. 20-21). Fue en gran medida un acto de venganza por la colaboración de ciertos jefes tribales de la zona de la Jazīra con las autoridades francesas. Esto se repetiría en 1962, en la provincia de al-Hasaka (Hesîçe), cuando les fue retirada su ciudadanía siria a entre 120.000 y 150.000 kurdos que fueron declarados como “ciudadanos extranjeros” so pretexto de ser todos refugiados procedentes de Turquía (o Iraq) que atentaban contra el proyecto nacionalista árabe-sirio. Desde sus primeros años, el nuevo gobierno central llevó a cabo una serie de políticas lingüísticas y territoriales muy parecidas a las aplicadas en Turquía que provocaron la migración de miles de kurdos hacia las grandes ciudades de Siria y hacia el extranjero. El uso de toponimias kurdas fue remplazado por nombres en árabe; las organizaciones políticas, las prácticas culturales kurdas e incluso el hablar kurdo en actos públicos quedaron prohibidos, y un proceso de expropiación gubernamental de tierras y colonización fue puesto en marcha más tarde. Finalmente, en la década de los cincuenta, las autoridades sirias ubicaron a una primera ola de beduinos árabes en el Rojava y les dieron tierras, armas y entrenamiento militar para que fungieran como fuerzas paramilitares (Roussel, 2012, pp. 85-86), un proceso parecido a la política israelí en Cisjordania.

Vemos, pues, que para la década de los ochenta los kurdos en Turquía, Siria e Iraq se enfrentaban a políticas demográficas (deportaciones e instalación de colonos) y lingüísticas muy parecidas; al tiempo que las organizaciones políticas kurdas comenzaban también a consolidarse y a emerger como nuevos actores políticos para tomar seriamente en consideración. Si bien estas dos corrientes surgieron en el Bakur y en el Başur, es en el Rojava donde su lucha por la hegemonía política local se ha visto más marcada desde el comienzo de la guerra civil en Siria en 2011.

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