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Simultáneamente a esto, las políticas que segregaban a los kurdos del Estado iraquí continuaron décadas después con la llegada al poder del partido Ba’ath en 1968. Pese a que Iraq reconocía a los kurdos como un grupo étnico distinto al árabe, y por consiguiente les era posible hablar su lengua y expresar públicamente la existencia de una historia nacional propia (caso contrario al de Turquía y Siria), esto no los eximió de la represión del Estado panarabista. La resistencia armada de la guerrilla kurda encabezada por el Partiya Demokrat a Kurdistanê (PDK) (Partido Democrático del Kurdistán), de mullah Mustafa, consiguió, tras décadas de guerra, negociar un acuerdo con el Ba’ath en 1970, en el cual –entre otras cuestiones– se estableció que el kurdo era (junto con el árabe) la lengua oficial en áreas con importante peso demográfico kurdo, que el pueblo iraquí se constituía de árabes y kurdos, se garantizó la posible participación del PDK en todas las secciones del Gobierno (incluso la militar), y además se proclamó la unificación de todas las áreas con mayoría kurda en una unidad de gobierno autónoma. Este último punto no estuvo exento de conflictos, ya que la rica provincia petrolera de Kerkûk, de donde provenían cerca de tres cuartas partes de la producción de crudo iraquí, estaba habitada predominantemente por kurdos. El PDK buscaba establecer ahí mismo su capital pero, por la misma razón que tuvieron los británicos cincuenta años antes en aferrarse a Kerkûk, Bagdad se negó a concedérselas (McDowall, 2004, pp. 323-340).

Con el objetivo de justificar su postura en términos demográficos, el gobierno iraquí buscó reducir la proporción de kurdos en los distritos del norte y así comenzó una campaña de arabización en la región. Un importante número de árabes llegó a poblar el área mientras que otros tantos kurdos fueron deportados al sur del país y a los países vecinos. De esta manera argumentaron que Kerkûk no era una provincia con mayoría kurda y, por tanto, no debía formar parte del Gobierno Regional del Kurdistán (GRK). Esto reactivó la guerrilla en 1974 que, con apoyo del shah de Irán, la CIA e Israel, combatió al Estado iraquí hasta que el shah cesó su apoyo al año siguiente tras concluir un acuerdo con el Ba’ath en Argel. Otra dimensión importante de las deportaciones para el régimen, además de debilitar la base social de los grupos guerrilleros, era favorecer la paulatina asimilación de los kurdos dentro de la sociedad árabe. Asimismo, bajo el pretexto de la modernización, cientos de pueblos fueron evacuados y destruidos. La guerra continuó durante la década de los ochenta, esta vez tanto el PDK como el Yekîtiya Nîştimanî ya Kurdistanê (YNK) (Unión Patriótica del Kurdistán), encabezado por Celal Talebanî, actuaron con el constante apoyo de la nueva dirección iraní en guerra con Ṣaddām Hussein (1980-1988) (van Bruinessen, 1994, pp. 17-20 y 24). Curiosamente, Iraq también suministraría armas a un movimiento kurdo (rival del PDK), el Sipahî Rizgarî del sheikh Naqshbandi Osman, para que combatiera al régimen de Khomeini en el Rojhilat (van Bruinessen, 1986, p. 2). Fue durante aquel periodo que el Gobierno iraquí llegó a lo que para muchos fue el pináculo de una larga historia de atropellos contra los kurdos.

A partir de 1988, Iraq puso en marcha una serie de ofensivas militares llamadas Al Anfāl9 dirigidas a las regiones controladas por los pêşmerge10. En ellas, el ejército iraquí utilizó armas químicas que no solo destruyeron a los miembros de las guerrillas, sino que también volvieron inhabitables cerca de 5.000 pueblos y aldeas y acabaron con la vida de al menos 50.000 personas. Los sobrevivientes fueron deportados o reinstalados en nuevos pueblos rodeados por puestos de vigilancia construidos por el Estado. El más conocido de entre todos los casos fue el ataque químico de Halabja (marzo de 1988), un pueblo que en el contexto de la guerra Irán-Iraq fue conquistado antes del ataque por el ejército iraní con el apoyo de los pêşmerge. Durante los días que duró la ofensiva, las fuerzas iraquíes bombardearon el pueblo de forma indiscriminada con diferentes tipos de gases venenosos (van Bruinessen, 1994, pp. 14-15 y 20-21).

Los rostros del otro

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