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Capítulo 2 La calle y las experiencias de la desigualdad 12

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Kathya Araujo

El objetivo de este capítulo es detenerse en el destino de una de las dimensiones que suele componer las versiones normativas ideales de la calle: la igualdad. En cuanto espacio común compartido, se suele esperar que ella constituya un espacio de experiencia de la igualdad. No, por cierto, la igualdad socioeconómica o política, sino aquella que está profundamente vinculada con la presunción de un sustrato de igualdad entre todos los miembros de una sociedad, la que tiene una esfera de comprobación especialmente destacada en la igualdad de trato en las interacciones ordinarias. Sin embargo, no es precisamente la verificación de este ideal normativo lo que expresan los individuos respecto de su experiencia en las calles. Al contrario.

El análisis del material empírico13 reveló que las experiencias y estrategias que los habitantes de Santiago tienen al momento de poblar y transitar la calle, un espacio denso y privilegiado de interacciones entre los miembros de una sociedad, son expresivas del aumento de experiencias de desigualdad interaccional (Araujo 2013), las que aportan para poner en cuestión a la igualdad como un principio efectivamente actuante en la sociedad, es decir, activo en la regulación de las relaciones entre los individuos y entre éstos y las instituciones.

Se trata de un tipo particular de desigualdades de trato que se mide en la cualidad y carácter que toman las interacciones con otros. Un tipo de exigencia de igualdad que tiene como particularidad enfocarse en el dominio de las interacciones ordinarias entre individuos y entre éstos y las instituciones, es decir, más enfocada en las lógicas relacionales entre grupos sociales que en la definición de la cualidad y naturaleza individual implícita, como en el caso de las desigualdades de trato vinculadas a la cuestión del reconocimiento. Este es un tipo de desigualdades focalizadas en los patrones de interacción social.

La percepción de estas desigualdades está extendida en el caso chileno, porque, como ya ha sido discutido en otro lugar (Araujo, 2013), la intensidad de la misma ha ido de la mano con la expansión de promesas sociales de igualdad que se han traducido en fuertes «expectativas de horizontalidad» en la población, esto es, la expectativa de ser tratado de manera horizontal por los otros y por las instituciones (lo que implica cuestiones tan distintas pero articuladas como el demostrar un respeto básico por mi persona, recibir signos de consideración a la dignidad propia, etc.). Asimismo y en la medida en que se trata de un tipo de desigualdades, como se ha señalado, esencialmente vinculadas al ámbito de las interacciones, ellas encuentran un campo privilegiado de expresión e irradiación en la calle, ya que ésta es un escenario particularmente propicio para densas y múltiples interacciones entre los miembros de una sociedad.

Para argumentar lo anterior, en este texto nos detendremos en la manera particular en que las calles y las interacciones que las pueblan son surtidoras de estas experiencias de desigualdad interaccional, poniendo el foco analítico en dos tipos de ellas: las que se vinculan con la lucha por el espacio (y el tiempo) y las que se asocian con los modos en que se dan las interacciones con las instituciones que participan en la configuración de las experiencias de los individuos en la calle.

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