Читать книгу Yambógrafos griegos - Varios autores - Страница 9
El texto de los yambógrafos
ОглавлениеLa poesía arcaica griega es fundamentalmente producto de la oralidad en cuanto a sus condiciones de composición, interpretación y difusión 81 . Ahora bien, hay también suficientes indicios de que desde fechas muy tempranas ha surgido un interés por la conservación del texto poético aprovechando la introducción de la escritura alfabética en Grecia en el siglo VIII 82 . Sin entrar ahora en la polémica sobre las posibles ocasiones de que esto se hiciera con el texto homérico, es evidente que con la lírica entramos en un mundo en el que, por las circunstancias y finalidad de sus composiciones, el uso de la escritura debió de adoptarse muy pronto. La complejidad y variedad de las estructuras métricas, el interés por hacer circular en el ámbito simposiaco, en una sociedad con rasgos relativamente homogéneos, a pesar de las distancias geográficas, en un mismo período cronológico, la necesidad de que, sin que el poeta se trasladara a otro lugar, pudiera hacer llegar al destinatario su poema (sobre todo, cuando éste era de encargo), el afán por hacer perdurar una composición cuando era encomiástica para un individuo o una ciudad, etc., son algunos de los factores que contribuyeron a una indudable aplicación de la escritura muy rápidamente en la producción lírica. Encontramos no sólo fenómenos de alusión, más o menos directa, sino de algo muy parecido a nuestro concepto de «cita», normalmente con afán polémico, entre estos poetas arcaicos. Junto a este fenómeno, la recepción de los poetas arcaicos por los anónimos autores del género de banquete conocido como escolio (gr. skólion) , correspondiente a la Atenas clásica, revela un conocimiento que parece trascender la mera oralidad. Lo mismo se puede decir de las alusiones a autores líricos que se dan en el teatro ateniense, sobre todo en la comedia 83 , o de las citas de poetas líricos en autores filosóficos, como el mismo Platón.
Los filólogos alejandrinos llevaron a cabo una inestimable labor de recopilación, organización y edición de textos de los poetas antiguos. Las ediciones actuales se esfuerzan por reconstruir en la medida de lo posible la ordenación de aquéllas, tarea a veces muy dificultosa, pero no necesariamente imposible. El principal problema estriba en la particular forma de transmisión de la lírica griega, que pocas veces nos llega de manera directa y en forma de poemas completos (normalmente son textos fragmentarios). Las ediciones de papiros del siglo xx han supuesto un enorme avance en el conocimiento de la poesía yámbica y elegíaca y, en general, de la lírica griega arcaica. Hemos podido acceder así de modo directo a fragmentos que enriquecen nuestro conocimiento de cada uno de los poetas en sí y que nos acercan a las ediciones alejandrinas (o a las basadas en aquéllas) y a sus intereses y características. También la epigrafía ha supuesto una mejora de este conocimiento textual (en el caso de Arquíloco), pero en mucha menor medida. Hasta la publicación de los Papiros de Oxirrinco (y luego los de Colonia) sólo se conocían los fragmentos transmitidos por vía indirecta. La historia del texto de estos poetas estaba ligada, por tanto, a la de las ediciones de esas fuentes, pero con una complejidad añadida, a saber, la de los errores en las citas de los poetas (mayores o menores, según la fidelidad de su fuente) y de la propia transmisión textual, al encontrase el copista con una lengua poética que con frecuencia se deformaba por igualarla con la del contexto. Autores como Ateneo, Plutarco y Estobeo son fundamentales en este proceso de transmisión indirecta, aunque no son los únicos. Aristóteles, los lexicógrafos antiguos y bizantinos, comentaristas y eruditos como Eustacio, teóricos de la retórica, gramáticos y metricólogos (como Hefestión) forman el principal conjunto de este apartado. La mayor complejidad viene dada por la propia forma de citar, normalmente descontextualizada. La cita está en función de los intereses concretos de quien la emplea y es frecuente que se dé cierto grado de manipulación, más o menos consciente. A veces ni siquiera eso: un metricólogo no cita, simplemente ejemplifica el colon o metro que está comentando. En el último peldaño de la pobreza contextual están las voces aisladas que nos transmiten los autores de léxicos, interesados sólo por la rareza de tal o cual palabra. Sin embargo, esto mismo puede ser algo muy importante, cuando esa palabra (o expresión) nos ha llegado en una contexto, pero es un hápax cuyo significado es desconocido o dudoso. A veces una glosa deshace algunas dudas o confirma lo que la intuición del filólogo ya suponía. En el Epodo I de Colonia la expresión «aparte del divino asunto» (de cuyo contenido deja pocas dudas la propia situación de seducción) queda aclarada en la glosa de Hesiquio (detectada por el genial Degani) con la paráfrasis «aparte de la cópula», «sin coyunda».
El conocimiento que los poetas romanos poseen de la antigua lírica griega es librario: circulan los volúmenes papiráceos y pasan a sus bibliotecas. Cuestión distinta es la de la calidad de esas copias (con razón los propios autores romanos desconfiaban tanto de la forma en que su propia obra se difundía). Tengamos en cuenta además que el soporte de transmisión del texto no era siempre el del rollo de papiro. En época imperial (aunque con cierta asiduidad no se usó antes del siglo II d. C.) empieza a utilizarse el formato de códice, tanto papiráceo como, posteriormente, de pergamino, pero algunas composiciones poéticas conocen una difusión sobre un soporte menos habitual, como sucede con el poema de Safo sobre un óstrakon (2 V.), un trozo de cerámica, fechado en el siglo III a. C. En lo que se refiere a los yambógrafos, el rastro de la pervivencia de sus poemas en forma de recopilación legible se pierde con los eruditos y filólogos bizantinos. Miguel Pselo (en el siglo XI d. C.), Eustacio y Juan Tzetzes (en el XII ) son algunos de los últimos privilegiados que pudieron consultar ediciones antiguas de estos poetas. Durante algunos siglos apenas tendremos noticia de ellos, hasta que a finales del siglo XVIII se comiencen a publicar algunas antologías de poetas arcaicos, si bien es a F. T. Welcker a quien debemos la primera edición notable de los fragmentos entonces atribuidos a Hiponacte y Ananio (1817), seguida del magnífico Delectus de F. W. Schneidewin (1838-39). Pocos años después aparece la de T. Bergk (1843), sustituida luego en el siglo XX por la de Diehl (ambas con inclusión de elegía y de otros géneros líricos). La edición en Loeb de Edmonds, de 1931 (que conocerá sucesivas reediciones), con yambógrafos y elegíacos, no está quizá a la altura de la colección en que aparece, pero contiene abundante material aprovechable. La segunda mitad del citado siglo, ante la continua publicación de novedades papiráceas, conoce una reactivación muy notable de las ediciones de yambógrafos. De 1956 data la primera edición de Elegíacos y yambógrafos arcaicos de Francisco Rodríguez Adrados (reeditada con correcciones y suplementos en 1981), una meritoria labor que permitió dar a conocer en España, en la colección Alma Mater, la obra poética de estos autores, entonces no fácilmente accesibles aún en nuestro país, y que incluía novedosas propuestas (algunas anticipadas en trabajos especializados) de edición, especialmente en la ordenación de los epodos. Poco después, en 1958, se publica la edición de Arquíloco de F. Lasserre y A. Bonnard, en algunos aspectos inferior a la de Rodríguez Adrados, aunque no tan distinta en cuanto a la concepción general. Sin embargo, considero que la realizada por M. Treu en 1959 tiene cualidades que superan a las de las dos precedentes, aparte de un excelente comentario. En los años sesenta le llega el turno a Hiponacte, con las sucesivas ediciones de W. De Sousa Medeiros (1961), O. Masson (1962), ambas excelentes, con utilísimos comentarios, y A. Farina (1963), algo inferior a las anteriores. Innegables elogios merece a su vez la edición de Arquíloco por G. Tarditi (1969), la más exhaustiva en la presentación de testimonios y con notables cualidades ecdóticas. En 1971 se publica en Oxford la que se convertirá en edición «standard» de yambógrafos y elegíacos, de la mano de M. L. West (esta vez sin traducción ni comentario), con una práctica (pero no siempre adecuadamente presentada) combinación de testimonios y fragmentos y mejoras notables en el texto respecto a las precedentes. La versión de 1989 ha introducido asimismo necesarias correcciones y adiciones, que han enriquecido el conjunto. En los ochenta vuelve a conocer Hiponacte la mejor edición hasta el momento de sus fragmentos, la teubneriana de E. Degani (1983, con segunda edición en 1991), una demostración de inteligencia, rigor filológico y exhaustividad en todos sus aspectos 84 . Por último, debemos felicitarnos de la renovación a que ha sometido sus títulos la colección Loeb en lo referente a la lírica, con la reciente aparición de la llevada a cabo, tanto de yambógrafos como de elegíacos, por el siempre sensato D. E. Gerber (1999), realizada con gran sentido práctico, tanto en la selección de testimonios como en la presentación de los fragmentos, acompañados de su contexto y de la traducción también de este último (pero con un número mínimo de notas aclaratorias).