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LOS INICIOS DEL PODER. PRIMERA REGENCIA
ОглавлениеDurante la primera regencia la emperatriz Cixí intentó pasar casi desapercibida. Todos los decretos se dictaron en nombre del emperador niño, mientras que la verdadera emperatriz viuda, la dama Zhen, no interfería en el Gobierno, aunque se suponía que en teoría ella compartía en todo la tutoría con la dama Cixí. La acompañaba en las audiencias y confirmaba los decretos en nombre del pequeño soberano. Pero la realidad es que no tomaba parte en nada ni en ninguna decisión.
Al tiempo que se proclamó el nuevo reinado apareció un edicto de las dos emperatrices:
Nuestra elevación a la regencia ha sido enteramente opuesta a nuestros deseos; mas nos hemos rendido a las vivas instancias de los príncipes y de los ministros, pues comprendemos que es necesaria una autoridad superior a la cual puedan referirse. Tan pronto como acabe la educación del Emperador, dejaremos de intervenir en los asuntos de Gobierno que se ejercerá de nuevo según el sistema prescrito por todas las tradiciones de nuestras dinastías. Todos deben saber que ejercemos contra nuestro gusto la dirección de los asuntos públicos. Esperamos de los dignatarios del Estado una leal colaboración en la difícil tarea que hemos emprendido.
La primera regencia duró de 1861 a 1873 y puede ser considerada como una preparación para el siguiente paso en el poder. A las dos emperatrices se les otorgaron diversos títulos honoríficos y cada uno tenía anejo una pensión de 100 000 taeles al año. Zhen recibió el título de maternal y apacible y Cixí el de maternal y propicia. A los setenta años Cixí llegó a recopilar más de dieciséis títulos.
Traje de gala de la emperatriz Cixí
En esta primera regencia ya se manifestó la ambición de Cixí y, aunque al principio de su reinado dependía en gran parte de los sabios consejos de su maestro, el príncipe Kung, poco a poco adquirió confianza y también fue capaz de moverse por sí misma en los asuntos de Estado. Cada vez le resultaba más incómoda la presencia del príncipe Kung y sus consejos —pensaba— más innecesarios. Los eunucos, que anotaban en un libro cada falta de protocolo cuando se celebraban las audiencias, anotaban faltas cometidas todos los días por el príncipe Kung, pues este se consideraba a sí mismo el hacedor de la emperatriz y un colaborador necesario. Entraba y salía de palacio sin haber sido llamado, cosa impensable para cualquier otro visitante, y atendía a las audiencias junto con las emperatrices. Sus consejos no siempre eran solicitados y a veces eran contrarios a las opiniones de Cixí, el ambiente era cada vez más tenso.
Un día, en abril de 1865, el consejero Kung se levantó repentinamente en un acto, lo que estaba prohibido expresamente para evitar un ataque repentino por parte de algún colaborador o mandatario. La emperatriz fingió un súbito sobresalto ante este hecho y los guardias se llevaron al atrevido príncipe. Tras esto Kung recibió órdenes de apartarse de palacio inmediatamente. Pronto por un decreto se le relevó de sus funciones tanto de consejero de Gobierno como de miembro del Gran Consejo y jefe del Ministerio de Asuntos Exteriores. El decreto decía que Kung «ha demostrado ser indigno de la confianza de Sus Majestades», se hablaba de su «nepotismo escandaloso», de sus «tendencias a la rebelión» y otras acusaciones veladas.
Sin embargo, este decreto por el que se prescindía del príncipe molestó al pueblo, pues Kung era muy acreditado y apreciado y Cixí vio tambalearse su propia popularidad, así que unas semanas después repuso a Kung en sus puestos tras anunciar que este «había llorado amargamente por sus errores y pedido perdón». El príncipe volvió formar parte del Gran Consejo pero no se le reintegró su título de consejero de Gobierno, con ello se recortaba su autoridad y se le hacía sentir el poderío de la emperatriz. Era algo más que un toque de atención.
Por fin termina el sepulcro del difunto emperador Xianfeng que se había demorado cuatro años en su construcción. En otoño de 1865 se celebró el funeral, con el difunto se enterró a su primera esposa que había fallecido en 1850 y cuyos restos descansaban desde entonces en el templo de su pueblo, a siete millas de la capital.
Terminada la primera regencia que podemos fechar en 1873, desde 1875 a 1889 las cosas cambiaron para Cixí; aunque su nombre solo figura de tarde en tarde en los decretos imperiales, ella se cuidó mucho de guardarse la decisión última en nombramiento de los funcionarios, reparto de recompensas y castigos, así como otros asuntos administrativos. Esto le aseguraba la fidelidad, interesada o no, del personal administrativo y de palacio, así como la del ejército.
Tras esa larga experiencia ejerciendo el poder, Cixí inició su tercera regencia, en donde ya sin miedo alguno usurpó todos los signos externos del poder que en realidad pertenecían a su hijo, Tongzhi. Recibió audiencia diariamente en el salón grande de palacio y decidía sin el concurse de nadie en los asuntos de Estado. La emperatriz era sin duda autócrata, en nombre de Tongzhi, pero él en verdad no actuaba ni arbitraba. Su presencia era simplemente protocolaria y su actuación nominal.