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«LOS CIEN DIAS DE LAS REFORMAS». LA REACCIÓN DE LA EMPERATRIZ
ОглавлениеLa idea de acometer reformas venía ya de lejos, muchos intelectuales como de Kang Yousei y Liang Qichao veían la necesidad de emprender una puesta al día en el Gobierno y administración del Estado, tal y como se estaba haciendo en Rusia y en Japón, sobre todo para mejorar los sistemas de trabajo político y social bajo el poder imperial.
Kang Yousei fue un académico, figura clave en el desarrollo intelectual de la moderna China. Destacó en el campo de la caligrafía y especialmente como reformista social. Kang abogaba por el fin de la propiedad y de la familia, en aras de un idealizado futuro nacionalismo chino a la vez que citaba a Confucio como un reformista y no como un reaccionario, tal y como hacían muchos de sus contemporáneos. En el exilio se opuso a la revolución; en cambio, favoreció a la reconstrucción de China mediante la ciencia, la tecnología y la industria. Regresó en 1914 y participó en un intento de reinstauración del emperador mediante un golpe de Estado fallido en 1917. Terminó envenenado en 1917.
La reforma, que terminaría siendo llamada de los Cien Días, debido a su corta duración, ganó el apoyo del emperador Guangxu y comenzó en 1898. En ese año Guangxu, lanzó un programa de reforma que incluía la modernización del Gobierno, la consolidación de los servicios armados y la promoción de la autonomía local. También se inauguró la Universidad de Pekín.
El decreto de la reforma rezaba así:
En estos últimos años muchos de nuestros ministros han recomendado una política de reformas, y hemos publicado, en consecuencia, algunos decretos relativos a la organización de Exámenes Especiales de Economía Política, a la supresión de tropas inútiles, a la reforma de los exámenes para los grados militares, así como a la fundación de colegios. Ninguna decisión en estas materias ha sido tomada sin atenta reflexión. Pero nuestro país carece aún de luces y difieren los criterios sobre el camino que debe seguir la reforma.
Los que se llaman Patriotas y Conservadores, consideran que deben ser mantenidas las tradiciones, y repudiadas sin contemplaciones las nuevas ideas. Estas opiniones extremas carecen de valor. ¡Considerad las necesidades del tiempo presente y la debilidad de nuestro país! Si el Imperio continúa yendo a la deriva, con un ejército sin entrenamiento, unas finanzas desorganizadas, unos letrados ignorantes, unos artesanos sin instrucción técnica. ¿Qué esperanza tenemos de mantener nuestro rango entre las naciones y salvar el abismo que separa al débil del fuerte? Estamos convencidos de que una situación inestable crea en el pueblo la desconfianza hacia la autoridad y causa descontentos, que a su vez, determinan en el Estado la formación de partidos tan opuestos como el fuego y el agua. […] haremos un estudio de todas las ramas de la educación europea que respoden a necesidades reales. No seguiremos repitiendo servilmente teorías superficiales y palabras retumbantes y vacías; nuestra finalidad es la eliminación de las cosas inútiles y el progreso de los estudios…
Al mismo tiempo que se proclamaba este decreto se publicó otro que recomendaba a los miembros del clan imperial que se fuesen a estudiar a Europa, y hasta a los príncipes de sangre real se les recomendaba que lo hiciesen.
La reforma introdujo cambios radicales en el atrasado Gobierno chino y sobresaltó seriamente a los manchúes, el clan del Gobierno, que por primera vez veía amenazada su supremacía. La recién iniciada reforma, desde luego, desagradó a sectores conservadores (los llamados «patriotas» y «conservadores»), temerosos de perder el poder debido a la influencia de los reformistas. La figura más destacada de la facción conservadora, la emperatriz viuda Cixí, puso fin a las reformas y dio orden de ejecutar a Kang, quien tuvo que huir a Japón.
Ciento tres días después de iniciarla, la reforma fue abortada cuando los conservadores en la dinastía efectuaron un golpe de Estado. Aunque muchos reformistas fueron exiliados todavía quedaban aquellos que deseaban tener una monarquía constitucional parecida a la del Reino Unido, lo que permitiría que la familia imperial permaneciese en el sistema político, pero con el poder político orientado al gobierno democrático.
La emperatriz, hondamente xenófoba, que odiaba y despreciaba por igual a los diablos extranjeros, no podía dejar que la obra de su vida fuese influenciada por esas ideas modernas copiadas, como creía, de los diablos extranjeros. Tras intentar que su sobrino entrase en razón y al ver que al fin no era posible, ella misma fue a la Ciudad Prohibida y tomó de nuevo las riendas del Gobierno. No encarceló al emperador, como han dicho algunos de sus biógrafos, pero sí fue relegado a la condición de mera figura decorativa. Entonces, definitivamente, ella tomó las riendas del poder. Ya no se presentaba ante los ministros velada tras un biombo, se exhibía ante ellos con todo su poderío y decisión, sentada sobre un trono acompañada en escaños inferiores por sus funcionarios y fieles.
Hay que anotar que tras el nombramiento de su sobrino como emperador, la emperatriz había pensado en retirarse a su palacio favorito, aunque en verdad nunca abandonó del todo su tutela sobre los acontecimientos, pero al ver en marcha aquellas reformas que ella consideró como el declive, fin de su país tal y como ella lo había conocido y entendido, salió al paso para barrerlas de un solo plumazo. Las reformas de los Cien Días serían solo una ráfaga en la eternidad. Nada digno de recordar.
Ajusticiamiento de los promotores de las Reformas de los Cien Días
Para que las ideas reformistas no volvieran a resurgir, la emperatriz, como primera providencia, hizo apresar al antiguo tutor del emperador, el sabio Weng Tonghe, a quien odiaba porque creía que había infundido ideas erróneas al emperador y le había conducido por caminos equivocados.
Weng Tonghe (1830-1904) era hijo de un primer secretario y había aprobado con honores en 1856 los exámenes de jinshi (al ser un de los tres mejores recibió el título zhuàngyuán). Fue tutor imperial durante veinte años y profesor de historia de la emperatriz, también desempeñó un alto cargo en lo que diríamos Ministerio de Hacienda en la sección de impuestos. En su opinión, China no podría sobrevivir como una gran nación si no iniciaba reformas. Fue expulsado del Gobierno y, aunque se le acusó de varios crímenes y de aceptar sobornos, no se pudo probar nada. Murió seis años después de su destitución.