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Hacerse su familia

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Es un sintagma muy adecuado para definir el resultado de la experiencia analítica en lo que concierne a la pregunta esencial que asedia al ser humano respecto a sus orígenes. Hacerse su familia juega con el equívoco: “a la familia se la construye, aunque también se la lleva a cuestas; sobre el fondo de un ‘saber hacer con ello’, indica que uno también es su responsable”. (26)

Lacan no oculta su asombro ante el hecho de que, invitados a tomar la palabra en el marco de la sesión analítica, de forma “irresistible”, los sujetos se ven llevados a hablar de su papá y su mamá, de aquellos que “instilaron” en su cuerpo la lengua, que no por casualidad se llama “materna”. Esta constatación supone una restricción, dado que no es indiferente haber tenido esa mamá y ese papá y no los del vecino. (27)

Muy pronto, en su texto “Los complejos familiares”, escrito en el año 38, en su época pre-estructuralista, ya destacaba la importancia de la función simbólica de esta institución, específica en el ser humano, especialmente en lo relativo al sentimiento de paternidad que ha marcado su desarrollo: “En este campo las instancias culturales dominan a las naturales, al punto que no pueden considerarse paradójicos los casos en que, como en la adopción, la sustituyen”. (28)

En el marco del examen de la sustitución de la naturaleza por la cultura encontramos una primera lectura de la obra freudiana sirviéndose de la noción de “complejo”, entendido como una forma fija de un conjunto de reacciones en las que se ven comprometidas diversas funciones orgánicas, un abanico que abarca desde la emoción hasta la conducta adaptada hacia el objeto. Los complejos de Edipo y castración freudianos, matrices de la humanización del deseo, son sometidos a una reelaboración en la que se destaca su carácter cultural, “abierto a las variaciones infinitas frente a la rigidez de la conducta instintiva”, propia de los animales.

El complejo de destete es concebido como una crisis vital cuya estructura dialéctica enmarca la pérdida del objeto. Vinculado a la prematuridad específica del ser humano, su aceptación o rechazo dejan indelebles huellas en la historia individual y en la concepción de las seguridades a las que aspira el sujeto durante su vida.

El complejo de intrusión, germen de los celos y “arquetipo de los sentimientos sociales” es orientado por las identificaciones formativas, con su ambivalencia intrínseca de actitudes contrapuestas y complementarias. El alarde, la seducción y el despotismo no se explican por una rivalidad vital, afirma Lacan, son efectos de la captura que ejerce la imago del semejante, causante de la tensión agresiva en la que se estructura el narcisismo en el marco del estadio del espejo.

En cuanto al complejo de Edipo, se inicia aquí un examen crítico de la concepción freudiana y aunque destaca la simbolización de la sexualidad que tiene lugar en la familia –fraguándose en una especie de pubertad psicológica “sumamente prematura” que ubica en torno a los cuatro años–, el punto clave es su observación sobre el declive de la imago paterna. Las consecuencias psicológicas de ese ocaso revelan un aspecto real de la carencia simbólica que Lacan vincula a los efectos extremos del progreso social (concentración económica, catástrofes políticas) y encuentra como justificación de la mayoría de los síntomas de la infancia y la adolescencia.

“Quizás deba relacionarse con esa crisis la aparición del propio psicoanálisis –afirma Lacan–. El sublime azar del genio no explica quizás por sí solo que haya sido en Viena –centro en aquél entonces de un Estado que era el melting-pot de las más diversas formas familiares, desde las más arcaicas a las más evolucionadas, desde las últimas agrupaciones agnáticas de los campesinos eslavos hasta las formas más reducidas del hogar pequeño burgués y las formas más decadentes de la familia inestable, pasando por los paternalismos feudales y mercantiles– donde un hijo del patriarcado judío imaginara el complejo de Edipo”. (29)

Confrontado a esta relatividad cultural Freud sitúa en esa dispersión un invariante estructural: el padre. (30) Las figuras del padre devaluado o indigno que vieron la luz en la literatura de Dostoievsky iban a revelarse como el núcleo en la experiencia clínica con las neurosis, donde se demostraba la influencia de la personalidad del padre, “…carente siempre de algún modo, ausente, humillada, divida o postiza”. La asimilación de la función paterna a la sublimación constituye el eje de la operación simbólica que puede suplir su decadencia y rescatar la subjetividad de un estrago que podía suponerse como un destino inexorable.

Nuevas formas del malestar en la cultura

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