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El enigma de la esfinge

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Así se titula uno de los apartados del segundo de los “Tres ensayos…” dedicado a “La sexualidad infantil” donde Freud avanza en los descubrimientos que el psicoanálisis ha hecho posible e inaugura un modo diferente de entender y tratar a los niños; en palabras de Miller, no sólo como seres de goce sino como seres de saber, un saber auténtico que merece ser respetado. (3)

Precisamente Freud destaca que la curiosidad infantil no despierta espontáneamente, “intereses prácticos y no sólo teóricos son los que ponen en marcha en el niño la obra de la labor investigadora”. (4) Este “primer y magno problema de la vida” surge bajo el aguijón de la amenaza a sus condiciones de existencia, debida a la aparición real o sospechada de un hermano y el temor a las consecuencias que pueda acarrear tal suceso le llevan a meditar sobre el enigma de la procedencia de los niños; en un principio no se ocupa de la diferencia de los sexos, la cual es aceptada “sin resistencia ni sospecha alguna”. Los niños rehúsan dar crédito a las respuestas de los adultos –que en la época de Freud remitían al cuento de la cigüeña o del estanque, y actualmente recurren a la semillita– aún cuando reciban una ilustración exhaustiva del proceso de gestación. “Sí, sí –replican los pequeños–, pero ¿dónde estaba yo antes de estar en tu tripa?”

La pregunta “¿De dónde vienen los niños?” es una pregunta por la existencia, por el origen del ser en el campo de lo simbólico, del lenguaje, carente de una respuesta universal; Freud la equipara a la incógnita de la esfinge tebana, que según Aristófanes el gramático rezaba así: “Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo que tiene una sola voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, aire o mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad de sus miembros es mucho más débil”. (5)

El mito refiere que destacados ciudadanos de Tebas habían muerto al fracasar en su intento de dar una respuesta a la pregunta encarnada en ese ser ambiguo (6) hasta que Edipo, maldito aún antes de haber nacido, le habló a la esfinge de este modo: “Escucha, aun cuando no quieras. Musa del mal agüero de los muertos, mi voz que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez”. (7)

Lacan nos enseña a ver en la esfinge, hecha de dos cuerpos, una ilustración del decir-a-medias, entre-líneas a través de la cual se proponía al pueblo tebano la pregunta por la verdad, en suspenso hasta ser suprimida por aquél que cayó en la trampa, porque “¿quién sabe qué es el hombre?” (8) No tiene idea de que su respuesta anticipa su propio drama, él, Edipo, conocido por sus pies hinchados, perteneciente a un “linaje impedido de caminar erguido” y que acabó sus días apoyándose en el hombro de su hija Antígona. La desgracia volverá a surgir y será dos veces mayor para Tebas, esta vez “golpeándola en masa bajo la forma ambigua de la peste”.

La verdad se renueva así en la tragedia para aquél que no llegó al trono por la vía legítima de la sucesión (9) sino mediante una elección que hizo de él un amo al pretender clausurar la pregunta. Un retorno de la verdad que no será en el modo de caída de la venda de los ojos, sino que sus ojos caen como vendas (10), en palabras de Lacan. Esta perspectiva sobre el mito y la tragedia nos brinda una enseñanza respecto al modo de tratar a los niños y sus enigmas, porque, desde la perspectiva del aprendizaje y la enseñanza sólo son considerados como “sujetos a educar”; Miller nos recuerda que en la etimología se encuentra ducere, y dux, el jefe. (11) El caso de Edipo constituye así una advertencia respecto al precio a pagar cuando se pretende conocer la respuesta universal a tales interrogantes existenciales, debido a la ignorancia en que se sustenta esa aspiración. La pregunta por el origen anuda lo irrepresentable de la vida, de la muerte y la sexualidad: “¿Por qué está ahí? ¿De dónde sale? ¿Qué hace ahí? ¿Por qué va a desaparecer?” Y, también, respecto al Otro: “¿puede perderme? ¿qué valor tengo para él, para ella?”

Nuevas formas del malestar en la cultura

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