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La función de la escansión
ОглавлениеEl tiempo del encierro toma una dimensión de eternidad, en un automathón de rutinas y actividades, intervenido por los días de visita (para quienes las reciben) y eventos extraordinarios. En la lalengua del Centro, circula un significante: “El carcelazo”, a través del cual se nombra cierto acontecer que se suscita cuando se acerca la fecha en la que alguna de las personas privadas de su libertad se encuentra próxima a salir libre –¡ello sí introduce la discontinuidad!
En el contexto, significa reconocer el encierro como un destino real y duradero, en especial cuando se han agotado todas las posibilidades jurídicas para obtener la libertad. Sucede que en aquellas que llevan un período largo de estabilidad, se produce una especie de crisis. De pronto, se instala un período en el que el enojo, la tristeza, la frustración, la monotonía, hacen presa de ellas. También este fenómeno suele presentarse con mayor intensidad en el mes de las madres y en diciembre. Sobre el fondo del Uno del encierro, lo imposible de soportar se impone en toda su potencia.
Adentro y afuera es la lógica que prevalece en el reclusorio –sabemos que el discurso del psicoanálisis propone la extimidad–. El deseo del analista en la institución introduce, así, una Otredad en un campo cercado por muros, cuyas voces encontrarán un Otro receptor que animará el decir; un modo Otro de resonancia para esas voces a través de las presentaciones clínicas con las p.p.l., pero también en el trabajo con los equipos de profesionistas del Centro, a partir de conversaciones sobre los casos, compartiendo junto a otros la elaboración de la experiencia y los impasses de la práctica. Se abrió, así, la posibilidad de un tratamiento singular del real de la estructura. ¿Cómo saber guardar palpitante eso que se sitúa en la juntura más íntima del sentimiento de la vida para el sujeto?
En este contexto, la oportunidad única de la entrevista con un analista adquiere condiciones muy particulares. Del lado de los profesionistas que asisten al dispositivo, se aprecia una escucha más aguda en relación al dato de cómo es hablado ese sujeto; incluso, también en ocasiones, cómo es hablado por el mismo equipo tratante. La posibilidad de aprehender su particularidad y la solución que ha encontrado para su malestar, suele renovar el deseo y despertar el interés por el caso, abriendo nuevas perspectivas para los obstáculos de la convivencia diaria y la práctica que se implementa (que suele sufrir el mismo aplanamiento de la estructura del enfermo y del contexto carcelario).
A diferencia de las presentaciones de enfermos en hospitales, en estas entrevistas solo unos pocos asistentes son externos a la institución, el resto de la audiencia está conformada por el equipo del Centro que conoce muy bien a la entrevistada –podría creerse que no habrá sorpresas. Sin embargo, sucede que además de los elementos nuevos que surgen en el encuentro con un analista, también se afectan las palabras de siempre, que resuenan en un contexto diferente, esto es, en el campo del deseo del Otro. “Es que en estas entrevistas las p.p.l. se abren de otro modo” –se ha dicho–. ¡Quién sabe!
A la p.p.l. se le ofrece un espacio en el que podrá tomar la palabra, será escuchada por todos los presentes a través de su conversación con el entrevistador, y esta experiencia se dará solamente por esta vez. También en esta ocasión, el sujeto tiene la chance de decir “sí” o decir “no”. Fue el caso de una p.p.l. de 65 años de edad, que lleva 24 años de reclusión y en seis más saldrá libre. Su situación de abandono es notable, come muy poco y hace tiempo que ha decidido no hablar, solo lo mínimo para comunicarse. Parece ser que la desesperanza llegó a su vida de manera radical a partir del día en que falleció su compañera en la prisión, hace 11 años. “Los muros caen” fue su frase sobre su escoba durante el último concurso de arte sobre la libertad –por cierto, ganó el primer premio–.
El equipo profesionista, preocupado por su condición en decadencia progresiva, pensó en ella para el dispositivo. Sin embargo, M. rechazó la invitación a tomar la palabra frente al público, “Prefiero ser su amiga” –enunció en ese encuentro. Seguidamente confiesa: “Extraño a mi hija que no me viene a visitar”. ¡Claro que tiene algo que decir, pero quizás no sea frente a otros! Cuentan que en otros tiempos solía “bromear” al respecto con humor negro en relación a su hija: “¡No aguanta nada! ¡Nomás porque la dejé sin su abuela!” ¿Se trata, acaso, de la ironía de la esquizofrenia o del chiste que sabe hacer con el sentimiento de culpa, como medio para subjetivar la Ley? Vale la pena indagar en esta diferencia.
Volviendo a las entrevistas clínicas, se pretenden como un acontecimiento nuevo y único que marcará un antes y un después en la indeterminación infinita del tiempo, con la apuesta nunca resignada de producir algo más, quizás el surgimiento de un efecto de verdad que puede generar algún cambio.
Otros sí consienten. N. es presentada durante la conversación sobre casos debido a que ha estado perdiendo progresivamente la capacidad de caminar sin que haya una lesión física que lo justifique. En algún momento la ingesta de un medicamento le ocasionó rigidez; sin embargo, aunque la medicación fue corregida y no se han encontrado lesiones, los síntomas en sus piernas no desaparecieron y el deterioro va en aumento. Empezó gateando en el piso para trasladarse; actualmente utiliza una andadera para caminar, pero en general es trasladada en silla de ruedas por sus compañeras; tampoco usa sus manos para mover las ruedas. Se señala que esto dificulta sus actividades cotidianas y temen que este deterioro afecte otras áreas de funcionalidad, por lo que el equipo tratante propone realizar una entrevista clínica con ella, que N. acepta con gusto.
Al recibirla antes de ingresar al salón, para sorpresa de la entrevistadora, N. se pone de pie, voltea la silla de ruedas usándola como andador y entra caminando, con dificultad, pero caminando al fin. El significante “apoyo” se repetirá con frecuencia durante la entrevista: “Mi apoyo era un saloncito de dibujo en el que realizaba la limpieza, así como el armado de cajas de cartón”, “mi cuerpo no me sostiene”, “antes tenía muchos apoyos”, “no me siento apoyada por mi esposo, yo corro hacia él, y en vez de apoyarme me hace a un lado”, “necesitaba un varón que me apoyara”. “Ya no puedo funcionar como persona” –dirá con angustia–. Recuerda con tristeza que al comenzar con estas dificultades ella se arrastraba y sus compañeras se burlaban. Durante el relato de su historia hubo varios otros momentos donde se manifestó profundamente conmovida. Al finalizar el encuentro, N. expresó su agradecimiento por la escucha, y agregó que se sentía “más descargada” al haber podido hablar de sus “estudios, el sexo, lo que me pasó y que las otras personas no sientan” –haciendo, de este modo, un ordenamiento de su historia hasta el presente–. Salió del salón jalando ella misma las ruedas de la silla.
En las semanas siguientes, el personal comentó verla sonreír, cosa que hacía tiempo no sucedía. Y quince días más tarde, en la sesión de trabajo, la directora de psicología nos mostrará satisfecha la silla de ruedas abandonada en el patio. “Ya no la usa” –nos informará–. Algo de la relación entre el sujeto, la lengua y el cuerpo parece haberse re-centrado. ¿Qué apoyo para este sujeto en algún discurso que la sostenga en una posición en este mundo? Sin embargo, el impacto causado por la entrevista deberá capitalizarse de algún otro modo.
Ya en Discapacidad Psicosocial, una p.p.l. suele acercarse y buscar plática. “Ustedes siempre sonríen” –nos dice con la boca bien abierta, haciendo el esfuerzo de gesticular para que salgan las palabras con cierta claridad a pesar de la rigidez medicamentosa–. En otra ocasión, en un francés muy particular, nos cantó La Marsellesa, el himno a la libertad.
J. a lo largo de la entrevista nos enseñó cómo ella se reconstruyó su mundo al interior del Centro. Como “La única mujer” ocupó un lugar privilegiado en su familia y en especial, para su padre. Cursó y terminó su licenciatura en administración, trabajaba, iba al gimnasio, hasta que se casó. Con el marido resultó una relación tortuosa de celos y violencias, que concluyó trágicamente luego del homicidio de su hija de siete meses.
Adjudicará la autoría del crimen al esposo, quien luego habría intentado repetirlo con ella; pero la amnesia le impide recordar, no hay relato al respecto. Desde hace un tiempo manifiesta estar recuperando la memoria, pero en lo que respecta al acto, no hay palabras, el mismo se habría borrado de la existencia si no fuera porque ella está en la cárcel. Se puede decir que al respecto no hay “hecho de historia” (no hay subjetivación de un sentido, apenas una incipiente construcción delirante en relación al esposo, pero más bien su amnesia intenta asentar que el hecho no fue vivido, y no le permite un decir sobre el hecho).
“La única mujer” en el Centro lleva siempre con ella un espejito que le sirve para retocar su maquillaje y arreglar su imagen. ¡Qué solución tan singular! Muy activa, toma todos los cursos, asiste a todas las clases, hace gimnasia, va a coro, a la capilla, se mantiene actualizada con sus estudios, confecciona espejos bajo pedido, y tiene planes para cuando salga en libertad. Muy reservada respecto de su intimidad, solo deja saber que tiene una relación que, aunque no se ven y no hablan porque él viaja mucho, recibe sus detallitos amorosos a través de sus familiares. “No le puedo decir nada más”, es otra clase de indecible.
Habla del Centro como si fuera un resort all inclusive, solo le molesta que en esta parte psiquiátrica haya poca ventilación y se sienta el aire un poco enrarecido –“cuando eso está así, yo me salgo un ratito al patio y se me pasa”–; igualmente, con los baños, “para mí es muy importante que huelan bien”. Asimismo, transmite el relato de su vida lleno de recuerdos bonitos y agradables: los pasteles de su madre, los hermanos –“era la niña de mi padre”–, la familia muy unida de su madre, su boda, la música y el canto –el alcoholismo del padre y las tragedias familiares (la muerte de su abuela materna pocos días después de dar a luz y cuyo nombre ella lleva, su depresión durante el embarazo y la tragedia que la llevó al reclusorio), quedan ocultas por lo bello de aquellas vivencias y luminosidades. Su discurso es tan esperanzador que, al finalizar la entrevista, conquistó los aplausos espontáneos del público, para luego hacer una ¡segunda! entrada sorpresiva con el fin de exponer a los presentes los espectaculares espejos que diseña, “Pueden escoger los colores que gusten, yo los hago bajo pedido” –anunciará–. De este modo J. nos ha dado una verdadera lección de cómo se puede estabilizar el goce mediante el semblante y cómo a través de su nominación sintomática –“La única mujer”– se las ingenia para insertarse en la estructura.