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2.5.1 Estigmas del fracaso: vejez, obesidad

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Las condiciones del éxito guardan en su reverso un conjunto de atributos desvalorados. A la velocidad y la capacidad de acción, se opone la lentitud y la duda reflexiva. La lentitud no está atada necesariamente a las aptitudes físicas - Stephen Hawking sería un ejemplo de esta posible disección entre mente ágil y cuerpo imposibilitado -, pero en general se propone la asociación con un cuerpo en forma y una imagen saludable. La generalización del fitness señala la importancia de tales capacidades.3

El sujeto exitoso, sea hombre o mujer, ostenta la juventud, el vigor, la disposición deportiva, una apariencia atractiva y esbelta. Las contrafiguras que personifican el fracaso suelen exhibir atributos negativos, como la obesidad o la vejez. Estos estereotipos condensan las debilidades y características no deseables; la presencia de estos rasgos involucra un demérito subjetivo. Así como la maldad se expresa icónicamente como la fealdad, el fracaso, exhibido bajo la forma de la obesidad, supone flaquezas tales como el exceso, la pereza, la autocomplacencia, la falta de iniciativa. La ancianidad, por su parte, evoca la pasividad, decrepitud, lentitud, imprecisión, vacilación. Los dos casos revelan sujetos disfuncionales y prescriben el modelo de sujeto que, por oposición, está más cerca del éxito.

En cuanto a las dificultades en el terreno de la comunicación, su calificación es más cruel. En una cultura fuertemente interaccional, una persona que manifieste una actitud introspectiva o temor a hablar en público se hace sospechosa de padecer alguna de las nuevas patologías sociales. Agorafobia o pánico social son dos de las más frecuentes – y menos estigmatizantes-; su forma más profunda es la depresión. Así, además de los manuales de management para la comunicación eficiente, proliferan los libros que ayudan a superar la timidez, al tiempo que comienza a generalizarse la idea de que las limitaciones en la capacidad de comunicación son anómalas. En este sentido, plenamente, la comunicación se convierte en una regla social: quien no atina a comunicarse fluidamente pasa a cargar un estigma que, como una enfermedad, requiere tratamiento.

La organización desterritorializada

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