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2.2 LA SUPERVISIÓN CLÍNICA DESDE EL PSICOANÁLISIS

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La definición norteamericana de clinical trainning dista radicalmente de la definición psicoanalítica de supervisión clínica, la cual es designada por Lacan con el término “control”. Desde esta perspectiva, la supervisión no es un análisis personal, pero tampoco un acto meramente académico y pedagógico en el sentido de adquisición de conocimientos teóricos y habilidades clínicas. Para el psicoanálisis, “la supervisión es una «institución», y de las más prestigiosas luego del análisis personal, para la formación del analista.” (López, 2011, p. 105).

Maeso (1999) en un artículo titulado “La transferencia en el control” recuerda que “la supervisión surge en el campo psicoanalítico como necesidad de consulta, orientación y aprendizaje respecto de los tratamientos que los practicantes jóvenes tenía en curso.” (p. 48). Retomando un poco la historia del psicoanálisis, encuentra que la supervisión era en un principio una relación informal que se hacía con un analista experimentado; pero, posteriormente pasó a ser uno de los pivotes fundamentales para la formación del analista, siendo el supervisor un analista vinculado a una Escuela psicoanalítica. En este punto, Maeso (1999) hace una distinción entre lo que sería la práctica del control al interior de la International Psychoanalytical Association (IPA) y la que Lacan instituye en su Escuela.

En la IPA, la supervisión se organizaba alrededor de una consulta con analistas más experimentados, formalizándose la frecuencia, duración y pago de honorarios. Así mismo, los supervisores debían, además de asegurarse de la transmisión del psicoanálisis, “observar y corregir la práctica que el candidato lleva adelante” (Maeso, 1999, p. 49); por lo que el clínico, interesado en formarse como analista, debía presentar de forma obligatoria el material de al menos dos pacientes. Ahora bien, dado que la transferencia estaba asentada en la autoridad personal del supervisor, era frecuente observar al interior de la IPA la identificación con este, por lo que no se aconsejaba supervisar con el propio analista.

Lacan, por su parte, cuestiona la burocratización y estandarización de la IPA. En la Escuela de Lacan “no hay reglamentación que prescriba cómo debe ser la enseñanza, el análisis y menos, la supervisión. […] La Escuela, al no subsumir bajo un concepto la pregunta por el ser del analista, sostiene una tensión que deriva en una formación permanente.” (Maeso, 1999, p. 49). En este orden de ideas, Laurent (2019) plantea que “el acto analítico como tal no se enseña pero sí se puede controlar” (p. 48); y nos recuerda que Lacan, en sus conferencias en las universidades estadunidenses, afirma que en el control de lo que se trata es de escuchar en el practicante del psicoanálisis una “nueva dimensión, una nueva mansión del decir (nueva dit-mension).” (Laurent, 2019, p. 49). En el control, el practicante al transmitir el caso revela su posición subjetiva. Dice Laurent: “Esta «mansión del decir», es decir, esta eficacia particular del decir, es una eficacia distinta de la eficacia científica, es distinta de la informativa […] Designa algo de lo que se puede transmitir de una relación al goce.” (2019, p. 49). Entonces, la función del supervisor es la de hacer aparecer esta nueva mansión del decir, que no es más que la posición de goce de quien orienta el tratamiento.

Desde la orientación lacaniana, el practicante de psicoanálisis puede supervisar con quien desee, incluido su propio analista. La manera como se dan los controles responde a la subjetividad de cada analista, por lo que algunos supervisan con harta frecuencia, mientras otros lo hacen cuando los tratamientos se estancan o los pacientes se desestabilizan. Lo fundamental para esta orientación es que la supervisión se imponga por sí misma y no que sea impuesta por otro.

De lo anterior se deriva la siguiente pregunta: ¿cómo convertir la supervisión disciplinar, que se impone en los programas de psicología, a una supervisión que se imponga por sí misma? Decir que “se impone por sí misma” implica que el practicante vea la necesidad de supervisar sus casos; y en efecto, hay practicantes que “saben” que una parte de su formación clínica pasa por la práctica de la supervisión. Sin embargo, esto es algo que no siempre se da; es decir, no es natural que un estudiante de psicología quiera supervisar su experiencia práctica, bien sea porque lo confronta tanto que es preferible evitar el dispositivo, o porque su deseo no está puesto en la “formación clínica”. Entonces, ¿cómo causar el deseo, más allá del deber, de supervisar nuestra práctica clínica? He allí el embrollo para los educadores del psicoanálisis en la universidad, donde la clave pareciera recaer en el deseo de quien lo encarna. No obstante, López (2011) se anima a plantear una respuesta a partir de la siguiente paradoja: “el control (como acto clínico) tiende a atemperar el control desmedido e insensato del superyó sobre la práctica del analista «en control»“ (p. 106), en este caso del estudiante.

Caso por caso: clínica y lazo social

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