Читать книгу Detrás de la máscara. Vol I - XPM - Страница 13
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ОглавлениеEn esos dos años que pasó semi aislada del resto de la humanidad sucedieron muchas cosas, el mundo cambiaba a pasos agigantados, numerosos fueron los intentos de cambios que los Gobiernos pactaban para luego en secreto no cumplir ninguno de los acuerdos, las grandes empresas eran realmente las que gobernaban el sistema y, por supuesto, proteger el planeta en que vivían no era prioritario, lo importante era como siempre ha sido y siempre será el salvaguardar los intereses económicos privados.
Poco a poco el mundo había lanzado advertencias a la raza humana, lluvias escasas, casquetes polares desapareciendo, olas de calor extremo, aumento de nivel del mar, disminución de ríos y pantanos…
Todo ello fue gradualmente sucediendo, los pequeños «toques de atención» del planeta eran silenciados, hasta que, de forma drástica, en escasamente un año, las lluvias dejaron de existir, el calor se volvió extremo, ríos y océanos descendieron de forma radical, las especies vegetales morían y las animales les seguían muy de cerca en el tiempo.
Las enfermedades eran lo más común en la raza humana sumado a la lucha sin reglas ni conciencia por los recursos, no había distinción entre hombres, mujeres o niños, todo aquel que no fuera uno mismo era un enemigo, alguien que podía arrebatarte una lata, una fruta podrida o una de las últimas botellas de agua, que ya nunca volverían a rellenarse.
Al principio, y como siempre, el mal de unos es el enriquecimiento de otros, los precios se inflaron de manera desorbitada, los recursos médicos eran un lujo al que solo un pequeño porcentaje de la población mundial podía acceder, el mercado negro de alimentos era un negocio enriquecedor para las mafias, las leyes dejaron de existir, los encargados de hacer cumplir la ley y mantener el orden también tenían hambre y sed; ante esas dos necesidades no satisfechas, el honor y el respeto a los demás, quedaban a un lado muy apartado de sus valores.
La escasez de alimentos era extrema y la situación estaba fuera de control, era demasiado tarde para la raza humana; había muerto un sesenta por ciento de la misma y los que sobrevivían se encargaban de aniquilarse entre ellos.
……….
Aproximadamente corría el año 2074…
Como de costumbre, al comenzar su día, Shamsha cogía agua del pozo y regaba su huerto.
—Qué extraño…
Se introdujo un poco más dentro del agujero del pozo, observó que algo raro sucedía, el nivel del agua había descendido considerablemente, aun así, no le dio demasiada importancia, quedándose extrañada al probar el agua, esta era más densa, tenía un sabor diferente y además le pareció ver un reflejo en el fondo, cosa que achacó a que seguía dormida.
«Creo que se me está yendo la cabeza, ¡despierta!, joder, cada vez me cuesta más despejarme, será que me estoy haciendo mayor…
¿Qué extraño?, Shamsha, hace mucho tiempo que no ves al pesadito de Jamsi, puede que haya encontrado a alguien y te deje por fin en paz, pero…, ¿tampoco le interesa llevarse los logros de mis descubrimientos? ¿Lo habrán ahogado por fin en un baño de látex? Es muy extraño que no haya venido a tocar las narices…
¿Dónde estará el dichoso móvil?, hace tanto tiempo que no sé nada de él, puede que también me haya abandonado por aburrimiento, ¿desde cuándo eres tan aburrida y solitaria?
Creo que mi hígado se ha regenerado totalmente desde que acabé la universidad, ¡qué tiempos aquellos!
¿A qué día estamos? Joder, hace tanto tiempo que no echo un polvo que creo que se me ha reconstruido el himen…».
Fue al baño, se miró al espejo. No recordaba el tiempo que llevaba sin hacerlo, pero…
—Pero… ¡Joder!, ¿esto es bigote?, y… ¡¡vuelvo a ser uniceja!!, ¡madre mía no quiero mirarme otras partes!
»¡Ok Shamsha!, se acabó, vas a ducharte y quitarte todo el pelo de tu cuerpo hasta que te veas la blanquísima piel que te caracteriza… Espera un momento…, ¿por qué me tengo que quitar esto?
¡Pues no pienso quitármelo!
Vale, en definitiva, se te está yendo la pinza…
Después de un largo rato de ritual de belleza, se dio cuenta de que no era un cañonazo de tía exuberante, pero poseía una esencia que hizo que se enterneciera con su reflejo, hacía mucho tiempo que no veía a ningún ser humano.
—¡Valeee, estoy chalada, me he emocionado al ver a una persona!, a mí… —Busca el comunicador móvil impaciente, lo enciende—. ¡Mierda!
Al no acordarse de las mil contraseñas que tenía el aparato, tardó un rato en recordar que con los sistemas de reconocimiento tal vez iría más rápido.
—Dichoso aparato, siempre igual…
Ninguno de los sofisticados sistemas de reconocimiento funcionaba: el de retina, voz, facial, aliento…, tendría que volver al pasado y acordarse de las contraseñas.
Probó con todas las contraseñas que siempre utilizaba, estaba empezando a desesperarse cuando de repente, el holograma de bienvenida apareció tridimensionalmente pisando la pantalla, Shamsha se asustó.
—Buenos días, Shamsha, hacía mucho tiempo que no nos veíamos, ¿qué tal todo?, tu ritmo cardíaco está algo acelerado, por lo demás, estás un poco falta de vitamina D, veo que has recuperado el hierro que te faltaba hace un año….
Los comunicadores móviles tenían la opción «despertador con chequeo», le pareció que fue ayer cuando aquella cosa le dio los buenos días, recordándole las carencias de minerales que había en su sangre.
—Bueno, sí he recuperado el hierro —Shamsha habla para sí misma de forma irónica.
Tras el chequeo, aquel simpático holograma de un hombre de mediana edad, bien parecido y con agradable voz le saludó efusivamente, le dijo el día y la hora como si le hubiera leído el pensamiento y supiera que se encontraba totalmente desubicada.
—Pero…, ¿qué dice esto?, seguro que está roto, la humedad o algo…
Le asestó pequeños golpes, pensando que así lo arreglaría, no daba crédito, deseó que tuviera algún fallo, aunque en el fondo de su mente sabía con certeza que lo comunicadores no fallaban nunca.
Intentó acceder a sus cuentas de correo, redes sociales, etc., le resultó extraño que no hubiera ningún tipo de red, eso la tranquilizó, cabía la posibilidad de que estuviera defectuoso.
—Vamos, neuronas, volved a ser amigas, porfi… Ehhhh, ¡joder, es mi cumpleaños!
El hombre de su teléfono volvió a salir de la pantalla, esta vez con una tarta de cumpleaños y empezó a cantarle una canción de felicitación; fue entonces cuando las esperanzas de que estuviera roto se disiparon levemente.
Si era correcto, llevaba allí abajo autoencerrada casi un año, la única luz natural que había recibido era la que entraba por su preciado jardín. Se giró a observarlo orgullosa, lo miraba atónita, embelesada, poseía una belleza y un magnetismo que atrapaban, podía pasar horas y horas admirando aquel lugar, tenía algo extraño, casi mágico.
De repente, un escalofrío le recorrió la espalda al mirar al techo y recordar que existía un mundo fuera de aquellos gruesos muros, estaba ahí arriba y para su desgracia tendría que volver a él.
El miedo a salir se había convertido en su carcelero, la invadieron sudores fríos de pensar en que iba a ver gente, el espacio abierto, las relaciones sociales, Jamsi…
La tristeza devoró su sistema sin previo aviso, los enormes ojos negros dejaron de ver nítidamente, amargas lágrimas brotaban al exterior, jugaban a las carreras por sus mejillas, mientras recordaba que hacía mucho tiempo que se había enfadado estúpidamente con su madre, no sabía nada de su familia, Charles…
«Mi hermana… ¿habrá entrado en cólera al no saber nada, ni controlar mi vida?, mis amigos, ¿estarían preocupados?, ¿cómo habrían sido sus vidas sin mí?, ¿alguien se habrá dado cuenta de que he desaparecido? Tranquila, Sham, seguro que el chisme este está roto, ya sabes lo que te pasa con la tecnología…
Charles, lo echo de menos, imbécil egoísta, joder, qué bueno estaba, seguro que es un supercientífico, casado con una supercientífica, tienen una supervida…
Bah, pero seguro que ahora tiene barriga y está mayor, sí, seguro… Vale, Sham, a quién quieres engañar, seguro que está buenísimo, ha conseguido el Nobel y sigues enamoradísima de él como una imbécil, algún día te lo encontrarás y tendrás que mirar a su perfecta familia con una falsa sonrisa, total, era un tarado, qué más te da…».
—¡Vuelve a la realidad, Shamsha Menper! —Shamsha camina de un lado a otro sin rumbo—. Venga, venga, venga, tú puedes, ¿ok?, solo es gente, cabrona y sucia gente, pero seguro que hay más, mami, quiero ver a mamá…
Tenía tanto miedo que a punto estuvo de no coger el ascensor que le llevaba a la planta principal, cientos de personas la observarían, juzgarían, tocarían, echarían sus gérmenes, todas a la vez; respiró hondo para calmarse, los grupos de visitantes gritando por todo el museo, profesores con cientos de niños, pero lo peor sería algún colega que intentaría con sucias técnicas de manipulación emocional, entrometerse en su «no aburrida» vida, el ascenso a los infiernos…
Llamó al ascensor, la puerta se abrió, no se lo pensó, estaba decidida, echaba de menos a su familia, sus amigos, una cerveza bien fría y tenía que saber algo de él por mucho que le doliera…
—Joder, ¿qué coño hago?, ¡no puedo, no puedo! —Shamsha habla consigo misma en voz alta.
El mero pensamiento de estar en un espacio abierto ante cientos, tal vez, miles de personas hacía que le temblaran las piernas. Apoyada contra la pared, se agachó hasta sentarse en el suelo abrazando sus rodillas protegiendo su cabeza entre ellas, en posición fetal se encontraba protegida, pero sabía con certeza que no podía permanecer así de por vida.
Hecha un ovillo en un rincón de aquella caja de metal y grueso cristal, sudada y temblorosa, con la respiración forzada para intentar inhalar el máximo aire posible, había pasado el reconocimiento de aliento, retina e introducido los códigos, solo le quedaba apretar el dichoso botón para subir, pero sus extremidades no le hacían caso.
Le faltaba el aire, inspiraba profundamente y espiraba con lentitud, esa técnica siempre le había funcionado para mantener la calma, tenía que mantenerse firme y con fuerza antes de que llegara a la superficie y la tomaran por una trastornada, que, en cierto modo, no iba a autoengañarse, era verdad...
Alargó el brazo y pulsó el botón, lo recogió rápidamente para volver a abrazar sus piernas con fuerza, sintió cómo la máquina se ponía en marcha observando los muros de piedra a través de las paredes transparentes que formaban la estructura.
Segundos que se le hicieron escasos, sintió cómo frenaba, el estómago le dio un vuelco, quería ponerse de pie, pero sus piernas no respondían, las puertas se abrirían de un momento a otro a menos que no volviera a pulsar el botón de bajada; fue una idea fugaz que traspasó su mente a la velocidad del rayo, luchó contra ella, dejando que sucediera lo que no podía evitar más.
Apenas unos segundos la separaban de que las puertas cedieran, el ascensor vetado al público, las cerraría con avidez tras de sí y bajaría a su guarida a salvo de toda aquella gente, abandonándola a su suerte.
Lo primero que vería aparecer sería el majestuoso hall con altos techos abovedados, decorados con frescos de colores vivaces, cambiaría el maravilloso olor a moho de su querido sótano por un aire fresco y contaminado que no había echado nada de menos.
Casi podía oír el latido de su corazón, parecía que iba a abrírsele camino a través del torso para largarse a correr una maratón con un corte de mangas a modo de despedida, recriminándole el trabajo forzado al que lo estaba sometiendo, las piernas le temblaban de tal forma que podía oír el choque de sus rodillas, cada poro de su blanca piel sudaba de forma copiosa, tenía la camisa llena de cercos, el oscuro pelo que siempre llevaba recogido por primera vez en mucho tiempo jugaba despreocupado en libertad, apretaba tan fuerte el móvil que se encontraba en su mano, que no tenía claro el no partirlo en dos antes de salir de aquella caja.
—No subas en los ascensores comunes, no, no, no, solo los estúpidos actúan como si fuera natural que alguien invada tu espacio vital por no esperar un minuto más o negarse a caminar, renunciar a la soledad…, Desviar la mirada o… ¡no!, sentir el aliento, el calor que desprende el aleatorio acompañante que me toque… No, no, no, ¡las escaleras! —En un estado de nervios, Shamsha se recrimina en voz alta.
Respiraba, espiraba, tan profundo y rápido que se mareó un poco, las puertas empezaron a abrirse, abrumada por la angustia, cerró los ojos tan fuerte que le dolían…
Era la primera vez que odiaba el invento de su amigo Charles, aquel generador autónomo e independiente nunca dejaría que aquel ascensor dejase de funcionar…
—Joder, podía haberse limitado a ser guapo… En cuanto se abran las malditas puertas de la caja de las relaciones incómodas lo llamaré… ¡Sí, será lo primero que haga!
¡CLIN!