Читать книгу Detrás de la máscara. Vol I - XPM - Страница 14
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ОглавлениеEl timbre avisó que las puertas se abrirían en segundos y tendría que enfrentarse a su realidad, no había marcha atrás, ¿estaba preparada?, tenía miedo, sí, pero ella siempre había superado sus temores sin problema.
—¡Joder, qué susto!, tiene que sonar ese absurdo timbre, joder, venga, venga, vamos. —Suspira tres veces con fuerza.
«No, no, no, no, me arrepiento, no quiero, baja maldita sea…».
Apretó el botón con insistencia, para volver a bajar, posaba su huella con suavidad una y otra vez, «mantén la calma», parecía que el sistema no la reconocía, intentó no ser presa del pánico hasta que las puertas comenzaron a abrirse, ignorando su petición de volver a la seguridad del sótano.
Cerró los ojos con fuerza, sabía que aquellas puertas de entrada al infierno, estaban completamente abiertas, le pareció que el elevador tenía vida propia y deseaba volver a tener contacto con la gente.
Armándose de valor, empezó a separar lentamente los párpados, ese pequeño gesto le estaba costando más de lo que nunca habría imaginado, gateando, se aproximó con cautela hasta el comienzo de la abertura, no sabía qué hora era, aun así, aquella calma le resultó extraña, dedujo que debía ser muy pronto ya que no oía ningún ruido, eso le reconfortó, puede que no fuera tan traumático después de todo.
Apoyó las manos en el suelo e inclinó la mitad del cuerpo hacia el hueco, con la cabeza asomada al completo, abrió los ojos totalmente, subió la mirada poco a poco, pero antes de tenerla totalmente horizontal, el corazón se le paró momentáneamente, creyó estar soñando, aquello era desolador, no lo creía posible, se convenció a sí misma de que la explicación a la pesadilla que estaba viendo no era otra de que se había quedado dormida en su laboratorio, una pesadilla muy real, su mente había creado todo lo que veía, podía olerlo, sentirlo, y como no podía ser de otro modo para Shamsha, la curiosidad embriagaba cada poro de su piel.
Se tranquilizó, no podía pasarle nada, era un sueño, en los sueños nada sucede de verdad; al saber que soñaba se sintió más segura, convencida, decidió salir de una vez de aquella caja para explorar lo que se dibujaba ante sus ojos.
«Tranquila Shamsha, estás soñando, esto no es real, una pesadilla de la que vas a despertar, solo tienes que desearlo con más fuerza como las otras veces».
Aún concienciada de que era seguro, estaba intranquila, era un sueño horrible y demasiado real, cargado de un hedor nauseabundo capaz de tocar su estómago y darle la vuelta, pensó que algo que había comido le estaba pasando factura y por eso estaba viviendo aquello, pisar el ennegrecido suelo era complicado, resbalaba y desprendía un fuerte olor metálico parecido a la sangre.
Algo captó su atención, se acercó, era asqueroso, lo tocó para sentir su tacto, «¡joder!», era una extremidad arrancada; asustada, miró alrededor, pero no vio el cuerpo al que debía estar unida, una y otra vez se repetía que era un sueño, semejante a una casa del terror muy real.
Por más esfuerzos que hacía no despertaba.
—Relájate, Sham, es un sueño, no puede pasar nada, inspira, espira, ufff.
Decidió explorar sin miedo, sin prisa, con tranquilidad, no conocía ningún caso de que alguien hubiera muerto en una pesadilla.
Recorría el hall horrorizada mientras rememoraba la intensa vida que siempre había caracterizado a aquel edificio, cuadros donados de todas las épocas adornaban las paredes que ahora estaban desnudas, sucias y con manchas de color rojo negruzco.
De todo, lo que más le extrañaba de aquel mal sueño, era la intensa y constante reproducción de un olor que nunca había conocido, no entendía qué pasaba, por qué su mente le estaba jugando esta mala pasada, quiso volver a su laboratorio, pero una vez más, la curiosidad pudo más que el miedo.
—Si esto fuera real… ¡joder, qué asco! —pisa algo resbaladizo y viscoso—, esta pesadilla es muy bestia, Sham, tienes que dejar de leer esos libros…
Caminaba con cuidado para no pisar nada que le pudiera manchar de aquel algo indeseado, zigzagueaba entre los escombros de lo que un día fue un precioso suelo de marmolita, zapatos desparejados esparcidos por todas partes, restos de lo que parecía haber sido una gran hoguera, armas sin munición tiradas en el suelo, antiguos casquillos de bala por todos lados, de repente algo captó su atención.
—¿Qué coño…?, ¡un hacha!, eso es… ¡sangre! y eso gris... ¡coño, eso es… es el coco de alguien!, por favor, cerebro, prometo salir más a la calle, pero sácame de aquí ya.
Cerró los ojos con fuerza, «vamos, despierta, despierta, ¡joder, no funciona!», quería llorar, pero el miedo, ahora dueño de cada célula que formaba su cuerpo se lo impedía, empezó a caminar más rápido por la enorme sala, quería atravesarla de una vez, pero tenía que esquivar demasiados obstáculos, se le estaba haciendo eterno, llegó a la sala de recepción de visitantes, estaba igual que el hall, había sido expoliada y destrozada, necesitaba vomitar, así que corrió a los mismos baños donde la primera vez que fue a pedir trabajo tuvo que casi volar para hacer exactamente lo mismo.
No había puerta, había sido destrozada, literalmente estaba partida en dos, no reparó en aquello después de lo que ya había visto, con la mano apretándose los labios entró desbocada, sin esperar que allí se encontraría lo peor, cuerpos putrefactos que por el nivel de descomposición deberían llevar meses, vomitó sobre ellos, sin poder avanzar más por el pasillo del baño, no se atrevió a meterse en alguna de las cabinas individuales de los inodoros por si acaso había más sorpresas, estaba tan asustada que gritó hasta quedarse sin voz, no había nadie que la escuchara y socorriera, sus testigos, cadáveres descompuestos de los que alguna vez fueron sus compañeros de trabajo.
Habían sido masacrados de una forma tan extrema que no podía creerse que su mente reprodujera un asesinato en masa de manera tan perfecta.
—Juro que no vuelvo a leer libros de asesinatos, ni de zombis, ni de nada que contenga sangre, esto es demasiado…
Salió fuera, volviendo sobre sus pasos, analizó la escena, cada rincón tenía restos de muerte, ahora veía con claridad que los restos de esa enorme hoguera en el hall eran humanos, cientos de huesos humanos, a muchos se les observaba a simple vista cómo habían sido golpeados de manera violenta, partidos o dañados gravemente, sintió cómo sus piernas la avisaban de que dejarían de un momento a otro de sostenerla, el nudo en el estómago le apretaba con fuerza, notó el impacto contra el frío suelo, lo último que sus ojos vieron fueron aquellos restos de la macabra hoguera.
Dolorida, refunfuñaba, se quejaba, casi no tenía ni fuerzas para ello, le quemaba la cadera, supuso que debió golpeársela en la caída, no entendía nada, los sueños no duelen, estaba muy asustada.
Aquel horrible olor, ocupaba permanentemente el interior de su nariz, el sabor del vómito negándose a desalojar su boca, por un segundo pensó que aquello había terminado, todo se tiñó de oscuro, logró tranquilizarse, estaba en su cueva...
—¡Shamsha, Shamsha despierta!
¡PLAS PLAS!
Recibía golpes en sus mejillas, le picaban, algo húmedo impactaba con suavidad sobre su cara, intentaba abrir los ojos, le era difícil, había mucha luz, gruñía, su vista sufría.
—Ahhh, gracias, qué pesadilla más realista he tenido —balbucea de manera casi ininteligible.
Mentalmente daba gracias una y otra vez a que todo fuera eso, un horrible sueño, ya había pasado, sintió calor, olía extraño, pero no estaba del todo mal, le resultaba familiar, se sentía bien, gimoteaba y balbuceaba; aún se encontraba demasiado mareada para despertar del todo.
De repente, su mente soltó un fogonazo gritándole a quien pertenecía aquella voz y olor tan familiares, abrió los ojos con rapidez. Se asustó al sentir que alguien la sostenía, no veía bien por la intensa luz, estaba acurrucada, la adrenalina se le disparó, sentía cómo su corazón bombeaba con intensidad, entonces lo vio, «no sé cómo lo hace este hombre para salvarme siempre de la adversidad, parece de aquellos jodidos cuentos antiguos en los que el príncipe siempre rescata a la tía, bueno, al menos el sueño va mejorando, Sham, nunca has sido princesa y tu cuento de normal es un culebrón», pensó.
Lo miró con una sonrisa de boba dibujada en su boca, recordaba cuando conoció a Charles en su pueblo natal, Vinliz, un pueblito pequeño, aislado del mundo, que ella no cambiaría por nada, dentro de lo que fue la tierra donde el Quijote y su fiel escudero vivieron tantas batallas…
«¡Qué tiempos aquellos!, qué hermoso era el mundo, qué vida, joder, qué bueno está este hombre…», piensa mientras lo mira a los ojos.
Corría el año 2055, eran libres, sus mentes infantiles creaban historias de lugares lejanos, personas que había que rescatar en angostos parajes, amigos imaginarios que les ayudaban, exploraban todos rincones de casas abandonadas y el inmenso campo, las enormes murallas del antiquísimo castillo que coronaba el pueblo servían como escenario de sus juegos, los grandes molinos de viento atestiguaban su espíritu aventurero…
En esa época, la vida separados era inconcebible, jugaban y jugaban hasta que venían a buscarlos, ella nunca se cansaba de estar con él, su creatividad para crear escenarios imaginarios era ilimitada, cuando estaban juntos, su mundo era perfecto.
Conforme crecían intentaban abrirse a otras personas y poner distancia entre ambos, pero siempre volvían, se necesitaban intensamente el uno al otro.
Charles había estado enamorado de ella desde siempre, nunca le importó, era una sensación increíble, una conexión mágica, estar junto a aquella persona era lo único que quería en su vida y ella solo quería estar con él, jugaban a todas horas sin importarles nada ni nadie, todo era perfecto.
Hasta que las hormonas aparecieron…
A los doce años, Shamsha sentía cómo su cuerpo cambiaba, demandaba cosas que no entendía, paulatinamente perdió el interés por explorar y jugar en lugares inventados, empezó a ver a su amigo del alma como a un niño, aunque tuvieran la misma edad, poco a poco se alejaba más y más.
Comenzó a salir con otra gente, chicas y chicos más mayores y de otras zonas, reparaba en él de vez en cuando para contarle los sentimientos que le despertaban los chicos de su nueva pandilla, quién se liaba con quién, lo guapo o feo que era, si le había dicho, etc. Inconsciente de que cada vez que le hablaba de los demás una espada atravesaba el corazón de aquel que siempre anhelaba estar a su lado.
Él no la entendía muy bien, no sentía nada más hacia nadie y no quería estar con nadie más que con ella, se sumía en una profunda tristeza cuando no daba señales de vida, sabía que debía dejarla ir aunque eso le doliera, el tiempo pasó, por fin él también creció, ya no sufría sino que creó un muro de hielo que enterró cualquier sentimiento que fuera más allá de la amistad con ella, siguió su camino, tal como Shamsha un día le indicó que debía hacer.
Shamsha empezó a saber lo que es el amor muy temprano, los juegos inocentes ya no le interesaban, de las pocas veces que volvían a verse, una fue la que marcó a su corazón, algo le punzó, ya no veía a Charles como ese hermano con el que siempre jugaba, que en clase le hacía reír y con el que siempre intentaba quedarse a solas para jugar en sus mundos, pocas veces habían tenido compañía.
Ahora ella volvía a buscar el estar juntos sin ninguna posibilidad de interrupción, pero no para explorar lugares precisamente...
Estuvo esperando su beso de verdad, años y años, salía con chicos, pero él siempre aparecía en su mente en los momentos más inapropiados. Salían, ella se «emborrachaba» (normalmente fingía o exageraba un poquito), lo buscaba con la excusa de que la sujetara entre sus brazos y luchaba contra todos los amigos de Charles para que la acompañara a casa.
Una vez en las Fiestas de las Comarcas Reunidas, exagerando un poquito más que siempre su estado de embriaguez, lo llamó, le necesitaba, solo se fiaba de él para acompañarla, la estrategia era perfecta, su cuerpo ardía de deseo, no dejaba de pensar en el hombre en que se había convertido, en los marcados rasgos de su cara ya adulta.
Sus amigas le advertían que era mejor olvidarlo, que si era imposible, que si ella tenía a quien quisiera, bla, bla, bla…
No, Shamsha le quería a él, siempre había sido él, sus amigas intentaban que conociera a chicos que le hicieran olvidar esos ojos verdes que la atravesaban, los amigos de él en el fondo, la odiaban, todos sabían lo que ella deseaba de ese niño, que había metamorfoseado, pero él tenía más interés en jugar y estudiar que en cualquier tema relacionado con mujeres, la veían una amenaza, intentaba arrebatarles lo que ellos habían conseguido, se sentía mal consigo misma por ser tan egoísta, pero no podía evitarlo, no podía perderlo.
«Ahhhh, qué inteligente era, qué bien hablaba, olía como un bebé recién bañado, sí, su olor era adictivo, ¡un momento, es mi sueño, puedo hacer lo que quiera!», piensa mientras lo mira embobada.
Una noche, armándose de valor, se sentaron uno junto al otro, él la rodeaba con su brazo para darle apoyo en su «borrachera», ella se acomodó en su hombro, tenía que hacerlo, era ese momento o nunca.
Aprovechó cuando él le agarró la barbilla girándole la cara para recriminarle, hablaba a escasos centímetros, tan cerca que podía sentir su cálido aliento, lo besó, no pudo resistirse más, tenían dieciséis años, sus hormonas estaban por las nubes, ella lo necesitaba, necesitaba todo de él, ya no eran niños, quería más, lo deseaba, sabía que a él le sucedía lo mismo ya que por mucho deporte, estudios, videojuegos, amigos, etc. que tuviera, sus hormonas lo llamaban a gritos, desesperadas por fusionarse con las de ella.
Pero a Shamsha, la noche no le salió todo lo bien que había planeado, por un instante, él siguió su beso, pero con la velocidad de un rayo, le apartó la cara a la vez que doblaba su espina dorsal cual contorsionista.
—¡SHAM! ¿PERO QUÉ HACES?
Shamsha reaccionó con pasmosa rapidez, «¡Dios, qué situación!», como si estuviera mareada y algo adormilada, entre susurros y disimulando su vergüenza con los ojos cerrados, se quedó en su hombro casi sin respirar, intentaba pensar rápidamente cómo salir de allí, lo único que se le ocurrió es hacer como que se había quedado dormida unos segundos y despertaba asustada, no pudo pensar en algo mejor.
Así lo hizo, interpretó el papel, como si se encontrara desubicada y asustada, le dijo que lo sentía y se fue corriendo sin mirar atrás.
Él gritaba su nombre para que parara, no lo hizo, llegó a su casa, cerrando la puerta tras de sí, aliviada; no había nadie, todos estaban en las fiestas, se duchó pensado en lo estúpida que se sentía.
«Idiota, ¿cómo has hecho eso?, la has jodido, pero bien».
Tras una larguísima ducha caliente, fue a su habitación, intentaba no pensar en lo sucedido, pero al atravesar el umbral de la puerta, lo vio, ahí estaba él, había trepado hasta su ventana como de costumbre, pero esta vez su mirada era diferente…