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Por sus mentes pasaba fugazmente la idea de que no lo conseguirían, todo apuntaba a ello, seguían en peligro, de hecho, había aumentado considerablemente al salir al exterior, no tenían nada que perder, todo lo que se moviera era mentalmente etiquetado como hostil. Observaban a su alrededor horrorizados cómo un grupo de personas, semejantes a una manada de leones hambrientos comían del suelo algo que no pudieron distinguir o más bien desearon no hacerlo, todo era sangre, aquel intenso olor metálico se había alojado en el interior de su cerebro e impregnando por completo sus fosas nasales, la gente corría, gritaba desesperada, se peleaba salvajemente, avanzaban sin mirar atrás, desesperados, veían su objetivo cada vez más cerca, aquellas enormes rejas que habían definido su libertad tanto tiempo, estaban abiertas, enrojecidas y chorreantes de espeso líquido que descendía con lentitud por sus barrotes.

Podían palparlo, estaban tan cerca…

Aquello les dio fuerzas para seguir corriendo a pesar de la extenuación, de los avisos urgentes de sus atrofiados y doloridos sus músculos, la esperanza lanzaba flechas a favor de ellos...

—¿Lew?

Estaba fuera, el libre y cruel mundo se mostraba ante él desafiante, Charles corría hacia adelante, cuando sintió una punzada. Miró a su alrededor, cientos de personas caminaban sin rumbo, extenuadas, otras habían caído, la muerte se había extendido más allá de aquellos muros; de repente, el pavor le hizo prisionero, estaba paralizado hasta que algo se encendió en su cabeza, no había ni rastro de Lewis.

Un calambre recorrió fugazmente sus extremidades, la lealtad hacia su amigo luchaba encarnizadamente contra su miedo; sin pensárselo, retrocedió para buscarlo, esquivaba a aquellos cadáveres andantes que chocaban una y otra vez contra él, en sus caras se reflejaba la angustia vivida. Armándose de valor consiguió llegar a la puerta del campo, sin pensárselo de nuevo, volvía al infierno.

—¡LEW!

La mancha blanca huesuda, estaba tirada en el suelo como si de un trapo se tratara; a su lado, Lewis, con la mirada llena de ira y desesperación, gritaba y agitaba una barra de hierro formando círculos alrededor de él, intentaba desesperadamente esquivar los ataques de dos hombres, cuya sangre jugaba a las carreras sobre sus marcados huesos, pero con las tripas hinchadas de haber comido en abundancia hacía bien poco, le gritaban en un idioma desconocido, enseñando sus podridos dientes, mientras reían con malicia.

—¡Solo la queremos a ella!

—¡Dánosla y vivirás un rato más!

—¡Atrás!

—No tienes ninguna posibilidad, doctorcito, ja, ja, ja… —El hombre sonríe mostrando sus ennegrecidos dientes.

Charles no podía pensar con claridad, tenía varias opciones, no sabía cuál era la acertada, no le quedaba carga en el arma, así que tenía que hacer algo y rápido, podía correr hacia el campo e intentar que le persiguieran a él y probablemente morir, convencer a su amigo que dejara a la chica y salvarse ambos, o tal vez enfrentarse a aquellos chalados.

De nuevo se enfrentaba a una muerte segura para los tres.

Su cerebro ante tal saturación se apagó, al contrario que las piernas, que por voluntad propia echaron a correr alejándose de la seguridad y volviendo a adentrarse en las profundidades de aquel infierno, no entendía qué pasaba hasta que de repente cambiaron el rumbo dirigiéndose directamente hacia los atacantes de su amigo, observaba sus maltrechas espaldas, en ese instante su cerebro reaccionó y entendió la jugada, el elemento sorpresa era la mejor opción.

Al primero lo golpeó con la parte trasera del arma, un ataque tan violento que borbotones rojos con trozos grises impactaron contra su cara, tiñéndola por completo, mientras lo veía desplomarse sobre el suelo, levantando una pequeña nube de polvo.

El otro agresor observaba cómo su cómplice se agitaba violentamente en la tierra cada vez más roja, levantó la vista y vio a Charles que seguía con el arma en la mano y una expresión de ira dibujada en el rostro ensangrentado.

Sin pensárselo aquel hombre, con los ojos inyectados ensangre por la ira contenida, lanzó un grito abalanzándose sobre Charles que le aguardaba impaciente, notaba cómo todos los músculos de su esquelético cuerpo, estaban tan tensos que parecía se le desquebrajarían de un momento a otro, preparado para recibir el ataque y contraatacar quedó perplejo cuando un fuerte impacto hizo que los ojos del energúmeno del que esperaba su embestida, salieran, cuales pelotas de pin pon expulsadas con ímpetu al exterior, cayendo sobre los brazos de Charles que se abrieron dejando que se desplomara sobre la arena.

—¡CORRE!

Pasó un tiempo breve que se hizo eterno, cuando la extenuación ya emergía para no retornar; sin darse cuenta, dejaron de correr y miraron hacia atrás. El campo se veía a lo lejos.

Caminaban cual manada de ñus sin destino, eran cientos, no se oían las voces de ninguno, solo pies arrastrando, miradas perdidas y caras desfiguradas por el dolor, junto a una forma torpe de andar que denotaba el sufrimiento por el que habían pasado.

El paisaje había cambiado desde que la raza humana había sido recluida, seguía siendo árido y seco, pero parecía más vivo, la madre naturaleza luchaba por renacer, el mundo se había purgado…

—¿Qué pasa C.?

—Nada, me duele el estómago, es como…

—Hambre y esperanza, colega, creí que nunca volvería a sentirlo.

—Ni a ver esto…

Los dos quedaron largo rato en silencio, la mujer parecía permanecer ajena a todo cuanto ocurría a su alrededor, de vez en cuando emitía leves sonidos que recordaban que estaba en brazos de Lewis.

Cada rayo de sol que asomaba por el horizonte era un halo que enfundaba paz y a la vez pánico, aquella salida del astro era diferente a todas las anteriores, observaban embobados como si fuera la primera vez que la intensa luz les deslumbraba.

Hacía tanto tiempo que no disfrutaban de su calidez que los claros ojos de ambos luchaban por cerrarse contra la curiosidad de volver a vislumbrarlo todo.

No sabían qué rumbo tomar, cómo sobrevivirían, qué sería del resto del mundo, aunque de todo aquello, lo peor era la incertidumbre de si aún merecía la pena seguir luchando, esto les presionaba el abdomen de manera permanente…

«Me di cuenta de que el mundo no había dejado de luchar y volvía a resurgir de sus cenizas, si nosotros seguíamos allí es que a nuestra raza no le tocaba aún irse…».

Diario de Charles TESMIN

Detrás de la máscara. Vol I

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