Читать книгу Amor predestinado - Yanina Vertua - Страница 10

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—Al fin llegas, ya me tenías preocupada —dijo Ana apenas la vio parada en la puerta esperando a que le abrieran—. Pensé que no llegarías a comer.

—Por favor, no grites, la cabeza me va a estallar en cualquier momento; demasiado tengo con este sol que me está quemando los ojos —le hizo saber mientras pasaba al interior de la casa escapando del sol radiante.

—Ya no estás para ese tipo de andanzas; anoche te pasaste un poquito con la bebida —le recordó divertida—. Ven, te tengo preparado un juguito de naranja y un calmante —la agarró del brazo y la arrastró a la cocina.

—Cómo te quiero, siempre tan atenta —le dijo dándole un beso sonoro en la mejilla y dejándose arrastrar. No la contradijo en lo referente a la bebida porque tenía razón. Lo que Ana no sabía era que la necesitaba para olvidar el día nefasto que había tenido, para olvidar que Fernando había vuelto a su vida para quedarse definitivamente, y que debía lidiar con eso.

—Yo también me levanté aturdida y con dolor de cabeza de los mil demonios, pero Pablo cuidó de mí como yo cuido de ti… —le contó—. Ahora quiero que me cuentes cómo la pasaste con ese churrazo; estaba que se partía de bueno. —Lo último se lo dijo en susurros por si aparecía Pablo. Obviamente no quería que la oyera hablar así del levante de su amiga, lo que menos quería era que se pusiera celoso.

—Sin palabras, amiga; es el dios del sexo. Lo hicimos una y otra vez. No me dio respiro y mira que yo estaba como una cuba, pensé que no resistiría ni a un round… —le dijo en voz baja. Tampoco quería que Pablo la escuchara, sabía que le había molestado que se fuera del boliche con un desconocido—. Hacía mucho tiempo que no la pasaba tan bien, te juro que con este tipo repito… —dijo con seguridad. Si algo no iba a desaprovechar era la oportunidad de pasarla bien.

—¡No me digas que caíste rendida a sus pies y que te enamoró con un buen cuerpo y un buen polvazo! —le dijo riéndose de ella, pinchándola para hacerla cabrear.

—Eso jamás, sabes que mi corazón quedó completamente seco y ya nada puede florecer en allí —dijo ceñuda. Le molestaba el solo hecho de pensar en enamorarse, esa idea estaba desterrada de su cabeza para siempre. Solo había amado una vez y era más que suficiente para ella.

—Te has puesto poeta. —Intentó sonar graciosa, aunque la ira la invadió. Si tuviera enfrente a ese desgraciado le haría pagar por el dolor que le provocó a su amiga. Si bien quería pincharla para hacerla enfadar, le salió mal porque la que terminó enfadada resultó ser ella.

—Es el efecto secundario de la «desilusión amorística» —le dijo para hacerla reír. Sabía que sus palabras le habían dolido a su amiga. Demasiado tenía ella misma con su dolor como para que Ana también la pasara mal.

— ¡Nooo…! —dijo entre risas. Solo Florencia podía hacerla sentir bien tan rápidamente—. Y ahora te inventas palabras que ni tú conoces… —Casi hace caer a Florencia del banquito en el que estaba sentada al darle un golpe en el brazo y se rieron juntas—. Dejemos de hablar pavadas y ve a darte un baño, tienes un tufo encima que mejor tenerte lejos. —La empujó hacia la puerta y la acompañó hasta el baño para asegurarse de que se diera una ducha. Conociéndola, sabía que era capaz de acostarse a dormir sobre el acolchado y sin sacarse la ropa.

Ya eran las ocho de la tarde. Faltaba poco para salir hacia la fiesta de despedida de soltera de Ana cuando sonó el timbre anunciando la llegada de alguien a la casa. Como Ana y Pablo estaban en su recámara terminando de prepararse, Florencia no tuvo opción y abrió la puerta. Se quedó helada al ver a Fernando parado frente a la entrada, mirándola con una sonrisa seductora que la dejó sin aliento. La barba apenas visible, el pelo corto a los lados y con flequillo despeinado, la sonrisa cautivadora y la mirada penetrante le recordaron lo peligroso que era. Siempre le había gustado dársela de chico malo, y se le daba muy bien cuando dibujaba en su rostro esa media sonrisa y miraba con esos ojos escrutadores.

Llevaba puesto un jean negro chupín y una camisa rosada que se le adhería al torso dejando entrever su cuerpo musculoso y trabajado. La llevaba arremangada hasta los codos. Era la viva imagen del hombre sexi y peligroso, toda una tentación para las mujeres. No estaba preparada para volver a verlo tan pronto y menos tan atractivo. Su porte la había excitado y solo la hacía desear perderse en su cuerpo. Hacía mucho que un hombre no hacía que se sintiera así de excitada con su mera presencia y con solo respirar su mismo aire.

Pablo no le había comentado que Fernando era la persona que lo pasaría a buscar para llevarlo a su fiesta de despedida. Si bien había hecho mención de que tendría chofer, nunca dijo de quién se trataba y se lamentaba por no haber preguntado. De haberlo sabido, hubiera estado preparada mentalmente, incluso se hubiera refugiado en su dormitorio para no cruzarse con él. Aún no podía creer que había vuelto a su vida y le costaba lidiar con el hecho de que tenía que acostumbrarse a verlo casi a diario. Verlo le provocaba un sinfín de emociones. Se asombraba que siguiera afectándola como dieciséis años atrás. Le robaba el aliento ver que seguía siendo igual de sexi y que su cuerpo se excitara con solo mirarlo. Le dolía que la siguiera tratando con indiferencia y que no hiciera ningún comentario sobre su pasado juntos. También recordaba el dolor que seguía sufriendo por su culpa, y que la había abandonado cuando más lo necesitaba.

Lo hizo pasar antes de que se percatara de su turbación, haciéndose a un lado para que entrara. Fernando le dio un beso en la mejilla y le dijo al oído lo bella que estaba, aprovechando la cercanía. Florencia sintió un estremecimiento por todo el cuerpo ante aquel simple contacto y se apartó rápidamente para que Fernando no notara cómo la afectaban su cercanía y sus palabras. Cerró la puerta y se tomó unos segundos para recobrarse, respiró hondo y se giró para hacerle frente. No debía olvidar que él formaba parte de un pasado, que debía olvidarlo, aunque le desgarrara el alma. Él estaba a punto de casarse, como se había enterado esa tarde; esa noticia que la impactó sobremanera. Si bien sabía que tenía novia, su corazón, en lo más profundo, había guardado la esperanza de que fuera una aventura pasajera y quizás pudiera nacer una nueva relación entre ellos. Pero un casamiento cambiaba rotundamente las cosas.

Fernando estaba a punto de iniciar una nueva vida y ella no pintaba nada allí, como nunca lo pintó. Se lo había dejado bien en claro hacía ya dieciséis años y no debía olvidarlo jamás. Si ella lo seguía amando a pesar de todo el dolor que le provocó, era un problema de ella y solo ella debía resolverlo. Fernando, con su indiferencia, le estaba dejando clara su postura: ella formaba parte de su pasado y seguiría allí. La vida le había dejado claro que Fernando no era hombre para ella y, si había guardado alguna duda a lo largo de esos años, se lo volvía aclarar. Fernando no era para ella y nunca lo sería. Tendría que lidiar nuevamente con el duelo de perderlo a pesar de no haberlo tenido jamás.

—Pablo no tarda en bajar —le dijo luego de aclararse la garganta, pero a pesar de su esfuerzo la voz le tembló. Le hizo señas para que pasara a la sala de estar—. Puedes esperarlo sentado —le ofreció con un nudo en la garganta. Tenerlo tan cerca la sofocaba y aprovechó para sentarse ella también. Le temblaba el cuerpo y no quería que Fernando lo notara.

—Gracias. —Se sentó en el sillón de al lado para estar bien cerca.

—¿Tuviste suerte anoche? —preguntó Florencia sin rodeos.

Conocía demasiado bien a los hombres como Fernando. Si bien iba a casarse, no creía que fuera hombre de una sola mujer. La forma en que la había mirado cuando le abrió la puerta y las palabras susurradas a su oído cuando la saludó se lo confirmaban. Ya había caído en sus redes una vez, no lo haría una segunda ocasión. Tantos años de sufrimiento le habían enseñado a no ser tan ingenua. Si bien sabía que su pregunta había sonado fuera de lugar e impertinente, debía dejarle claro que su presencia y su cercanía no la afectaban y que con ella no conseguiría nada. Fernando la miró como si no lograra comprender su pregunta.

—¿A qué te refieres? —le preguntó confuso. No entendía a dónde quería llegar con esa pregunta tan impertinente y fuera de lugar.

Le molestaba que le preguntara eso y que, además, fuera tan directa y se mostrara fría y desafiante. Había ido al boliche solo para verla a ella e intentar descifrar qué le pasaba porque no podía sacársela de la cabeza, y ella lo trataba como si fuera un mujeriego sin darse la posibilidad de conocerlo. Incluso esa noche había llegado un rato antes para tener la posibilidad de hablar con ella sin interrupciones, para conocerse un poco.

—Es una pregunta muy sencilla. Solo quería saber si lograste romperle el corazón a alguna jovencita —le preguntó con malicia, como si fuera una pregunta muy normal.

Florencia no podía con su mal genio. Si bien se había repetido una y otra vez que debía olvidarse de él y comportarse como si no lo conociera, necesitaba desahogar la frustración que sentía por su cercanía e indiferencia. Si lo tenía que hacer con pequeñas indirectas, lo haría; quizás así lograra calmar lo que le provocaba y, de paso, si tenía un poco de suerte, lograría que aceptara que la conocía y dejara ese teatro de lado. Fernando la miraba desconcertado, con una expresión de asombro dibujada en su bello rostro; rostro que a pesar de los años transcurridos recordaba con claridad.

Él seguía conservando su apariencia de chico malo, el cuerpo trabajado como resultado de varias horas de gimnasio, su piel morena más bien clara, esa sonrisa que cada vez que asomaba en sus labios gruesos la volvía a cautivar con la misma intensidad con que lo hizo en su juventud. Debía de dejar de mirarlo, de recordar cada parte de su fisonomía y de recrearse en ella. No debía olvidar que formaba parte de su pasado y debía seguir allí, aunque le hubiera gustado que no la evadiera como lo estaba haciendo y reconociera que tuvieron un pasado.

—No fui con esas intenciones —le aclaró molesto ante su impertinencia. Le fastidiaba que pensara eso de él, aunque esas palabras le hacían pensar que encerraban algo más. Estaba tenso. Esa mujer lo desconcertaba, esa voz le resultaba familiar pero no lograba saber de dónde.

—Cierto, qué tonta de mí. Cómo voy a pensar eso de un hombre que está a punto de dar el sí —le dijo sonriéndose y burlándose de él.

—¿Te molesta que me case? —le preguntó con una sonrisa alegre y maliciosa. Si ella quería divertirse a su costa, él también lo haría; le seguiría el juego, no perdería nada al hacerlo. Quizás de esa manera lograría sonsacarle algún tipo de información que lo ayudara a aclarar los sentimientos que ella le despertaba y el motivo de su mala actitud para con él.

—Dime, ¿por qué crees que me molesta que te estés por casar, si apenas nos acabamos de conocer? —le preguntó indiferente, aunque deseó decirle otras cosas, como «Lo que me molesta es que me trates como una completa desconocida».

—En eso tienes razón. No nos conocemos tanto como para pensar eso, aunque hay algo en tu forma de tratarme que me hace creer lo contrario. —Se acercó unos centímetros más a ella—. Desde que te salvé de caer en medio de la calle, te mostraste impertinente y recelosa, típico de cuando uno se encuentra con alguien que le cae mal —le hizo saber su impresión—. Fue como si te molestara mi presencia, por eso fui al boliche anoche… —La miró a los ojos buscando algo en ella que la pusiera en evidencia—. Quería intentar entender qué ocurre con nosotros, quería hablar contigo, pero no tuve suerte —reconoció molestó. Sus ojos demostraron furia.

—Cierto, no voy a discutir que me he mostrado un tanto insolente. Es que tu rostro me recuerda al maldito que me destrozó la vida —le dijo esperando que él dijera algo al respecto. No iba a ser ella quien reconociera que se conocían. Como se había propuesto, le seguiría el juego. Fernando se la quedó mirando pensativo y con ojos encolerizados.

—Lamento oír eso. —No entendía por qué, pero escucharla decir eso lo molestó al punto que solo quería buscar al tipo que la lastimó, que la hizo sufrir, y hacerle pagar por ello. Tuvo que alejarse un poco de ella para que no viera su perturbación y desconcierto.

Florencia despertaba en él una parte de sí que desconocía, algo que no había sentido con Natalia. Era como si sus sentimientos por Florencia hubieran estado siempre ahí: quería protegerla, cuidarla, abrazarla, besarla. Se estaba volviendo loco. No lograba a entender por qué esa mujer, que apenas conocía, lo podía perturbar tanto. Desde que la salvó de caer de bruces en el piso, su cabeza era un amasijo de emociones que no podía comprender. El vacío que sintió por años, como si le faltara algo, se desvaneció apenas la vio. Eso era lo que más lo confundía y desconcertaba.

—No pasa nada. Son cosas de la vida, forman parte del pasado. —Ella intentó sonar indiferente, aunque solo quería gritarle que él era el único responsable de todo el dolor que sufrió y aún sufría, pero se mordió la lengua. Ya llegaría el momento de decirle todo lo que tenía atravesado en la garganta, pero no esa noche, no quería ser la responsable de arruinar la mejor velada de sus amigos—. Intentaré cambiar mi actitud —le ofreció una tregua. Quizás si cambiaba su actitud con él, algún día reconociera que la conocía demasiado bien. Además, ayudaría a que la relación entre ellos fuera más amena por el bien del grupo y por el de ella, al menos por unos días. No debía olvidar que Fernando era socio de sus amigos en el estudio de abogados—. ¿Te molestó verme con otro hombre? —Necesitaba entender lo que vio en sus ojos la noche anterior; si bien estaba bastante ebria, vio un destello de ira en ellos, era como si eso lo hubiera molestado. Le recordó cómo la miraba cuando estuvieron juntos y algún jovencito la invitaba a bailar. Quería quitarle de la cabeza la esperanza de que pudiera pasar algo entre ellos.

—Dime, ¿por qué crees que debería molestarme verte con otro hombre cuando apenas nos conocemos? —le preguntó utilizando sus mismas palabras y con la misma indiferencia con que ella había hecho la pregunta anteriormente.

Ese tira y afloja continuo lo atraía, lo seducía, lo mantenía alerta. Sintió un deseo imperioso de tenerla entre sus brazos y volver a besar esos jugosos labios… Esa sensación lo desquiciaba. ¿Cómo era posible que sintiera eso si jamás la había besado?, ¿o sí? No solo le molestaba no tener respuesta a esas preguntas que le rondaban la cabeza y no lo dejaban en paz, sino que también le molestaba que el cretino con el que se fue del boliche la noche anterior y con el que pasó una noche extraordinaria, o al menos eso suponía, tuvo la suerte no solo de devorar esos deliciosos labios sino, además, de deleitarse con ese bello cuerpo…, cuerpo y labios que sentía que le pertenecían. Esos sentimientos se los guardaría para sí. Los celos lo estaban carcomiendo, jamás pensó sentir nada parecido por una mujer. Por nada del mundo reconocería que le afectaba en demasía a pesar de que recién se conocían. Por nada del mundo reconocería que sí le molestó verla irse del brazo de otro hombre que no fuera él y que estuvo a punto de ir a arrancarlo de su lado cuando los vio bailando tan pegaditos y con movimientos sensuales. Ese no era él, no entendía qué le pasaba. Necesitaba respuestas pronto o se volvería loco. Ella estaba haciendo todo lo posible para desencantarlo, pero estaba logrando todo lo contrario; se estaba obsesionando cada vez más con ella.

—Me contestas con mis palabras, muy inteligente de tu parte… —Sonrió complacida. No había perdido la picardía que lo caracterizaba en su juventud. Si mal no recordaba era muy posesivo y celoso, dos emociones que pudo ver reflejadas en sus ojos antes de volver a poner distancia entre ellos—. Te voy a dar un consejo, no intentes entender qué pasa entre nosotros porque no hay un nosotros. Simplemente eres el socio de mis amigos y si tengo trato contigo es por ese simple hecho; de lo contrario no hubiéramos cruzado ni una sola palabra, ni te hubiera registrado como lo hiciste ayer por la mañana conmigo; no eres mi tipo —le aclaró con el corazón palpitándole a mil por tenerlo tan cerca y no poder decirle que lo seguía amando a pesar del dolor que le provocó y que le seguía provocando con su indiferencia. Mentir la hacía ponerse nerviosa. Jamás fue buena en eso cuando se trataba de él.

—Eres muy rebuscada con las palabras. Por un lado, intentas decirme que no hay un nosotros y que de no ser por los chicos jamás lo habría, pero… —respiró hondo, frustrado, y se aclaró el rostro con las manos— ¿por qué me dices que no me hubieras registrado como hice contigo cuando te rescaté de caer? ¿Qué es lo que intentas decirme? —le preguntó mirándola, confundido—. Necesito que seas clara conmigo, te juro que no te entiendo —le dijo apesadumbrado, como derrotado.

—Tú lo has dicho… —Le pegó en el pecho con el dedo índice, pronunciando cada palabra con desprecio—. Soy muy rebuscada. Lo mejor que puedes hacer es mantenerte alejado de mí como ya has hecho. Supongo que no te resultara difícil —lo apremió sin dejar de apretarle el pecho con su dedo y muy enojada porque siguiera con ese juego absurdo de no reconocerla.

—Ahí estas de nuevo con tus palabras en código —Fernando le aferró la mano con la suya antes de que retirar el dedo de su pecho y sintió un cosquilleo en todo el cuerpo. No la soltó, le gustaba sentir su piel suave entre sus dedos. La miró a los ojos; esos ojos verdes que lo persiguieron en sueños, enloqueciéndolo, y pudo ver cómo le afectaba su cercanía—. ¿Sabes? Eres muy distinta a como te había imaginado —le dijo cuando logró recobrar el aliento. Tenerla tan cerca no lo dejaba pensar con claridad—. Los chicos siempre me decían que el día que nos conociéramos íbamos a ser grandes amigos —Florencia sonrió con malicia—, pero eso no es lo que está pasando entre nosotros.

—Dudo que eso pueda llegar a ocurrir algún día. Simplemente tendremos trato por poseer amigos en común, pero entre nosotros no habrá nada de nada —le aclaró cada vez más ofendida y enojada, al mismo tiempo que se deshacía de su agarre. Necesitaba recuperar su mano y dejar de sentir el contacto de sus pieles. No podía pensar con claridad, su cercanía le nublaba la mente—. Lamentablemente, no doy segundas oportunidades —le aclaró molesta.

Florencia no lograba entender hasta dónde quería llegar Fernando con ese juego. ¿No se daba cuenta de que demasiado la había hecho sufrir con su abandono? Todo hubiera sido más fácil si hubiera reconocido que se conocieron en la juventud. Ella podía haberle dicho unas cuantas cosas y si a él tanto lo perturbaba volver a verla por haberse comportado como un cretino, le pediría disculpas y solucionado el problema; cada cual con su vida. Pero no, tenía que buscarla para pedirle explicaciones que no pensaba darle, haciéndose el pobrecito, intentando dar lástima, mostrándose confundido. Debía olvidarlo, solo estaba jugando con sus sentimientos. Ya había caído una vez y no pensaba tropezarse con la misma piedra. Si pensaba que podía divertirse a su costa estaba muy equivocado, ya podía irse buscando a otra ex con la que llevar a cabo su malicioso plan.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó extrañado. Esas palabras encerraban mucho más—. Todos dicen que eres directa y franca. Quiero que lo seas conmigo y me hables directamente —le exigió exacerbado, fuera de sí. Se acercó a ella con ganas de exigirle una respuesta, obligándola a mirarlo a los ojos, pero no estaba preparado para ver el dolor y la ira reflejada en esos ojos verdes que lo tenían cautivado.

Se recostó en el sillón completamente anonadado y molesto con él mismo. No entendía lo que acababa de pasar, por qué había reaccionado con tanta desmesura, tan impropia en él. ¿Por qué había dolor en los ojos de Florencia? El enojo lo podía comprender, pero el dolor era otra incógnita más. Necesitaba tranquilizarse y hablar con calma. De lo contrario, encontraría cada vez más incógnitas que respuestas y sabía que solo ella podía dárselas. Algo en su interior le decía que se conocían muy bien, que ella podría ayudarlo a llenar las lagunas que inundaban su mente dañada. Aún no había logrado procesar su reacción desmedida, ni pedirle disculpas a Florencia, cuando la voz de Pablo lo sobresaltó.

—Fer, has llegado temprano. —Pablo se acercó para estrechar su mano.

—Estaba listo y no sabía qué hacer con el tiempo. —Intentó sonar tranquilo y que no se notara su turbación. Se levantó del sillón y lo saludó.

—Bien pensado, ¿qué te parece si nos tomamos unas cervezas mientras esperamos que se haga la hora? —le ofreció Pablo camino a la cocina sin esperar la respuesta, en busca de un par de cervezas.

—Te ha salvado la campana, pero tendrás que explicarme eso de que no das segundas oportunidades. Hablaba de en serio cuando te dije que necesito que seas clara conmigo —se acercó a Florencia, se acuclilló a su lado para quedar a la misma altura y para poder mirarla a los ojos.

—Dime… —Lo miró desafiante, se acercó unos centímetros más a él sin desviar la mirada—. ¿Qué diría tu novia si se entera que estás poniendo demasiada atención en mí? ¿Qué pasaría si se entera que has llegado temprano a casa de tu amigo para poder hablar conmigo...? —Fernando la miró con el ceño fruncido. No había que ser muy inteligente para darse cuenta de que no comprendía sus preguntas. Se acercó a su oído y le habló en susurros—: Yo diría que estarías en muy serios problemas. Te doy un consejo… No te va a resultar muy difícil hacerlo porque en eso tienes mucha experiencia… —Respiró hondo. A pesar de estar muy enojada con él, no iba a desaprovechar la oportunidad que tenía de embriagarse con su aroma. No sabía si volvería a tenerlo tan cerquita para poder volver a disfrutarlo. Fernando, no se había movido de su lugar—: Deja esta paranoia tuya atrás, tú a tu vida y yo a la mía; créeme, es lo mejor para los dos, especialmente para ti, que eres quien está a punto de casarse. —Volvió a poner distancia entre ellos. El corazón le latía a mil, le retumbaban los oídos. Su cercanía la afectaba más de lo que se imaginaba.

—Fer, tu cerveza. Flor, no te pregunté si querías una —les dijo Pablo acercándose a ellos y mirándolos extrañado. Fernando se paró, tomó la cerveza y se sentó en el sillón al lado de Florencia, furioso.

—No, gracias, estoy bien. No quiero empezar a beber tan temprano, aún me dura la borrachera de anoche —le dijo Florencia entre risas.

—¿Todo bien entre ustedes? —les preguntó Pablo con el ceño fruncido, mirando a ambos y esperando una respuesta. No lograba comprender qué hacía Fernando, de cuclillas al lado de Florencia, cuando entró en el salón. El ambiente se notaba cargado de tensión, como si hubieran estado discutiendo o algo parecido.

—Obvio que sí —dijo Fernando, con una sonrisa fingida—. Nos estamos conociendo.

Estaba molesto por la interrupción y porque cada vez tenía más preguntas. Florencia no le había aclarado nada, todo lo contrario: había plantado más dudas en su cabeza. Tenía la certeza de que se conocían y de que fue alguien importante en su vida; por eso sentía lo que sentía por ella y por eso lo trataba con resentimiento. Necesitaba hablar con ella, explicarle lo que le había sucedido, pero nuevamente había perdido la oportunidad. No se daría por vencido tan fácilmente, encontraría otro momento para abordarla.

—Si me disculpan, voy a terminar de arreglarme. —Florencia, aprovechó que Pablo estaba presente para escabullirse de allí.

Se apresuró para subir a su habitación. Necesitaba alejarse de Fernando, necesitaba relajarse. La tensión vivida la había dejado temblando como gelatina, la había afectado mucho. Su corazón le palpitaba tan deprisa que sintió que estaba a punto de sufrir un infarto. Su cercanía y su perfume amaderado le recordaron los días en que se amaron con locura. Tenía que organizar sus pensamientos y sus sentimientos. Fernando la desestabilizaba y necesitaba ser fuerte si quería seguir con su vida. Tenerlo cerca le hacía ansiar abrazarlo y perderse en su boca, pero era evidente que eso a él no le sucedía. Su indiferencia era una prueba más que suficiente y solo despertaba en ella ganas de ahorcarlo con sus propias manos. No entendía por qué le hacía eso, por qué se hacía el confuso, por qué se hacía el que no se acordaba de nada. ¿Tan poco había significado para él como para que la hubiese olvidado del todo? ¿Cómo era posible que no guardara ningún recuerdo de su verano? Habían pasado juntos tres semanas de sus vidas, dos semanas en las que no se habían separado más que para ir al baño y que se habían amado con locura. Era imposible que no se acordara de ella; cualquier hombre se acordaría de haber pasado unos días intensos con una mujer a pesar de no amarla. No le alcanzaba con haberla abandonado, quería humillarla y jugar con sus sentimientos; esa era la única explicación lógica que encontraba a esa absurda situación. Pero no le daría ese gusto, antes lo destruiría. Le destruía su vida perfecta, lo dejaría en evidencia delante de sus amigos, le haría perder todo por lo que trabajó y se esforzó.

Amor predestinado

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