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El pub rebosaba de gente. Era, sin dudas, un lugar con muy buena atención, ambiente cálido, buena música y la cerveza, además de ser artesanal, era exquisita; el lugar ideal para compartir un rato entre amigos y pasarla muy bien. Ese era el lugar donde Ana y Pablo se habían conocido cuatro años atrás y desde entonces se había convertido en el pub favorito de ambas amigas. Como era costumbre, iban a cenar allí cada vez que ella llegaba de visita y recordaban viejos tiempos. A diferencia de otras veces, esa noche no estarían solos; también asistirían el resto de sus amigos. Sería la última vez que el grupo se reuniría por completo antes del casamiento, que se celebraría el fin de semana.

—¡Hola Esteban! —saludó Florencia con alegría. Estaba feliz de reencontrarse con él. Esteban la estaba esperando parado junto a la mesa que tenían reservada. Se fundieron en abrazo cálido y fuerte, de esos que solo se dan dos buenos amigos.

—Ayer pensé que me ibas a ir a recibir —le reprochó con un pellizco en el brazo y lo miró con cara decepcionada.

—Tuve un compromiso que no pude cancelar —dijo apenado y manteniéndola apresada por la cintura para no romper el contacto y evitar que se le escapara.

—Lo importante es que hoy estas aquí. —Le dio un sonoro beso en la mejilla. El tono de voz que empleó Esteban solo significaba una cosa y era que ese compromiso tenía que ver con una mujer, y se alegraba por ello—. Estoy feliz de verte —le dijo con una gran sonrisa. Ya tendrían tiempo de hablar sobre el tema.

—El que está feliz de verte soy yo —le dijo al oído con voz seductora—. Estás cada día más linda —le dijo mirándola a los ojos y haciéndola girar para verla de cuerpo completo.

—Gracias —respondió Florencia con voz pícara, soltándose de su agarre para sentarse. Esteban no cambiaba. Cada vez que la tenía enfrente intentaba seducirla, era algo innato en él. Solo esperaba que la mujer con la que estaba manteniendo una aventura prosperara, por su bien.

Desde que se habían conocido, cuatro años atrás, el mismo día que Ana y Pablo se enamoraron, lo consideraba un buen amigo, aunque él no cesara en su misión de enamorarla y atraparla en sus redes. Nunca le había ocultado que estaba enamorado de ella, o al menos eso creía él, pero ella no sentía lo mismo y lamentó no haberse enamorado, porque hubiera sido un buen compañero para pasar el resto de su vida. El corazón elegía a quien amar y para su mala fortuna, el suyo había tomado muy malas decisiones. Esteban debía conformarse con lo único que le podía dar, y era una relación informal y esporádica, sin ataduras ni rótulos. Solo podían ser amigos con derecho a roce mientras no apareciera nadie más importante en sus vidas que hiciera que su relación cambiara. Tenerlo en ese momento a su lado hizo que olvidara el mal día que tuvo. Con su sola presencia podía quitarle el mal humor y devolverle la alegría perdida. Había pasado un año desde la última vez que se vieron, y a pesar de la distancia tenían una relación especial, relación que mantenían gracias a las redes sociales.

—¿Cuándo llega tu hombrecito? —le preguntó interesado por Lucas. Le gustaba iniciar la conversación interesándose en la persona más importante en la vida de Florencia. La tomó de la mano, necesitaba sentirla y saber que no era un espejismo, que después de tanto tiempo volvía a estar sentada a su lado.

—Llega el miércoles. Viene en avión con mis padres y los padres de Ana. —Cuando le contestó, su rostro se iluminó. Siempre que hablaba de su hijo lo hacía con orgullo en su voz.

—Hace tanto que no lo veo… Supongo que debe haber crecido. —Si por él fuera, lo vería cada día de su vida, pero Florencia no le daba esa oportunidad y sabía que nunca lo haría. Él no podía quitarle la mirada de encima, su belleza lo cautivaba; ninguna mujer le provocaba esos sentimientos, aunque desde que había conocido a Micaela las cosas habían cambiado un poco. Se podría decir que esta vez, a pesar de su flirteo, la veía con otros ojos.

—Yo diría que creció unos cuantos centímetros. —No quiso revelarle más. Seguramente cuando lo viera iba a quedar enmudecido por la altura que había ganado desde el verano anterior.

Esteban tenía una hermosa relación con Lucas. Quien los veía juntos pensaba que eran padre e hijo. Una vez más deseó poder ver a Esteban con otros ojos y darle la oportunidad que él le había pedido hasta el cansancio, pero eso era algo que le resultaba imposible de aceptar. Y luego del encuentro de esa mañana, le iba a resultar imposible pensar en tener algo serio con cualquier hombre.

Fernando la había dejado imposibilitada para volver a amar. No quería tener que volver a pasar por esa vivencia, no quería que nadie más la lastimara y se burlara de ella. Esa mañana fue un duro recordatorio de que el dolor que le provocó seguía latente a pesar del tiempo transcurrido. Lo mejor era seguir sola como lo había hecho durante todos esos años, solo así podía cuidar su corazón.

Florencia no creía que Esteban, a pesar de creerse enamorado de ella y de ser una gran persona, muy responsable y un compañero ideal, lograra ser hombre de una sola mujer, aunque él aseguraba que por ella era capaz de dejar toda su loca vida atrás. Si bien estaba enamorado de ella, ese no era el amor que te robaba el corazón para nunca más devolvértelo. Esteban estaba enamorado de un ideal y sin dudas la quería muchísimo, pero sus sentimientos eran más bien los de un gran amigo. Ella deseaba que algún día Esteban conociera el verdadero amor y fuera muy feliz con la afortunada de tener su corazón, como lo era Ana con Pablo. No quería que tuviera su mala fortuna y sufriera como lo hacía ella, día tras día, a pesar del tiempo que había transcurrido.

—Y dime, ¿las muchachas ya le andan rondando? —le preguntó con picardía.

Quería hacerla rabiar, le encantaba cuando se enfadaba y después se desquitaba haciéndole la noche imposible. Además, quería saber si era de esas madres hipercelosas; aunque conociéndola, no lo creía, pero quizás lo sorprendía… Nunca sabía con qué podía sorprenderlo.

Lucas había heredado la belleza natural de su madre, aunque sus rasgos principales debían venir de su padre, del que nunca pudo saber nada a pesar del estrecho lazo que compartía con Florencia y con Ana. Cuando alguien quería hablar del tema, ambas mujeres solo decían que estaba muerto y daban por zanjado el asunto.

—Ojalá solo lo rondaran. Ya tiene una «noviecita» —enfatizó su última palabra cambiando el tono de su voz y se rio por ello.

Todavía le resultaba increíble que su hijo hubiera crecido tanto y que la estuviera por convertir en suegra. Sabía que Esteban esperaba otra reacción de su parte, pero la etapa por la que estaba atravesando su hijo la enorgullecía y se sentía feliz por él. Rezaba cada noche para que el corazón de su hijo no resultara dañado, ni tuviera que vivir una experiencia tan dolorosa. Así que nada de lo que le dijera para pincharla y hacerla enfadar daría resultado.

—O sea que ya lo han atrapado —dijo sorprendido tanto por la noticia como por la reacción de Florencia—. Qué suerte tiene esa chica. Ojalá algún día YO corra con la misma fortuna y logre atraparte. —Como siempre, aprovechó para volver al ataque. Quizás había llegado su momento de ver cumplido uno de sus sueños.

—Esteban —lo miró con el entrecejo fruncido y su voz sonó amenazadora. Estaban pasándola tan bien que detestaba que volviera al ataque. Pero como siempre le recordó, con solo pronunciar su nombre, que ella no era mujer para él y nunca lo sería.

—Nunca pierdo las esperanzas —dijo entre confiado e ilusionado. Si bien acababa de llegar, necesitaba recordarle cuánto deseaba que formara parte de su vida para siempre. Si ella le daba una chance, no dudaría en acabar con la relación que estaba iniciando…, aunque no entendía por qué cada vez que pensaba en ello sentía una fuerte opresión en el pecho.

Ana la salvó de las garras de su amigo al requerir su atención. Se imaginó que su amiga solo había querido rescatarla al percatarse de su incomodidad. Ella más que nadie sabía cómo le molestaba que Esteban la atosigara siempre con lo mismo. Solo quería pasarla bien, divertirse; pero como siempre, Esteban no perdía la oportunidad de recordarle sus más profundos deseos. Si no fuera por ello, su compañía era perfecta. Se giró para mirar a Ana y agradecerle su intervención, pero nada la preparó para lo que estaba a punto de presenciar. Nuevamente sintió como el piso se abría bajo sus pies y la engullía. El destino, sin dudas, no solo estaba jugando con ella, también se estaba divirtiendo a su costa. Respiró hondo para ocultar las miles de emociones que la golpearon como una tromba, aunque deseaba gritar para liberar el nudo que se había formado en su estómago y la impotencia que sentía, pero debía mantener la compostura si no quería llamar la atención de los demás. Fingió su mejor sonrisa y lo miró sin inmutarse aunque un mar de lágrimas amenazaba con hacer acto de presencia. Frente a ella tenía al hombre que habitó en sus sueños por muchos años, al hombre que puso su vida patas arriba cuando tan solo era una jovencita inocente y sin experiencia; al hombre que, para su desgracia, aún seguía amando y odiando con la misma intensidad.

—Flor, te presento a nuestro nuevo socio Fernando. Fernando, ella es mi mejor amiga, Florencia. —Ana miró a uno y luego a otro con una gran sonrisa en la cara. Al fin tenía el placer de presentarlos. Fernando se había convertido en un gran amigo tanto para ella como para Pablo.

—Un gusto, he oído hablar tanto de ti que tenía muchas ganas de conocerte —dijo con su mejor sonrisa y se acercó para saludarla con un beso en la mejilla.

—Yo no tanto —le dijo con insolencia apartando la cara para evitar el contacto de sus rostros. Verlo le recordó el mal día que había pasado y los miles de sentimientos que la embargaron, por lo que no pudo controlar su reacción. Lo que menos quería en ese momento era recibir un beso de su parte.

Todos los presentes la miraron extrañados porque ella era una persona educada, amable, atenta y que siempre se mostraba contenta y alegre cuando conocía a alguien. Nada que ver con la persona que acababa de comportarse insolente, y que, además de haberlo rechazado, se lo quedó mirando con una sonrisa maliciosa y con ojos cargados de tanto odio que podían taladrar una pared.

—Fer, ¿a qué no es la mujer más linda? —le dijo Esteban, intentando sonar divertido, para aflojar la tensión que se había creado en el ambiente ante la reacción desmedida de Florencia. Le tomó la mano y le dio un beso para atraer la atención de ella, cosa que no logró porque esta no dejaba de fulminar con la mirada a Fernando. Notó como le temblaba la mano bajo sus dedos. No lograba comprender el motivo de sus nervios, ya que ellos no se conocían para nada, o al menos eso tenía entendido. Sin dudas había algo que se le escapaba.

—No voy a negar algo tan evidente —le respondió Fernando sin dejar de mirar a Florencia extrañado por su comportamiento e intentando de entender que ocurría allí. Esa mujer no se parecía nada a la mujer que sus amigos habían descripto, aunque debía suponer que ese comportamiento fue producto del temor que sintió al pensar que le preguntaría por lo ocurrido esa mañana, pero lo dudaba.

—Y hablando de mujeres lindas, ¿dónde te dejaste a la tuya? —le preguntó Esteban intentando llamar su atención. Le extrañaba que no se dejaran de mirar.

—Natalia no se sentía muy bien y prefirió quedarse en su casa —le respondió desviando la mirada hacia Esteban y rompiendo el contacto visual con Florencia a pesar de no quererlo. No entendía lo que le sucedía con esa mujer. Desde que la salvó de su inminente caída, no se la había podido sacar de la cabeza y ahora, después de ese recibimiento efusivo, las cosas empeoraron. Algo en ella lo cautivaba y desconcertaba.

—Si me disculpan, necesito ir al baño —dijo Florencia aprovechando que Fernando había centrado su atención en Esteban.

Necesitaba huir de allí, no estaba preparada para volver a encontrárselo; era demasiado pronto para que volviera a ocurrir y muchos menos en ese lugar, rodeada de sus amigos. Tenerlo frente a ella despertaba sentimientos que quería sepultar y olvidar para siempre, como se había jurado que haría después de habérselo encontrado esa mañana y de que él la hubiera tratado con indiferencia. Durante muchos años deseó volver a encontrárselo, preguntarle qué significó para él, si a pesar de no querer nada con ella la recordaba de vez en cuando; contarle lo que le había pasado, recriminarle por haberla abandonado cuando más lo necesitaba, ahorcarlos con sus propias manos, provocarle el mismo dolor que le había causado a ella. En dieciséis años, sus caminos jamás se habían cruzado, y, en menos de doce horas, el destino se había empeñado en juntarlos. Necesitaba alejarse de allí, ordenar sus pensamientos, pensar bien qué haría ahora que sabía que lo vería con frecuencia, que estaría cerca. Muy cerca. Al fin tenía la oportunidad que durante tantos años había añorado y ansiado, pero él no se lo estaba poniendo fácil al tratarla con indiferencia. No lograba entender por qué lo hacía y eso la indignaba.

Verlo hizo que su corazón volviera a latir con brío y eso la enojó muchísimo. Ya no era una niña tonta, era una mujer hecha y derecha que debía poder controlar sus sentimientos, pero eso no estaba sucediendo, todo lo contario. Fue como si el tiempo no hubiera transcurrido y le recordó la primera vez que sus miradas se cruzaron. La atracción fue intensa.

Su mente era un ir y venir de miles de pensamientos que la abrumaban y, como si tuviera poco, tenía que lidiar con la idea de una mujer. Saberlo le provocó unos celos terribles. No entendía por qué sentía eso, si él formaba parte de su pasado aunque su corazón no lo dejara ir. Además, lo odiaba con toda su alma por el dolor que le provocó y que aún le provocaba. Eso no debía olvidarlo jamás.

—Te acompaño, necesito lavarme las manos —se ofreció Fernando. Al hacerlo, Florencia lo fulminó con la mirada. Él no entendía qué le pasaba a esa mujer, por qué se mostraba tan insolente y por qué lo miraba tan mal si no se conocían.

Florencia caminó delante de él con urgencia, necesitaba alejarse y perderlo, poner varios metros de distancia entre ellos o terminaría por enloquecer. Su mente y su corazón eran un amasijo de emociones revueltas; por un lado, quería gritarle, insultarlo, dejar salir todo el dolor que le provocó por su abandono; por el otro, quería lanzarse en sus brazos y abrazarlo, sentir que era real, saborear sus labios. Los sentimientos de aquel entonces volvieron con la misma intensidad, solo bastó volver a verlo para que reaparecieran. Era como si las llamas del amor nunca se hubieran apagado y volvieran a arder con mayor intensidad. Lo más sensato en ese momento era tratarlo con la misma indiferencia con que él la trataba, por lo menos hasta aclarar su mente confusa y saber qué hacer.

—Quería saber cómo seguías, me fui preocupado cuando te dejé sola —le dijo ni bien estuvieron lejos de la vista del grupo y antes de que entrara en el baño, dejándolo solo en el pasillo. Jamás reconocería que no pudo dejar de pensar en ella en todo el día y que apenas la vio con ese vestidito no podía dejar de pensar en recorrer cada centímetro de ese perfecto cuerpo con sus manos. No entendía qué le pasaba con ella, ni por qué su pulso se aceleraba con solo verla. Necesitaba respuestas y las necesitaba ya; nunca nadie lo había alterado de esa manera.

—Como ves, estoy muy bien; y si mal no recuerdo, creo que te agradecí por tu ayuda —le dijo sin girarse y con una mano en el picaporte de la puerta. El dolor y el amor en su interior la quemaban como si tuviera una llaga ardiente y necesitaba sofocarla. Le seguiría el juego y haría como que no lo conocía, como si nunca hubiera ocurrido nada entre ellos; esa era la mejor solución a su problema por el momento. Se giró para mirarlo a los ojos—. También te agradezco por no haber dicho nada delante de Ana. —Su voz sonó realmente agradecida por ello, si había algo que no quería era que Ana descubriera la verdad y que su casamiento dejara de ser el tema principal de sus conversaciones.

—Debo suponer que no le contaste de lo ocurrido. —Se extrañaba de que no lo hubiera hecho, ya que siempre oía de la complicidad que había entre ellas; además, no había pasado nada grave. Si había algo que le costaba entender, era a las mujeres, y especialmente a esa.

—No quise preocuparla con pequeñeces, demasiadas preocupaciones tiene estos días —intentó sonar convincente—. ¿Supongo que no necesito pedirte que esto quede entre nosotros? —la pregunta sonó más como una orden.

Se guardó el orgullo y se mordió la lengua para no gritarle a la cara unas cuantas verdades que tenía atragantadas en su garganta desde esa misma mañana, más bien desde hacía dieciséis años. Ese no era momento, ni el lugar; además, no pensaba rebajarse. Si él había pasado página, ella debía hacer lo mismo y comportarse como una mujer madura. No debía olvidarse de eso, por unas horas al menos. Lo miró desafiándolo, pero lo único que logró fue que él diera un paso hacia ella y la mirara con el ceño fruncido, escudriñando sus ojos, como buscando en ellos, algo perdido. Tenerlo tan cerca, mirarlo a los ojos, la hacía recordar viejos tiempos. La hacía anhelar que todo fuera diferente, volver el tiempo atrás, pero eso solo sucedía en las películas y su vida no lo era.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —él no se molestó en contestar su petición. Necesitaba sacarse de encima la espina que lo había atormentado durante todo el día, y ella era la única que podía lograrlo. Dio otro paso hacia ella y respiró hondo. Ese aroma lo volvió loco y sin saber por qué deseó perderse en esos labios y recorrer cada centímetro de ese cuerpo con sus manos. Su mente se lo pedía a gritos y su corazón latía descontrolado y ansioso por a sentirlos. No entendía por qué sentía, en el fondo de su ser, que ya lo había hecho miles de veces.

—Supongo que no podrá ser. Me urge entrar —le dijo y entró al baño rápidamente. Necesitaba alejarse de él; poner, de momento, una puerta de por medio.

Tenerlo cerca no deparaba nada bueno, todo lo contrario, hizo que deseara perderse en esa boca con la que había fantaseado por años a pesar de saber que no la amaba y que había jugado con ella. No podía permitirse ser débil, ya no era una muchachita ingenua. Debía pensar antes de actuar y no podía dejarse guiar por el corazón, porque por escucharlo se lo destrozaron y a pesar del tiempo que había pasado seguía pagando las consecuencias.

—Pero… —no logró preguntarle nada. Florencia no le había dado la oportunidad y, por la manera en que se había escabullido, tampoco lo haría.

Si sus ojos y su voz no lo dejaron en paz a lo largo del tedioso día, el aroma de su perfume y el diminuto vestido que lucía lo perseguirían por años. Volvió frustrado a la mesa. Más que nunca necesitaba de un trago fuerte. Por esa noche sabía que no iba a lograr develar el misterio que encerraba esa mujer. Tenía que encontrar el momento indicado para hablar con ella si quería entender.

Amor predestinado

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