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A pesar de estar sentados en la misma mesa, logró mantener las distancias y evitar conversaciones con Fernando. La llegada de otros de sus amigos la ayudó a relajarse un poco y volver a ser, por momentos, la Florencia divertida y distendida que todos conocían. A pesar del esfuerzo terrible que hacía para no mirarlo, no podía evitar que sus ojos se desviaran hacia él y se lo devoraran enterito. Si bien habían pasado varios años desde su último encuentro, Fernando seguía igual de sexi y para su desgracia, aún más. Los años habían sumado madurez a su belleza, y le sentaban perfectamente. Por momentos sentía la necesidad de salir huyendo de ese lugar y poner más distancia con Fernando. Si bien no habían cruzado palabras más que las intercambiadas en la puerta del baño, necesitaba alejarse de él lo más que pudiera, porque tenerlo cerca despertaba sentimientos que quería acallar.

Fernando no intentó ningún tipo de acercamiento y eso le producía sentimientos encontrados. Por un lado, se sentía agradecida porque no sabía cómo hubiera reaccionado de no haber sido así. Por el otro, la enojaba sobremanera porque eso solo le recordaba que no había significado nada en su vida. Cada vez le costaba más contener la imperiosa necesidad de decirle todo lo que tenía guardado en el fondo de su corazón, y si eso sucedía, solo saldrían de su boca palabras hirientes y oscuras de las que luego se arrepentiría. Tuvo que contener su lengua viperina en varias ocasiones para evitar preguntarle con cuántas mujeres se había divertido en su juventud y si eso le traía satisfacción. Si hubiera estado presente su novia, dudaba que hubiera podido controlarse; seguramente lo hubiera atosigado con una serie de preguntas impertinentes para hacerlo sentir incómodo, calmando su sed de venganza.

Necesitaba descargar la tensión que sentía y solo había tres maneras de lograrlo. La primera era gritar hasta quedar afónica, la segunda era teniendo sexo duro hasta caer rendida, y la tercera era bailar hasta que los pies se le ampollaran. La primera opción la descartó de inmediato, no quería quedar como una loca delante de sus amigos. La segunda la descartó ni bien Esteban le contó que estaba saliendo con una chica que había conocido hacía un tiempo y con quien las cosas parecían marchar bien. Así que se decantó por la tercera opción; bailar hasta que sus pies se ampollaran, y, si tenía algo de suerte, quizás conociera a alguien con quien pudiera llevar a cabo la segunda opción. Sin dilatar más el momento, propuso al grupo acercarse hasta un boliche para bailar. Como era de esperar, no todos se mostraron de acuerdo, ya que al día siguiente algunos tenían que levantarse temprano para trabajar, entre ellos Fernando y Pablo; pero como también era de esperar, Esteban y Ana no dudaron en prenderse a su propuesta.

Se pusieron en marcha inmediatamente. Ella iba al frente del grupo, enojada consigo misma porque se sintió desilusionada ante la negativa rotunda de Fernando a acompañarlos… aunque lo que más quería, cuando propuso salir a bailar, era poner kilómetros de distancia entre ellos para aclarar sus pensamientos contradictorios y olvidarse por un momento de él.

La cola para entrar era de una cuadra, pero como siempre sucedía, ellos no la hicieron y se acercaron a la entrada donde se encontraba un amigo de Esteban, quien los hizo pasar apenas los vio acercarse. Una vez dentro, Esteban desapareció sin decirles nada, dejándolas completamente solas entre ese mar de gente joven y con las hormonas revolucionadas. Se acercaron a la barra y pidieron un par de tequilas, su bebida favorita. La noche recién empezaba y a pesar de haber tomado varias cervezas, Florencia aún no tenía la mente nublada como pretendía. Primero, brindaron por la felicidad de Ana y a la cuenta de tres lamieron la sal de la mano, tomaron de un trago el tequila y chuparon el limón. Gritaron para liberar el ardor que les dejó el líquido cuando bajó por sus gargantas quemando todo a su paso. Repitieron la secuencia por segunda vez, con grito y todo, luego de brindar por su amistad. Estaban riéndose tanto por su comportamiento anormal que no se percataron de que Esteban se acercaba a ellas con una chica de la mano y, sin rodeos, se las presentó como su novia.

Ambas se quedaron de piedra. Primero, porque Esteban acababa de presentar a su novia, cosa que jamás había sucedido desde que se conocían; y segundo, porque frente a ellas estaba de pie una jovencita varios años menor que ellas, vestida para infartar. Llevaba un vestido diminuto, al cuerpo, de color rojo sangre; tenía piernas delgadas y bien torneadas, piel bronceada, cintura de avispa, senos grandes, rostro de modelo, ojos azules y para completar el esquema, su pelo era lacio, largo y de un rubio platino. Era una mujer envidiablemente perfecta. Sin dudas, la envidia de las de su raza. Se acercó a ellas, que la miraban embobadas, y las saludó con un abrazo afectuoso, feliz por haberlas conocido finalmente.

—Es un gusto conocer a la persona que finalmente logró atrapar en sus redes a Esteban —le dijo Ana a Micaela luego de salir de su asombro—. Ahora entiendo por qué no querías presentarla —le dijo a Esteban quien se rio con su comentario.

—Micaela, tienes que contarnos cómo hiciste para atraparlo —le dijo Florencia, a los gritos para hacerse entender por sobre la música.

Florencia estaba feliz por Esteban. No le molestaba que se hubiera enamorado de otra mujer, era algo que siempre había deseado. Tampoco sentía celos, lo apreciaba mucho pero solo como amigo y quería lo mejor para él, y si para él Micaela era lo mejor que le podía pasar en la vida, la aceptaba con los brazos abiertos.

—Por supuesto, cuando quieran —dijo feliz por haber sido recibida tan bien—, pero por favor llámenme Mica, así es como me llaman mis amigos. —A pesar de haberlas conocido en ese momento, las consideró inmediatamente como tales.

—Me hace feliz que estén juntos y enamorados. Para serte sincera, me caes muy bien; así que bienvenida al grupo —dijo Ana un poco más achispada que de costumbre.

—Esto se merece un brindis —dijo Florencia aprovechando el motivo para atiborrarse de alcohol. Se giró hacia la barra y pidió cuatro tequilas—. ¡Tomamos a la cuenta de tres! —Todos asintieron con sus vasos en las manos—. Uno, dos, tres. —Y al mismo tiempo los cuatro repitieron el ritual para tomarse el tequila.

—¿Otra ronda? —preguntó Micaela y Florencia asintió completamente de acuerdo. Le hizo señas al barman para que les preparase otra ronda de chupitos.

—Brindemos por una nueva amistad —dijo Ana cada vez más achispada y todos entrechocaron sus vasos. Contaron hasta tres antes de beber el tequila de un trago sin cumplir el ritual del limón y la sal.

El tequila estaba obrando su milagro. Al fin había apaciguado el mal genio y el torbellino de pensamientos de Florencia, que no la habían dejado disfrutar plenamente de la noche junto a sus amigos. En ese momento, ella solo quería disfrutar del resto de la noche, bailar, saltar y vibrar al ritmo de la música. Tomando de la mano a Ana y a Micaela, las arrastró hacia la pista y se pusieron a bailar al ritmo de la música. Esteban no se quedó atrás y las acompañó; no pensaba quedarse fuera de la diversión.

Bailaron sin importarles que los jovencitos a su alrededor las miraran como si fueran vejestorios que se habían equivocado de lugar, a pesar de ser jóvenes todavía. Florencia y Ana bailaban como poseídas por el demonio. El alcohol había nublado sus acciones y dejaron que sus cuerpos se movieran libres al compás de la música. Esteban y Micaela bailaban bien pegaditos, frotando sus cuerpos, elevando la temperatura a su alrededor. Florencia, al verlos, deseó tener a Fernando a su lado para bailar de esa manera y recordar viejos tiempos, pero así como lo había deseado, se recriminó por querer algo que no necesitaba ni quería en su vida. No debía olvidarse de que Fernando era quien la había abandonado y quien no quiso nada con ella. Tenía que recordarlo si no quería volver a salir lastimada. Pasado su momento de debilidad, continuó disfrutando de su baile sensual junto a Ana. Bailaba como lo hacían en su juventud, bien pegaditas, meneando y contorneando sus cuerpos al compás de la música. Varios jóvenes a su alrededor las miraban con lujuria y alucinados ante su despliegue de sensualidad.

Florencia vio a Pablo apoyado en la barra con un vaso de cerveza en la mano, observándolas con ojos ardientes de deseo. Como sabía cuánto lo ponía a su amigo ver bailar tan suelta y desenfrenadamente a su futura señora, se acercó más a ella y la instó a bailar de manera más sensual y provocativa. Darle el placer de ver bailar a su futura esposa con movimientos lujuriosos iba a ser su regalo de soltero. Pablo seguía manteniendo las distancias, deleitándose con su baile sensual, hasta que Florencia le hizo señas para que se acercara a Ana, que estaba cada vez más excitada, y lo mismo mostraba el rostro de él. Le dijo a Ana que iría a la barra por bebidas y la obligó a quedarse bailando para no perder el lugar.

Pablo, que se había acercado lentamente, mezclándose entre la gente para no ser descubierto, se paró detrás de ella. Ana se quedó quieta al notar que un cuerpo se pegaba a su espalda y que unas manos se cerraban con fuerza a sus caderas. Quiso girarse para plantarle cara al ser que se dignaba a tocarla de esa manera tan íntima, pero la fuerza con que la sostenía era demasiada para ella y no pudo lograr su cometido. Quiso llamar a Florencia para que la ayudara a deshacerse del individuo, pero no la localizó por ningún lado. Se quedó perpleja cuando el individuo le corrió el pelo del cuello y acercó su rostro para inspirar su aroma; no podía creer semejante desfachatez, pero nada podía hacer para alejarlo. El ronroneo que emitió y la manera en que se meneó contra su cuerpo le resultaron conocidos. Solo había una persona que la agarraba de esa manera y se deleitaba con su aroma.

Florencia observaba la escena a la distancia, con una gran sonrisa dibujada en sus labios. Si sus amigos eran felices, ella también lo era. Observó cómo el rostro de Ana cambió de semblante cuando se percató de que se trataba de Pablo y no de un desconocido que la aferraba con fuerza, por la espalda. Conocía demasiado bien a su amiga como para saber que, si bien no tenía inconveniente en salir sola, no podía estar mucho tiempo alejada de su gran amor. Y sabía que a Pablo le pasaba lo mismo, por eso no le extrañó verlo apoyado en la barra, embobado, observándola bailar.

Pidió un tequila. Si bien tenía la mente nublada por el alcohol, necesitaba nublarla más. Sus pensamientos la traicionaban y le hacían desear lo que una vez tuvo; pero la vida se había burlado de ella, o mejor dicho: Fernando se había burlado de ella.

En cuanto se acercó a la barra, lo primero que hizo fue buscar a Fernando entre la gente, y eso no se lo podía permitir; debía dejarlo en el pasado como había hecho él. No debía olvidar que, gracias a Fernando, que había jugado con su inocencia, había perdido la fe en los hombres y en el amor. Tenía que olvidarse de él y dejar sus sentimientos en el pasado, donde siempre debieron estar. Tenía que lograr en poco tiempo lo que no pudo hacer en dieciséis años, que le dejara de doler su abandono y olvidarse de que lo amaba. Esos sentimientos tenía que desterrarlos de su corazón. Tenía que lograrlo costara lo que le costara, sin importar si para hacerlo quedaba vacía por dentro, más vacía de lo que ya estaba.

Miró a la gente a su alrededor, buscando a alguien con quien pudiera terminar la noche, alguien que no fuera parecido a Fernando, sino todo lo contrario a él. Las mujeres también podían jugar el mismo juego que los hombres y ella lo iba a hacer… como lo había hecho muchas veces. Necesitaba satisfacer sus necesidades y para eso debía encontrar a un hombre que pudiera estar a la altura.

—¿Buscas a alguien? —le preguntó una voz grave al oído.

—A ti —le contestó sin evasivas, luego de girarse y de pasear su mirada por el musculoso cuerpo que tenía parado frente a ella.

Era tan hermoso y perfecto que se quedó aturdida. Si no estuviera pasando por el caos de sentimientos que la estaban torturando, quizás lo hubiera mirado con otros ojos y no como a alguien que necesitaba para terminar de deshacerse de la tensión que experimentaba. Le agradó que se acercara a ella cuando a su alrededor había chicas muchos más jóvenes y lindas, ahorrándole el trabajo de encontrar a un compañero de noche.

—Veo que te andas sin rodeos —le dijo impresionado por su sinceridad y mirándola con hambre, con deseo, acercándose bastante para que pudiera escucharlo.

—Me gusta ser directa —le dijo al oído con voz sensual. Ese hombre era la personificación del sexo. Se imaginó esas manos recorriéndole su pálida piel y se estremeció ´de cuerpo completo.

—Te noto muy sedienta. —Él usó el doble sentido.

—Atrevido… —Fue su respuesta, dejando en claro que entendía su indirecta. Se mordía el labio inferior; le gustaba provocar a los hombres, jugar con ellos. Estaban tan cerca que podía sentir el calor que desprendía su cuerpo.

—Me gusta serlo cuando encuentro lo que ando buscando —dijo con voz ronca.

—Somos dos. —Puso su mano sobre su pecho y le gustó sentir la dureza de sus pectorales debajo de la camisa—. ¿Qué te parece si primero me invitas un trago? —le sugirió.

—Tus deseos son órdenes. —Hizo señas al barman para que le pusiera dos chupitos—. Fue lo único que te vi tomar esta noche —con ese comentario le dejó claro que la había estado observando desde hacía un buen rato.

—Eres muy observador —le dijo antes de entrechocar sus vasos y tomarse de un trago el tequila.

—Para serte sincero, el vestidito fue lo primero que llamó mi atención cuando cruzaste la puerta de ingreso, y supongo que te lo pusiste con la idea de atraer miradas —le dijo al oído, con voz ronca cargada de deseo.

—Cumplí con mi objetivo —le dijo con picardía.

—Vaya que sí. Desde ese momento no pude quitarte ojo de encima. Además, eres muy linda y tienes un cuerpo perfecto… —la rodeó con el brazo por la cintura, atrayéndola contra él para que notase su dureza— y con el espectáculo que montaste con tu amiguita solo lograste seducirme más. —Acercó su rostro hasta casi rozar sus labios—. Me traes loco —remató su confesión.

—¿Te imaginabas bailando conmigo? —le preguntó con voz seductora para provocarlo sin dejar de mirarlo fijamente.

—Me imaginé tantas cosas —le dijo al oído con voz cargada de deseo. Aprovechó la cercanía para inspirar su aroma y rozarle el cuello con sus labios.

—¿Cómo te gustaría terminar esta noche? —Usó apenas un hilo de voz mientras disfrutaba de las atenciones que su cuello estaba recibiendo y de cómo su cuerpo empezaba a arder.

—Contigo en mi cama —le dijo sin rodeos—. Me gustaría demostrarte lo que es un hombre de verdad. —Sus palabras eran más que directas, le estaba ofreciendo sexo del bueno. Le acarició las piernas hasta casi rozar su entrepierna para demostrarle que le hablaba muy en serio.

Florencia se giró y pidió otra ronda de tequilas, como si esas manos no la hubieran excitado. Necesitaba apagar el incendio que había empezado a arder en su interior. Sus deseos se estaban haciendo realidad: el hombre que tenía parado frente a ella y que la rodeaba por la cintura con su fuerte brazo era el indicado para terminar de sacar fuera toda su tensión. Era de su edad, o al menos aparentaba eso; era alto y musculoso, tan hermoso que robaba el aliento.

Si bien quería salir de allí y disfrutar de una buena noche de sexo, primero quería disfrutar de bailar con ese hombretón, quería sentir sus manos deslizándose por su cuerpo, crear mayor expectación y disfrutar de tener entre sus brazos a ese dios, ya que no siempre se topaba con uno de esa magnitud.

Ni bien se tomaron el tequila, Florencia lo arrastró a la pista para cumplir sus deseos. Cuando buscó a Ana entre la marea de cuerpos, se encontró con la mirada asombrada de ella, que con un gesto sutil que hizo saber que aprobaba al bombonazo con el que bailaba. Y Micaela, si bien no tenían tanta confianza todavía, también le hizo un gesto de aprobación. Tanto Pablo como Esteban se mostraron ceñudos ya que, como era de esperar, ninguno aprobaba al hombre que la tenía agarrada por la cintura. Para desgracia de ellos, Florencia no necesitaba más aprobación que la propia.

El alcohol, la música fuerte y el ardiente cuerpo pegado al suyo, que no paraba de magrearla con lascivia, terminó por adormecer todos sus pensamientos y sus miembros. Sabía que al día siguiente lamentaría haberse pasado de sus límites, pero en ese momento no le importaba nada, solo quería dejarse llevar. Hacía mucho tiempo que no se desmelenaba tanto y ese día, por culpa de la aparición de Fernando en su vida, lo necesitaba tanto como el aire en los pulmones. Se dejó llevar por la música; meneó y contoneó su cuerpo contra el cuerpo musculoso de su compañero de baile, que con sus movimientos sincronizados presagiaba una noche inolvidable. Estaba más que segura de que esa noche no volvería a casa de sus amigos y que tomaría otro rumbo. Bailando perdió la noción del tiempo. Hacía mucho que no la pasaba tan bien en compañía de un hombre; lo estaba disfrutando muchísimo.

Ana se acercó a ella para avisarle que se iban. Obviamente Florencia iba a quedarse. La estaba pasando muy bien y todavía le faltaba disfrutar lo mejor de la noche. Pablo no se mostró de acuerdo con su decisión, pero no se opuso; ya era mayorcita como para pedir permiso o para dar explicaciones de qué hacía con su vida. Una vez que se despidió de sus amigos, continuó con su contoneo sensual, se acercó a su compañero y lo besó desenfrenadamente. Era momento de llevar su relación al siguiente nivel. La temperatura, ya alta, se elevó unos cuantos grados más. El desconocido con quien bailaba la aferró de la cintura y la atrajo más contra sí para que sintiera la dureza que se ocultaba debajo de sus pantalones ajustados.

—¿Sientes cómo me pones? —le dijo al oído. Florencia se rio feliz—. ¿Qué te parece si vamos a mi casa? —le propuso.

—Me parece la mejor idea del mundo —contestó excitada ante la expectativa que le generaba la idea. Le mordió el lóbulo antes de mirarlo a los ojos.

Florencia se giró y le hizo señas a Micaela avisándole que se iba. Mica asintió y le deseó buena suerte con señas. Cuando se encaminaba a la salida agarrada del brazo de su acompañante, vio a Fernando apoyado en la barra, observándola serio y ¿enojado? Parecía como si le molestara que se estuviera yendo del boliche acompañada. Se deshizo del agarre de su compañero de noche y se acercó a Fernando con paso tambaleante, sintiéndose osada gracias a al alcohol que había ingerido a lo largo de la noche.

—¿Solo? —le preguntó sarcástica a la vez que miraba a ambos lados para corroborar sus sospechas—. Aprovechaste para salir de caza como en los viejos tiempos y divertirte con alguna chiquilla boba. —Se le acercó al oído para que escuchara bien lo que tenía que decirle, pero más que una pregunta fue una afirmación lo que le dijo. No pudo contener su lengua, el alcohol en sus venas tomó el control y apenas lo vio, sintió la imperiosa necesidad de decir algo, a pesar de que se había prometido tratarlo como a un desconocido y olvidarse de que tenían algo en común.

—Lo dices como si me conocieras. —La miró extrañado. El tono con que se lo dijo era como si supiera de sus andanzas de juventud. Esa mujer lo tenía cada vez más intrigado.

—De haber sabido que estabas acá podríamos haberte sumado a nuestro baile —le dijo acariciándole el pecho. Fernando la miró perturbado—. No pongas esa cara, era broma —le dijo burlándose de él—. Ni loca vuelvo a tropezar con la misma piedra, con una vez me bastó y te puedo asegurar que aún duele… —si bien se lo dijo en broma, estaba segura de que por nada del mundo volvería a darle una oportunidad a Fernando, pero sabía que con lo que le había dicho lo dejaría pensando por un buen rato—. Si me disculpas, me esperan —dijo con voz seductora, se giró sobre sus talones y se alejó lo más rápido que pudo, dejando a un Fernando confuso y aturdido.

Si algo había aprendido a lo largo de todos esos años, era a divertirse a costa de los hombres. Sabía tentarlos, llevarlos a su territorio y deshacerse de ellos antes de que le exigieran más. En su corazón no había lugar para el amor, porque amar dolía muchísimo y dejaba huellas que eran difíciles de curar. Él era su pasado y lo seguiría siendo aunque sus sentimientos por él siguieran latentes, pero jugar un poco no le haría ningún daño; todo lo contrario, le daba un poco de satisfacción. Había ido a ese boliche con la intención de divertirse y aplacar su ira y desilusión, y eso era lo que haría en lo que restaba de noche, y qué mejor que hacerlo con el hombre que la esperaba dispuesto, a unos pasos de ella, para darle lo que necesitaba. Por esa noche se olvidaría de Fernando y de lo que representaba en su vida. Haber sido maliciosa con él le trajo un poco de paz a su mente perturbada, liberándola por unas horas del dolor que le provocaba su presencia.

Amor predestinado

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