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La despedida estaba saliendo mejor de lo que Florencia se había imaginado al organizarla. La comida había estado tan sabrosa que las chicas se comieron todo mientras disfrutaban de un momento ameno entre risas, con música suave de fondo que alegraba el ambiente permitiendo charlar sin necesidad de elevar la voz para hacerse escuchar. Abundaban las bebidas de todo tipo, ideal para terminar la noche sin recordar ni siquiera sus nombres. Los juegos que había llevado resultaron ser muy entretenidos y divertidos, con prendas muy graciosas y descaradas. Todas las chicas participaron sin dudarlo, dejando de lado la timidez o la vergüenza que pudiera producirles. Había demasiada confianza entre ellas como para permitirse relajarse y dejarse llevar por la diversión. Se divirtieron tanto que les dolió el estómago de tanto reír. La DJ era fantástica. Estaba atenta a cada momento pasando la música ideal para cada situación sin necesidad de tener que pedírsela. Todas las chicas llevaban puesto algún tipo de cotillón, ya fueran boas de varios colores, colgantes con pequeños penes, binchas con penes apuntando hacia el techo, pelucas, anteojos, entre otros. Había también globos con varios diseños, entre ellos un pene gigante con el que no paraban de bromear y reírse.

Ana se estaba divirtiendo un montón. Estaba bastante achispada, al igual que todas las presentes. Apenas entró al salón y después de que la saludara cada una de sus amigas con un abrazo e hicieran el primer brindis de la noche, la obligaron a sacarse el vestido que llevaba puesto y le ayudaron a ponerse un conjunto erótico de novia. Consistía en unas medias blancas sostenidas por un portaligas de encaje, un tutú blanco que dejaba entrever la lencería que llevaba debajo, un microtop también blanco con brillos que apenas le cubría los senos; completaba el atuendo un velo de novia que le llegaba a la cintura, sostenido por una tiara con piedras brillantes y un par de zapatos aguja blancos con brillo. Estaba vestida para infartar a más de un hombre, especialmente a Pablo, que caería muerto a sus pies en cuanto la viera. Ana no se olvidaría jamás de esa fiesta y la atesoraría por siempre en su recuerdo.

Florencia también la estaba pasando fantástico y se estaba divirtiendo un montón; además, no podía no hacerlo cuando estaba junto a su mejor amiga, su amiga del alma, su hermana de corazón. Verla feliz la hacía feliz a ella. Micaela se mantenía a su lado, ya que no conocía a nadie más que a Ana y a ella. Demostró ser una muy buena compañera de diversión, se prendía en todo sin pensarlo demasiado y la ayudaba para que la fiesta resultara espectacular. Se alegraba de haber asistido a la fiesta a pesar de recién conocerse y de avisarle que estaba invitada con tan poca antelación. La noche anterior habían congeniado rebien y Micaela había dejado entrever su forma de ser despreocupada y divertida en cuanto a diversión se trataba, forma de ser muy parecida a la de ellas. Ya se veían siendo grandes amigas y se alegró por Esteban, al fin había encontrado la horma perfecta para su zapato.

Florencia se sentía cómoda con la presencia de Micaela y agradecía tener con quien hablar. Si bien conocía a todas las chicas, no había entre ellas tanta complicidad porque eran amigas de Ana. De entre todas las presentes, Micaela era más parecida a ella y congeniaron desde que las presentaron.

Florencia necesitaba desahogar su ira o terminaría por descargar su furia con la persona menos indicada. En otro momento hubiera recurrido a su amiga, hubieran charlado y encontrado una solución, pero Ana no estaba disponible por esa noche, ni por el resto de la semana, ni por el resto del mes. No podía atosigarla con sus problemas cuando estaba transitando la mejor etapa de su vida. Sabía que se lo recriminaría por no haberla puesto al corriente y que debería comerse una reprimenda por su parte. Si en ese preciso momento tuviera frente a ella a Fernando, no dudaría en estrangularlo con sus propias manos y en ponerlo en evidencia delante de sus amigos y futura señora. No podía dejar de pensar en las palabras que cruzó con Natalia cuando quedaron a solas luego de ser presentadas.

—Anoche no tuvimos la suerte de conocernos. Fernando dijo que no te sentías muy bien —le dijo Florencia con pena en su voz y también con doble intención. Quería saber cuánta confianza había entre ellos.

—¿Fernando? —le preguntó extrañada.

—Sí… ¿él no es tu novio? —le preguntó haciéndose la desentendida. Había dado en el clavo. Fernando no era tan sincero como debía serlo con su futura señora y le ocultó su salida.

—Sí, es él, no sabía que había salido; no me dijo nada —dijo preocupada y confundida.

—Por un momento pensé que me había equivocado de hombre —le dijo entre risas—. Seguro se entretuvieron hablando de otras cosas y se le pasó ese detalle —le dijo para tranquilizarla, como si fuera algo normal que tu novio no te contara que había conocido a la hermosa y perfecta amiga de tus socios. Por dentro se alegraba de plantar la semilla de la desconfianza en Natalia y se preguntó qué pasaría si se enterara que había ido al boliche y a casa de sus amigos para verla. También se preguntaba cuán firme era su relación y si había amor verdadero entre ellos.

—Puede ser —dijo no muy convencida.

—Espero que hoy te encuentres mejor porque la vamos a pasar genial, vamos a divertirnos y a bailar hasta entrada la mañana —le hizo saber. Quería contarle sobre su excursión por el boliche por donde también había andado Fernando. Quería ver su cara cuando se enterara de que también había obviado ese pequeño detalle.

—Espero que mi estado me lo permita. Tengo días buenos y días malos, espero que este sea uno de esos buenos —le dijo sin malicia.

—¿Estado? —le preguntó desconcertada. Quizás había oído mal. Era imposible que fuera cierto lo que se estaba imaginando.

—No se lo digas a nadie, pero estoy embarazada —le dijo feliz, en susurros para que nadie más la oyera y sin dejar de tocarse el vientre aún plano.

—¿Embarazada? —le preguntó para rectificar lo que había oído, cada vez más desconcertada y dolida. No podía estar embarazada, la vida no se podía estar riendo de ella como lo hacía; no podía ser tan cruel.

—No se lo hemos contado a los chicos porque queremos esperar a cumplir los tres meses y asegurarnos de que todo marche bien —le contó en voz baja, mirando a todos lados para que nadie oyera su conversación.

—Es lo que se recomienda —dijo Florencia con un nudo en la garganta. Tuvo ganas de vomitar ante la dulce noticia, noticia que le sentó como una patada monumental en el estómago.

—Si te soy sincera, estoy aterrada de que algo malo suceda. No es la primera vez que quedó embarazada, ¿entiendes? —le contó con naturalidad, como si fueran amigas de toda la vida—. Por favor, no digas nada —le rogó—; si te lo conté a ti es porque sé que eres madre y me entiendes. Los chicos nos contaron que tienes un hijo adolescente —se justificó al verla seria.

—Así es… —Respiró hondo para lograr calmarse—. Tengo un hijo encantador… —Su voz sonó serena, ocultando la furia que crecía a pasos agigantados en su interior—. Entonces debo felicitarte por el bebé y el casamiento; los chicos me contaron que se casan dentro de poco. —Hizo un esfuerzo enorme para pronunciar esas palabras, pero la realidad era que Natalia no tenía la culpa de nada. Si había un responsable de su enojo y dolor era Fernando, él era quien jugaba con ella. Natalia también era una víctima de él.

—Así es —le sonrió no muy convencida y fingiendo una media sonrisa.

—Así es la vida, cuando menos lo espera, te sorprende —le dijo con conocimiento. Desde que había llegado a Bariloche la vida no dejaba de sorprenderla. Solo esperaba que no hubiera más sorpresas o terminaría por salir huyendo de esa ciudad antes de la boda.

—En eso tienes razón. Me contaron las chicas que te encargaste de organizar la despedida —Natalia no se percató del cambio de humor de Florencia y siguió con su charla, que para su gusto resultaba amena.

—Así es, pero lo hice con la ayuda de Paula y Paola —le contó sin mucho entusiasmo. Sus pensamientos estaban en otro lugar, estaban centrados en otra persona, la única responsable de todos sus males.

—Espero que mis amigas se esmeren bastante en mi despedida —le contó sobre sus deseos, pero se percató de que Florencia ya no la escuchaba y tenía la mirada perdida— ¿Está todo bien, Florencia? —se interesó.

—Sí, está todo bien —la tranquilizó, por nada quería que se diera cuenta de cuánto le había afectado la noticia del embarazo—. Me llama la DJ —se justificó para alejarse de ella. Necesitaba tomar un poco de aire.

—Ve tranquila, después seguimos hablando —le propuso. Le había gustado hablar con ella y conocerla, aunque no sabía por qué se mostraba tan distraída y dolida a pesar de sus esfuerzos por ocultárselo.

Florencia se acercó a la barra. Necesitaba dejar de pensar y necesitaba ahogar su desgracia con una bebida fuerte, y qué mejor para hacerlo que unos tragos de tequila. Se tomó de un saque y sin respiro dos chupitos. Tenía unas ganas enormes de llorar, pero estaba rodeada de mucha gente; debía tragarse las lágrimas para cuando estuviera sola. Lo que menos necesitaba en ese momento era dar lástima. Salió al patio, necesitaba tomar un poco de aire y alejarse de Natalia, que la seguía buscando para charlar, y de Ana, que en cuanto la mirara a los ojos se percataría de su lamentable estado y la atosigaría con miles de preguntas. Lo que menos quería en ese momento era darle explicaciones y mucho menos estropearle la linda fiesta. Si bien tenía la mente nublada por el alcohol, los pensamientos no dejaban de rondarle y recordarle que Fernando no solo iba a casarse, sino que también iba a ser padre, pero esta vez a conciencia. Si había albergado una pequeña esperanza de volver a estar con Fernando, al enterarse del embarazo, se hicieron trizas. La vida volvía a ser cruel con ella al recordarle su lugar. Quizás ese era el designio del destino y ella debía aceptarlo sin más. Fernando formaba parte de su pasado y así debía seguir siendo. No se percató del momento en que comenzó a llorar dejando salir el dolor que le atenazaba el pecho y el corazón hasta que oyó su propio llanto desconsolado. Un brazo la rodeó por la espalda y la reconfortó. No quiso mirar quién la consolaba, solo se dejó acunar por esos brazos cálidos que no pudieron aparecer en mejor momento.

Cuando el llanto remitió, abrió los ojos y se encontró con la mirada cálida de su nueva amiga. Micaela, al verla salir del salón como si el diablo la persiguiera, no dudó en ir tras ella. Lo que nunca se imaginó fue encontrarla en esa guisa, dolida y desdichada, presa de un dolor desgarrador.

—¡Gracias! —le dijo apenada y agradecida.

—No se merecen —le dijo con una sonrisa sincera dibujada en sus labios.

—No tienes idea de cuánto necesitaba de ese abrazo hasta que me lo diste —reconoció.

—No necesito saber el motivo de tu tristeza, pero si en algún momento necesitas hablar con alguien, cuenta conmigo; sé que apenas nos conocemos, pero en mí tienes una amiga, te lo digo de corazón, puedes confiar en mí, —Sus palabras sonaban sinceras. Si bien recién se conocían, sabía que Florencia iba a ser una amiga de fierro y no pensaba dejarla sola en ese momento, cuando más necesitaba de un simple abrazo o de una palabra de aliento.

—Gracias, que estés con Esteban es una garantía de que puedo confiar en ti, además de que se nota a la legua que eres una gran persona —le explicó el motivo de su confianza. Si bien no podía contar con Ana por el momento, podía contar con Micaela en caso de necesitar de un hombro donde llorar y una amiga con quien desahogarse.

—Son muy buenos amigos —reconoció agradecida y feliz por ello.

—Sí lo somos, aunque hay muchas cosas que él no sabe de mí y me gustaría que así siguiera —le aclaró. Por nada quería que Esteban se enterara de su estado, lo que menos quería era que se complicara su situación.

—Entiendo perfectamente, quédate tranquila que no le voy a contar nada, seré una tumba —aseguró para dejarla más tranquila. Florencia sonrió a modo de respuesta—. ¿Estás mejor?

—Sí, simplemente fue un momento de debilidad, la presión me superó —intentó suavizar la situación, que pareciera insignificante.

—A veces esos momentos nos permiten seguir —le dijo dejando en claro que no debía esconder su dolor ni justificarse.

—Es cierto. —Estaba completamente de acuerdo. Micaela, a pesar de ser tres años más chica, le dijo palabras que la ayudaron a sentirse mejor y no una tonta por dejar que la debilidad y la presión le ganaran.

—¿Qué te parece si entramos? Las mejores medicinas para problemas del corazón son bailar, las amigas, el alcohol y un buen hombre que nos recuerde que estamos vivas —le propuso—. Sé de lo que hablo.

—Me gusta tu fórmula —dijo levantándose más animada del banco en el que estaba sentada, mirando a la cara a Micaela, acomodándose la ropa y retocándose el rostro para que no se le notara la congestión.

Adentro, la fiesta estaba en todo su auge. Ana estaba tan entretenida bailando que no se había percatado de su ausencia ni de la de Micaela. Había llegado el momento de que abriera los regalos, antes de que el alcohol les terminara por nublar la mente. Florencia le pidió a la DJ que pusiera música sensual para darle más morbo al momento. Ana se acercó a la mesa que contenía todos los regalos y fue abriéndolos de a uno. Se sorprendió con cada uno de ellos y se rio al ver lo osado que era más de uno. Florencia la instaba a contar cómo los usaría o en qué momento, y Ana, ni corta ni perezosa, se divirtió haciéndolo. Las chicas no cesaban de reírse del morbo con que Ana lo hacía. Los regalos iban desde lencería erótica hasta juguetes para hacer que las noches de la luna de miel fueran inolvidables. Había consoladores, vibradores, esposas, pinzas para pezones, aceites, vaselina, medias haciendo juego con portaligas, camisolines de encaje, camisolines de seda, conjuntos de ropa interior de encajes, bodis, chocolates, golosinas. Todo auguraba una luna de miel de ensueño. Ana estaba encantada con sus regalos y agradeció por ellos a cada una de sus amigas.

Terminada la apertura de los regalos, Florencia fue en busca de dos micrófonos y le avisó a la DJ que subiera el volumen de la música. Apenas empezó a sonar uno de los temas favoritos de Ana, Florencia le dio un micrófono para cantarlo a dúo, como hacían en su juventud. Había llegado el momento de divertirse haciendo karaoke, y ellas harían la apertura desplegando toda su magia. Se subieron a una pequeña tarima y comenzó el show. Una tras otra las chicas fueron subiendo para desplegar sus dotes como cantantes, a veces solas, otras en grupos. Se divirtieron de lo lindo viéndose cantar sin dejar de bailar y de beber. El alcohol corría como agua entre las mujeres, cualquier motivo era bienvenido para brindar. La fiesta iba subiendo cada vez más de temperatura, el baile se tornaba cada vez más sensual, las chicas estaban cada vez más achispadas. Era el momento ideal para la última sorpresa de la noche, el broche final.

Amor predestinado

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