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La fiesta estaba en todo su esplendor, todas las presentes estaban tan ensimismadas bailando que no se percataron de que había sonado el timbre de la casa anunciando la llegada de alguien a la fiesta. Florencia y Micaela se apresuraron para abrir. Florencia quedó pasmada al ver parado frente a ella al hombre con el que había pasado la mejor noche salvaje en mucho tiempo, tanto que ya ni lo recordaba; es más, si se ponía a analizarlo meticulosamente, jamás la había pasado tan bien con un hombre como lo había hecho la noche anterior. Andrés, que así resultó llamarse ese espécimen de hombre perfecto, estaba vestido de policía y presagiaba que nada bueno estaba por suceder en ese lugar. Se acercó a ella como si fuera una fruta apetitosa y la besó con ardor y pasión, como si entre ellos hubiera algo más que una noche de sexo casual. Ese beso le aceleró el pulso y el deseo se apoderó de ella. Se separaron para recobrar el aliento y porque, a su lado, una Micaela divertida llamó su atención y les recordó por qué estaban allí. Andrés y Micaela se saludaron con mucha familiaridad, hecho que a Florencia confundió y desconcertó por partes iguales.

—¿Ustedes se conocen? —les preguntó sorprendida. Apenas conocía a ambos y no le sorprendería que se conocieran, ya que ambos vivían en Bariloche.

—Somos amigos —dijo una Micaela sonriente—. Cuando me estabas contando que habías contratado a Andrés, nos interrumpieron y por eso no pude contarte. Después se me olvidó hacerlo —le explicó como si hubiera sido una información relevante.

—¿Eres stripper? —le preguntó Florencia, un tanto confusa, a Micaela. No comprendía por qué la noche anterior habían ocultado que eran amigos y la única explicación que encontró era que Micaela fuera stripper al igual que él y Esteban no estuviera al tanto de ese pequeño detalle.

—No —le dijo muerta de risa, como si aquello fuera un horror—. ¿Acaso estás loca? —No podía dejar de reírse, ya fuera por culpa del alcohol o por imaginarse montando un show erótico—. Somos compañeros de trabajo —se explicó cuando recobró el aliento—, aunque pensándolo bien, no se me daría nada mal bailar sensualmente frente a un grupo de hombres y enloquecerlos con mis encantos y atributos —reconoció divertida, contoneando su cuerpo contra el de Andrés, que la miró con una media sonrisa dibujada en sus labios y que ni se inmutó con el roce de sus cuerpos.

—Trabajamos juntos en un centro de rehabilitación. Ambos somos kinesiólogos, Flor —le explicó Andrés, también divertido por la cara de asombro con que los miraba Florencia. Micaela seguía contorsionándose a su lado, así que tuvo que sujetarla para que se quedara quieta y ella lo miró haciendo un puchero con sus labios—. Seguro que en tu cabecita pensaste que fuimos algo más que amigos —le dijo sin dejar de reírse ante esa idea absurda. Él jamás vería a Micaela con otros ojos que no fueran los de un amigo. Atrajo a Florencia contra sí, necesitaba sentir el calor de su cuerpo entre sus brazos y demostrarle que ella lo atraía.

—Ya quisieras. A decir verdad, estaba tratando de imaginarme a Esteban saliendo con una stripper —dijo entre risas Florencia, aferrándose a Andrés para no caer—; además, por la manera en que se contorsionó contra tu cuerpo, podría decirse que no lo hace nada mal; todo lo contrario. —Lo último lo dijo mirando a Micaela, que no se había perdido detalle de la conversación.

—No lo soportaría —dijo una Micaela divertida—. ¿Te imaginas su cara? —Ambas se rieron al imaginarse la cara de Esteban si la viera en esos derroteros.

—Veo que están bastante entonadas, ¿qué les parece si vamos entrando? —les dijo Andrés tomando el mando o se quedarían allí riéndose por un largo rato, y el tiempo transcurría rápido.

En ese momento, Andrés solo pensaba en hacer su trabajo: dejar que muchas mujeres se recrearan con su cuerpo esculpido como resultado de varias horas de gimnasio y una dieta balanceada, y luego poder irse de ese lugar acompañado de Florencia para volver a pasar una noche de sexo salvaje inolvidable. Esa mujer era una fiera en la cama y allí era donde quería volver a tenerla. Le gustaba repetir cuando sabía que solo iba a ser una relación pasajera, donde ambos solo querían saciar su apetito y disfrutar de buen sexo, sin comprometer sus sentimientos.

—Solo espero que estés preparado para tratar con un grupo de mujeres totalmente desaforadas y alcoholizadas —le dijo Florencia deshaciendo su agarre y tomándolo de la mano para llevarlo hasta donde transcurría la fiesta.

La música cesó de pronto y las chicas se miraron confundidas al no comprender el motivo de la interrupción. La puerta se abrió de golpe sobresaltándolas a todas; entró un policía con el rostro tan serio que inspiraba temor y puso orden inmediatamente. Pidió hablar con la responsable de que la música de esa fiesta estuviera tan alta y que provocó que los vecinos llamaran a la comisaría quejándose. Todas las chicas se hicieron a un lado y dejaron a Ana parada frente al policía que, con voz ruda, le ordenó girarse para esposarla y así poder llevarla a la comisaría por perturbar el orden. Ana estaba pasándola demasiado bien y se estaba divirtiendo un montón, esa era la mejor fiesta de su vida y era absurdo que terminara de esa manera por culpa de unos vecinos quisquillosos. Buscó apoyo por parte de las chicas para hacer cambiar de opinión al policía, pero todas estaban temerosas de su reacción y ninguna quería acabar esa noche tras las rejas. Llamó a los gritos a Florencia, que, para su desgracia, no aparecía por ningún lado; era como si se la hubiese tragado la tierra justo cuando más la necesitaba. Intentó convencer al policía de que bajarían la música y se portarían bien por el resto de la noche, pero no hubo manera de hacerlo cambiar de opinión. La pena se apoderó de ella y no le quedó otra que girarse y dejar que la llevaran detenida. Al menos se consolaba con que la había pasado genial hasta ese momento.

La música volvió a sonar, las luces se apagaron y de pronto Ana se encontró sentada en una silla y el policía se meneaba frente a ella de forma sensual. Lo miró confundida y al percatarse de lo que estaba ocurriendo se empezó a reír, a sabiendas de que había caído como una tonta en la trampa que, sin dudas, su amiga había perpetrado. Conocía demasiado bien a Florencia como para no haberse percatado de que la noche aún guardaba más sorpresas; era obvio que le iba a regalar la mejor noche de despedida de su vida. ¿Cómo no se dio cuenta de que todo era un engaño apenas apareció ese hombre? Miró hacia todos lados buscándola y la halló parada junto a Micaela. Ambas la miraban con una gran sonrisa de satisfacción en la cara. Florencia era su hermana del alma y siempre hacía hasta lo imposible para hacerla completamente feliz.

Florencia estaba que no cabía en sí de felicidad. Tenía el corazón lleno de dicha y eso solo lo podían lograr pocas personas. Una de ellas era Ana, y lo lograba con solo alcanzar su mirada. Cuando vio que Ana miraba hacia todos lados buscando a alguien, sabía que la buscaba a ella. Era para hacerle saber que había caído como una ingenua en su trampa y para no sentirse culpable por tener a un hombre bailando para ella. Además, como sucedía cuando la estaban pasando bien, necesitaban conectarse a través de la mirada para que la noche fuera perfecta. Siempre hacían todo juntas y esa noche no iba hacer la excepción. De momento, Florencia la dejaría sola con Andrés a pesar de saber que se estaría sintiendo un poco incómoda. Ana se mostraba relajada y desinhibida cuando estaba a su lado porque se dejaba llevar por su locura; el resto del tiempo era más bien, una persona recatada. Era, sin dudas, la más madura de las dos. Desde su lugar junto a Micaela, no dejó de observarla y pudo notar como el rubor iba tiñendo sus mejillas. Brindó con Micaela, satisfechas porque el plan había salido mejor de lo que esperaban. Andrés era todo un experto en ese trabajo y había representado tan bien su papel de policía malo que Ana no se había percatado de que era una trampa hasta que se encontró acorralada y sin escapatoria. Micaela se vanagloriaba de tener un amigo tan bueno en lo suyo y Florencia alababa que fuera bueno en todo lo que hacía y no veía la hora de desaparecer de ese lugar con él para repetir lo que habían hecho la noche anterior.

—Quiero saber una cosa —le dijo Florencia a Micaela al oído para hacerse escuchar por sobre la música—. ¿Esteban sabe que tienes un amigo que hace striptease y que es el mismo que estuvo anoche conmigo? —le preguntó divertida.

—Aún no se lo conté, por eso anoche hicimos como si no nos conociéramos, pero se va a querer morir cuando se entere —le dijo riéndose.

—Quiero ver la cara que pone. —Ambas se rieron—. Es más, ¿qué te parece si se lo presentamos juntas? —le ofreció cada vez más divertida con la idea.

—Me encanta tu idea, se va a poner doblemente celoso —Micaela sabía que Esteban y Florencia eran muy buenos amigos y no le molestaba que se mostrara posesivo o celoso con su amiga, porque para ella era normal en personas que se quieren bien. Ella también celaba a Andrés y le hacía saber si una mujer no le gustaba.

Andrés ya se había quitado de un tirón la camisa y exhibía su torso desnudo. Guiaba, con su mano, la mano de Ana, para que acariciara sus pectorales bien marcados. Detuvo el movimiento sobre el elástico de los pantalones sin dejar de contornearse y provocarla. Ana estaba coloradísima, sentía vergüenza de estar en esa posición y expuesta a todas las miradas de sus amigas, que la incitaban a seguir tocando a ese espécimen de hombre perfecto. No lograba relajarse y disfrutar plenamente, era como si le faltara algo o alguien a su lado. Florencia, al verla actuar con timidez, se acercó a ella y la obligó a pararse para bailar con el hombretón, al que le dejó bien en claro, una vez más, que no se pasara de la raya con su amiga o se las haría pagar más tarde. Ana la miró descolocada por esa complicidad. Florencia no pudo no reírse cuando Ana se plantó frente a Andrés y lo evaluó muy concentrada, menos aún cuando él se giró y la miró. Fue entonces cuando Ana se percató de que era el mismo hombre con el que Florencia se había ido del boliche la noche anterior, y el mismo del que, según recordaba, había dicho esa mañana que era un churrazo y que se partía de bueno.

—Creo que se te olvidó contarme algunos detalles de tu levante —recriminó una Ana un tanto acalorada.

Florencia no le dijo nada, solo se reía y elevó los hombros a modo de justificación y antes de que le dijera algo más, la obligó a girarse sobre sí, dejándola de frente a Andrés. Se contorneó pegada a ella, obligándola a seguir sus movimientos, como hacían cuando eran jóvenes y se divertían escandalizando a todos a su alrededor en los boliches. Andrés se acercó a ellas y se sumó al baile sensual. Ana se quedó quieta al sentir el calor que emanaba del cuerpo tan cercano y ardiente de ese hombre, y la dureza de sus músculos. Se sintió avergonzada. No podía dejar de pensar en Pablo y en qué diría si la viera en esa situación tan excitante.

—No puedo seguir —dijo Ana avergonzada y apenada cuando escuchó a Florencia preguntarle al oído que qué le pasaba—: siento que soy infiel si me prendo en el juego… —Su voz rezumaba culpabilidad.

A pesar del alcohol que había ingerido Ana, era consciente de lo que hacía. El hombretón se alejó unos centímetros de ella al notarla tiesa, aunque intuyó que seguramente se debía a una mirada de advertencia lanzada por su amiga, cosa que le agradeció inmensamente. Se alegró de tenerla a su lado, aunque fuera la única responsable de haberla metido en ese embrollo. Con Florencia siempre lograba desmelenarse, pero esa situación no le parecía propia de una mujer a punto de casarse, no al menos para ella. En otra etapa de su vida le hubiera parecido más que bien disfrutar de ese juego, pero no era ese el caso.

—Si es por lo que Pablo pueda pensar, puedes estar tranquila, tenemos su aprobación. Caso contrario, ese hombre irresistible y apetitoso no estaría frente a ti —le hizo saber para dejarla tranquila, sin dejar de bailar suavemente—. Jamás me hubiera atrevido a traerlo de no ser así. Así que ¿por qué mejor no te relajas y te diviertes? Disfruta de tocar a ese churrazo que se parte de bueno. —Pronunció las mismas palabras que Ana había usado para describirlo con la intención de que se relajara y disfrutara de la sorpresa—. Disfruta de tocar un cuerpo masculino por última vez en tu vida. —Si bien Andrés tenía un cuerpo de muerte, Pablo no tenía que envidiarle nada, tan solo lo dijo para hacerla reír y para su fortuna lo logró—. Pero solo te permito morder un poquito, porque a ese bombón me lo como yo —le dijo divertida.

—Si te quedas conmigo, prometo divertirme. —Más que pedírselo, se lo exigió.

Saber que Pablo estaba al tanto de la pequeña aventura a la que se encontraba expuesta no la sorprendió tanto. Florencia jamás haría nada que la perjudicara; todo lo contrario, siempre hacía todo para su bien y ese no había dejado de ser el caso. Seguramente había hablado con Pablo antes de ocurrírsele llevar a un hombre a la fiesta de despedida. Pablo había aceptado porque confiaba en Florencia tanto como lo hacía ella. Sabía que la iba a cuidar y que no dejaría que las cosas se salieran de control, que haría todo lo posible para que se divirtiera y disfrutara de su fiesta de despedida. Tenía que relajarse y desmelenarse un poco como le había pedido Pablo esa noche antes de que cada uno fuera a su respectiva fiesta. Ahora entendía esas palabras y le confirmaban que él estaba al tanto de lo que Florencia había tramado, y a su manera le pidió que se divirtiera. No tenía dudas de que Pablo era un hombre excepcional; otro en su lugar se hubiera opuesto y quizás hubiera denegado casarse, en cambio él la alentaba a disfrutar de su velada.

—Siempre. —Utilizó la palabra que se decían cuando se trataba de diversión.

Ana, más relajada, se dejó llevar por la música, y junto a Florencia bailaron de la misma manera que lo habían hecho la noche anterior, sintiéndose completamente sexis y hermosas. Andrés se quedó observándolas con ardiente mirada, parado frente a ellas con las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre el pecho, esperando una señal para hacerlo partícipe de su juego. Florencia, con su fogosidad y soltura, lo volvía cada vez más loco y no veía el momento de que eso acabara para salir corriendo de allí. Le resultaba una mujer salvaje y apetitosa; le había volado la cabeza no solo con su forma de ser, sino también con su belleza exótica. Solo pensaba en volver a intimar con ella. Le gustaba la complicidad que había entre esas dos mujeres, se tocaban sin recatos y sin vergüenza. La música y el alcohol enturbiaban sus sentidos instándolas a jugar de una manera más pecaminosa y osada. Florencia le habló al oído a Ana mientras miraba con ardiente deseo a Andrés, que seguía quieto en la misma posición. Ana le respondió asintiendo con la cabeza y también miró a Andrés con una mirada y una sonrisa que no presagiaba nada bueno.

El resto del grupo vitoreaba a su alrededor, divertidísimas con el juego sensual que se traían esas dos. En lugar de ser el muchacho quien las sedujera, eran ellas las quienes lo hacían. Nadie se percató de la incomodidad que sentía Ana solo vieron a dos amigas bailando lentamente y hablando cómplices. Cuando el stripper se alejó unos pasos para darle espacio y a la espera de ver qué sucedía con él, si se quedaba o se retiraba de la fiesta, solo vieron que todo estaba preparado, como si todo formara parte del juego que se traían esas dos.

Micaela las miraba divertida y asombrada por partes iguales. Sabía que había mucha complicidad entre ellas y que eran como hermanas, la noche anterior había sido testigo de ello, pero verlas jugar entre ellas con el único propósito de excitar a Andrés con su juego perverso la dejaba sin palabras. En ese momento entendió la obsesión de Esteban con Florencia y comprendió que lo tenía fascinado su espíritu libre y que mostraba con cada acción o cosa que hacía, sin importarle lo que los demás pensaran de ella.

Ambas amigas caminaron hacia el hombretón parado frente a ellas, como felinas al acecho, contorneando sus cuerpos perfectos y bien dotados de curvas, como había sugerido Florencia. Ana se posicionó detrás, mientras Florencia lo hizo de frente. Andrés las miró con una media sonrisa, le gustaba ser cazado, y más que nada, le gustaba el cambio de roles. Esas amigas lo enloquecían como lo habían hecho la noche anterior en cuanto las vio bailar al ritmo de la música. Quedó atrapado entre esas dos bellezas, se deleitó con el roce de sus dedos sobre su piel desnuda y de cómo jugaban tentándolo. Les siguió el juego deseoso de ver hasta dónde eran capaces de llegar. No conocía demasiado bien a Florencia, pero presentía que tenía guardado un as bajo la manga y esa expectación lo excitó. Sin dudas, esa noche todas las mujeres se llevarían una gran sorpresa cuando quedara en paños menores.

Amor predestinado

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