Читать книгу Educar sin miedo a escuchar - Yolanda Gónzalez Vara - Страница 14

EL TDAH Y LA PATOLOGIZACIÓN DE LA INFANCIA

Оглавление

Reflexionemos juntos sobre este tema tan de moda y tan preocupante por sus consecuencias en la primera infancia: el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad).

Existen demasiados manuales sobre la llamada hiperactividad y el déficit de atención, que, por otro lado, han suscitado una gran controversia. La realidad actual es que, a pesar de la gran cantidad de investigaciones en relación al TDAH, sigue sin existir consenso en cuanto a su entidad.

Unos afirman que es un trastorno neurobiológico, mientras que otros cuestionan la misma existencia de la hiperactividad: la consideran un invento que beneficia claramente a la industria farmacéutica, la cual, a su vez, ejerce una gran influencia en la elaboración y desarrollo de guías de práctica clínica y en el DSM (siglas en inglés del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales).

El sentido común debe despertar en el lector la sugerencia ineludible de recabar el máximo de información antes de tomar la delicada decisión de medicar a una criatura.

Tom Laughern, director de la división de productos psiquiátricos de la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), aporta informes de muerte súbita por infarto en niños menores de 18 años sin riesgo, relacionadas con la toma de estos fármacos (www.ccdh.info). En esa misma dirección electrónica, la FDA ha solicitado a los fabricantes de medicamentos para el TDAH que incluyan advertencias sobre «el riesgo cardiovascular y nuevos síntomas psiquiátricos que pudieran producir».

En nuestro país, los datos de FEDRA (base de datos de los centros de farmacovigilancia de cada comunidad autónoma) recogen hasta el año 2013 un total de 264 sospechas de reacciones adversas (185 graves) al metilfenidato y 104 sospechas (85 graves) sobre la atomexitina. Para ambos fármacos, los efectos notificados corresponden a trastornos de la esfera psiquiátrica, como alucinaciones o incluso casos de ideación suicida.

Por otro lado, la agencia vasca del Servicio de Evaluación de Tecnologías Sanitarias, Osteba, cuestiona la existencia de la hiperactividad como enfermedad y alerta sobre el creciente e indiscriminado uso de los psicoestimulantes para su tratamiento (Informe Evaluación de la situación asistencial y recomendaciones terapéuticas en el TDAH), señalando que las guías de práctica clínica «fallan en aspectos tan importantes como la rigurosidad de la metodología utilizada», y apunta a que están financiadas por la industria farmacéutica.

Cito textualmente a Allen Frances, psiquiatra y presidente del grupo de trabajo del DSM-IV: «el afán de las farmacéuticas por encontrar un nuevo trastorno y convertirlo en moda» ha sido en gran parte la razón de la existencia hoy en día de tres nuevas falsas epidemias de trastornos mentales infantiles: el TDAH, el trastorno bipolar y el autismo.

Aunque considero que el autismo requiere un análisis específico con un diagnóstico adecuado, es muy importante RESALTAR la citada crítica a la industria farmacéutica por parte del presidente del grupo de trabajo del DSM-IV y tener presente su interesante puntualización en esta alarmante tendencia a la patologización de la infancia: «la forma más fácil de predecir que un niño va a padecer TDAH es su cumpleaños. Si eres el más pequeño de tu clase, tienes el doble de posibilidades de padecerlo que si eres el mayor».

Y concluye:

«Estamos transformando la inmadurez en enfermedad, y en vez de tratarla en clase, estamos gastando millones de dólares en medicamentos».

Profesionalmente estoy totalmente de acuerdo con esta dispercepción que considera anormal o patológico la dificultad en la interacción adulto-criatura. Cualquier conducta requiere análisis más profundos, como veremos a lo largo del libro, antes de recurrir a la medicalización de la infancia.

Coincido también con Marino Pérez Álvarez (catedrático del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y psicólogo clínico) cuando cuestiona si la hiperactividad y el trastorno bipolar infantil «son entidades clínicas o en realidad son problemas normales con los niños o ni siquiera problemas que, sin embargo, se patologizan». Este catedrático (coautor del libro Volviendo a la normalidad) cita a Sami Timimi (psiquiatra infantil británico que acuñó el término «mcdonalización de la infancia») para referirse a la tendencia a diagnosticar el TDAH y el trastorno bipolar infantil en los problemas normales de conducta que los adultos tienen con niños y adolescentes.

Estos problemas, en general cotidianos, acostumbran a estar relacionados con la atención y las tareas que «deberían» ser realizadas por el hijo o el alumno según el criterio adulto.

El extremo del sobrediagnóstico se ha evidenciado con el intento de patologizar las rabietas y berrinches de los peques, así como los cambios de humor, considerados como «trastorno de la desregulación disruptiva del humor» (DSM-V) y que tanta indignación ha despertado, afortunadamente, en círculos clínicos (en los que me incluyo) y también familiares.

En la interacción con la primera infancia, surgen muchas dificultades que guardan relación con una multiplicidad de factores: la expectativa del adulto, el modelo de crianza y educación, el desconocimiento de los procesos emocionales y la historia personal del adulto, entre otros. Estos factores permiten comprender la frustración adulta ante los intentos fallidos de solucionar «un problema», y la razón por la cual el diagnóstico de TDAH supone un alivio y una solución para los profesores, los padres, los clínicos y los políticos, debido a que todos estos colectivos encuentran una respuesta tranquilizadora al «problema».

Una vez realizado el diagnóstico, si el niño es «un TDAH» (España se encuentra a la cabeza del diagnóstico de este trastorno), comienza el proceso de medicalización, con todas las consecuencias que representa para la criatura o el adolescente semejante dopaje.

Sin negar la existencia del trastorno en algunos casos, es sorprendente la proliferación actual de diagnósticos, los cuales corren en paralelo al aumento de medicación en nuestro país. La OMS reconoce un aumento significativo de prescripciones de psicofármacos directamente proporcional al número de diagnósticos de hiperactividad. La economía de la industria farmacéutica está sospechosamente en alza.

Llegados a este punto, podemos preguntarnos si es una solución tratar de patologizar los problemas de conducta para medicarlos. ¿Es ético?

Hay otra solución menos lucrativa, pero más humanizada y profunda: cada problemática necesita ser contextualizada adecuadamente y de forma prioritaria en cada interacción familiar o escolar. Pero esta opción interesa bastante menos, pues exige más. Exige cambios que implican también a los adultos que se relacionan con la primera infancia, así como al sistema social en su conjunto.

La medicación debería ser el último recurso de los recursos y solo y exclusivamente después de haber sido ampliamente contrastada y fundamentada. Hasta la fecha, en mi consulta no he necesitado, afortunadamente, derivar a familias a un diagnóstico de TDAH.

Recuerdo a una adolescente de quince años que sus padres me presentaron como «una TDAH». La iban a medicar, pero antes quisieron que la viera. A través de las entrevistas clínicas y otros medios diagnósticos, observé que la chica solo reclamaba una atención que no recibía de forma adecuada. Realmente, no podía concentrarse, pues ni los estudios la atraían suficientemente (bastante habitual en la adolescencia) ni se sentía entendida por sus padres. En concreto, su madre descalificaba cualquier acto de autoafirmación de la chica. Tergiversaba los hechos en presencia de su hija y de su marido, hasta que se evidenció un fuerte sentimiento de rechazo materno que la chica sufría en silencio. Solo le quedaba buscar la alianza del padre, muy ambivalente, al estar presionado por la madre.

Después de varias sesiones, la alianza entre padre e hija fue tan evidente que las conductas que tanto molestaban a los padres fueron desapareciendo a través de acuerdos y cambios ante la dificultad de comunicación. Cuando la hija comenzó a mejorar y debíamos empezar a tratar la relación con la madre, no volvieron.

Sin embargo, la hija llamó un día a la puerta de la consulta para comunicarme que se sentía mucho mejor y que estaba muy agradecida. Le ofrecí mi apoyo siempre que lo necesitara. Semanas después, supe que finalmente la estaban medicando y su capacidad de concentración había mejorado. Atrás quedó sepultado el origen de su malestar adolescente.

En otros casos, en la mayoría de las «sospechas» presentadas sobre dicho trastorno, las dudas sobre el mismo se han desvanecido al resituar el llamado problema en otro nivel de comprensión más profundo, es decir, en el abordaje de la crianza y la educación desde una perspectiva de salud.

Eso no significa que niegue la existencia del TDAH. Cuestiono la etiquetación superficial de problemas en la comunicación, interacción y comprensión de las dinámicas familiares y escolares, que se taponan tras la medicación. Pues, desgraciadamente, es mas fácil medicar a una criatura para que se concentre que cambiar el modelo educativo o familiar.

Educar sin miedo a escuchar

Подняться наверх